Read Garras y colmillos Online
Authors: Jo Walton
—No se me ocurre cómo Avan ha podido ser tan idiota —dijo Berend.
—Sabes que contaba con esa carne —dijo Haner—. Sabes que necesita abrirse camino en el mundo. Está trabajando en la Oficina de Planificación y Embellecimiento y eso es muy competitivo. Hay dragones que estarían dispuestos a comérselo primero y a enfrentarse tan alegremente a una investigación después, cuando no estuviera él allí para evitar que sobornaran a los jueces. Necesita su posición y eso significa que necesitaba mucho más que Daverak en cualquier otro momento.
—Bueno, sí, eso ya lo entiendo, y yo solo tomé un bocado, ya sabes.
—Un gran bocado —dijo Haner, todavía molesta por el único bocado de Berend.
—Y tú cogiste tu parte, ¿no es así? Eres treinta o cincuenta centímetros más larga que antes. —Berend midió a Haner con los ojos—. No te preocupes, todavía te encontraremos un marido —dijo con más amabilidad.
—¡No arruinando a Avan! —objetó Haner.
—Daverak está muy enfadado —dijo Berend—. En general puedo conseguir que al final haga lo que yo quiero, pero con esto, quizá sea difícil conseguir que se ablande. A eso me refería cuando dije que Avan era idiota. Si lo hubiera dejado estar, después de un tiempo yo habría conseguido que Daverak lo invitara a venir después de terminar con esta nidada, cuando hubiera que hacer una matanza selectiva, y entonces podría haberlo compensado. Ya casi lo tenía medio convencido para que también añadiera un poco de oro a tu parte. Le caes bien.
—Tiene una extraña forma de demostrarlo, gritándome de esa manera —dijo Haner.
—Si no le cayeras bien, no habrían sido solo gritos —dijo Berend con placidez.
Haner se la quedó mirando, pero la otra dragona se limitó a sacudir un poco la cabeza.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Haner.
—Quiero decir que le caes bien y deberías alegrarte de eso. Pero sabes que Avan se ha puesto a malas con él y mi marido se le va a echar encima. Lo arruinará del todo si puede, y no creo que haya nada que tú o yo podamos hacer para ayudarle, y te estoy advirtiendo para que no lo intentes.
—Avan estaba bastante seguro de poder ganar —dijo Haner.
—¿Avan y el abogado de padre contra todo lo que Daverak puede contratar? Fuiste tú la que mencionaste que hay jueces en venta, y si es necesario dudo mucho que Daverak llegue a vacilar. Solo podemos pensar que Avan ya está perdido, por culpa de su propia necedad; mira que meterse en este asunto… Lo siento, he perdido un padre y un hijo este mes, y ahora tengo que enfrentarme también a la pérdida de un hermano.
Era la primera vez que Berend mencionaba a Lamerak y Haner desdobló un ala y rodeó con ella el hombro de su hermana para consolarla.
—¿Y qué pasa con Selendra? —preguntó en voz baja.
—Creo que puedo convencer a Daverak de que Avan la intimidó para que agregara su nombre a la demanda, si se me permite ir poco a poco, a mi manera y en su momento. Puedo manejarlo, pero no si lo provocan de forma constante. Está bastante contento conmigo por empezar ahora esta nidada. Cosa que, por cierto, no es casualidad sino una elección del momento oportuno por mi parte.
—Pero ¿y el riesgo para tu salud? —aventuró Haner.
—No hay riesgo siempre que coma bien y en cantidad suficiente —dijo Berend—. Y eso significa también dragón, por supuesto, alimento espiritual así como físico.
—Daverak está matando algo más que a los débiles —dijo Haner bajando la voz.
—Ya tengo suficientes preocupaciones conmigo y mi familia, no puedo interesarme también por todos los granjeros y sirvientes. Haner, de verdad, no está bien que me lo pidas. Eso es asunto suyo y nosotras no deberíamos meternos.—Berend se quitó de encima el ala de Haner y se volvió enfadada hacia su hermana—. No te metas. Deja a Daverak en paz y déjame intentar salvarte a ti, a Selendra y a los dragoncitos lo mejor que pueda.
—Haré lo que pueda —dijo Haner.
Cuando por fin se encontró a salvo en su propia habitación, con la puerta cerrada y Lamith enviada a dormir por aquella noche, Haner abrió la carta que había recibido poco antes. Encontró un gran consuelo en la misiva de Selendra. Aunque estaba claro que su hermana la echaba mucho de menos, también parecía estar asentándose con fortuna en Benandi.
«Aquí todo el mundo es muy amable», escribía, «sobre todo Felin, que es muy buena conmigo, de verdad. No creo que Penn pudiera haber encontrado una esposa mejor si hubiera estado cien años buscando. Es muy hermosa, más ahora de lo que parecía en la boda. Sus escamas han adquirido ese tono de rojo de las nubes al atardecer, muy poco usual y muy llamativo. Yo habría creído que se pasaba horas bruñéndolas salvo que sé que no tiene tiempo más que para darles un ligero lavado después de la cena la mayor parte de los días. Pasa mucho tiempo con sus dragoncitos y sale con frecuencia con Penn para ver a los parroquianos y ayudarles con comida y medicinas. Yo también voy a veces, y estoy aprendiendo a conocer este lugar».
Selendra seguía escribiendo sobre sus vuelos en las montañas con Sher. «Que es, para que veas, el eminente Sher Benandi, pero no es en absoluto engreído ni está pagado de sí mismo, aunque su madre, la anciana Eminente, sí que lo está. Ahora sé que me provocarás porque menciono el nombre de un macho de noble cuna, pero no has de temer ya que está prometido, o casi, con una joven doncella muy elegante, la respetada Gelener Telstie, que también está aquí, así que ya ves que tenemos mucha compañía. (Al parecer es la nieta de los viejos protectores de padre, pero la eminente Benandi cree que yo no debería mencionar esas cosas)».
Selendra había intentado con todas sus fuerzas escribir la carta más alegre que pudo, y a Haner casi la convenció aquel tono. Se consoló lo mejor que pudo pensando que al menos su hermana era bastante feliz. La carta terminaba con manifestaciones de profundo amor filial y luego, debajo del nombre de su hermana, esta había escrito: «Amer desea de forma especial que te dé recuerdos». Querida Amer. ¡Qué bien entendía ahora Haner su deseo de no venir a vivir a Daverak! Aun así, no podía decirlo o disgustaría a Selendra. No quería disgustar a Selendra y por eso no había escrito antes. Decirle a su hermana lo infeliz que era no serviría de nada, y escribirle que era feliz sería mentir.
Cogió pluma y papel de inmediato para responder, luego dudó, no estaba muy segura de lo que debía decir. Escribió la dirección con mucho cuidado: «La respetada Selendra Agornin, Casa Rectoral Benandi, Benandi». Luego se quedó mirando el papel durante un momento, sus ojos plateados giraban y echaba tanto de menos a Selendra que le dolían las alas.
«Mi queridísima Selendra», comenzó. «Escribir tu nombre me hace sentirme un poco más cerca de ti. Me alegro de saber que estás bien y en gran medida disfrutando de tus días. Estoy segura de que estarás borrando a esa hembra Telstie de la vida del noble eminente ahora que veo que lo llamas por su nombre de pila… ¿O es solo sobre el papel? Yo estoy bien y me cuidan bien. Berend parece estar poniendo sin excesivos problemas. Está encantada hasta ahora y espera tener otra nidada de tres». Después de eso, la joven esbozó los problemas entre Daverak y Avan junto con un pequeño dibujo de la expresión de la cara de Daverak cuando descubrió que disponía de fuego, un dibujo que estaba segura de que haría reír a su hermana. «Berend dice que intentará interceder por ti pero que deberíamos pensar en Avan como perdido, ahora que Daverak se ha puesto con tanta firmeza contra él», escribió Haner. «Jamás renunciaré a Avan, pero no tengo esperanzas de verlo mientras continúe este caso. Quizá sería mejor que quitaras tu nombre de la demanda por si acaso, pues mientras permanezca en ella y yo viva aquí, no podemos visitarnos y me gustaría mucho verte si hubiera ocasión».
Eso, junto con el dibujo, llenó casi por completo la hoja, solo había espacio para otras dos líneas.
«¿Has considerado alguna vez, mi queridísima hermana, que la situación de la servidumbre es moralmente insostenible y mala para señores y sirvientes por igual? Sin duda está mal que un dragón le entregue toda su vida a los caprichos de otro», escribió y no tuvo espacio para nada más. Tampoco había espacio para las declaraciones de amor y las promesas de guardar a su hermana en sus pensamientos que le había escrito Selendra. Se limitó a firmar con una «H» y dobló la carta. Bajo el sello dibujó un dragón diminuto con las alas extendidas para abrazar a otro. Luego selló la carta con cuidado. Al ver su sello, que se había traído con ella de Agornin, se puso un poco triste. Era espléndido, oro incrustado de pirita, y hacía juego con el de Selendra, que estaba incrustado de amatistas. Se los había regalado Bon el año anterior, para su aniversario de eclosión. La joven suspiró, lo dejó sobre su montón de oro y salió a dejar la carta en el saliente donde la recogerían los criados para llevarla al correo.
Al volver a su habitación, se dio cuenta de que debería haber volado en persona a llevarla al correo, a la estación, a la mañana siguiente. Ya no podía confiar en que la llevaran los criados. Jamás se le habría ocurrido que Daverak pudiera leer su correo, pero tampoco hubiera pensado jamás que fuera a estar a centímetros de comérsela viva, ni tampoco que tratara tan mal a sus sirvientes. Ahora que lo había visto tan enfadado y suspicaz, pensó que era más que probable que interceptase una carta dirigida a Selendra. Su cuñado no encontraría nada allí que no debiera haber dicho, pero no encontraría el dibujo muy halagador. Volvió a salir con sigilo y recuperó su carta con aire pensativo.
La eminente Benandi miró a su hijo sorprendida.
—Pero querido, cambiodehoja está muy avanzado. Ya ha caído una nevada. No es momento de meriendas campestres.
—Sí que lo es, madre, es el momento exacto —dijo él—. Tienes razón, las hojas están cambiando de color y empezando a caer, el verano ha desaparecido, es la última oportunidad que tenemos de merendar en el campo antes de que nos quedemos todos congelados durante el invierno.
—Sabes que pasas la mitad del invierno cazando —dijo la Eminente, pero en su voz había cariño. Sabía que su hijo se iría con tanta brusquedad como había llegado si no hacía su visita agradable. Si de verdad quería una merienda campestre en cambiodehoja, tendría que organizársela. Cada día deseaba que Sher no fuera inmune a su control, sin darse cuenta de que era por eso por lo que ella lo quería.
—¿Recuerdas las maravillosas meriendas que hacíamos cuando volvía a casa de la escuela? —preguntó Sher con tono mimoso.
—Sí que las recuerdo —admitió su madre—. Pero eran en veranoverde, no a punto de entrar en primerinvierno.
—Sería muy agradable salir un día entero, subir a las montañas antes de que lleguen las nevadas definitivas, ¿no te parece? ¿Mostrárselas a los que no las han visto antes?
—Es muy probable que Gelener haya visto montañas de sobra —dijo la Eminente, en su voz había una ligera arista de amargura. No estaba funcionando como ella habría querido. La bienaventurada Telstie había regresado a Irieth y había dejado a Gelener con ella para lo que todos describieron como una «larga y agradable estancia», Sher era bastante cortés y amable con ella pero no mostraba ninguna señal de sentirse atraído. Gelener, que se daba perfecta cuenta de la situación, se iba mostrando cada vez más fría con ellos a medida que progresaba la visita. Aunque la Eminente había invitado muy pocas veces a los Agornin a la Mansión desde aquella primera noche de la visita de Gelener, Sher pasaba mucho tiempo en la casa rectoral.
—Pero no habrá visto las nuestras, madre —sugirió Sher—. Y Penn me ha dicho que sus dragoncitos tampoco. Teníamos un artilugio para llevar a los niños, ¿una cesta? ¿Todavía la tenemos?
—Pues sí, pero Sher…
Sher hizo caso omiso de ella, entusiasmado como estaba.
—Podríamos subir todos a las cascadas Calani y quizá incluso explorar la caverna un poco. A mí me encantaba de niño. Siempre íbamos cuando padre se encontraba un poco mejor, ¿te acuerdas?
—Sher, no vas a conseguir distraerme con eso. Necesito hacerte una pregunta. —El joven extendió las garras y esperó, la pura imagen de la inocencia y la buena disposición. Si un dragón de escamas broncíneas y dieciocho metros de largo podía parecerse a un dragoncito, Sher hacía lo que podía para conseguirlo—. ¿Estás…? —La dama dudó. Tenía que tener mucho cuidado con Sher—. ¿Te estás encariñando con la pequeña Selendra Agornin?
La primera reacción de Sher fue salirse por la tangente. Ya tenía unas cuantas negativas fáciles en la punta de la lengua, pero las contuvo. Tendría que librar esta batalla con su madre, lo sabía, pero es que no la esperaba todavía. Sabía que tendría que prepararla poco a poco y quizá fuera mejor saber cuánta oposición tendría que esperar y por dónde llegaría.
—Creo que es posible —dijo, poco a poco; mantenía el contacto visual con su madre e intentaba parecer lo más sincero que podía—. Todavía no estoy seguro del todo. No le he dicho nada a ella, sabes que querría hablar contigo sobre cualquiera que estuviera tomando en consideración. Pero me gusta Selendra, sí. Es encantadora y tiene una conversación interesante.
—Oh, querido —dijo la Eminente con una pequeña mueca—. Apenas dispone de media corona, ya lo sabes.
—Tiene dieciséis mil coronas —dijo Sher—. No mucho para nuestro nivel, quizá, pero es algo más que media corona. Y nuestro nivel significa, o debería significar, que no nos hace falta buscar una rica heredera. Benandi es rico. Yo soy rico. Mi prometida no ha de serlo.
—No, no necesariamente, pero sin duda ayuda —dijo la Eminente al pensar en las facturas que había acumulado Sher en Irieth y varios sitios más durante los últimos años—. Pero Selendra no pertenece a nuestra clase. Es bonita, a su manera, pero su padre se elevó hasta su rango y su rango era solo de digno. Eso quizá no importase y su madre tenía sangre muy noble. Pero ella no es en absoluto discreta. Penn no menciona los comienzos de su padre y Selendra los suelta en su primera cena formal. ¿Querrías que tu esposa hiciera eso? No tiene el porte que ha de tener la esposa que necesitas. Piensa en tu posición. Te llegó muy pronto pero tienes que actuar de acuerdo con tu rango. Te estoy diciendo lo que te diría tu padre si estuviera vivo. Tu esposa será la eminente Benandi. Selendra no ha estado jamás en Irieth, jamás ha dirigido una gran hacienda, ni siquiera ha vivido en una. Debería casarse con alguien de su clase y tú también. Los matrimonios entre rangos distantes quizá parezcan emocionantes pero el matrimonio es cosa de todos los días, tenéis que andar unidos y las diferencias de esa naturaleza se convierten en arenilla que irrita el oro de la comodidad de la vida diaria.