Gengis Kan, el soberano del cielo (30 page)

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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

BOOK: Gengis Kan, el soberano del cielo
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Chilger-boko dio un paso al frente; sus ojos brillaban. Bortai tembló.

—No permitiré que me separen de mi criada —dijo la joven con voz débil; los hombres se rieron, burlándose de su súplica—. Debo conservarla conmigo —logró articular antes de que la voz muriera en su garganta.

—¿De qué sirve una vieja? —dijo Toghtoga Beki—. Que Chilger se la quede como esclava.

Chilger cogió del brazo a Bortai y la obligó a ponerse de pie. Ella lo arañó; el puño de él se estrelló contra su cabeza y la joven cayó, atontada por el golpe.

—En cuanto a las demás —dijo Khagatai—, haced con ellas lo que queráis, y cuando terminéis, las que sigan con vida serán esclavas.

Las mujeres prorrumpieron en gritos mientras Chilger se llevaba a Bortai. Ella miró hacia atrás; Khagatai se inclinó sobre una mujer mientras los hombres que lo rodeaban lanzaban gritos de entusiasmo. Khokakhchin siguió a Bortai y cogió a Chilger de la manga. Él la golpeó y la anciana cayó a tierra y permaneció inmóvil. Chilger arrojó a Bortai al suelo y comenzó a arrancarle la ropa. Ella intentó resistrse y Chilger la abofeteó con fuerza y se arrojó sobre su cuerpo. Un bosque de piernas la rodeaba, y muchas voces proferían gritos de estímulo cuando Chilger la penetró.

Ella apretó los dientes, se puso rígida y cerró con fuerza los ojos. Los gemidos de Chilger crecieron y luego se extinguieron, hechos añicos contra los rugidos de los hombres.

43.

Hoelun salió sigilosamente del refugio que había construido con ramas. Temulun y Temuge estaban fuera, practicando con sus arcos. Los dos niños se pasaban el día acechando en las sendas de los ciervos y los alces mientras cazaban pájaros y presas de menor tamaño. Ella observó sus rostros pequeños y temerarios, después abrazó a su hija.

—Madre —dijo Temulun, retorciéndose avergonzada.

—Debo hablar con Temujin —dijo Hoelun—. Quedaos aquí hasta que regrese.—Se volvió y comenzó a ascender por la ladera.

La improvisada choza de Temujin se hallaba más arriba, en un pequeño claro. Khasar estaba sentado fuera, afilando una larga rama para hacer una lanza. Cuando la mujer se acercó, el joven dejó el cuchillo y se puso de pie.

—¿Tu hermano duerme todavía? —preguntó Hoelun.

—Está despierto —respondió Khasar, conduciéndola más lejos de la choza.

Temujin no había salido de su refugio desde que enviara a Jelme, Borchu y Belgutei a explorar al pie de la montaña. Los tres seguían a los Merkit para asegurarse de que no les tendieran una trampa cuando salieran del refugio. Desde hacía días Temujin permanecía encerrado, se mostraba caviloso y casi no probaba bocado.

—Sus exploradores regresarán pronto —dijo Hoelun—. Tendrá que hablar con los otros y decirles qué hacer.

—Lo sé. —Khasar se cruzó de brazos—. Piensa en Bortai. Espero que haya logrado escapar.

—Yo también ruego por eso, pero he aprendido a no tener demasiadas esperanzas. —Recordó las palabras que ella misma le había dicho a Chiledu tantos años atrás—. Tendrá otras mujeres para elegir, y seguramente otra esposa que viajará en su carro.

—Pero supongo que temerás por ella.

—Por supuesto que sí. Sé lo que es ser apartada a la fuerza de un esposo. Espero que el que la tenga ahora la trate amablemente. Pero también sé que los hijos que le dé a ese hombre serán nuestros enemigos. Ella pensará en sus hijos, no en el mío.

Khasar estaba a punto de responder cuando oyó un grito procedente de abajo. Jelme subía corriendo la ladera, seguido de Borchu y Belgutei. Tenían una expresión grave, y Hoelun supo entonces que no habían encontrado a Bortai ni a Khokakhchin.

Hoelun fue hasta el refugio de Temujin, lo llamó por su nombre y entró. Apenas podía verlo en la oscuridad. Se arrodilló a su lado, pero él no se movió.

—Temujin —dijo Hoelun—, debes salir. Belgutei y tus camaradas han regresado.

—¿Y Bortai? Pero en realidad no tendría que preguntarlo, ¿verdad? Sus gritos de alegría habrían colmado el bosque si la hubieran encontrado.

—Ven… tus hombres te necesitan.

Hoelun se levantó. Al principio creyó que su hijo no la seguiría, pero Temujin se puso de pie y salió con ella.

Borchu corrió hasta Temujin y lo abrazó, luego se retiró para que también lo abrazara Jelme. Hoelun se sentó, dispuesta a escuchar lo que los jóvenes tuvieran que decirle a su hijo.

—Por el momento estamos a salvo. Los enemigos se han marchado —dijo Borchu. Temujin no respondió. Inquieto, Borchu miró a Jelme y prosiguió—: Pensé que sería peor. Si algunos pudimos escondernos, es posible que encontremos a otros.

—Tienes algo más que decirme —replicó Temujin—. Sabes cuáles son las noticias que espero.

Borchu respiró hondo.

—Cerca de Tungelig encontramos un carro con el eje roto. Los Merkit deben de haberlo encontrado, pues en el lugar se ven huellas de muchos caballos. —El Arulat hizo una pausa—. Debajo de la lana que había en el carro, encontré un arco, un carcaj y flechas. Eran… —permaneció en silencio.

—Dilo —lo conminó Temujin con voz ronca.

—Eran las armas de Bortai Ujin.

Hoelun tragó saliva con dificultad. La joven se habría llevado el arco si hubiera sido capaz de huir a pie. Observó a su hijo: Temujin tenía una expresión impasible. Khasar posó una mano sobre el hombro de su hermano, pero éste se la quitó de encima.

—¿Y Sochigil-eke? —preguntó Temujin.

Belgutei se puso tenso.

—Ni rastros de ella —respondió.

—Lo siento, hermano —dijo Khasar.

—Debería haber ido a buscarla y llevarla en mi caballo.

—No, Belgutei. Lamento lo que ambos hemos perdido, pero el hecho de que estemos a salvo demuestra que actuamos correctamente. Un solo minuto de demora podría haber significado tu captura, y ahora necesito a cada uno de mis hombres. Prometo que nuestros enemigos pagarán por haberse llevado a tu madre y a mi esposa.

Su hijo, pensó Hoelun, parecía otra vez ser él mismo, resignado a sus pérdidas pero dispuesto a hacer frente a cualquier dificultad.

—Reuniremos más hombres —dijo Borchu—, y mi clan te ayudará.

No era una derrota tan grande después de todo, ahora tenían mucho más de lo que habían tenido cuando se vieron obligados a ocultarse a los Taychiut.

—Le debo la vida a Khokakhchin-eke —dijo Temujin—. De no ser por su oído agudo los Merkit nos habrían sorprendido sin que pudiéramos huir. Debo mi propia vida al espíritu de esta montaña, al espíritu que me guió por los senderos de los ciervos y me mantuvo a salvo bajo las ramas de sus árboles. Debo dar gracias a Burkan Khaldun y a Koko Mongke Tengri por haberme protegido y haber sido mi escudo.

El sol estaba alto sobre las copas de los árboles. Temujin alzó el rostro hacia la luz y se quitó el sombrero, después se quitó el cinturón y se lo colgó alrededor del cuello. Hoelun se puso de pie mientras los otros se arrodillaban alrededor de su hijo; Borchu le alcanzó a éste un jarro de "kumiss". Temujin se golpeó el pecho con la mano libre y se prosternó nueve veces, derramando un poco de leche de yegua después de cada genuflexión.

—Burkan Khaldun me protegió —dijo suavemente—. Yo no era más que un insecto que huía en busca de cobijo, y esta montaña me dio refugio. Era tan sólo un bicho que reptaba por la tierra, y el espíritu que mora aquí me dio la vida. Haré un sacrificio a esta montaña todos los días, y mis hijos y los hijos de mis hijos recordarán que el espíritu que aquí mora me dio la vida. —Roció unas gotas más, se sentó sobre los talones, miró a los que lo rodeaban con ojos pálidos y fríos, y agregó—: Bajaremos de la montaña. Luego hablaré con mis hombres. Debo orar un poco más y escuchar lo que los espíritus tienen que decirme. Después todos os enteraréis de lo que Tengri desea que haga. Dejadme solo, y decidles a los hombres que estoy dispuesto una vez más a conducirlos.

Los jóvenes se pusieron de pie.

—Se alegrarán de oírlo —dijo Khasar.

—Te seguiremos —agregó Jelme—, no importa lo que decidas.

Los cuatro descendieron por la ladera. Cuando los árboles los ocultaron, Hoelun dijo:

—Quiero saber cuáles son tus planes.

La expresión de Temujin era grave.

—Toghril Kan y yo hicimos un juramento. Jamukha es mi "anda". Tendrán que ayudarme ahora. Juntos atacaremos a los Merkit antes de que pase otro año… te lo juro.

—No tienes poder para hacer ese juramento —replicó Hoelun—. Es posible que ellos no quieran enfrentarse a los Merkit.

—¿Crees que dejaré a mi esposa en sus manos?

—Te arriesgas demasiado por ella. Yo también la amaba, pero ya no está, y tú debes hacerte fuerte antes de poder combatir. Ahora tu obligación es pensar en los que te siguen.

—Eso es lo que hago. Otros también han perdido a sus mujeres. Nuestros enemigos deben saber que aquellos que se apoderan de lo que me pertenece lo pagan caro.

—Te vengarás a su debido tiempo —dijo Hoelun—, pero primero debes hacerte fuerte. Toghril Kan y tu "anda" tal vez se arrepientan de sus juramentos si te precipitas al empujarlos a la guerra. No estás preparado para eso. Deberías esperar…

—Eso es lo que quieren que haga mis enemigos —masculló él—, que me quede quieto lamiéndome las heridas. No sabes nada de estas cosas, madre. —Se puso de pie y caminó de un lado a otro—. El Kan Kereit tiene motivos para odiar a los Merkit, pero se conformó con dejarlos en sus tierras mientras esa actitud le aseguraba el trono. Ahora debo demostrarle que, al haberme atacado a mí, los Merkit son una amenaza para él, ya que ambos somos aliados. Jamukha me dará su apoyo si sabe que los Kereit lucharán a nuestro lado. Los Merkit no disfrutarán mucho tiempo de lo que han robado.

—Deseamos la misma cosa —dijo Hoelun, alzando la cabeza y obligándose a mirarlo a los ojos—. He rezado por Bortai y por Sochigil y por la vieja y fiel Khokakhchin, pero no puedo ver cómo te lanzas apresuradamente a una batalla que no podrás ganar.

—¡Cállate! —Él se agachó y la aferró de la muñeca, retorciéndosela con fuerza—. Debería haber puesto a Bortai en tu caballo y dejarte a ti atrás. —Sus dedos se cerraron con más fuerza antes de soltarla—. Ninguna mujer me dirá cuándo debo luchar, ni siquiera tú. Tengo derecho a exigir que Toghril y Jamukha hagan honor a sus promesas, y esta batalla fortalecerá el vínculo que nos une. Sé muy bien cómo debo obrar, y si llegas a pronunciar abiertamente tus dudas, yo mismo te expulsaré del campamento.

Ella se puso de pie; sabía que Temujin hablaba en serio.

—Ya te he dicho lo que pienso, Temujin. No volveré a hablar de esto Tengri decidirá nuestro destino. —Se frotó la muñeca.

—Hablaré con mis hombres —dijo él—. Después de trasladar el campamento, acudiré a Toghril Kan.

Ella hizo una reverencia. En cualquier caso, ella lo seguiría, aunque cabalgara hacia la muerte.

—Ojalá los espíritus te den lo que deseas —dijo sin convicción, antes de alejarse.

44.

El viento soplaba sobre la cinta de hielo del río Uda, levantando la nieve en remolinos pálidos. Bortai se sujetó el sombrero y ajustó el velo de lana que le cubría la parte inferior del rostro. Las mujeres del campamento de Toghota habían reunido sus rebaños; unos perros ladraban alrededor de las ovejas, reuniendo a las extraviadas.

Más allá, en el valle, otras mujeres, niños y jóvenes se ocupaban del ganado. Hacia el norte, las montañas protegían al campamento de los vientos más helados, pero aun así el frío era terrible.

Bortai se agachó y comenzó a barrer la nieve con una rama. Las ovejas, como el resto del ganado, no podían cavar para descubrir la hierba y una de las que Chilger cuidaba ya había muerto. Bortai había alimentado al animal con sus propias manos, pero finalmente lo había perdido, y Chilger la había golpeado por eso. La oscura masa lejana de la manada pastaba en terrenos más alejados del campamento. Chilger se había marchado a cazar con algunos de sus hombres.

Un cordero baló. Bortai arrancó un poco de hierba seca y se la dio. Una mujer Merkit tarareó; su voz era apenas audible entre el gemido del viento. Las mujeres le habían hablado a Bortai de los triunfos de Chilger como luchador y le habían dicho que era muy afortunada por tener como esposo a un joven tan fuerte. Pero ahora todas sabían que la golpeaba a menudo, y rara vez le hablaban de él.

La cabeza le dolía y de pronto sintió náuseas. Creía haberse recobrado de la última paliza que Chilger le había dado una noche en que estaba muy borracho. Bortai se tambaleó y luego se dobló en dos. Un brazo la sostuvo; levantó la mirada y vio los ojos de Khokakhchin por encima del velo de lana.

—Estoy bien —dijo Bortai, tragando saliva y apoyándose en la vieja criada. Cerca de ellas, dos mujeres soltaron una risilla mientras observaban a la joven. Otra mujer corrió detrás de un cordero que de algún modo había eludido a los perros. Bortai se soltó, siguió al animal y lo aferró de la piel.

La mujer, que apenas se podía mover dentro de su grueso abrigo, se acercó tambaleándose. Bortai advirtió que un par de ojos oscuros y familiares la miraron. Era Sochigil. Bortai sabía que estaba en el campamento pero no había hablado con ella durante el tiempo que llevaba cautiva.

—Te saludo, Sochigil-eke —dijo la joven.

—Bortai… eres tú. —Sochigil se arrodilló junto al cordero que balaba y le palmeó la cabeza—. He querido hablar contigo, pero… —Hizo una pausa—. He oído que tu esposo Merkit es un hombre duro. No quería causarte más problemas.

—Chilger-boko… —A Bortai se le cerró la garganta, como siempre que pronunciaba aquel nombre—. No le gusta verme hablar con nadie ni siquiera con las mujeres. —Instintivamente miró a su alrededor, como si esperara verlo aparecer de repente—. Y su madre suele llevarle cuentos falsos sobre mí.

La anciana solía chismorrear con la esposa de Chiledu dentro de una tienda al abrigo del frío mientras Bortai y Khokakhchin cuidaban las ovejas.

—¿Cómo estás, Sochigil-eke? —preguntó la joven.

—La esposa de mi amo vive regañándome, y sus hijos son unos malcriados, pero él se muestra amable conmigo. A diferencia de muchos hombres, su ira se aplaca cuando bebe, y a veces mis lágrimas lo conmueven. —Su voz era calma. Casi todos dirían que era sabia por saber aceptar su destino.

La furia y la nostalgia ardieron en el pecho de Bortai por un instante; luego se extinguieron. Era mejor ser insensible, tratar de olvidar a Temujin. Él no poseía un ejército lo bastante fuerte para intentar rescatarla; cientos de hombres defenderían el campamento y otros miles acudirían en su ayuda. Pasarían años antes de que Temujin pudiera vengarse. Y aunque volviera a encontrarla entonces, difícilmente la honraría como esposa.

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