Otro chamán cogió a Biliktu del brazo y la empujó hacia adelante: Bughu le rodeó el cuello con la cuerda.
—Te concederé el gran honor —dijo Hoelun suavemente—, de que te reúnas con el amo que amabas.
Biliktu gritó y sus manos se agitaron en el aire. "Tendrás lo que siempre deseaste —pensó Hoelun—. ¿Acaso no estabas ansiosa por compartir su cama?" El chamán que sujetaba a Biliktu le inmovilizó las manos. Hoelun tuvo una última imagen de los ojos aterrados de la muchacha antes de que Bughu apretara el lazo.
Bortai azotó los flancos de su caballo mientras el de Temujin salía disparado delante de ella. Se irguió en los estribos y su bayo pronto alcanzó al otro caballo. Temujin se volvió para sonreírle y el viento agitó sus coletas cobrizas.
Bortai aulló de deleite. Su caballo superó al de Temujin. La niña tiró de las riendas; su bayo disminuyó un poco el paso, lo suficiente para que Temujin la alcanzara. El caballo del muchacho le sacó una cabeza de ventaja cuando llegaron a un árbol pequeño.
Convirtieron la carrera en un trote y volvieron para reunirse con Anchar.
—Temujin ha ganado —gritó el hermano de Bortai.
—No —dijo Temujin—, Bortai dejó que venciese. —Frunció el entrecejo, su caballo trotaba junto al de ella—. Te vi sofrenarlo. Te habría ganado de todos modos. No vuelvas a hacerlo nunca.
Durante los nueve días que Temujin llevaba allí, Bortai sólo lo había visto por la noche, cuando la familia contaba historias antes de irse a dormir. Mientras ella ayudaba a su madre, los muchachos practicaban tiro con arco, iban a ver a Arasen, el constructor de arcos, para aprender un poco de su oficio, llevaban los rebaños a pastar o iban a cazar con su padre, y jugaban interminables partidas con sus huesos de antílope.
Temujin señaló un árbol.
—Descansaremos un rato aquí. —Se volvió hacia Anchar y le dijo—: Regresa con los otros si lo deseas.
—¿Tú no vienes? —preguntó el niño.
—Nos reuniremos contigo más tarde —respondió Temujin.
Anchar se encogió de hombros, le hizo una mueca a su hermana y luego se marchó al galope.
Bortai y Temujin desmontaron y ataron las riendas a una rama baja. Ella estaba a punto de quitarse el arco y las flechas del cinturón cuando Temujin alzó una mano.
—No dejes eso. Mi padre dice que siempre hay que tener las armas a mano, especialmente cuando se está lejos del campamento.
Bortai lo siguió hasta el árbol, dejó su arco y sus flechas junto a los del niño, y se sentó.
—Estamos a salvo, Temujin. Veríamos a cualquiera que se acercara desde muy lejos.
Él examinó el terreno llano y abierto.
—Lo sé. Pero ¿por qué perder tiempo corriendo a buscar las armas?
—Lo siento. —Bortai se sentía torpe y no sabía qué decirle ahora que estaban a solas—. Me refiero a haber dejado que ganases. Pero lo habrías hecho de todos modos.
—Entonces no tenías por qué actuar como actuaste. Si soy suficientemente bueno, ganaré sin ayuda de nadie. Si no lo soy, será mejor que lo sepa.
Bortai recogió las piernas.
—Todavia no te he visto fracasar en nada.
Él se echó a reír.
—Anchar me ganó algunos huesos —dijo, y apoyó la espalda en el tronco del árbol—. Cuando seamos hombres, tal vez lo nombre uno de mis generales.
—¿Cuántos piensas tener?
—Tantos como necesite.
Bortai buscó más cosas que decir. Por fin, preguntó:
—¿Te llevas con tus hermanos tan bien como con Anchar?
—Con todos salvo con uno. La segunda esposa de mi padre le dio un hijo antes de que yo naciera. Bekter busca cualquier excusa para pelear. No le gusta saber que yo seré el heredero de mi padre.
Bortai sacudió la cabeza.
—Pero si su madre es la segunda esposa, él no puede esperar que…
—Ella fue esposa de mi padre antes de que él encontrara a mi madre.
—¿Y convirtió a tu madre en esposa principal?
—Sabía que mi madre era una mujer más fuerte. Suele contar cómo supo que sería suya en cuanto la vio. —Temujin sonrió—. Ella viajaba con su primer esposo. Mi padre y mis tíos lo ahuyentaron y llevaron a mi madre a su campamento.
Bortai estaba apenada, pero también excitada.
—Debió de enfadarse muchísimo.
—Mi padre dice que lloraba y gritaba, pero se le pasó. Ha sido una buena esposa para él, así que tal vez no le importaba demasiado. ¿Y si tu padre te hubiese prometido a otro antes de que me conocieras? Tal vez hubieras deseado que yo te raptara.
—Pero estamos comprometidos, así que me parece una tontería hablar de eso.
—Lo sé —dijo él—. De inmediato supe que teníamos que pedirte cuanto antes. Si mi padre no espera para conseguir lo que quiere, ¿por qué habría de hacerlo yo?
Bortai se acomodó una trenza.
—Cuando hablamos aquella primera noche —continuó Temujin—, pensaba en el modo en que hablan mis padres a veces. Tendrás que advertirme cuando esté cometiendo algún error; mi padre siempre se queja porque sus hombres sólo le dicen lo que él desea escuchar. Mi madre es más honesta con él. Si no lo fuera, él la golpearía tan a menudo como lo hace con su otra esposa.
—¡Yo no permitiría que me golpearas!
El muchacho permaneció en silencio.
Ella observó la estepa. Cada vez había más hierba; en un mes, la tierra estaría colmada de florecillas blancas y azules. Un hombre cabalgaba hacia los rebaños desde el río; los otros niños galopaban tras él, y sus voces eran un suave murmullo en el viento frío.
Anchar se separó de los otros y fue hacia Bortai y Temujin, quienes se incorporaron y se dirigieron hacia sus caballos. Al acercarse al árbol, Anchar gritó:
—Ha venido un hombre del campamento de Temujin. Arasen ha ido a buscar a nuestro padre. —Sofrenó el caballo para ponerse al lado de Temujin—. El hombre quiere verte.
—¿Ha dicho por qué ha venido? —preguntó Bortai.
—Arasen dice que se llama Munglik, y que lo envió el padre de Temujin.
Temujin frunció el entrecejo, sus ojos verdosos tenían una expresión solemne.
—Es un Khongkhotat —dijo—, uno de esos hombres en los que mi padre tanto confía. Volveré a vuestro campamento. —Montó y se alejó, dejándolos junto al árbol.
Temujin esperaba a Bortai y a su hermano delante del "yurt" de Dei.
—Munglik está dentro —murmuró—. Todavía no ha dicho por qué ha venido.
Bortai y Anchar dejaron sus látigos en la entrada y acompañaron a Temujin al interior de la vivienda.
—Nuestro visitante se llama Munglik —Dei hizo un gesto con su jarro de "kumiss"—. Me dice que su padre, Charakha, ha servido a Yesugei fielmente desde que el Bahadur era un muchacho. —Se dirigió hacia el extranjero—. Éstos son mi hija Bortai y su hermano Anchar.
El hombre hizo una inclinación a Bortai; sus ojos oscuros expresaban pena.
—Mi hermano el Bahadur ha elegido bien. Tu hija será una mujer muy bella, Dei Sechen.
—Bortai y Temujin se están convirtiendo en compañeros —dijo Shotan—, aunque no más íntimos de lo que es correcto antes de casarse. Anchar es un hermano para el muchacho, pero ya lo verás por ti mismo mientras estés con nosotros.
—No puedo quedarme mucho tiempo, Ujin —replicó Munglik. Su rostro agradable se veía solemne, ni siquiera había sonreído desde que apareciera Bortai—. Ahora debo deciros por qué estoy aquí. El Bahadur desea ver a su hijo otra vez; su corazón ha sufrido desde que dejó al muchacho. Lo echa tanto de menos que me pidió que cabalgara hasta aquí y lo llevara de regreso.
Bortai miró a Temujin, que parecía tan sorprendido como ella.
—Amigo Munglik —dijo Dei—, el muchacho ni siquiera ha estado una estación con nosotros. Todos nos apenaríamos si nos separáramos tan pronto de él.
—Entonces entenderás cómo se siente el Bahadur al estar lejos de un hijo al que ama tanto. Yesugei sigue siendo tu "khuda", y permanece ligado a ti por la promesa de matrimonio de los niños. Sólo te pide que permitas que Temujin vuelva con él por un tiempo.
Temujin miró a Munglik con ojos llenos de cautela. Algo no iba bien y Bortai se daba cuenta de ello. Munglik estaba tan tenso como un hombre ante el peligro, y tenía el rostro tan rígido como una máscara.
Dei se mesó su barba rala.
—Si mi "khuda" Yesugei añora tanto a su hijo —dijo—, por supuesto que debo permitirle partir.
Bortai abrió la boca para protestar, pero la voz murió en su garganta.
—No quiero marcharme —dijo Temujin con una voz extrañamente inexpresiva—, pero si mi padre me reclama, debo ir.
—Pero el muchacho volverá —dijo Dei—. Después de que lo vea, Yesugei se quedará tranquilo. Te pido que regrese lo antes posible.
—Sí —respondió Munglik—, lo antes posible.
Bortai no creía en la palabra de aquel hombre. ¿Por qué no decía cuándo? ¿Diez días, un mes, un año? "Lo antes posible" podía significar cualquier cosa.
—Te echaré de menos —dijo Anchar a Temujin.
—Yo también —dijo Bortai suavemente.
Temujin no respondió.
—Bien —dijo Shotan—, al menos podemos ofrecerte una comida y un lugar donde dormir antes de que te marches.
—Te lo agradezco —dijo Munglik—, pero prometí al Bahadur que partiría en cuanto hubiera visto a su hijo y hablado con vosotros. Aún es de día y podemos recorrer una parte del camino antes de dormir.
Bortai se sintió descorazonada. Ni siquiera pasaría otra noche en compañía de Temujin.
Dei hizo un gesto al muchacho.
—Será mejor que juntes tus cosas, Temujin.
—Volveré —dijo Temujin, y se puso de pie—. Mi padre me enviará de regreso en cuanto le cuente con cuánta amabilidad me habéis tratado. —Fue a la cama donde dormían él y Anchar, hizo un bulto con sus escasas pertenencias, y luego recogió su arco y su carcaj.
Bortai observó atontada mientras su madre daba a Munglik un saco con cuajadas, un jarro de "kumiss" y un pedazo de carne.
—Lleva esto —dijo Shotan—. Si el padre del muchacho le echa tanto de menos no debes demorarte.
Los hombres se pusieron de pie. Temujin abrazó a Anchar.
—Te dejo mis huesos —le dijo—. Regresaré para ganártelos.
Bortai se puso de pie temblorosamente cuando Temujin le tomó las manos.
—Volveré —le dijo él, mirándola con ansiedad, como si temiera que ella no le creyera—. Prométeme que me esperarás.
Ella asintió, sin poder hablar. "Sabe que hay algún problema —pensó la niña—; sabe que no se trata tan sólo de que su padre lo echa de menos".
Temujin se volvió. Dei acompañó a Munglik y al muchacho hasta la entrada y les murmuró algunas palabras antes de abrazar por última vez a Temujin. Munglik levantó la cortina de la entrada y los dos salieron.
"No lloraré", se dijo Bortai.
—Es raro —murmuró Dei finalmente—, que Yesugei lo mandara a buscar tan pronto. Jamás hubiese creído que alguien dominara tan poco esa clase de sentimientos, y su camarada Munglik parecía poco feliz de cumplir su misión.
—Tal vez es su madre quien añora su presencia —dijo Shotan—, pero en cuanto escuche hablar de Bortai y de lo bien que lo hemos tratado, se quedará más tranquila.
—Hay algo que está mal —estalló Bortai—. Lo sé, y Temujin también lo advirtió… yo lo vi.
—Es probable —dijo Dei—. Yo sentí lo mismo, pero no podemos hacer nada al respecto. Debes tener fe en tu sueño, hija, y fe en tu prometido.
Bortai salió del "yurt" como un ciclón.
Buscó su montura y arneses en la pequeña tienda próxima al corral donde Dei guardaba sus caballos. En las proximidades había algunos niños que cuidaban los animales.
—Temujin vuelve a su casa —dijo una niña—. Tal vez ya no quiera casarse con Bortai.
—Cállate, Ghoa —masculló Bortai.
—Pues sí que se quedó poco tiempo —dijo Ghoa—. Tal vez…
Bortai pasó bruscamente junto a los niños, empujando a Ghoa con fuerza. Los hombres había terminado de ordeñar las yeguas. Bortai silbó pidiendo su bayo; un hombre se lo alcanzó.
Lo ensilló, y montó en él. Temujin y Munglik ya eran dos diminutas figuras sobre la llanura, y avanzaban al galope.
Bortai hundió los talones en los flancos de su caballo y partió en pos de Temujin. Un fuerte viento azotaba su rostro y restaba velocidad a su caballo. Ella lo golpeó con su látigo. Poco a poco se acortó la distancia que la separaba de los dos jinetes. Munglik estaba inclinado hacia el muchacho; sus caballos habían dejado de galopar, marchaban al paso y luego se detuvieron. Súbitamente, Temujin se inclinó sobre el cuello de su caballo; Munglik le puso una mano en el hombro.
Bortai disminuyó la velocidad y su caballo empezó a trotar.
—¡Temujin! —gritó ella cuando estuvo cerca.
El muchacho la miró y Bortai se alarmó al ver lágrimas en su rostro.
—¿Qué estás haciendo aquí, niña? —le gritó Munglik.
Unos rastros pálidos le surcaban el rostro; él también había llorado.
—Quería despedirme —dijo ella, al tiempo que sofrenaba su caballo.
—Entonces hazlo rápido. Nos espera un largo camino.
Temujin se irguió en la montura y se enjugó las lágrimas.
—No quiero irme —dijo—, pero debo hacerlo. Ya antes en la tienda de tu padre, sentí que debía marcharme con Munglik.
—Lo sé. —Paseó la mirada del niño al hombre—. No llorarías tan sólo porque el Bahadur echa de menos a su hijo, ¿verdad?
—No puedo decirte nada —respondió Munglik.
—Supe que algo no iba bien en cuanto te vi. Lo mismo le ocurrió a mi padre. Nos mentiste.
—No mintió —dijo Temujin—. Mi padre me mandó a buscar.
Munglik hizo un gesto con la mano.
—Despídete, Temujin. Debemos seguir viaje.
—Te seguiré —dijo Bortai—, hasta que me digas la verdad, así que será mejor que lo hagas ahora.
—Te la diré. —Temujin se inclinó hacia ella—. Pero no podrás contárselo a nadie. Tu padre se enterará más tarde, y tendrás que fingir que no lo sabías. ¿Podrás hacerlo?
—Por ti, podré hacerlo —respondió ella.
—Júralo.
—Aquí vive mi promesa. —Se llevó una mano al corazón—. Si la olvido que caiga sobre mí una maldición.
—Temujin… —empezó a decir Munglik.
—Tengo que confiar en Bortai—dijo el muchacho—. Si no puedo fiarme de ella ahora, ¿qué clase de esposa será más tarde? —La cogió de las muñecas—. Munglik ha venido porque mi padre está agonizando. Al parecer, los tártaros le envenenaron la comida cuando se detuvo en uno de sus campamentos. Cuando Munglik partió a buscarme, había una lanza clavada delante de su tienda. ¿Ves ahora por qué no se lo podía decir a tu padre?