Khadagan oyó un ruido metálico cuando algo golpeó contra el fogón.
—Admito que sentía lástima de él —dijo Sorkhan-shira—. Algo natural, dado el estado en que se encontraba. Cuando me tocó custodiarlo apenas si le quedaban fuerzas.
—Pues no le faltaron cuando desmayó a su guardia.
Sorkhan-shira volvió a reírse.
—Un muchacho de la mitad de su tamaño podría haber dado cuenta de un tipo tan débil como ese guardia, aun uncido al "kang". Acomodemos esos almohadones y descansad un momento… merecéis un trago por tomaros tanto trabajo.
—Volveremos por el trago en otro momento —dijo un hombre de voz grave—. Targhutai descansará mejor cuando sepa que todo el campamento ha sido inspeccionado. Entonces podremos dejar de buscar a ese condenado muchacho.
Dos de los hombres salieron a revisar el carro que estaba detrás del "yurt". Khadagan mantuvo los ojos bajos mientras su padre salía de la vivienda con los otros tres. Todos se acercaron al carro.
—Será mejor que lo revisemos —dijo el hombre de voz grave.
A Khadagan se le cerró la garganta. Khagar la aferró con mayor fuerza.
—Ahorraos el trabajo —dijo su padre. Su mano asió la lanza; la clavó en la lana y luego la extrajo.
Los tres Taychiut esbozaron una mueca.
—Tenemos órdenes —dijo uno de ellos.
Empezaron a sacar lana del interior del carro, arrojándola al suelo. Sorkhan-shira se apoyó en una rueda y se atusó los largos bigotes a medida que crecía la pila de lana a sus pies. Khadagan sintió otra mano que la tomaba del hombro y alzó los oios para ver el rostro tenso y pálido de Chimbai.
Uno de los hombres suspiró, se incorporó y se enjugó el sudor de la frente.
—Un trabajo pesado, con este calor —murmuró Sorkhan-shira—.
El hombre asintió.
—Y un esfuerzo inútil, si quieres que te lo diga —acotó—. ¿Cómo podría alguien estar vivo sepultado entre toda esta lana?
Otro montón de lana cayó al suelo; el carro pronto estaría vacío.
—Tiene razón —dijo el hombre mientras los otros dos Taychiut volvían después de haber revisado la parte trasera de la tienda. Hemos terminado aquí.
—Habéis desordenado mi "yurt" —dijo Sorkhan-shira—, y ahora dejáis toda mi lana desparramada por tierra.
El hombre de voz grave se encogió de hombros.
—No podemos ayudarte, amigo. Tenemos que terminar antes de que anochezca.
Los cinco hombres fueron hacia sus caballos. Khadagan tomó la mano de su padre y se la apretó.
—Tenemos trabajo que hacer —susurró él—. Khadagan, hay que poner en su lugar toda esta lana y nuestras pertenencias, y después tú y la vieja Khaghar herviréis un cordero. Hijos, venid conmigo. Es hora de que pongamos en camino a nuestro protegido.
Era de noche cuando Sorkhan-shira regresó y mandó a Chimbai a buscar a Temujin.
—Targhutai está furioso —dijo—, pero está convencido de que el pájaro fugitivo ha muerto o se encuentra gravemente herido. También le queda el consuelo de creer que ninguno de sus seguidores protegió a ese pichón.
Una vez que el muchacho se marchara estarían a salvo, pensó Khadagan. Temujin sería libre. Ella no creía que volviera a verlo; la vida a la que debería enfrentarse ahora no sería fácil. Temujin podía desaparecer y acabar convertido en otro de aquellos parias sin nombre que la estepa se tragaba y cuyos huesos se perdían para siempre.
Entró Temujin, seguido de Chimbai. El rostro del muchacho estaba sonrojado y se movía con dificultad; era un milagro que el calor no lo hubiera vencido.
—Se está nublando —dijo Chimbai.
Sorkhan-shira asintió.
—Eso facilitará la huida de nuestro protegido. —Puso una mano sobre el hombro de Temujin—. Casi nos matan a todos por ti. Podríamos haber terminado como las cenizas del fuego. Hoy sentí que la muerte me rondaba.
Temujin rozó la mano de Sorkhan-shira.
—Algún día serás recompensado por lo que has hecho.
—Tenerte lejos de aquí será suficiente recompensa.
Chimbai y Chilagun abrazaron por turno a Temujin. El muchacho de ojos pálidos hizo una reverencia a Khagar.
—También te lo agradezco a ti, anciana. —Miró luego, volviéndose hacia Khadagan—: Recuerda lo que te prometí.
Ella bajó los ojos. Cuando volvió a alzar la vista, Temujin había desaparecido.
Dijo Temujin:"Era tan sólo un insecto huyendo en busca de cobijo,y esta montaña me dio refugio. Era tan sólo un bicho que reptaba por la tierra, y el espíritu que mora aquí me dio la vida".
Dei Sechen dijo:
—Estás envejeciendo, hija.
Bortai se puso tensa, pues sabía lo que vendría a continuación.
—Estás envejeciendo dentro de mi tienda. —Su padre estaba borracho, y la regañaba desde su cama—. Algunos dicen que ya ni siquiera puedo dominar a mi hija. Tienes diecisiete años, Bortai… ¿Cuánto tiempo más esperarás?
Ella miró a su hermano. Anchar estaba inclinado sobre las flechas que estaba armando. Shotan guardaba silencio mientras se afanaba en torno al fogón.
—Esperaré hasta que mi prometido venga a buscarme —dijo Bortai.
—¿Y cuándo será eso? —suspiró Dei—. He sido paciente. He permitido que me convencieras, y he rechazado a pretendientes con muchos rebaños sólo porque no podía soportar tus lágrimas.
—Hice una promesa —dijo la joven—, y tú también la hiciste. Temujin está esperando hasta tener más cosas para ofrecerme.
—Te engañas, muchacha. Está muerto, o te ha olvidado.
—Ya podrías estar casada —murmuró Shotan—. Tu belleza no durará eternamente.
Bortai alzó la cabeza, consternada; hasta entonces su madre siempre la había apoyado. Incluso Anchar, que solía ponerse de su parte, no decía nada. Podía sentir que la furia de su padre iba en aumento.
—Todavía soy joven —dijo Bortai—. A mi edad, muchas aún no se han casado.
—Cuanto más esperemos —dijo Dei—, tanto menos conseguiré a cambio de darte como esposa.
Bortai sabía que se estaba mostrando terca. Si los ojos de alguno de los hombres que la habían pedido hubiera poseído la luz que ella había visto en los de Temujin, tal vez habría dado su consentimiento.
Todo lo que podía recordar de Temujin eran sus ojos. Quizá para él ella sólo fuese un recuerdo desvaído; probablemente creyera que se había casado con otro.
Pero ella había hecho su juramento, y los espíritus le habían enviado un sueño. Si él hubiese muerto, ella lo habría sabido de algún modo.
—Tu madre ha cosido tu túnica nupcial —dijo Dei—. Espera ansiosa el día en que pueda bordar tu abrigo. —Hizo una pausa—. Me gustaba el muchacho. Te entregaría a él si viniera, pero no esperaré más tiempo.
Bortai hizo un esfuerzo y lo miró a los ojos.
—Hice una promesa —dijo.
Él le dio una bofetada.
—¡Terminarás con esto! —le gritó—. Te casarás con el primer hombre que me parezca adecuado. Lo juro… aunque deba golpearte y arrastrarte a tu propia boda, lo haré. Cuando llegue el verano estarás casada.
—Me casaré con Temujin.
Dei aferró una de sus trenzas y volvió a golpearla. Ella soportó los golpes, sin protegerse. "Él vendrá a buscarme —pensó desesperadamente—, tiene que venir".
Los agudos chillidos de las marmotas llenaban el aire. Khasar se irguió en los estribos mientras Temujin soltaba su halcón, que se elevó para después lanzarse sobre una marmota que huía.
Borchu soltó una carcajada; el joven Arulat había adiestrado él mismo al pájaro antes de dárselo a Temujin. El halcón agitó las alas y su pico se hundió en la presa.
Temujin y Borchu cabalgaron hacia el pájaro. Un viento frío soplaba desde las nevadas montañas del oeste, haciendo que Khasar se tambaleara en la montura. Retazos de verde punteaban la tierra frente a él; hacia el norte, se divisaba el distante macizo de Burkhan Khaldun, en la cordillera Kentei que marcaba el límite entre el bosque y la estepa.
El halcón voló a posarse en la muñeca de Temujin, quien le dio un pedazo de carne mientras Borchu colgaba el cuerpo de la marmota de su montura. Temujin puso la capucha al halcón, después envolvió la correa alrededor de su muñeca. Borchu volvió a montar en su caballo. El joven pasaba más tiempo en el campamento de Temujin que en el de su propio padre. Khasar prefería a Arulat antes que a Jamukha, aunque jamás se lo habría dicho a su hermano.
No habían visto a Jamukha durante casi un año, especialmente porque ahora el "anda" de Temujin tenía que gobernar a su clan. Jamukha había hablado de unir ambos campamentos, pero Temujin había querido reunir más seguidores antes de hacerlo. En una ocasión Jamukha se había mostrado descuidado y había llamado a Temujin "hermano menor", como si fuera su vasallo.
Borchu era diferente. Su juramento de amistad parecía tan sólido como un lazo de "anda", y su riqueza no era más que una fuente de obsequios para su camarada.
Khasar cabalgó lentamente hacia los otros. Todavía se maravillaba de la manera en que Temujin era capaz de enfrentarse a los peores infortunios y aprovecharlos para su propio beneficio. Recordó cómo se había reído su hermano ante las lágrimas de su madre cuando se había reencontrado con la familia nuevamente, después de que huyera del campamento de Targhutai.
Incluso la amistad de Borchu había surgido del desastre. Poco después de que la familia se mudara al valle del río Senggur, unos ladrones los habían atacado, robándoles los ocho caballos que les quedaban. Si los ladrones no se habían llevado la yegua amarilla que Temujin había traído del campamento Taychiut, se debía a que Belgutei había salido a cazar y se la había llevado.
Temujin insistió en perseguir él solo a los ladrones. En el camino, encontró a Borchu, que había visto pasar a unos hombres con seis caballos grises. De inmediato, el Arulat le prometió a Temujin que le ayudaría a recuperar los caballos.
Era bueno tener a Borchu de aliado, y no sólo porque desde el principio había sido para Temujin un amigo valiente y confiable. Su padre era Nakhu el Rico, jefe de los Arulat. Nakhu Bayan tenía muchos rebaños y manadas y Borchu era su único hijo.
—Me gustaría conservar este halcón —estaba diciendo Temujin cuando Khasar se acercó—, pero se lo daré como regalo al padre de Bortai.
—¿Irás a reclamarla? —preguntó Borchu.
—Ya he esperado suficiente.
Khasar frunció el entrecejo; había tenido la esperanza de que su hermano olvidara a Bortai. Esa muchacha Onggirat difícilmente lo habría esperado tanto tiempo sin tener ninguna noticia suya.
Khasar sintió un familiar cosquilleo en la ingle. A él también le vendría bien una esposa.
Alzó la cabeza. Cinco jinetes, seguidos por seis carros y otros hombres montados que conducían un rebaño de ovejas, se acercaban al campamento desde el noreste. Eso significaba que más gente había decidido unirse a su hermano. El campamento era todavía pequeño, pero ya había más de veinte "yurts" al sur de las tiendas del propio Temujin. Los hombres lo seguían rumbo al desierto de Gobi para atacar a los viajeros desprevenidos que acampaban en los oasis. Temujin siempre distribuía la mayor parte del botín.
El joven hizo un gesto a Borchu.
—Debemos ir a recibir a esta gente —dijo.
Khasar trotó tras su hermano y el amigo. Las ovejas que traían los recién llegados aumentarían sus propios rebaños; por un tiempo no tendrían que robar más. Tal vez los que venían fueran otros jóvenes en busca de un nuevo jefe, que habían oído decir que el joven caudillo que había levantado su campamento junto al Senggur daba la bienvenida a todos los que llegaran como amigos y que era generoso con sus seguidores.
—¡Madre! —gritaba Temujin—. ¡Madre!
Hoelun dejó la prenda que estaba cosiendo cuando su hijo se acercó trayendo consigo a una anciana.
—Mira, nuestra vieja servidora ha regresado.
El rostro de Khokakhchin estaba aún más arrugado, pero Hoelun reconoció sus ojos oscuros y pequeños. Se puso de pie de un salto y abrazó a la anciana.
—Nunca creí que volvería a verte —dijo Hoelun, temblando y sollozando; las pardas mejillas de Khokakhchin también estaban surcadas por las lágrimas.
—Llegó aquí con algunos Khongkhotat —dijo Temujin—. Algunos de sus campamentos desean unirse a mí.
Hoelun lo miró.
—¿Es Munglik quien…?
—Los hombres partieron del campamento durante la noche. Khokakhchin-eke vino con sus mujeres.
—Hace dos años me dieron a un pariente de Munglik —murmuró Khokakhchin—. Munglik me dejó partir. Él no se unirá a vosotros, pero no nos impidió que lo hiciéramos.
—Tienes un lugar entre nosotros —le dijo Hoelun—. Siempre lo tendrás, vieja amiga.
—Llegas en un momento feliz —dijo Temujin—. Tengo intención de ir a buscar a mi prometida muy pronto, así que me verás casado. Ahora debo ocuparme de los hombres.
Abrazó a la anciana y se marchó.
Hoelun llevó a Khokakhchin al interior de la tienda y la acomodó en un almohadón.
—Temujin se ha vuelto muy alto y apuesto —dijo la anciana—. También Khasar. Hasta el joven Khachigun parece un hombre.
—Han tenido que hacerse hombres muy rápido. —Hoelun pareció desmoronarse repentinamente, y se apoyó en Khokakhchin—. ¿Qué fue lo que te trajo aquí, con los otros?
—Las historias del joven jefe que da la bienvenida a los seguidores de todos los clanes, cumple las promesas que les hace y les da la mayor parte de lo que consigue, aunque haya muy poco.
—Entonces nuestros enemigos también deben de haber oído esas historias —dijo Hoelun.
—También han oído que un jefe Jajirat aliado con Toghril se ha aliado a tu hijo. No creo que tengáis nada que temer por ahora.
Hoelun le contó brevemente lo ocurrido, todas las estaciones que habían pasado ocultos en los bosques y al pie de las montañas. Khokakhchin permaneció en silencio, con sus oscuros ojos cargados de solemnidad.
—Es toda una historia —dijo la anciana cuando Hoelun terminó el relato.
—Y ahora quiere ir a buscar a su prometida —dijo Hoelun—. Si ella se ha casado, sospecho que Temujin la raptará, aun a riesgo de su vida y la de sus hombres.
—¿Todavía le importa tanto esa muchacha?
—No lo sé —respondió Hoelun—. Creo que lo que más le importa es que le fue prometida. Temujin jamás renunciará a nada que considere suyo.
—Entonces dile que…
—¿Qué? ¿Que sus sueños son demasiado grandes para un jefe menor como él? ¿Que puede llegar a perder lo que ha ganado hasta ahora por una muchacha que probablemente lo ha olvidado? No puedo detenerlo si está decidido a ir por ella. —Hoelun suspiró—. Hasta ahora ha sobrevivido a todas sus penurias. Sospecho que cree que nada puede vencerlo.