Gengis Kan, el soberano del cielo (12 page)

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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

BOOK: Gengis Kan, el soberano del cielo
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Ella tragó saliva con dificultad.

—Estarías más seguro aquí. Mi padre jamás te haría daño.

—Ahora no puedo pensar en mi seguridad. Mi madre me necesita. Debo prepararme para guiar a mi pueblo.

A Bortai le costaba imaginar que Yesugei agonizara, pues recordaba su vitalidad, sus cantos y sus carcajadas, que habían llenado la vivienda de su padre. Tal vez Temujin ya fuese jefe de su clan.

—¿Te das cuenta de lo que esto significa? —prosiguió el muchacho—. No sé cuándo podré regresar. Tal vez tengas que esperar mucho tiempo.

—Prometo esperarte. Nunca podría olvidarte, Temujin. Cabalgué hasta aquí porque quería que lo supieras.

—Vendré a buscarte, Bortai… te lo juro, y si has sido entregada a algún otro, te robaré.

A ella le ardían los ojos.

—Rezaré por ti —dijo—, y haré una ofrenda al espíritu de tu padre.

—Hazlo en secreto hasta que se entere tu padre. Adiós, Bortai.

—Adiós —dijo ella. Se quedó mirándolos hasta que se alejaron, después volvió a su campamento. Sus padres la verían triste por la partida de Temujin, pero ella fingiría que la separación sería breve. Actuaría como si esperara que él regresase pronto, y cuando su padre se enterara de la verdad, Bortai tendría que fingir sorpresa. Su único consuelo era saber que Temujin había confiado en ella y le había prometido que volvería a buscarla.

Se dio cuenta de que había suficiente distancia hasta el campamento para permitirle llorar.

19.

Hoelun estudió los rostros en sombras de los hombres sentados en su tienda. Ahí estaban el viejo Baghaji, que había luchado con su esposo por el Kan Kereit; Charakha y Dobon, sentados el uno junto al otro y Targhutai Kiriltugh y Todogen Girte, a la derecha de Temujin. Miró a los presentes; algunos eran ancianos que habían combatido con el padre de su esposo, otros, más jóvenes, habían jurado lealtad a Yesugei.

—Penamos por tu padre, joven Noyan —le murmuró Targhutai a su hijo.

Todogen asintió.

—Los condenados tártaros nos hirieron profundamente con el daño que le hicieron al Bahadur.

Temujin los miró con frialdad. Hoelun irguió la cabeza. Le preocupó que los dos hermanos Taychiut hablaran en nombre de todos.

—Los tártaros lamentarán lo que hicieron —dijo Temujin lentamente—. Pronto tendréis oportunidad de vengar a mi padre.

Todogen cambió de posición en su cojín.

—Ansiamos hacerlo, pero será difícil sin un jefe.

—Ya tenéis uno —dijo Temujin—. Mi padre siempre prestaba atención a las palabras de mi madre. Ella nos conducirá hasta que yo sea hombre, y entonces seguiré teniendo sus sabios consejos, como mi padre.

—Perdóname, Temujin Noyan —intervino Targhutai—, pero una mujer y un niño no pueden dirigirnos en la batalla.

—Mi tío Daritai puede guiar a sus hombres —dijo el muchacho—, y tú puedes comandar a mis primos Taychiut. Yo cabalgaré con vosotros a la guerra y aprenderé de ti lo que mi padre me habría enseñado.

Todogen miró a sus compañeros.

—Tal vez no sea prudente atacar a los tártaros este otoño. No estamos habituados a combatir sin la guía de tu padre, y eso dará ventaja a nuestros enemigos.

—Pero tendríamos la ventaja de la sorpresa —dijo Temujin—. Ellos no esperan que ataquemos estando tan cercana la muerte de mi padre.

—¿Deberían participar todos nuestros aliados? —preguntó Todogen.

—Sí, puesto que no sería una guerra, sino una incursión —respondió Temujin.

Hoelun miró a su hijo, orgullosa de su voz firme y llena de autoridad. Le recordaba a su esposo, pero el muchacho mostraba una calma y una frialdad que Yesugei rara vez había exhibido.

—Si aquellos que le quitaron la vida quedasen sin castigo —continuó el muchacho—, mi padre no nos dejaría descansar en paz.

—Serán castigados, Temujin —dijo Targhutai—, pero sin duda tendremos mejores posibilidades de vengarnos cuando esta herida no esté tan fresca.

"No pelearán", pensó Hoelun. Se daba cuenta de lo que pensaban los dos Taychiut. Una victoria inmediata estimularía a los seguidores de su esposo y los dispondría a aceptarla como jefe. Pero si no luchaban ese mismo año, las dudas aumentarían. Targhutai y Todogen eran ambiciosos y tal vez tuvieran sus propios planes.

—Mis heridas se están curando —dijo Hoelun—, pero si mi esposo no es vengado volverán a abrirse. No permitiré que nuestros enemigos crean que nos han robado el coraje, aunque yo misma deba ir al combate llevando el estandarte del que fuera nuestro Bahadur.

—Escuchadla —dijo Charakha—. Seguramente todos podemos mostrar igual valor. ¿Permitiréis que esta mujer os avergüence?

Hoelun lo miró con agradecimiento; Charakha seguía siendo leal.

De pronto una voz familiar se oyó más allá de la entrada:

—Daritai Odchigin desea entrar a la vivienda de su hermana Hoelun.

—Puedes entrar —respondió Hoelun.

El hermano de su esposo y varios de sus hombres habían llegado la noche anterior, pero el Odchigin aún no había hablado con ella.

Daritai entró, saludó a los otros hombres y después se dirigió a Hoelun.

—Estoy lleno de dolor —dijo—. El río que antes fluía en mí se ha secado. Deberías haberme llamado de inmediato.

Temujin se puso de pie; su tío lo abrazó.

—El espíritu de mi hermano sigue viviendo en ti —continuó Daritai—. Habría venido a esta tienda anoche, pero no quise perturbar tu sueño, ya que me dijeron que también acababas de llegar.

Hoelun entrecerró los ojos. No había dormido bien desde el funeral. Había salido para despedir a Todogen y Targhutai cuando partieron hacia el campamento de Daritai y se había sentido preocupada por lo que los dos Taychiut pudieran haberle dicho.

Temujin soltó a su tío.

—Me complace que estés aquí. Necesitaremos tu ayuda para planear la campaña, y cuando esta noche nos reunamos con otros camaradas de mi padre, te quiero a mi lado.

—Como ha venido el Odchigin —dijo Targhutai—, ¿no querríais tú y tu hijo hablar con él, Ujin?

Miró a Daritai, luego desvió los ojos.

—Podéis dejarnos. —Hoelun agitó una mano—. Por favor, hasta que volvamos a reunirnos, pensad en lo que hemos hablado.

Los hombres se pusieron de pie y salieron de la tienda.

—Ya estoy comprometido, tío —dijo Temujin.

—Eso me dijeron. —Daritai se sentó junto a su sobrino—. Lamento que tu felicidad se haya visto empañada por este dolor. Debemos procurar que no estés demasiado tiempo separado de la muchacha.

—Ella prometió esperarme —dijo Temujin—. La reclamaré cuando haya ocupado el lugar de mi padre.

Su voz era firme y no delataba duda alguna. Hoelun se preguntó si su hijo advertía hasta qué punto el futuro era incierto para ellos. Después de todo, aún era un niño, con toda la confianza que un niño podía tener en los que lo rodeaban.

—Temujin —dijo Hoelun—, tengo mucho que hablar con tu tío. Dile a Khokakhchin que prepare un cordero para el Odchigin.

El muchacho se puso de pie, hizo una reverencia a Daritai y los dejó solos.

—Una lástima lo del compromiso —dijo Daritai—. Espero que no se haya apegado demasiado a la muchacha. Tal vez el padre de ella crea que, con la muerte de mi hermano, ya no es válida la promesa de matrimonio.

—Temujin no me ha hablado mucho de ella, pero insiste en que de todas maneras será su esposa.

Daritai se encogió de hombros.

—Mientras se es niño todo parece claro y simple.

—Mi hijo ya no puede ser un niño.

Hoelun se incorporó, buscó un jarro y un cuerno, se los alcanzó a Daritai y se sentó junto a la cuna de Temulun.

—No puedo creer que ya no esté entre nosotros. —Daritai roció unas gotas de leche de yegua, susurró una bendición y bebió—. Por lejos que estuviera de él, o a pesar de nuestras discusiones, o del tiempo que pasáramos sin vernos, siempre sentí su presencia. —Suspiró y agachó la cabeza.

Temulun lloriqueó; Hoelun meció su cuna.

—Mi sobrino habló de una campaña —dijo el Odchigin mientras bebía más "kumiss"—. Sin duda sabes que ahora no podemos luchar.

Ella había esperado esas palabras, pero también había esperado que no las dijera.

—El espíritu de mi esposo te guiará.

—Sabemos cómo luchaba, qué órdenes daría, pero no estamos acostumbrados a combatir sin él. Estaríamos en desventaja. Más adelante podríamos obtener una victoria decisiva.

Las mismas palabras que Todogen y Targhutai… así que ya había llegado a un acuerdo con ellos. Daritai prefería complotarse ahora con los Taychiut, a la espera de obtener algún beneficio más adelante. Por mucho que lamentara la muerte de su hermano, con ella había desaparecido el mayor obstáculo para sus ambiciones.

—Estás equivocado —dijo Hoelun—. Si los tártaros sospechan que somos más débiles, nos atacarán. ¿Quieres una guerra en nuestros campos de pastoreo?

—La retirada es necesaria a veces, Hoelun. Eres sabia, pero sigues siendo una mujer, y sabes muy poco de batallas. Mi hermano utilizaba a menudo el recurso de la retirada para atraer a los enemigos hasta que otra ala de nuestro ejército podía caer sobre ellos.

—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó Hoelun.

—Podríamos trasladar nuestros campamentos más hacia el oeste. Si los tártaros atacan, estaremos preparados para enfrentarnos a ellos, pero sospecho que nuestra huida les hará creer que estamos inseguros. Por el momento, nos conviene que piensen así. Nuestros exploradores pueden mantenernos informados de sus movimientos, pero lo más probable es que decidan que no vale la pena desperdiciar hombres atacándonos; de ese modo tendríamos una oportunidad de fortalecernos antes de volver a hacerles frente. Dejaremos que crean que han obtenido una victoria al asesinar a mi hermano.

—También pueden pensar que ahora mismo podrían derrotarnos fácilmente. Estoy en condiciones de conseguir el apoyo de los hombres si me ayudas. Nosotros…­

—Por el momento tengo bastante con expulsar a los Merkit del norte de mis tierras. —Daritai se limpió el bigote—. Una guerra nos costaría mucho, y los tártaros no son nuestros únicos enemigos. Los Merkit también tienen razones para odiarnos.

—Hay algo que todavía no he dicho a los hombres—dijo Hoelun. Después de una pausa, agregó—: Toghril Kan podría acompañarnos. Mi esposo era su "anda", puedo enviar un mensaje al Kan Kereit y pedirle que vengue la muerte del hombre que lo ayudó a recuperar su trono.

Daritai frunció el entrecejo.

—No, Hoelun.

—Me debe algo, y también al hijo de su "anda".

—Oh, se lamentará, y hará que sus chamanes y sus sacerdotes cristianos recen por mi hermano. Tal vez te envíe regalos. Pero no combatía con nosotros mientras tu esposo vivía, y ahora esperará para ver qué puede ganar. Nuestro pueblo sólo te verá más impotente cuando él se niegue a tu pedido.

Nadie la apoyaría. Daritai había sido su última esperanza. Tal vez los hombres hubieran luchado si él la hubiese apoyado, y Toghril Kan quizá hubiera atendido una súplica del hermano de su "anda".

—Me decepcionas —dijo ella—. Creí que tenías el espíritu de tu hermano, pero no te importa nada de nosotros.

Él se inclinó hacia ella; Hoelun percibió en su aliento el aroma rancio del "kumiss".

—Mi hermano —dijo— querría que yo te cuidara ahora. Tengo dos esposas, pero puedo tomar otra con facilidad. Sé mi esposa, Hoelun. —Hizo una pausa—. No te lo pido sólo por obligación. Todavía eres tan bella como cuando te encontramos. Sería una lástima dejarte en una cama vacía. Tus hijos tendrían un padre y yo podría olvidar un poco mi dolor si fuera feliz contigo.

En ese caso, no sólo reclamaría a la viuda de su hermano sino también el legado de Temujin. Ese matrimonio le daría al Odchigin la posibilidad de convertirse en jefe; podría fortalecer su propia posición mientras fingía que actuaba en nombre de Temujin.

—No.

Él le puso una mano en el hombro.

—Tal vez te lo haya pedido demasiado pronto; aun así, no tiene sentido esperar. Sé que todavía estás de duelo, pero…

Hoelun se liberó de su mano y se puso de pie lentamente. Ya no había dolor en los oscuros ojos de Daritai, sólo excitación ante la perspectiva de hacerla suya. Hoelun odiaba aquel rostro ancho y astuto tan poco parecido al del hombre que había perdido.

—No me casaré contigo, Daritai.

—La vida puede ser dura sin un hombre.

—Munglik ha prometido que me cuidaría, y tengo a mis hijos. No necesito un esposo. No podría mirarte sin pensar en tu hermano. —Sabía que debía callarse, dejar que él creyera que su amor por Yesugei le impedía aceptarlo, pero le fue imposible reprimir sus palabras—. No podría vivir contigo sabiendo la clase de hombre que él fue. Quieres fingir que te pareces a tu hermano, pero por lo visto todo el valor y la fuerza de tu padre pasó a mi esposo y mis hijos, y a ti no te quedó nada.

Daritai permaneció inmóvil; le tembló un músculo próximo a la boca. "Sé cauta —susurró la voz interior de Hoelun—. Ya has ido demasiado lejos. Tal vez algún día necesites la ayuda de este hombre".

—Tendrías que haberme apoyado —dijo ella—. Si lo hubieras hecho, quizá te habría respetado. Pero no me ataré a un hombre que sólo piensa en reclamar lo que pertenecía a su hermano.

Él se incorporó de un salto y la cogió por los brazos; después la sacudió con tanta fuerza que Hoelun perdió su tocado.

—Lo lamentarás, Hoelun.

—¿Lamentarlo? Me has mostrado quién eres. No he perdido nada.

Él la alejó de un empujón. Hoelun se tambaleó, luego se irguió.

—Necesitas aliados —dijo él—. Te equivocas si crees que podrás gobernar hasta que Temujin sea mayor.

—No dudes que lo haré.

Él avanzó hacia ella; Hoelun se preparó para recibir un golpe, pero Daritai bajó el brazo.

—Debo impedir que actúes contra tus propios intereses —dijo—. Es lo mínimo que puedo hacer por la viuda de mi hermano y por sus hijos. Cuando tu dolor haya disminuido, comprenderás quiénes son tus verdaderos amigos. —La miró durante un momento, luego salió. Los gemidos de Temulun crecieron hasta convertirse en aullidos. Hoelun se arrodilló junto a la cuna, desató a la niña y la amamantó.

Se echó a llorar, pues de pronto sintió todo el peso de la pérdida de Yesugei. Nunca más entraría como un torbellino en el "yurt" pidiendo comida y bebida mientras los niños se apiñaban a su alrededor. Nunca más la miraría con sus ojos dubitativos pero respetuosos mientras ella lo aconsejaba. Nunca más la conduciría hasta el lecho ni movería su cuerpo sobre el de ella.

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