Bortai estaba llevando leche a la tienda de su madre cuando vio a los dos jinetes. Trotaban siguiendo la ribera, montados en caballos grises, con otros dos animales de recambio detrás. Un halcón encapuchado se posaba en la muñeca de uno de ellos; los caballos de recambio estaban cargados de bultos.
Tal vez era uno de sus pretendientes que había vuelto por ella. Si su padre lo aprobaba, Bortai debería aceptarlo.
Se acercaron a los caballos que abrevaban en el río. Dei cabalgó hacia los forasteros, seguido de Anchar y otros dos hombres. Los viajeros sofrenaron sus caballos. El que llevaba el halcón lo entregó a su compañero; luego desmontó y extendió los brazos. Era de espaldas anchas y más alto que su padre; ella no recordaba haberlo visto antes. De repente, Anchar desmontó de un salto y corrió hacia el desconocido; ambos se abrazaron. Su hermano echó la cabeza hacia atrás, como si estuviera riéndose, mientras Dei se adelantaba rápidamente y abrazaba al hombre alto.
Bortai temía abrigar esperanzas. Su padre le había quitado el sombrero al extraño; antes de que el hombre se cubriera nuevamente la cabeza, Bortai atisbó sus oscuras coletas rojizas.
—Temujin —susurró ella, y deseó correr hacia él, pero se volvió y echó a andar hacia el "yurt". Entró y dejó el cubo en el suelo, casi volcando la leche. Shotan, que estaba junto al fogón, la miró.
—Niña, ¿qué ocurre? —preguntó.
—Temujin —dijo Bortai.
Su madre se puso de pie, corrió hacia la entrada y salió. Bortai se arregló el abrigo, se alisó el pelo y luego fue hasta la parte posterior de la tienda y se sentó, aferrando su ropa con manos temblorosas.
—Los he visto —dijo Shotan al entrar—. Tu padre parece enormemente feliz. —Frunció el entrecejo—. ¿Qué te pasa, muchacha? Esto es por lo que tanto has rogado, y ahora pareces aterrada como un cordero.
Bortai no podía explicarlo. ¿Y si Temujin había cambiado? ¿Qué pensaría al verla? Tal vez ahora ya no le pareciera tan bella. ¿En qué clase de hombre se habría convertido? Seguramente había venido a reclamarla. Ella tendría que marcharse con él y hacer honor a la vieja promesa.
—No puedo soportarlo —dijo Bortai.
Shotan se acercó a ella y se sentó a su lado.
—Basta de tonterías, niña. Tu padre lo traerá aquí, y arreglará todo con él antes del casamiento. Eso es lo que querías, ¿no es verdad?
Bortai ya no estaba segura. "No lo miraré —pensó—. No levantaré la vista hasta que no escuche su voz, y cuando vea sus ojos, entonces lo sabre".
Shotan fue al fogón y vertió la leche en un caldero. Bortai esperó, hasta que oyó la voz de Dei.
—… temíamos que tus enemigos hubieran acabado contigo —decía su padre—. No esperaba volver a verte. Deja el halcón en esa rama.
Bortai los oyó entrar, pero siguió con la mirada fija en el fieltro que cubría el suelo.
—Shotan, trae bebida para nuestros huéspedes, y alégrate con nosotros. Temujin ha regresado con su hermano Belgutei. Bortai fue más sabia que su padre. Yo creía que su prometido estaba perdido, pero su fidelidad a él ha sido recompensada.
—Cómo has crecido —dijo Shotan.
Bortai se negó a levantar los ojos.
—Temujin es jefe de su propio campamento ahora —dijo Anchar.
—Un campamento muy pequeño —dijo Temujin. Tenía que ser él; su voz era más grave, pero todavía conservaba el mismo tono directo—. Sólo unos pocos se han unido a mí, pero habrá otros. —Esa afirmación también sonaba a Temujin—. Me gustaría tener más para ofrecerle a mi esposa; aun así, prometo que tendré más de lo que ahora tengo.
Anchar soltó una risilla.
—Si has conseguido sobrevivir a pesar de las penurias que has sufrido, creo que podrás mantener a mi hermana.
Bortai alzó la cabeza. Temujin se había quitado el sombrero para sacudirle el polvo; un mechón de pelo caía sobre su ancha frente; tenía afeitada la coronilla y las coletas recogidas detrás de las orejas. Dentro de la vivienda, parecía todavia más alto. Sus ojos pálidos centelleaban en el bello rostro, y a ella le recordaron los ojos del halcón que había visto en sueños tanto tiempo atrás. Ese hombre era un desconocido que la estudiaba fríamente, que tal vez estuviera decepcionado por lo que veía.
—Bortai —dijo. Su mirada se hizo más cálida, su rostro oscuro se sonrojó un poco—. Prometí que volvería a buscarte, y tú cumpliste la promesa que me hiciste. Creí que lo harías, pero ahora que te veo, me pregunto cómo es posible que ningún hombre te haya pedido.
—Muchos lo intentaron —intervino Anchar—. La belleza de mi hermana tiene cierta fama.
—Juro que nunca lamentará unirse a mí —dijo Temujin—. Es decir, si tu padre desea hacer honor a su promesa.
Dei Sechen agitó un brazo.
—¿Acaso hay alguna duda? La muchacha ya ha estado suficiente tiempo en mi tienda, y no conozco a ningún otro hombre que pueda ser más digno de ella. —Sonrió—. Por supuesto, tenemos que ver a qué arreglo llegamos.
Bortai bajó la cabeza. Los años de espera habían terminado. Ya no tendría que soportar las burlas de sus primas y amigas ni los ruegos de sus padres. Tendría a su esposo, y no se permitiría arrepentimientos.
Bortai esperaba dentro de un "yurt" acompañada de sus primas y las esposas de sus tíos. Los días anteriores a la boda le habían parecido interminables; ahora sentía que habían pasado con demasiada rapidez. Temujin y su hermano Belgutei, como correspondía, habían permanecido fuera del campamento durante los preparativos. Había transcurrido un día entero de conversación con Dei y uno de los tíos de Bortai antes de que Temujin ofreciera sus presentes.
Un chamán había examinado las fechas de nacimiento de la novia y el novio, la posición de las estrellas y otros presagios antes de fijar la fecha de la boda. Había pasado una semana mientras Bortai y su madre hacían un nuevo abrigo de oveja para Temujin y bordaban el abrigo nupcial de la joven. El campamento olía a cordero asado; las mujeres habían celebrado un banquete con Bortai la noche anterior y hoy volverían a festejar. Bortai había estado demasiado ocupada para pensar en lo que le esperaba, y ahora el día de la boda había caído sobre ella.
Fuera, entre los Onggirat, el hermano de Temujin estaría entonando sus deseos de felicidad para la pareja. Dei le contestaría con un tono similar, enriqueciendo su discurso con expresiones poéticas que reflejaran sus sentimientos tanto como le fuera posible.
Las mujeres parloteaban, mientras esperaban con impaciencia que el novio fuera a buscar a su novia. Bortai apenas podía soportar el peso del "bocca" de corteza; apretó con impaciencia las cuentas que le rodeaban el cuello. En ese mismo momento, Temujin estaría buscándola por el campamento. ¿Las otras novias también se sentirían como ella, que ansiaba escapar de su propia fiesta? Tal vez todas sus sonrisas y sonrojos sólo fueran disfraces del miedo.
—¡Bortai! —la llamó Temujin. Las mujeres rápidamente se apiñaron en torno a ella, soltando risillas entrecortadas—. ¡Vengo a buscar a mi novia! ¿Está aquí?
El joven irrumpió en la tienda, se abrió paso entre el grupo y la cogió de los brazos. Bortai se echó hacia atrás, consciente de que debía resistirse, pero después empujó el pecho de Temujin, sintiendo que las manos de él la retenían con más fuerza.
—¡He encontrado a la que vine a buscar! —exclamó él. La alzó en vilo con sus fuertes brazos. Las mujeres corrieron tras ellos mientras Temujin la sacaba de la tienda. Bortai se sentía demasiado débil hasta para fingir resistencia. Él la subió a su caballo, después montó detrás de ella y se dirigieron hacia el río. Sus tías y primas los siguieron gritando y pidiendo a los espíritus que protegieran a los novios.
Casi todos los miembros del campamento los esperaban junto al curso de agua. Los corderos se asaban en espetones; los hombres se pasaban los jarros. Dei y Shotan estaban en una pequeña loma, separados del resto de la multitud.
—Bortai —susurró Temujin—, ¿eres feliz?
Ella se obligó a asentir. Él desmontó junto a la loma, la ayudó a bajar del caballo y la condujo hacia adelante. Ambos hicieron una profunda reverencia a los padres de la joven y luego se arrodillaron mientras Shotan envolvía con una capa los hombros de Bortai. La joven apenas escuchó las palabras con las que Dei los bendijo mientras entregaba a Temujin el abrigo de piel de oveja y un haz de flechas; apenas si sintió el gusto del "kumiss" que le ofrecieron. "Soy su esposa", pensó, y su espíritu pareció abandonarla, escapando del bullicio y los vítores de la multitud.
Los Onggirat comieron y bebieron, acompañados por los graves cantos de los hombres, la música de los violines y los gemidos de las flautas mientras el sol se ponía. La gente se acercaba a Bortai, le hacía una reverencia y murmuraba sus buenos deseos y su despedida.
Finalmente Temujin se incorporó y la llevó hasta su caballo. Shotall subió al carro tirado por un buey que contenía las pertenencias de Bortai, junto con la armazón de madera y los paneles de fieltro de su tienda. Shotan iría con ellos hasta el campamento de Temujin, y parecía tan feliz como si ella misma fuera la novia. Temujin ayudó a Bortai a subir al caballo; la joven acomodó su larga túnica y su abrigo cuando él montó detrás de ella. Una lluvia de estiércol seco cayó alrededor de ellos, como expresión general de buenos deseos.
El caballo de Temujin trotaba a la cabeza del grupo, pero después disminuyó el paso. El joven permanecía en silencio y su pecho se apretaba contra la espalda de su esposa mientras sujetaba las riendas de la cabalgadura.
—Es bueno que hayas venido cuando lo hiciste —dijo Bortai finalmente— Si bien es cierto que mi padre se sintió feliz al verte, en poco tiempo más me habría entregado a algún otro.
—No podía esperar más. Más tarde o más temprano tu padre habría oído hablar de mí y se habría preguntado por qué no venía a reclamarte. —Hizo una pausa—. Me alegra que te hayan entregado a mí con tanta ceremonia, pero también me hubiera alegrado cabalgar hasta aquí, ofrecer mis presentes, llegar a un acuerdo y marcharme contigo en cuanto tu padre hubiera dado su consentimiento.
Ella se volvió para mirarlo. La piel de Temujin se veía cobriza en la luz del crepúsculo y el ala del sombrero ensombrecía sus ojos. Estaba iluminado por la esperanza de los años que vendrían, y ella supo de pronto que nunca volvería a verlo así.
—Pero no te habría hecho perder tu fiesta de boda —continuó Temujin— A vosotras las mujeres esas cosas os importan mucho.
—A mí no me hubiera molestado perdérmela —dijo ella—. Esperé tanto tiempo que sólo quería que terminara de una vez.
"No debería haber dicho eso —pensó—. Podría malinterpretarme". Volvió a mirar al frente.
—Yo sabía que esperarías —dijo él—. Anchar me contó cómo te negaste a tomar siquiera en cuenta a otros pretendientes, algunos con más riquezas para ofrecerte, y cómo sufriste por ello, y yo me maldije por no haber podido reclamarte antes. Después, cuando vi que te habías convertido en una mujer tan bella, me preocupó que no me consideraras digno de ti. Pensé que tal vez te casabas conmigo porque si no lo hacías quedarías como una tonta por haber esperado tanto tiempo.
Ella tragó saliva con dificultad.
—Yo pensé que tal vez no me deseabas, y que sólo habías venido a causa de tu vieja promesa.
—¿Cómo pudiste pensar semejante cosa? —Sus brazos la ciñeron con fuerza—. Has demostrado tu lealtad esperándome… eso es suficiente para que sepa que he elegido bien. Pero al ver tu belleza… —Suspiró—. Para ti conseguiré mucho más de lo que ahora tengo. Te lo prometo.
A ella le gustaron sus palabras, y le conmovió que Temujin hubiera admitido sus temores; sin embargo, percibió en su voz un tono frío. Pensó en el modo en que la había mirado en el "yurt" de su padre, como si la estudiase, antes de dedicarle una mirada más cálida.
No podía fallarle a su esposo, y él tampoco se lo permitiría: eso estaba claro. Los dedos de él, fuertes como garras, se cerraron por un momento en torno a la muñeca de la joven, que cerró los ojos.
El grupo se detuvo durante la noche. Bortai permaneció en el carro con su madre; Temujin no compartiría el lecho con ella hasta que no llegaran al campamento.
Shotan durmió profundamente. Bortai yacía a su lado, inquieta, pensando en lo que su madre le había dicho antes de la boda. En realidad, no era mucho lo que podía decirle: Bortai había visto a los sementales con las yeguas y había oído a sus padres en la cama. Shotan afirmaba que el dolor pasaba después de la primera vez y que una podía aprender a sentir placer, pero Bortai sabía que a algunas mujeres jamás les ocurría eso.
Belgutei fue a recibirlos dos días más tarde en el lugar en que los ríos Kerulen y Senggur se unían. Había otro hermano con él, un muchacho de ojos penetrantes llamado Khasar. Anchar y sus hombres compartieron un poco de "kumiss" con los hermanos, y después fueron hasta el carro a despedirse.
—Tienes un buen esposo, hermana —dijo Anchar—. No hay muchos que hayan empezado sin nada para convertirse en jefes a los dieciséis años. —Se rio—. Temujin me ganó mi último hueso de antílope esta mañana.
—Te echaré de menos —murmuró Bortai.
Su hermano se inclinó hacia ella en la montura, le rozó la mejilla y luego se alejó al galope con sus compañeros.
El resto del grupo avanzó hacia el norte, siguiendo el curso del Senggur. El valle empezaba a verdear; diminutos capullos blancos se asomaban entre la hierba. El esposo de Bortai se volvió en la montura para dedicarle una sonrisa; sus dientes, muy blancos, destacaban contra la piel curtida del rostro, y sus ojos despedían esa luz que la joven había admirado la primera vez que los vio.
Amanecía cuando llegaron al campamento de Temujin. Los "yurts" y los carros estaban agrupados en círculo cerca del río, donde abrevaban algunos animales, y junto al que pastaba un pequeño rebaño de ovejas. Khasar se había adelantado para anunciar la llegada del grupo y la gente se había reunido fuera de las tiendas para dar la bienvenida a su jefe.
Shotan entrecerró los ojos cuando entraron al modesto campamento.
—Él tiene hermanos —dijo suavemente a Bortai—, y ha ganado seguidores. Con el tiempo, seguramente podrá ofrecerte más cosas.
Temujin las condujo al círculo situado más al norte; la gente lo saludaba cuando pasaban por delante de las tiendas. Había tres mujeres en la entrada de un "yurt". La más vieja tenía un rostro curtido y arrugado, otra observó a Bortai con sus ojos oscuros y después bajó la mirada. La tercera era una mujer pequeña, un poco más baja que Bortai, y su rostro perfecto sólo mostraba unas diminutas arrugas alrededor de los ojos, grandes y dorados. Su porte era tan altivo como el de una Khatun, y Bortai pensó que debía de ser la madre de Temujin.