Shotan y Bortai bajaron del carro; Temujin las condujo en presencia de su madre y las mujeres intercambiaron reverencias. El nombre de su madre era Hoelun. Bortai la miró con timidez mientras Hoelun Ujin y Shotan intercambiaban saludos formales.
—Que mi hija sea una digna esposa de tu hijo —dijo Shotan.
—Una bella muchacha —replicó la madre de Temujin—. Ya veo por qué mi hijo no la olvidó.
Bortai levantó la cabeza y miró a Temujin; vio la fiera luz de sus oios. Esa mujer había mantenido a su progenie con vida cuando todos los habían abandonado. "Nunca debo interponerme entre ellos —pensó Bortai—; debo ser digna de ambos".
—Bienvenida, hija —dijo Hoelun Ujin. Sonrió, pero sin alegría en los ojos.
Sentados en los espacios libres entre las tiendas, los seguidores de Temujin celebraron hasta la caída del sol. Bortai había bendecido a los espíritus del hogar de Hoelun-eke con unas gotas de "kumiss", y Shotan había entregado el abrigo de marta que había traído de regalo a la madre de Temujin. Las mujeres del campamento habían ayudado a Bortai a levantar su "yurt", cumpliendo el trabajo con lentitud, murmurando bendiciones para la esposa a medida que ataban cada panel a la armazón. La vieja criada de Hoelun-eke, Khokakhchin, había bendecido el fogón y encendido el fuego.
Los otros seguían festejando cuando Temujin se puso de pie, ayudó a Bortai a hacer otro tanto y saludó con una reverencia a su madre y a la madre de la joven. Las dos mujeres habían conversado fluidamente durante el banquete. Independientemente de lo que Hoelun pensara de Bortai, estaba claro que Shotan le agradaba.
Unos pocos hombres gritaron consejos a Temujin mientras el joven llevaba a Bortai hacia el "yurt". Junto a una hoguera, Belgutei recitaba algunos de los versos que había declamado delante de Dei; Bortai pensó en su antiguo campamento con una punzada de nostalgia.
Una luz suave brillaba en la entrada de la tienda. Bortai siguió a su esposo al interior, se arrodilló en el umbral y lo untó con un poco de grasa. Temujin murmuró una bendición, después se acerco al fogón y comenzó a calentarse las manos mientras Bortai cerraba la entrada.
—Cuando fui a reclamarte —dijo él—, mi madre temía por mí. Le dije que me esperarías, y ahora se da cuenta de que estaba en lo cierto. Llegará a amarte.
Ella avanzó lentamente hacia la cama, colocada en la parte posterior del "yurt". Su "ongghon", una talla de ubre de vaca, pendía sobre el lecho de un cuerno clavado en la armazón de madera. Bortai se quitó el tocado y después el abrigo mientras Temujin empezaba a desvestirse. Todo terminaría pronto; entonces ella sabría si su madre le había dicho la verdad.
Cuando se hubo quitado todo excepto la camisa, Bortai levantó la manta y se sentó en la cama.
—No —dijo Temujin—, la camisa también.
—Tendré frío.
—No, no lo tendrás. Quiero verte.
Ella se quitó la camisa y se acostó. Temujin se acercó al lecho con la camisa todavía puesta; la muchacha no podía ver los ojos de su esposo en la oscuridad. De pronto, él se tendió sobre ella, le separó las piernas y comenzó a musitar:
—Bortai. —La joven sintió su respiración en el oído.
La tocó con torpeza, algo duro se apretó contra su muslo, y abruptamente la penetró. Bortai sintió dolor y apretó los dientes. Los dedos de Temujin se clavaron en sus caderas y su peso la dejó sin aire. Él jadeó mientras se movía dentro de ella, gruñó y se estremeció mientras exhalaba un suspiro.
Salió de ella y rodó hasta quedar tendido a su lado. Bortai buscó la manta, atisbó los rastros de sangre en la parte interior de sus muslos y después se cubrió. De modo que eso era todo. No había sentido demasiado dolor, pero se preguntó cómo las mujeres podían disfrutar de ese acto. Tal vez Temujin estuviera tan desilusionado como ella. Tendría que satisfacerlo aunque no experimentara ningún placer, y complacerse con la idea de los hijos que él le daría. Cerró los ojos; había concebido demasiadas esperanzas mientras lo esperaba.
—Bortai —dijo él finalmente—, no sabía que no podría contenerme, que todo sería tan rápido.
Ella abrió los ojos mientras el brazo de Temujin le rodeaba la cintura; su nariz rozó levemente la de ella.
—Creí que habría más placer para ti —agregó el joven.
—No tuve tiempo de sentir nada.
—Todos los hombres dicen que es así como se debe tomar a la mujer, pues de lo contrario ella puede creer que es débil y burlarse de su esposo en secreto, y cuando te vi no pude contenerme. Pero… —Tragó saliva con dificultad—. Yo quería que fuera algo más.
Ella le acarició la mejilla.
—Si te gusto —le dijo—, eso es lo que importa. La próxima vez será más fácil para mí.
—Eso no basta. Quiero que me ames y que desees esto. Quiero que me desees, quiero saber que puedo darte placer. No soporto la idea de tener una esposa que me eluda y sólo haga lo que cree que debe hacer.
—A algunos hombres eso no les molesta.
—No soy como los otros hombres. Haré que me ames. —Sus palabras sonaron como si todo fuera una guerra, y tal vez lo fuera—. ¿Lamentas haberme esperado?
—No, jamás lo lamentaría. —Esta vez lo decía en serio; todos sus temores habían desaparecido.
Él llevó la mano de Bortai a su miembro, que crecía y se endurecía entre sus dedos; después la acarició torpemente, alisando el vello entre sus piernas y explorando su grieta. Ella se estremeció y supo que lo recibiría. Esta vez la penetró más suavemente, sosteniendo su propio peso sobre los brazos. Ella ardió mientras sentía que se tensaba en torno a él; Temujin la cogió del cabello y la obligó a mirarlo a la cara. Las pupilas de Temujin estaban dilatadas y le oscurecían los ojos.
Bortai sintió en su interior un profundo temblor que creció hasta convertirse en un latido; su cuerpo se arqueó de repente. Se movió debajo de él mientras un espasmo de placer la inundaba, y vio la feroz sonrisa de triunfo de su esposo.
Toghril estaba borracho. Khasar miró hacia la izquierda; el Kan Kereit se balanceaba en su trono de madera, acariciando todavía el abrigo de marta que le había traído Temujin. El rostro enrojecido del Kan brillaba de sudor mientras sus dedos aferraban codiciosamente la piel.
Belgutei, sentado a la derecha de Khasar, alzó un jarro y bebió. Temujin estaba sentado junto a Toghril Kan, en el sitio de honor. Toghril había enviado esclavos a buscar los caballos de sus huéspedes, pero no parecía dispuesto a dejarlos partir.
El Kan se incorporó; el abrigo de marta cayó a sus pies. Temujin se levantó, recogió el abrigo y lo depositó sobre el trono. Toghril lo abrazó mientras Khasar y Belgutei se ponían de pie.
—Estoy complacido —dijo el Kan con su voz resonante; los otros comensales permanecieron en silencio—. Me has traído el más rico presente, tú, el hijo de mi "anda". Y no hablo sólo de este abrigo, por rico que sea sino también de tu promesa de lealtad.
—Me honras —dijo Temujin—, al aceptarla y al decir que siempre serás un padre para mí. Te juro una vez más que nada se interpondrá entre nosotros.
—Mi promesa vive aquí —dijo Toghril al tiempo que se golpeaba el pecho con un puño—. Reuniré a todos los tuyos que se hayan dispersado y te los devolveré. Todos sabrán que el hijo de Yesugei es mi hijo. —El cuerpo robusto de Toghril se tambaleó. Temujin lo sujetó entre sus brazos, luego lo soltó.
—Me quedaría contigo —dijo el joven—, pero mis hombres aguardan mi regreso. —Hizo una reverencia mientras Khasar y Belgutei se dirigían hacia la entrada—. Te serviré fielmente, padre mío.
—Ve en paz, hijo —dijo el Kan.
Nilkha, el hijo de Toghril, entrecerró Ios ojos. Temujin retrocedió, sin interrumpir su reverencia; el Kan volvió a hundirse en su trono y se atusó los bigotes grises. Uno de sus sacerdotes cristianos hizo unos signos y entonó unas bendiciones mientras otro balanceaba un recipiente dorado que pendía de una cadena.
Un ancho tramo de peldaños se apoyaba en la gran plataforma con ruedas donde se alzaba el "yurt". Khasar aspiró profundamente el aire frío, aliviado por haberse librado del opresivo calor del interior y luego descendió rápidamente los peldaños. Dos muchachos esperaban con sus cuatro caballos, todos ellos cargados con los regalos de Toghril.
Temujin posó una mano sobre la montura de Khasar.
—Estoy tan ansioso de volver a casa como tú, pero quiero que postergues tu retorno por unos días.
Khasar se inclinó hacia adelante.
—¿Qué quieres que haga?
—Que vayas al campamento de Jamukha. Lo haría yo mismo, pero estoy muy impaciente por unirme a mi esposa.
Khasar sonrió.
—Lo entiendo, pero ¿qué quieres que haga allí?
—Jamukha también es vasallo de Toghril-echige, y cuando se entere de mi juramento de lealtad, puede sospechar de mis intenciones.
—¿Y por qué habría de preocuparse por eso? —preguntó Belgutei— Tu eres su "anda", no tiene ninguna razón para dudar de ti.
—Por cierto que no. —Temujin hizo un gesto de fastidio—. Pero sería prudente recordárselo. El apoyo de Toghril me reportará más hombres, y no quiero que Jamukha crea que eso me convierte en su rival. Si Toghril Kan cree que cualquiera de nosotros puede hacerse demasiado fuerte, es capaz de utilizarnos y enfrentarnos. Mi "anda" debe tener la seguridad de que nunca traicionaré nuestro vínculo.
—Seguramente lo sabe —dijo Belgutei—. ¿Tú dudas de él?
Temujin hizo un gesto de disgusto.
—No tengo dudas —dijo suavemente—. ¿Acaso puedo olvidar que Jamukha fue nuestro amigo cuando todos nos daban la espalda? Pero está acostumbrado a considerarme menos poderoso que él, y eso cambiará muy pronto. Hay que decirle que a pesar de ello nuestra relación seguirá como hasta ahora.
—Iré —dijo Khasar, aunque no le agradaba el viaje. Posiblemente Temujin no tuviera dudas, pero él sí.
—Dale una de las copas de oro del Kan —dijo Temujin—, y dile que vive en mi corazón.
Khasar encontró un pequeño campamento Jajirat junto al Onon. Los hombres le dijeron que el campamento principal de Jamukha Bahadur estaba más allá del valle del Khorkhonagh, y enviaron a un jinete para avisar al jefe Jajirat que Khasar estaba en camino.
Esa noche Khasar durmió en el campamento pequeño y por la mañana siguió viaje. Jamukha lo esperaba fuera de su círculo de tiendas con unos pocos hombres. Abrazó a Khasar con afecto y rápidamente lo condujo entre dos hogueras hasta su tienda. Después de despedir a sus hombres, el Jajirat entró con él en el "yurt".
Una joven que estaba de pie junto al fogón los saludó con una reverencia, otra más vieja se arrodilló.
—Mi esposa, Nomalan —dijo Jamukha.
Khasar saludó a ambas mujeres inclinando la cabeza.
—Me alegro por ti. Ignoraba que hubieras tomado una esposa.
—Nos casamos a principios de la primavera —respondió Jamukha. Luego se volvió hacia su mujer y con un gesto del brazo, dijo—: Déjanos solos.
La joven salió rápidamente con la cabeza gacha, seguida de la criada.
—Un hombre debe tener esposa —continuó Jamukha—, pero es una lástima que estas criaturas no puedan permanecer con las yeguas.
Khasar gruñó y trató de imaginarse a su hermano diciendo algo así sobre Bortai. Jamukha lo condujo a la cama y le indicó que se sentase frente a ella; después le alcanzó un jarro.
—Más tarde llamaré a mis hombres de confianza —dijo Jamukha mientras tomaba asiento—, pero ahora debes contarme todo sobre mi "anda".
Khasar le contó el viaje al campamento Kereit. El joven sonrió y asintió, aparentemente complacido por las noticias. Sus rostro se iluminó cuando Khasar le entregó la copa de oro y recitó los juramentos que su hermano y Toghril habían intercambiado.
—Me complace oírlo —dijo Jamukha—. Ahora los hombres formarán una piña alrededor de tu hermano, y otros jefes lo considerarán un igual.
—Pensé… perdóname si me equivoco, que en un tiempo abrigaste la esperanza de que Temujin te siguiera.
Jamukha soltó una carcajada.
—Que cabalgaría a mi lado, en todo caso. ¿Crees que podría considerar a mi "anda" inferior a mí? Sólo pensé en prestarle mi fuerza. —Cambió de posición en su cojín—. Me agrada que me lo hayas dicho, Khasar. Sólo lamento que mi "anda" no haya venido a decírmelo personalmente. Lo he echado mucho de menos.
—Tanto como él a ti. Su amigo Borchu, el hijo de Nakhu Bayan, vive ahora en nuestro campamento, y ha jurado no abandonar jamás a Temujin, pero ni siquiera él puede ocupar tu lugar en el corazón de mi hermano, por más que lo quiere.
Los ojos de Jamukha centellearon.
—Lo recuerdo con afecto. Tal vez él y tu hermano sean más íntimos que antes.
El tono un poco más frío de la voz de Jamukha hizo que Khasar se sintiera incómodo.
—Son buenos amigos. Por supuesto, no es lo mismo que un vínculo de "anda". Temujin nunca olvidará que fuiste su amigo cuando no tenía a nadie. —Bebió un poco de "kumiss"—. Él ansiaba venir aquí, pero sus obligaciones en el campamento y su nueva esposa se lo impidieron. Comprenderás por qué está impaciente por estar con ella, después de esperar tanto tiempo para reclamarla.
—¿Su esposa? —dijo Jamukha con suavidad.
—Bortai, la muchacha Onggirat que le fue prometida cuando ambos eran niños. Es tan bella como él dijo. Durante los primeros días que pasaron juntos, Temujin no salió de la tienda hasta que el sol estaba alto sobre el horizonte, y a menudo se la lleva dentro antes de la puesta del sol, los dos riéndose…
—Los hombres suelen comportarse como tontos cuando toman su primera esposa —dijo Jamukha con el rostro tenso y los ojos convertidos en dos rendijas—. Eso pasa.
Khasar se aclaró la garganta, pensando que a Jamukha debería haberle alegrado que su "anda" fuera tan feliz.
—Sólo es una mujer —dijo—, pero cuando veas su belleza comprenderás por qué la ama. Además es una buena esposa para Temujin.
—Una mujer es una buena esposa si hace su trabajo y engendra hijos fuertes. El resto poco importa. —Jamukha se puso de pie y fue a la entrada—. Llamaré a mis hombres —dijo.
—Te desafío a una carrera hasta los árboles —dijo Temujin.
Bortai miró a Borchu y a Jelme.
—No querrás que te derrote delante de tus amigos.
Borchu soltó una carcajada.
—Tal vez lo haga —dijo.
Bortai fustigó a su caballo con el látigo. El animal echó a correr; Temujin cabalgó detrás de ella y rápidamente acortó la distancia.