—Entonces tu vida no es tan mala —dijo Bortai.
—Es soportable —replicó Sochigil—. Aunque este Merkit es un miserable, debo admitir que me trata mejor que mi primer esposo. —La mujer se cerró su raído abrigo de piel de oveja—. Es una vida más fácil que la que llevé cuando los Taychiut nos abandonaron. —Sochigil se estremeció—. Debo irme —agregó, y se alejó a trompicones, llevando el cordero.
Al anochecer, Bortai y Khokakhchin separaron sus ovejas del resto y las condujeron de regreso al círculo de tiendas de Chilger. Un perro negro corría alrededor del rebaño, manteniendo unido el rebaño. El "yurt" de Chilger, que se levantaba junto con los de su familia en el extremo este del campamento, era uno de los más pequeños, y algunos de sus paneles de fieltro formaban parte del botín que Bortai se había visto obligada a traer del campamento de Temujin. Khokakhchin dejó los animales en un espacio libre entre la vivienda y el carro mientras Bortai llevaba los dos corderos más pequeños al interior.
Los animales se tendieron junto a la entrada; Bortai fue hasta el fogón a calentarse antes de quitarse su grueso abrigo de piel. Los corderos balaron débilmente; Bortai pensó que tal vez debería alimentarlos con un poco del mijo que tenía guardado. Sin duda Chilger la golpearía si morían, pero también era posible que la castigara por haber malgastado el cereal. De pronto, el dolor de cabeza se hizo más fuerte y se sintió invadida por un intenso acceso de náuseas.
—¡Bortai! —dijo Khokakhchin, entrando y bajando la cortina tras de sí—. Veo que otra vez no te sientes bien. —Cogió a la joven del brazo y la condujo hasta la cama situada en la parte posterior de la tienda—. Siéntate… yo me ocuparé del fuego.
Bortai se posó una mano sobre el vientre, esperando que las náuseas y los mareos cedieran.
—Me late la cabeza, y el suelo se mueve bajo mis pies. Debe de ser a causa de los golpes. Al parecer no he conseguido acostumbrarme.
—No seas tonta, niña. —Khokakhchin echó un poco de "argal" al fuego y luego volvió junto a la joven—. Sabes cuál es la causa de tu malestar… yo me di cuenta hace un tiempo. Llevas un niño en el vientre. No lo niegues más. —La anciana se sentó cerca de la cama—. Tal vez una parte de Temujin vive en ti.
—Ahora la tonta eres tú, Khokakhchin-eke. Esta criatura no puede ser de él.
La anciana sólo estaba tratando de consolarla. No había sangrado desde su captura, pero eso no significaba demasiado: el horror de los primeros días pasados entre los Merkit bien podía haber secado la sangre de su vientre. Si el niño fuera de Temujin, sus malestares habrían empezado antes, y sus pechos se habrían hinchado más temprano; sin duda la anciana lo sabía.
—Una cosa es segura —murmuró Khokakhchin—. Es un hijo tuyo. Llegarás a amarlo, y tu esposo Merkit sólo te haría la vida más dura si no le dieras ningún hijo. La anciana le palmeó el brazo—. Es probable que a partir de ahora sea más bueno contigo.
Bortai permaneció en la cama hasta que oyó voces de hombre por encima del gemido del viento. Entonces se levantó y fue hasta la entrada. Chilger siempre esperaba que ella fuera a recibirlo. El enorme cuerpo del hombre, que parecía aún más voluminoso a causa de los dos pesados abrigos, llenó la entrada. Colgó las armas, se sacudió la nieve del sombrero y luego le hizo una seña a la joven.
—Cazamos un alce dos días atrás —masculló—. La parte que me corresponde está fuera. Vé a buscarla.
—Yo iré —dijo Khokakhchin.
—¿Acaso mi esposa es incapaz de trabajar?
—Sufre el malestar que ataca a las mujeres embarazadas —dijo la anciana, mientras los pequeños ojos de Chilger se abrían cada vez más—. No es posible que sea una sorpresa tan grande para ti, amo. Buscaré la carne antes de que tus perros se den un banquete.
Khokakhchin salió. Chilger se quitó un abrigo; el que llevaba debajo tenía la piel hacia adentro, de modo que estuviera en contacto con su cuerpo. Se calentó las manos, después se quitó el segundo abrigo y entregó ambas prendas a Bortai.
Ella dejó los abrigos sobre un baúl y después alcanzó al hombre un jarro de "kumiss". Chilger se sentó en la cama, ignorando a Khokakhchin cuando entró arrastrando un cuarto trasero del alce y se arrodilló para cortarlo. Bortai se sentó a los pies de Chilger.
—¿Es verdad? —preguntó él finalmente—. ¿Vas a tener un niño?
—Sí. —Ella miró sus botas de fieltro—. Quería estar segura antes de decírtelo.
Él roció unas pocas gotas de "kumiss" y después dijo:
—¿Es mío?
Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos.
—Lo es —dijo, segura de que era verdad y sabiendo que él lo advertiría en su expresión.
Chilger se daba cuenta cuando su esposa le ocultaba algo; Bortai había aprendido a no mirarlo directamente a los ojos cuando no era sincera con él.
—Las mujeres sabemos de estas cosas. El niño es tuyo.
Chilger sonrió y se atusó el bigote.
—Las cosas serán mejores entre nosotros ahora que me darás mi primer hijo.
Ella bajó la vista con rostro inexpresivo.
—Espero que sea un hijo —dijo en un susurro para que Chilger no percibiera la amargura de su voz.
—Te deseé en cuanto te saqué a la rastra de ese carro —dijo él—. Después de haberte tomado, después de castigarte por intentar rechazarme, pensé que aprenderías cómo debían ser las cosas entre nosotros, pero todavía siento que te resistes.
Ella desvió los ojos para que Chilger no advirtiera todo el desprecio que sentía por él. Para aquel hombre la obediencia no bastaba, deseaba algo que ella nunca podría darle. Parecía un niño reclamando una recompensa, un niño que fingiera ser un hombre.
—No te golpearía tan a menudo —dijo—, si supiera que eres verdaderamente mía.
También se lo había dicho muchas veces. Bortai podría haber dejado de lado lo que él le había hecho al pie del Burkhan Khaldun; al fin y al cabo, en la guerra el victorioso siempre reclama su botín. No existía ningún lugar bajo el cielo donde los hombres —ni siquiera los más buenos— no se entregaran a los espíritus de la guerra. Ella podría haberlo soportado si Chilger hubiese sido menos exigente.
—Soy tuya —dijo la joven—. El hijo que llevo en mis entrañas te pertenece. ¿Qué puede unirnos más que eso?
Él bebió otro trago de "kumiss".
—Piensas que no te merezco —dijo—. Pertenecías a un jefe, y ahora desprecias lo poco que yo puedo darte.
Estas palabras eran inesperadas; ella se preguntó cómo podía responder. Seguramente él sabía que la riqueza de Temujin era escasa.
—Agradezco lo que tenemos —dijo—, y sin duda conseguirás más en el combate. Todavía eres joven, poco más grande que mi esposo…
Advirtió de inmediato su error, justo antes de que la bota del hombre la golpeara en las costillas. Bortai gritó y rodó por tierra, arañando el fieltro.
—¡Yo soy tu esposo! —rugió Chilger antes de ponerla de pie con violencia—. ¡Ahora eres mi mujer, no la de él! —Cogió a Bortai por una de las trenzas y le echó la cabeza hacia atrás. Khokakhchin intentó detenerlo; él la alejó de un golpe y después arrojó al suelo a Bortai.
—¡Basta! —gritó la anciana—. ¡Piensa en tu hijo! ¿Acaso quieres perderlo?
Chilger dio un paso atrás. Bortai se sentó; Khokakhchin la protegió con su cuerpo.
—Tú, con tus palabras, me obligaste a esto —masculló él.
Bortai se apoyó en la anciana, temiendo vomitar; él la golpeó todas maneras, a pesar del niño.
—Tráeme la cena —dijo Chilger.
Ella se puso de pie y se dirigió tambaleándose hacia el fogón. Un respiro, hasta que unas palabras inadvertidas o una expresión incorrecta hicieran que montase en cólera otra vez.
El aroma de los pinos impregnaba el oscuro bosque. Jamukha podía percibir la respiración de los jinetes que lo rodeaban mientras avanzaban lentamente hacia el campamento Merkit. Sus piernas se cerraban en torno a su caballo favorito, un corcel de guerra con una rayar negra en el lomo. Inhaló el aire frío y aromático. Esto era lo que lo hacía vivir: los preparativos de una batalla, la anticipación de la victoria. Cuando Khasar y Belgutei llegaron a pedirle ayuda, supo que debería combatir.
La última antorcha utilizada para hacer señas a sus hombres se extinguió. Sobre los árboles brillaba la luna llena, cuya pálida luz baña las ramas del sendero. Toghril Kan y sus Kereit se aproximaban desde el este, mientras los seguidores de Temujin avanzaban por el centro; el ejército de Jamukha constituía el ala izquierda de la fuerza de ataque. Temujin, ante su sorpresa, había reunido casi un millar de hombres. Con los dos mil comandados por Toghril y su hermano Jakha Gambu, y los tres mil soldados deJamukha, tenían fuerzas más que suficientes para ocasionar grave daño a los Merkit.
Se tambaleó cuando su caballo tropezó con una gruesa raíz. A pesar del frío, los arbustos de rododendros estaban florecidos y los capullos de orquídea se apiñaban en la tierra primaveral.
No se trataba de una guerra a causa de una mujer. El robo de su esposa le había dado a Temujin una excusa para conseguir más de lo que poseía, para pedir a Toghril y a Jamukha que cumplieran las promesas que habían hecho. Khasar había hablado conmovedoramente acerca de la herida sufrida por el corazón de su hermano, pero en realidad era el orgullo de Temujin el que estaba herido. El nombre de Bortai podía ser utilizado para reunir hombres, pero la mujer no tenía importancia por sí misma.
El jinete que iba delante disminuyó el paso; las manos deJamukha se cerraron en torno a las riendas. Antes de enviar a Khasar y Belgutei a su campamento, Temujin había ido a ver a Toghril para asegurarse de que podía contar con su ayuda. Su "anda" había demostrado ser astuto al conseguir primero la ayuda de su aliado más fuerte pero menos confiable, y Toghril había prometido luchar sólo si Jamukha se unía a ellos y accedía a comandar todos los ejércitos. Temujin debió de tener dificultades para persuadir al Kan, pero Toghril se habría mostrado débil si se hubiese negado a hacer honor a su juramento. Sin embargo, podría haberse retractado si Jamukha se negaba a actuar, y Jamukha sería el culpable si la campaña era un fracaso.
Él había sabido todo esto, pero le había dicho a Khasar que convocaría a otros jefes para ir en auxilio de Temujin. Lamentaba la desdicha de su "anda", pero eso también le confería mayor poder sobre éste. Una victoria fortalecería el lazo entre ambos y haría que Temujin se mostrase agradecido con él.
Jamukha se sentía feliz. Mientras planeaba la campaña veía a los soldados y sus movimientos como si los observara desde arriba; ahora era un halcón dispuesto a caer en picado sobre la presa.
Tan sólo una demora había entorpecido sus planes. Había esperado durante tres días más de lo previsto en la boca del Onon, donde las fuerzas de los Kereit y las de Temujin debían reunirse con él. En cuanto divisó a los hombres de su "anda" advirtió el motivo del retraso. Eran poco más que jóvenes pastores que se habían unido a un nuevo líder con la esperanza de obtener riquezas; Jamukha dudaba de que hubieran combatido en muchas batallas. Pero ver nuevamente a Temujin había aplacado su furia, y a pesar de lo que fueran, sus hombres le obedecían sin vacilar.
Habían cruzado los montes Kumir, sin acobardarse ante una tardía tormenta de nieve, antes de separarse en grupos más pequeños para cruzar el río Kilga en improvisadas balsas de juncos. Unos pocos habían caído en el camino, pero ninguno había desertado; Temujin había convertido a esos hombres en un ejército.
Jamukha oyó unos susurros. El hombre que cabalgaba delante se volvió hacia él.
—Bahadur —le dijo el guerrero rápidamente—, han divisado al enemigo. Los Merkit están huyendo de su campamento.
Jamukha soltó un juramento.
—Déjame pasar —dijo. Se adelantó hasta el límite del bosque, seguido de su tambor. Sobre su cabeza, en el cielo, pendía la luna llena y se movían bandas de luz de brillantes colores; eran los espíritus que danzaban en las Puertas del Cielo. Unas figuras diminutas salían corriendo de la masa oscura de los "yurts"; un grupo de jinetes huía hacia el oeste siguiendo el curso del Uda. Jamukha apretó los dientes. Sus hombres habían perseguido y matado a los pocos pescadores y tramperos que habían visto, pero otros sin duda habrían conseguido huir y dar la voz de alarma.
Temujin y los Kereit aguardaban su señal. Él había planeado caer sobre los Merkit mientras dormían y rodear el campamento antes de que pudieran escapar u organizar una defensa; Temujin no deseaba que su esposa sufriera ningún daño si es que estaba allí.
Era demasiado tarde para preocuparse por la mujer.Jamukha alzó su lanza; el soldado que estaba a su lado comenzó a tocar el "naccara". Otro tambor de guerra se hizo eco del primero mientras Jamukha gritaba y fustigaba su montura. Los jinetes surgieron de entre los árboles. Los redobles de tambor fueron engullidos por el atronar de los cascos y los gritos de los guerreros.
Chilger subió a Bortai al carro mientras Khokakhchin uncía el buey. La gente pasaba corriendo en busca de sus caballos; otros huían a pie siguiendo el curso del río. En la llanura, a lo lejos, Bortai distinguió los estandartes de Toghota Beki y de Dayir Usun que flameaban por encima de los jinetes. Dayir Usun había llegado con algunos hombres esa misma mañana; ahora debía alertar a los de su campamento.
—Id hacia el oeste, hacia los abetos —gritó Chilger—. Cruzad el río en dirección a Baikal. Más tarde me reuniré con vosotros.
Toda su solicitud era por su hijo, no por ella. Bortai sintió una patada dentro de ella y se cubrió el vientre con la mano.
Khokakhchin subió al carro. Se oyeron los gritos de la madre de Chilger, que se volvió, apartó a dos mujeres de un codazo y corrió hacia los caballos.
—¡Corred para salvar vuestra vida! —gritó Chiledu, aunque todo el campamento ya estaba despierto.
Khokakhchin dio un latigazo al buey. El carro se puso en marcha siguiendo a otros en dirección al río.
Bortai se cubrió el vientre hinchado con las manos y se estremeció de frío. Su larga túnica estaba tensa sobre su abdomen; sólo había tenido tempo de coger una capa después de que su anciana criada la ayudase a calzarse las botas. Súbitamente sintió miedo por ella misma, miedo de lo que podría ocurrir si su hijo nacía demasiado pronto.
El carro sufrió una sacudida al pasar sobre una rodera. Bortai gimió. El sonido se hizo más atronador; gritos de guerra se alzaban por encima del ruido de la multitud. Los espíritus de la luz saltaban en el cielo; hacia el sur, unas llamas brillantes se acercaban al campamento.