Khagar estaba sentada junto al fogón, alimentando el fuego. La anciana, viuda de un pariente de Sorkhan-shira, era la única criada que tenían.
—Necesitamos más combustible —dijo Khagar al verla.
—Entonces irás a buscar un poco. —Khadagan dejó los cubos y entregó una cesta a la anciana. Khagar se puso de pie lentamente, mascullando, y salió de la vivienda.
Khadagan estaba habituada a trabajar. En otro tiempo, su padre había tenido dos criadas, pero una había muerto a causa de la misma fiebre que había quitado la vida a la madre de Khadagan. Tal vez su padre encontrara pronto otra mujer. Deseaba que una nueva esposa disipase la aflicción del rostro de su padre y al mismo tiempo la aliviara a ella de algunas de sus tareas domésticas. Chimbai tenía dieciséis años, edad suficiente para casarse, y Chilagun tenía casi catorce años. Cuando sus hermanos tuvieran sus propias tiendas y esposas, ella gozaría de un poco de tiempo para sí misma antes de empezar a servir a un marido.
La leche hervía ya en el caldero cuando escuchó la voz de su padre. Khadagan fue a la entrada y miró hacia afuera. Dos Taychiut hablaban con Sorkhan-shira; el muchacho cautivo estaba entre ambos.
—¿Qué debo hacer con él? —preguntó su padre.
—Vigílalo —respondió uno de los Taychiut—. No le quites el "kang"… es peligroso. Fueron necesarios tres hombres para someterlo cuando lo apresamos, y ha tratado de escapar, incluso con el "kang".
—Targhutai Kiriltugh se toma muchas molestias por este muchacho —dijo Sorkhan-shira.
El Taychiut encogió los hombros.
—No malgastes tu compasión en él. Targhutai no derramará su sangre, pero si muere mientras tú lo custodias, no lo lamentará.
—Podría haber dado al muchacho una muerte honrosa… hacerlo estrangular, matarlo a golpes bajo un tapete o meterlo en un saco y arrojarlo a los espíritus del río. —Khadagan percibió un tono burlón en la voz de su padre—. Así no habría tenido que derramar su sangre. —Suspiró—. Esperad aquí mientras voy a buscar a mis hijos.
En el momento en que Sorkhan-shira se alejaba, el muchacho alzó la cabeza. Sus ojos, de un verde pardusco veteado de oro, se abrieron de par en par al ver a Khadagan. Ella le dio la espalda y regresó junto al fogón.
Estaba espumando la leche cuando sus hermanos entraron con el prisionero uncido al yugo.
—Padre dice que debemos custodiarlo —dijo Chimbai—. Se llama Temujin.
—Conozco su nombre.
Khadagan observó al muchacho mientras éste se sentaba torpemente. Una oscura magulladura resaltaba sobre su frente ancha. Tenía los pantalones desgarrados en las rodillas y su camisa, hecha jirones, colgaba de su torso poderoso.
—Parece hambriento.
—Agradecería un poco de "kumiss" —dijo Temujin.
—Entonces lo tendrás —respondió Khadagan.
Chilagun encogió los hombros.
—Ya ves cómo es nuestra hermana —dijo—. A veces, dentro de nuestra tienda, incluso le dice a nuestro padre qué debe hacer.
—Tu hermana es amable —dijo Temujin—. Nadie me ha demostrado mucha amabilidad aquí.
Khadagan descolgó de una pared un pellejo que contenía "kumiss" y se lo llevó al prisionero. Chilagun lo tomó de sus manos, roció unas gotas y lo sostuvo junto a los labios del muchacho para que éste pudiera beber.
—¿Nunca te quitan ese "kang"? —preguntó Chilagun.
—No.
—¿Ni siquiera cuando duermes?
—No. Targhutai me dejará inválido si no me lo quita… eso si los golpes no me matan antes.
—Le resultaría más sencillo deshacerse de ti —dijo Chimbai.
—Prefiere dejarle la tarea a otros. Mientras tanto, puede demostrarle a su clan mi impotencia.
—¡Impotencia! —Chimbai soltó una risilla mientras se sentaba—. No es eso lo que he oído decir. El hijo de un guerrero me contó lo mucho que les costó apresarte. Dijo que tu familia los contuvo desde una empalizada mientras tú escapabas. No esperaban que mujeres y niños les ofrecieran resistencia.
El rostro de Temujin cobró una expresión solemne.
—Al menos mi madre y mis hermanos estarán a salvo ahora. —Hizo una pausa—. Me han dicho que sois Suldu.
Chimbai asintió.
—Nuestro padre nos trajo al campamento de Targhutai después de que nuestra madre muriera. Se llama Sorkhan-shira; es el jefe de nuestro clan. Yo soy Chimbai y éste es mi hermano Chilagun. Nuestra hermana se llama Khadagan.
—Es cruel ponerte este yugo y tratarte de este modo —dijo la muchacha.
—Nuestra hermana no siempre es tan dura como la roca que le dio nombre —dijo Chimbai—. Los corderos más débiles nunca carecen de sus cuidados. Pero tiene razón… te tratan muy mal para ser un muchacho. —Se inclinó hacia adelante—. Podrías salvarte, Temujin, si juraras servir a Targhutai y abandonaras tu reclamo. Tendrías tu vida, y la oportunidad de tener más después… Hasta un esclavo puede ascender. De esta manera no durarás demasiado.
—Targhutai usurpó mi lugar. Mi madre no me mantuvo con vida para que me someta a él —dijo Temujin. Movió los dedos. Una expresión de dolor ensombreció su rostro; el yugo le hacía mucho daño. Chilagun le dio más "kumiss". Khadagan vertió el suero en un gran jarro, dejando la cuajada en el caldero; más tarde la pondría a secar.
—Eres obstinado, Temujin —dijo Chimbai—, y valiente. Aunque te sirve de bien poco.
Khadagan se acercó a ellos.
—¿No podemos quitarle el "kang"? —preguntó—. Podéis custodiarlo sin él.
—Por una vez, no te prestaré atención —dijo Chimbai, volviéndose hacia Temujin—. Si por mí fuera se lo quitaría, pero padre me castigaría por desobedecer las órdenes de Targhutai.
—Targhutai trató de atacar vuestro escondite, ¿no es verdad? —preguntó Chilagun—. Sé que dos hombres resultaron heridos.
—En efecto, lo intentaron —dijo Temujin—. Tuvieron que retroceder, y Targhutai gritó que sólo me quería a mí, y juró que dejaría en libertad a los otros.
Khadagan tocó el brazo de Chimbai.
—Permítele contar su historia —dijo.
Temujin le sonrió. Los otros muchachos nunca la habían mirado de ese modo, como si disfrutaran con su compañía. Pero él solamente se sentía agradecido por el "kumiss" y por unas pocas palabras amables.
—Mi madre y mis hermanos me instaron a escapar —dijo el cautivo—. Vi que podía alejar a nuestros enemigos, ya que sólo querían apresarme a mí. No me vieron hasta que no estuve bastante arriba, en la ladera. Cabalgué hacia los bosques cercanos a la cumbre del Tergune. Allí los árboles están demasiado juntos y los caballos no pasan con facilidad, y los Taychiut se verían obligados a abrir un camino para perseguirme. Mi intención era rodearlos y luego escapar. —Temujin permaneció un momento en silencio. Luego, continuó—: Me escondí durante tres días, con la esperanza de que se cansaran. Después decidí explorar y buscar una vía de escape, pero cuando conduje mi caballo ladera abajo, oí que algo se caía, y cuando miré vi que la montura se había resbalado del lomo del animal.
—No la sujetaste bien —dijo Chilagun—, o la cincha estaba floja.
—No, nada de eso. Pero el hecho era que la montura estaba caída. Sólo pensé en que los espíritus me advertían que debía quedarme allí. Esperé otros tres días, después volví a bajar. No vi ningún hombre, pero de repente un peñasco grande como un "yurt" rodó hasta bloquearme el paso.
—¿Otra señal de los espíritus? —preguntó Chilagun con una sonrisa.
—Por fuerza tenía que serlo. Allí arriba, tan cerca del cielo, sentía la presencia de Tengri. Cuando el viento agitaba las copas de los pinos, una voz me susurraba que debía volver. Débil y hambriento como estaba, no podía ignorarla. Al cabo de otras tres noches, lo único que había bebido era un poco de nieve derretida, y mi única comida habían sido unas pocas bayas. Regresé al peñasco y lo rodeé, rogando que mis enemigos hubieran abandonado la persecución. —Temujin respiró hondo—. Estaban esperándome. Habían apostado hombres en todo el bosque para buscarme.
—Parece que no interpretaste correctamente las señales —dijo Chimbai.
—Creí que moriría, pero al parecer Targhutai sabía que los espíritus me protegían. En varias ocasiones se acercó a mí, después de que sus hombres me golpearan y me maniataran, y cada vez me dejó seguir viviendo. Los hombres hablaban de lo valiente que había sido por resistir tanto y decían, mofándose, que merecía alguna recompensa. En su opinión, Targhutai no tenía nada que temer de un muchacho. —Temujin bajó la cabeza, apoyando el mentón en el yugo—. Targhutai dice ahora que los espíritus de monte Tergune detuvieron su mano, pero las palabras de sus hombres también contribuyeron a ello.
—En un tiempo fue el camarada de tu padre —dijo Chimbai—. Tal vez recordara eso.
—Y también está mi tío Daritai. No hará nada cuando se entere de que estoy prisionero, pero si hubiese muerto quizá se habría visto obligado a romper con Targhutai. Así, si me ocurre algo, los Taychiut podrán decirle a mi tío que Targhutai no me mató sino que morí debido a mi propia obstinación. —Temujin paseó la mirada de un hermano al otro—. Tengri me ha salvado. Solía soñar que me encontraba en la cima de una alta montaña, y en el monte Tergune vi los signos del cielo. Targhutai tenía mi vida en sus manos y no logró quitármela.
Khadagan no percibió signos de duda en la voz del muchacho. El cautiverio no había logrado extinguir la luz que centelleaba en sus ojos, pero tal vez sólo fuera el brillo de la locura. Un muchacho hambriento en la cima de una montaña, rodeado de enemigos, podía imaginarse cualquier cosa; un prisionero maltratado podía aferrarse a la menor esperanza.
Entró Sorkhan-shira.
—¿Qué es esto? —gritó—. Esperaba encontrar mi comida lista.
Khadagan se puso de pie.
—Iré a traértela, padre.
—Mi hija no suele ser tan perezosa. —Sorkhan-shira cruzó los brazos mientras miraba a Temujin—. Eres un prisionero, pero según parece, seremos tus criados. Con el "kang" no puedes comer solo, y ni siquiera puedes bajarte los pantalones. ¿Qué haremos cuando tengas que hacer tus necesidades?
—Ayudarme —dijo Temujin.
Sorkhan-shira soltó una carcajada.
—¿No te quitan el yugo ni para eso?
—No. No. Nunca pido hasta que debo hacerlo, y entonces me golpean por causar más problemas a mis guardianes.
—Bien, yo sólo te golpearé si no avisas; no permitiré que orines dentro de mi tienda. —Su pie indicó el jarro vacío—. Veo que mis hijos te han dado de beber. Chimbai, llévalo fuera y ayúdalo a aliviarse.
Chimbai y Chilagun ayudaron a Temujin a ponerse de pie; el hermano mayor salió con él del "yurt".
—Trae la comida, muchacha —masculló Sorkhan-shira mientras se dirigía a su cama y se sentaba sobre un cojín.
Chilagun se sentó cerca de su padre. Khadagan sirvió un poco de cuajada y carne seca, después entregó un jarro a su padre.
—Targhutai debería haber matado al muchacho —dijo Sorkhan-shira—. Le gustaría someterlo. Si el muchacho no cede pronto, no vivirá demasiado. —Roció unas gotas, y después bebió un largo trago de "kumiss"—. Un espíritu valeroso… podría haber llegado a ser un gran hombre.
—Quítale el "kang" —dijo Khadagan.
Sorkhan-shira enarcó sus pobladas cejas.
—¿Qué?
—Quitáselo. Chimbai y Chilagun pueden vigilarlo. Así tendremos menos problemas para alimentarlo. Tu mismo dijiste que con el yugo no puede comer solo.
—Tendremos muchísimos más problemas si intenta escapar.
—¡Por favor!
—Silencio, niña. —Sorkhan-shira entrecerró los ojos; sus largos bigotes temblaron—. Entiendo que su situación conmueva tu corazón, y a tu edad las muchachas sueñan con pretendientes, pero un muchacho cautivo, por noble y apuesto que sea, no es un buen partido, te lo aseguro.
—No se trata de eso —se apresuró a decir Khadagan—. Me compadecería de cualquiera que fuera tratado de este modo, y si él logra sobrevivir y desafía alguna vez a Targhutai, tal vez sea bueno tenerlo como amigo.
—Ten cuidado, niña —dijo Sorkhan-shira—. Targhutai tiene mi juramento. ¿Quieres que lo deshonre?
—¿Cómo puedes quebrantar tu juramento demostrándole al muchacho un poco de piedad? Es prisionero de Targhutai, no de nuestro clan. —Esas palabras no bastarían para conmover a su padre—. Y si somos amables —continuó—, tal vez logremos ablandar la voluntad de Temujin. Los golpes y los malos tratos no han logrado someterlo; quizá la amabilidad sí lo logre. Targhutai podría agradecértelo.
Los pequeños ojos oscuros de Sorkhan-shira se ablandaron; se rascó la banda de tela que le rodeaba la cabeza afeitada. Lo había conmovido; ahora consideraría la compasión como una amabilidad hacia el muchacho y un servicio para su jefe.
—Tal vez deberías hacerle caso —dijo Chilagun—. Nosotros lo vigilaremos. Le habríamos quitado el "kang", pero no queríamos desobedecerte.
—Como si no me hubierais desobedecido al pensar que podríais conseguirlo. —Sorkhan-shira se atusó el bigote—. Tu hermana te convence fácilmente. Espero que demuestres más hombría con tu mujer, pero tal vez ella no sea tan lista como Khadagan… ¡Hasta a mí consigue confundirme con tanta palabrería!
Entró Khagar y dejó su cesta. Sorkhan-shira agitó un brazo; la anciana le alcanzó otro jarro antes de sentarse junto a Khadagan. Regresaron Chimbai y Temujin; Sorkhan-shira estudió al cautivo en silencio mientras ambos se acercaban.
—Temujin —dijo finalmente—, una vez trataste de escapar. Debes de pasarte mucho tiempo pensando maneras de huir.
—No lo negaré. —Las manos de Temujin se agitaron sobre el yugo—. Pero así no llegaré muy lejos.
—Por eso mismo te han puesto ese "kang". Mi hija, sin embargo, es una muchacha terca y de corazón tierno. Me perseguirá para que te lo quite hasta que yo acceda o la golpee para que deje de hablar.
—Podríamos quitarle el yugo —dijo Chimbai—. Así no necesitará ayuda para comer. Yo lo vigilaré. Te doy mi palabra…
—¿Todos mis hijos ruegan por él? —Sorkhan-shira frunció el entrecejo—. Muy bien. Es probable que me desobedezcáis en cuanto salga, así que quitárselo ahora.
Chilagun sonrió. Chimbai empezó a desatar las tiras de cuero que rodeaban las muñecas de Temujin.
—Escúchame, Temujin —le advirtió Sorkhan-shira—, si haces un movimiento para escapar, volverás al yugo y recibirás el peor castigo de tu vida.
Chimbai aflojó el "kang", separó las piezas y lo levantó de los hombros de Temujin. El rostro del muchacho estaba tenso de dolor cuando bajó los brazos; tenía las muñecas en carne viva a causa de las ligaduras.