Jamukha y Temujin alzaban las rodillas al bailar. Los dos no podían ser Kanes. Un único sol brillaba en el cielo, un pueblo sólo podía tener un Kan. Hoelun sintió que los espíritus danzaban con los dos hombres bajo el árbol, que el mismo Khutula estaba allí, repitiendo su antigua danza. Llegado el momento, sólo un Kan gobernaría. Los espíritus de los ancestros de Temujin seguramente lo favorecerían; durante el banquete, ella quemaría grasa en las llamas de una hoguera para alimentar a esos espíritus. Hoelun bajó la cabeza y rogó que fuera su hijo el que gobernara.
Jamukha estaba sentado bajo el árbol, mirando hacia el sur, en dirección al campamento iluminado por la luna. A excepción de los guardias, los jinetes que vigilaban los rebaños en la llanura situada al pie de las montañas Khuldaghar y unos pocos celebrantes que se dirigían a sus tiendas, todo el pueblo dormía.
Temujin se movió a su lado, hundido en el inquieto sueño de la borrachera. Las yeguas que ambos se habían obsequiado pastaban un poco más abajo, al cuidado de Jelme.
Ahora ambos hombres estaban unidos; habían bailado y bebido con sus guerreros, se habían sentado juntos en el sitio de honor.
Más allá del gran árbol que los protegía, los fuegos del campamento del cielo centelleaban. El tío de Temujin, Daritai, había cantado las proezas de Khutula Kan mientras bailaban, pero había agregado un nuevo verso a la canción: "En el Cielo —había entonado—, hay un sol y una luna". Con esas palabras los había honrado a ambos. Gobernarían juntos, serían los primeros entre todos los jefes.
Temujin gruñó, después se quitó la manta con la que Jamukha lo había cubierto.
—Me arde la garganta —dijo. Jamukha le alcanzó un jarro —. ¿Cuándo hemos vuelto aquí?
—Al atardecer —le respondió Jamukha.
—Debo de haber bebido más de lo que recuerdo —dijo Temujin. Se sentó y puso un brazo sobre sus rodillas. Jelme los miró. Jamukha no deseaba ir al "yurt" donde su esposa Nomalan buscaría sus atenciones como un perro que esperaba que le dieran algún resto.
—Jelme espera tus órdenes —masculló Jamukha.
Hacía algunos días que Temujin no dormía con Bortai y pensó que ya era hora de regresar a su lado. Algunos todavía murmuraban que Jochi no era hijo suyo, pero sabían que si Temujin los oía eran hombres muertos. Su "anda" había pensado en Bortai al rechazar su parte de las más hermosas mujeres Merkit. Al parecer no era suficiente que la hubiera rescatado, sino que tenía que demostrar que no había perdido su estima. Jamás mujer alguna había sido honrada de ese modo.
A Jamukha la bebida lo ponía de malhumor. Había aceptado las cautivas que le correspondían como parte del botín para que sus hombres no sospecharan de él. Algunos podían solazarse con niños o jóvenes cuando estaban lejos de sus esposas, y otros violaban muchachos después de los ataques para inspirar miedo y hacer evidente su triunfo, pero todos despreciarían a un hombre que prefiriera eso a yacer con una mujer. Ahora deseó haber dado las muchachas Merkit a sus generales; podría haber parecido un gesto de generosidad, como el de Temujin.
Su "anda" le tendió su jarro, para que bebiera. Jamukha sacudió la cabeza.
—Jelme se quedará allí sentado toda la noche si no le dices que se marche —dijo.
Temujin se puso de pie, bajo la colina con paso inseguro y después regresó junto a Jamukha.
—Quiero dormir aquí —dijo—, bajo el árbol, donde hicimos nuestro juramento.
El malhumor de Jamukha se disipó.
—También yo —respondió.
Temujin gritó una orden a Jelme. El Uriangkhai cogió las riendas de las yeguas y se dirigió hacia el campamento.
—Podrías haberle dicho que se fuera más temprano —dijo Temujin mientras volvía a sentarse—. Ahora también eres su jefe. Debía de estar deseando reunirse con la mujer que le di de mi parte del botín.
Temujin bebió. Estaban cerca del campamento, de modo que no habría peligro en pasar la noche allí. Jamukha no había visto rastros de depredadores, y sentía que los espíritus que habían invocado aún seguían junto a ellos, protegiéndolos.
Pensó en lo que les esperaba. Era probable que más clanes y tribus desearan unirse a ellos; los que pensaran de otra forma serían sometidos. Los Merkit dispersos probablemente se reagruparían y quizá fuera necesario emprender otra campaña contra ellos. Los tártaros tal vez atacaran si empezaban a temer a los clanes mongoles. Temujin y él ya habían hablado antes de todo eso.
Temujin terminó su "kumiss", después se tendió bajo la manta, dejando la mitad libre para que se cubriera Jamukha.
—Cuando saliste en mi defensa la primera vez que nos encontramos, supe que eras mi amigo —dijo Temujin con la voz levemente aguardentosa por la bebida—. Nunca dudé de que me ayudarías a combatir a mis adversarios, porque recordaba al muchacho que me hizo un juramento cuando mi familia estaba sola y sin amigos.
Jamukha se tendió junto a él y se cubrió con la manta. Así habían dormido cuando eran muchachos, en una sola cama, con una sola manta para los dos. Una nostalgia feroz lo invadió al recordar aquellas noches. Temujin había aceptado sus caricias entonces, satisfecho con la manera en que ambos podían darse mutuo placer con las manos, pero tal vez ahora lo considerara un juego de niños, algo que se dejaba de lado al crecer.
Con un brazo rodeó la cintura de su amigo. Su "anda" suspiró, pero no intentó liberarse. Los unía un lazo sagrado; cualquier cosa que hicieran ahora en el lugar donde habían proclamado su hermandad sólo serviría para fortalecer el vínculo. Él tendría el amor más puro que quería, y Temujin estaría aún más cerca de su "anda".
Jamukha bajó la mano. El miembro de Temujin ya estaba erecto. Deslizó los dedos debajo del pantalón y su mano fuerte y callosa rodeó el pene de su amigo. Temujin no había olvidado.
Al cabo de unas pocas caricias Jamukha derramó su semilla y gimió cuando sus dedos apretaron el miembro de Temujin. Éste jadeó y su semilla mojó la mano de su "anda". Ahora ya no necesitaba otra cosa; por un tiempo podían compartirse de este modo, hasta que los Noyan elevaran a Jamukha al lugar de Khutula. Sin duda lo elegirían a él, pero Temujin estaría siempre a su lado. Entonces, sería suyo por completo, le juraría lealtad y se entregaría a él.
Abrazó a su amigo hasta que supo que se había dormido. Ahora que se habían hecho esa mutua ofrenda nada podía separarlos. Eran una sola persona.
Dijo Jamukha: "Si acampamos junto a las montañas, los que se ocupan de los caballos y el ganado tendrán alimentos. Si acampamos junto al río, los que crían ovejas las verán engordar".
Jamukha montó a caballo mientras dos hombres conducían al mensajero Khongkhotat al campamento. Había estado recorriendo el campo de pastoreo cuando su primo Taychar lo alcanzó.
—Cuándo me darás lo que quiero? —gritó Taychar.
—Cuando mi "anda" y yo lleguemos a una decisión —respondió Jamukha.
La boca de Taychar se puso tensa bajo su delgado bigote.
—Tal vez debería hablar con Temujin y no contigo —dijo—, ya que no haces nada sin su consentimiento.
Jamukha alzó el látigo y azotó a su primo en el pecho. Taychar gimió de dolor, pero permaneció montado.
—Cuida tus palabras —dijo Jamukha—. Temujin no hace nada sin mi consentimiento, y me necesitas para que hable en tu favor.
Taychar le dirigió una mirada furiosa.
—Muy bien —masculló antes de alejarse.
Ese invierno, la paciencia y la obstinación de Temujin habían comenzado a irritar a Jamukha. Siempre parecía prevalecer su opinión. Temujin era quien elegía el lugar en que debían acampar, conducía las cacerías, y decidía qué hombres debían tener mayor autoridad, asegurándose siempre el consentimiento de Jamukha. Taychar sólo había expresado lo que otros pensaban.
Se levantó viento; unos muchachos practicaban tiro con arco lanzando sus flechas contra un árbol. Khasar los acompañaba y Temujin estaba cerca de ellos, con Borchu y Jelme. El hermano menor de Jelme, Subotai se adelantó cuando le tocó el turno. El viento y el polvo dificultarían el disparo, pero Subotai, a los diez años, exhibía con su arco la misma pericia de Khasar. El niño apuntó; su flecha voló hacia el árbol y se clavó en el tronco.
—¡Muy bien! —gritó Jelme, y Khasar palmeó la espalda del muchacho.
Jamukha hizo una seña a Temujin, su "anda" se acercó a él, seguido de Jelme y Borchu.
—Ha llegado un mensajero Khongkhotat —anunció Jamukha—, enviado por tu viejo amigo Munglik.—Los ojos de Temujin se entrecerraron—. Creo que Munglik pretende unir su campamento al nuestro.
Temujin asintió. A pesar de los viejos lazos que lo unían a la familia de Temujin y de su alianza con Jamukha, el jefe Khongkhotat había tenido mucho cuidado de no hacer nada que pudiera irritar a los Taychiut. Munglik, que era un hombre cauteloso, pretendía ahora aliarse a ellos abiertamente; era señal de que respetaba su fuerza creciente.
Borchu frunció el entrecejo.
—Munglik hizo muy poco por ti en su momento.
—Hizo lo que pudo —respondió Temujin—, y si quiere unirse a nosotros, lo recibiré de buen grado.
Temujin, pensó Jamukha, era siempre muy razonable. Jamás permitiría que un viejo resentimiento lo privara de un aliado.
—Tendremos que hablar juntos con el Khongkhotat —dijo Jamukha—. Ya debe de haber pasado entre las hogueras. Tal vez Borchu y Jelme puedan adelantarse y avisarle que estamos de camino.
Temujin hizo un gesto a sus camaradas. Ambos partieron al galope rumbo al campamento; Jamukha y Temujin los siguieron al trote. Jamukha miró a su "anda" . La noticia de la llegada de Munglik lo había puesto de buen humor; tal vez considerase el pedido de Jamukha.
—Mi pariente Taychar me ha hablado —dijo el Jajirat, al tiempo que espantaba las moscas que zumbaban alrededor de su cabeza—. Le parece que debería tener el mando de un "mingghan".
—Lo sé —respondió Temujin—. Se queja de eso demasiado a menudo.
—Quisiera concederle lo que pide, o al menos prometerle el mando de mil hombres para más adelante.
—Ya está al mando de cien.
—Desea un "mingghan" —replicó Jamukha—. Diste esa autoridad a Borchu y a Jelme, y se la prometiste a Khasar y a Belgutei. Les prometiste que cada uno mandaría un "taman" cuando tuvieras diez mil hombres para darles. Yo accedí, y ahora quiero que mi primo reciba lo mismo. Demostró ser buen guerrero en la campaña contra los Merkit.
Temujin lo miró con ceño.
—Es demasiado temerario. Se lanza de cabeza al ataque y pierde más guerreros de los que debería. Deja que demuestre que puede comandar sus cien hombres antes de prometerle el mando de mil.
El rostro de Jamukha enrojeció.
—Elevas a dos que no son tus parientes, y después te niegas a…
—¿Por qué dices eso? —lo interrumpió Temujin en voz baja—. ¿Acaso puedo negarle algo a quien es mi "anda" y mi igual? —Los caballos iban ahora al paso—. Si deseas honrar a Taychar, yo no puedo impedírtelo. Simplemente decía que tal vez no esté listo para tener tanta autoridad.
Jamukha luchó por controlarse. Temujin le permitiría hacer lo que quisiera, pero todos sabrían que tenía dudas acerca de Taychar. Qué astuto era Temujin, tan ansioso por demostrar que el vínculo entre ellos era inquebrantable, tan rápido para dejar de lado cualquier queja de Jamukha. Él sabía que esas quejas existían, que otros se quejaban a Temujin de su carácter e imprevisibilidad, y que Temujin los silenciaba. No entendían que el temor a un jefe era útil, que la incertidumbre con respecto a la decisión del líder podía conseguir la obediencia de los hombres. Qué justo era Temujin, y qué hábil para hacer que los demás creyeran que sus éxitos le pertenecían, en tanto que los fracasos siempre eran de Jamukha.
—La valentía de Taychar está fuera de toda duda —continuó Temujin—, y un hombre debe ocuparse de su familia. Pero no le harías ningún bien ascendiéndolo antes de que esté preparado para ello.
En todo lo que decía, y por amablemente que lo dijera, Temujin le hacía sentir que estaba equivocado. Aceptaría la decisión de Jamukha, y después, si Taychar fracasaba como Mingghan-u Noyan y general, le recordaría el error que había cometido.
—Le diré a mi primo —respondió Jamukha—que no hemos rechazado de plano su pedido. Que tal vez más adelante…
—También podrías decirle que un hombre debe confiar en el juicio de sus jefes. Taychar es impaciente. Jelme y Borchu no pidieron el mando.
La manos de Jamukha se cerraron con fuerza sobre las riendas. Temujin había insultado a su primo y le había dado a entender que su propio juicio era más confiable que el de él.
De pronto, su "anda" sonrió, y por un momento pareció un muchacho.
—Eres como un bravo potro —murmuró Temujin—, y tienes tanto ímpetu que a veces te domina. Me transmites un poco de ese ímpetu y yo debo atemperarte con mi cautela. Si no estuviéramos juntos, los dos perderíamos mucho.
Esas palabras estuvieron a punto de volver a despertar la furia de Jamukha. Un potro era domado por el hombre que lo adiestraba; Temujin se designaba como el domador de Jamukha. Tragó saliva con dificultad, y después se obligó a devolverle la sonrisa.
El Khongkhotat hizo un discurso jurando amistad, después ofreció pieles y pañuelos como regalo. Cuando llegaron los hombres que Temujin y Jamukha habían convocado, el enviado entregó su mensaje. Munglik deseaba traer a su gente al campamento y esperaba unirse a ellos para la gran cacería del otoño. Jamukha ordenó que se quemara un hueso y después se lo pasó a Khorchi, quien asintió; el jefe Bagarin era chamán.
Temujin dio la bienvenida a los Khongkhotat; Jamukha agregó unas pocas frases. Su esposa Nomalan y las criadas sirvieron jarros de "kumiss" y lonchas de cordero con agua salada.
Los hombres pronto se emborracharon. Eran casi treinta apiñados en el "yurt" de Jamukha; las mujeres sirvieron más bebida y después se sentaron en su sector de la tienda a comer.
Temujin murmuró al Khongkhotat, quien ya parecía demasiado borracho para mantenerse sentado:
—Charakha, el padre de tu jefe, siempre fue fiel. Era la sombra de mi padre. Permaneció a nuestro lado, y pagó con la vida su lealtad.
Jamukha miró a Daritai, que no había sido tan fiel a su sobrino.
—Todos estos años he lamentado la muerte de Charakha —continuó Temujin—. Siempre honraré su valor, pero tal vez hubiera hecho mejor marchándose con su pueblo, ya que ahora podría regresar a mi lado.