Garras y colmillos (31 page)

Read Garras y colmillos Online

Authors: Jo Walton

BOOK: Garras y colmillos
6.35Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Y ahora acéptame un consejo —dijo Hathor tras chasquear los dientes para llamar su atención. Avan se dio la vuelta para mirarlo y clavó sus ojos en los de su abogado—. Permanece tranquilo. Seguro de ti mismo. Pareces tan seguro cuando hablas sobre tu trabajo que no sé por qué el mío debería hacerte dudar.

—Falta de familiaridad, como dije —Avan parpadeó y mantuvo la cola quieta solo con un gran esfuerzo de voluntad—. Sé que los jueces no darán la orden de que me coman, pero tienen el poder de hacerlo. La ley está ahí para permitir que los dragones como yo busquen una reparación contra los dragones más fuertes, pero los jueces pueden dar la orden de que cualquiera luche contra cualquiera en un momento dado.

—¿Esto es por la carta de Daverak? Pues te puedo asegurar que ayuda a nuestra causa poder demostrar sus tácticas intimidatorias. Quizá haya amenazado con despojarte de todo lo que tengas y dejarte en los huesos, pero eso solo prueba que habrá amenazado a tus hermanas de forma similar, y por tanto las habrá coaccionado para que se retiren de la demanda. No te preocupes. —A su pesar, Hathor permitió que una sombra de impaciencia se filtrara en su voz.

—No es eso, de verdad —dijo Avan—. Pero mira eso. —El joven señaló con un gesto la verja de entrada—. Está diseñado para amedrentar y a mí me amedrenta.

—Está diseñado para amedrentar a los malhechores y a los dragones que entablan pleitos a la ligera —dijo Hathor—. Y tú no eres ninguna de las dos cosas. Pero es importante que causes una buena impresión en los jueces. Estate tranquilo. Sobre todo, no parezcas culpable ni preocupado. Concéntrate en las calles de Irieth y en la importancia de los cerveceros. Cuando hablabas sobre eso, cualquiera habría visto que estabas en lo cierto.

Avan se echó a reír. Hathor saludó con un gesto al guardia de la verja, que lo reconoció y levantó la barra con gesto deferente. Los dos dragones entraron y descendieron.

El Tribunal se encontraba en las profundidades del suelo, en una cueva natural ampliada, algo muy escaso en Irieth. Hathor iba delante de Avan mientras pasaban al lado de representaciones talladas de la ejecución de la Justicia. Aquí, un juez levantaba un corazón aún sangrando, allí un yargo y dos magníficos dragones se consultaban sobre una flor. Avan sabía que era ridículo tener un espasmo al verlos. Se había mostrado tan firme durante todo el proceso que era ridículo querer darle la cola a todo ahora.

Hathor dejó a Avan sentado en un nicho justo fuera de la gran cámara circular de justicia mientras él se apresuraba a consultar con el escriba del tribunal y los otros abogados. Avan intentó pensar en su trabajo, como le había sugerido Hathor, pero se encontró con que sus ojos vagaban por la imponente fuerza que exudaba la cámara. Liralen había aprobado el plan para el Skamble con entusiasmo, pronto se aprobaría en el Consejo. ¿Era ese que entraba uno de los jueces? No, solo otro escriba. Se sentó inquieto y con el tiempo llegó a sentirse más cómodo con el lugar por puro aburrimiento.

Hathor vino a buscarlo después de una pequeña eternidad, y tras pasar al lado de más guardias lo llevó a una losa situada en la misma sala, a corta distancia.

—No tienes que hacer nada salvo responder que estás aquí —le recordó Hathor en voz baja—. Si te diriges a los jueces, el término es honorable, igual que si fueran héroes de la antigüedad.

Se encontraban delante de un tramo de escalones de granito coronados por tres enormes escalones con otra amenazante talla de corazones rodeados de flores y rizos de vellón colocados encima. A una distancia equidistante, al otro lado de la cámara, había otra losa de piedra, allí se encontraban tres abogados, todos desconocidos para Avan. Un escriba con una larga peluca lanosa esperaba paciente delante de los escalones. Había una entrada detrás de los escalones, así como un pasillo protegido por guardias tras aquellos. El techo estaba muy alto, lo bastante para que Avan se preguntara si después de todo era una cueva natural de verdad. Hathor le dio un codazo y de inmediato el joven devolvió la mirada a la cámara.

Los tres jueces entraban por fin en fila. Ocuparon sus lugares en los tres grandes escalones superiores. Un juez tenía las escamas negras, otro era de color bronce y el otro de un color bronce oxidado que era casi verde. Llevaban unos enormes rollos amontonados de color blanco en la cabeza, las famosas pelucas de la justicia. Avan tembló ante ellos por un momento al ver el poder desnudo de la ley, que podía ordenar que lo desmembraran y lo comieran. Hathor podía decir que corría más peligro en el despacho, y todo eso estaba muy bien, pero allí sus colmillos y sus garras contaban para algo; aquí no eran nada ante estos jueces y los guardias que llevarían a cabo sus deseos.

Hathor colocó sus tres pelucas en la losa que tenían delante. Los otros abogados se colocaron a toda prisa las pelucas en la cabeza. Todas las pelucas parecían pertenecer a estilos diferentes. Avan, que nunca había tenido mucho que ver con la ley, no reconoció ninguna.

—El respetable Avan Agornin en pleito contra el ilustre Daverak de Daverak, en relación con las intenciones del fallecido digno Bon Agornin —entonó de repente el escriba con un papel sujeto entre las garras.

—¿Están aquí? —dijo el juez del centro, el de color bronce.

Hathor se colocó la peluca más pequeña y apretada en la cabeza y se levantó.

—El respetable Avan Agornin está aquí —dijo mientras señalaba a Avan, luego se sentó.

—¿Es usted el respetable Avan Agornin? —le preguntó a Avan el juez del centro.

Avan se levantó y se inclinó.

—Sí, Honorable —dijo, la voz le salió mucho más débil de lo que había pretendido. Hathor sacó una garra para hacerlo sentarse otra vez.

Al otro lado de la resonante cámara se levantó un joven dragón con una peluca pequeña idéntica a la de Hathor.

—El ilustre Daverak de Daverak no está aquí, pero rebate el caso y está listo para comparecer en otra vista si se halla que hay caso al que responder.

Hathor se cambió rápidamente de peluca, se puso la lanosa del centro y se volvió a levantar.

—Un interrogante, Honorables —dijo.

—¿Cuál es? —preguntó el juez de las escamas negras de la izquierda con la voz aburrida.

—Si al ilustre Daverak le preocupa tan poco el caso, quizá debería resolverse de inmediato a favor de mi defendido —dijo. Avan lo miró asombrado.

Un dragón del otro lado de la cámara se levantó con la peluca tan lanosa como la de Hathor.

—Protesto, Honorables —dijo.

—¿Su protesta? —preguntó el juez. Había algo extraño en la forma que tuvo de decirlo.

—Se ha establecido, véase Salak contra Cletsim, que no es necesario que los acusados en pleitos civiles comparezcan hasta que se haya establecido que hay un caso al que responder, para que los dragones importantes eviten ver cómo los pleitos frívolos devoran todo su tiempo.

—Y para evitar que aquellos que presentan tales pleitos se vean devorados a su vez —dijo el juez de las escamas negras. Todo el mundo se rió, como era su deber, salvo Avan, que ya había comprendido lo que tenía aquello de raro. Hablaban como dragones que dan las respuestas rituales en un servicio de la iglesia.

—Ha lugar a la protesta. ¿Continuamos?

Hathor se incorporó con un saltito, se inclinó y volvió a sentarse.

—¿Tienen documentos que presentar? —preguntó el juez de las escamas color bronce.

Hathor se volvió a poner primero la peluca pequeña y se acercó a los escalones con un paquete de papeles. El joven dragón del otro lado de la cámara hizo lo mismo. Hathor volvió y se sentó al lado de Avan.

—¿Qué está pasando? —susurró Avan.

—Esta es la parte importante. Ya han visto los documentos, los comprobarán juntos, luego dirán que hay caso y fijarán una fecha.

—¿Y qué estaba pasando antes, cuando tú protestabas porque Daverak no estaba aquí? Creí que habías dicho que seguramente no estaría.

—El ritual. Teníamos que hacerlo pero sabía que ocurriría. No te preocupes —dijo Hathor.

Avan ya no estaba preocupado, solo sentía curiosidad.

—¿Por qué tienes tres pelucas?

—Peluca de abogado, para cuando estoy estableciendo hechos claros ante el tribunal, como tu identidad, o cuando entrego documentos —dijo Hathor mientras se señalaba la peluca pequeña que todavía llevaba—. Peluca de dudas, para hacer preguntas y objeciones. Luego esta —indicó la tercera y más grande, casi tan elaborada como las que llevaban los jueces, que debía de haber necesitado el vellón de todo un cordero de lana—. Esta es la peluca del jurista, se utiliza cuando se habla con los testigos y se resume el caso.

—¿Por qué hay tres dragones en el otro lado, cada uno con una de esas pelucas? —preguntó Avan.

—Te dije que había contratado a unos talentos de la abogacía muy caros —dijo Hathor—. Eso solo demuestra que está preocupado. Tiene un abogado, otro para plantear las dudas y un jurista, y el jurista es el digno Jamaney, uno de los más conocidos de Irieth. El abogado de la peluca de
dudas
es Mustan, un dragón bastante bueno, aunque joven e impetuoso. Al tercero, el de la peluca de abogado, no lo conozco, lo más probable es que sea uno de los socios o ayudantes de Mustan.

—¿Le da eso ventaja? —Avan se quedó mirando a los tres abogados del otro extremo—. ¿Porque no se tienen que cambiar de peluca? ¿Deberíamos contratar a alguien más?

—No. Definitivamente no. Lo pensé, pero estamos mucho mejor sin ellos. En absoluto le da tanta ventaja como él cree. En algunos juicios se la daría, pero no en este. Ya te lo he dicho, significa que él, o al menos su abogado, está preocupado. Sabe que tenemos todas las garras de nuestro lado así que está intentando impresionarlos con pelucas. En la segunda vista, lo que importa de verdad es lo que piensa el jurado. Tendremos un jurado de ciudad y con la mitad de nuestro lado. Queremos establecer ciertas cosas: en primer lugar que aquí hablamos de las intenciones de tu padre, en segundo que Daverak es un matón rico y tú un dragón trabajador que está ascendiendo en la vida y al que han arrebatado su herencia con trampas. ¿Ves lo que parece, conmigo cambiando de peluca y trabajando duro por ti y él con tres abogados sentados muy cómodos?

—Haces que se parezca más a un teatro que a la justicia —dijo Avan medio desilusionado.

—Lo es —dijo Hathor con un susurro apasionado—. Es teatro. Obsérvame con las pelucas. Cuando no importe, me las cambiaré con tal suavidad que ni siquiera lo notarás, pero cuando me líe con ellas será para demostrar que tú tienes un abogado trabajando para ti y ellos tienen tres; o porque queremos hacer una pequeña pausa para que el jurado piense en lo que se acaba de decir. Ya lo verás. Lo tendremos todo de nuestra parte.

—Empiezo a ver por qué creías que era un auténtico corderito al tener miedo de todo esto —dijo Avan.

Hathor frunció el ceño.

—No, está bien que los dragones que no están familiarizados con todo esto sientan una cierta reverencia. Eso también forma parte del teatro. Ahora calla, el juez se va a pronunciar.

El viejo juez del color del bronce oxidado, que se había quedado sentado como una estatua de dragón en un pedestal desde que había entrado, se llevó una garra a la peluca y se puso en pie.

—Fallamos que hay caso al que responder —dijo, y su voz era un susurro tembloroso antes de volver a hundirse.

—Interrogante. —El abogado de la peluca de dudas de Daverak se había levantado de inmediato.

—¿Qué pasa? —preguntó el juez de las escamas negras.

—Deseamos pedir una orden obligatoria para que preste testimonio el bienaventurado Penn Agornin.

—¿Por qué? —preguntó el juez; una leve hebra de curiosidad sazonaba el habitual aburrimiento de su tono.

—Se ha negado a prestar declaración y a dar testimonio, y mi defendido piensa que su testimonio es vital.

—¿Alguna objeción? —preguntó el juez mirando a Hathor y Avan.

Hathor se levantó, con la peluca de dudas plantada con firmeza en la cabeza.

—No hay objeción, pero nos gustaría que se emitieran órdenes obligatorias parecidas para las respetadas Haner y Selendra Agornin, a las que tememos que se ha intimidado para que se retiren de la demanda de mi cliente y no declaren.

El juez negro parpadeó de forma visible. El de color bronce se inclinó un poco hacia delante. El de color óxido no se movió.

—¿Intimidadas por quién? —preguntó al fin el negro.

—Eso se establecerá en el caso —dijo Hathor con seguridad—. Responder a eso ahora sería hacer una alegación infundada y comprometer las pruebas que deseamos presentar.

El juez de las escamas negras intercambió una mirada con los otros dos.

—Muy bien —dijo después de un momento—. Petición concedida. Concedidas las tres peticiones. Los cuatro hijos supervivientes de Bon Agornin se reunirán aquí para dar testimonio, o bien se hallará que han menospreciado a esta corte y se les impondrá la pena máxima. Vean al escriba para que les proporcione los documentos necesarios.

—El caso se verá el doce de profundoinvierno —dijo el juez de las escamas de color bronce.

Miró a Hathor y luego a los abogados de Daverak; ninguno puso objeciones a la fecha, así que le hizo un gesto al escriba.

—Fin de la primera vista —dijo el escriba en voz muy alta. Los jueces se fueron por su puerta. Hathor y los otros abogados se apresuraron a pedirle al escriba los documentos. Avan esperó, ahora aburrido y en absoluto intimidado ya por las glorias de la Justicia.

 

XIII. Profundoinvierno en Benandi
48
La cuarta confesión

El último día del mes de inviernohelado, el correo llegó como siempre a la casa rectoral de Benandi durante el desayuno. Ese día había dos sobres con los bordes dorados del estado, las Órdenes Obligatorias para Penn y Selendra, órdenes que les exigían que asistieran al Tribunal de Justicia de Irieth el duodécimo día de profundoinvierno.

Penn apenas podía evitar que le temblaran las garras al leer su Orden. La majestad del lenguaje provocó en él un gran impacto, el mismo que había tenido en su hermano al pensar en el ceremonial de los tribunales. «Donde dirá la verdad cuando se le pregunte», leyó, «y se hallará que ha menospreciado a este tribunal y se le someterá a la pena máxima» y «se enfrentará a todas las consecuencias de la ley».

Se quedó mirando el papel durante un tiempo, intentaba tranquilizarse pero antes de sentir que tenía los ojos bajo control, Selendra habló:

Other books

Lethal Remedy by Richard Mabry
Timeless by Michelle Madow
Death at Gills Rock by Patricia Skalka
Matt Archer: Monster Summer by Highley, Kendra C.
Virgin by Mary Elizabeth Murphy
Countdown: H Hour by Tom Kratman
Lake Overturn by Vestal McIntyre