—Ahora entiendo por qué el amigo de su padre vino aquí —dijo Dei—, y por qué no me dijo la verdad. Sin embargo, sólo se llevó al muchacho para que sufriera una penuria mayor. Parece que la madre de Temujin insistió en reclamar su lugar, aun después de que los hombres se negaran a jurar fidelidad a su hijo. Los seguidores del Bahadur abandonaron a la familia. Nadie sabe qué ha sido de ellos.
Bortai se puso tensa; no podía ser verdad.
—Deben de estar con vida —insitió—. Temujin no cejará. Me dijo que su madre es fuerte… tampoco ella cejará fácilmente.
—Hasta la mujer más valiente tendría dificultades luchando sola, sin protección y con hijos tan jóvenes. Será mejor que te enfrentes a ello, niña. Es posible que ya se haya reunido con su padre.
—¡No! —gritó Bortai, sin soltar la manga de su padre—. Alguien lo ayudará. —Respiró hondo—. Nosotros podemos ayudar a su familia. Podrías traerlos aquí. Es tu obligación, puesto que estamos prometidos.
—Tengo obligaciones con mi pueblo. —Se desasió de la mano de su hija y la cogió de los hombros—. Escúchame, Bortai. Podemos pasarnos toda una estación buscándolos, y piensa también que… tienen enemigos que los abandonaron a la muerte. ¿Quieres que irrumpan en este campamento para terminar su trabajo?
—¡No me importa!
—Seca tus lágrimas y ayuda a tu madre —dijo Dei—. Rezaremos por el alma del Bahadur y por los que él dejó atrás, pero debemos seguir adelante con todas nuestras obligaciones.
Bortai se puso de pie con lentitud.
—Yo no olvidaré —dijo con voz firme—. Hice una promesa, y la cumpliré.
—El hombre a quien hicimos la promesa está muerto.
—Yo hice otra promesa, a Temujin.
Su sueño le había anticipado que él llegaría, ¿cómo podía olvidarlo? Pensó en la mirada de decisión que había visto en sus ojos cuando le prometió que volvería a buscarla: en su rostro no había ni una sombra de duda. Si ella alguna vez le fallaba…
Bortai se estremeció y advirtió entonces que su hija, que nunca había tenido miedo de nada, temía ahora por el muchacho al que amaba.
—Nunca lo olvidaré —continuó—. A pesar de lo que tú digas, él volverá.
Dei retrocedió un paso. Por un momento, Bortai se sintió tan fuerte y firme como Temujin esperaba que fuera, después se lanzó en brazos de su padre y rompió a llorar.
Temujin dijo: "Nunca olvidaré a los que nos abandonaron ni olvidaré a los que nos ayudaron. Esa promesa vive en mi corazón".
El joven chamán estaba sentado junto al fogón, con los ojos fijos en el resplandor del fuego. Por un instante, Jamukha pensó que el hombre sagrado estaba en trance y que su alma vagaba en otra parte.
—Dormiste hasta tarde, muchacho —dijo el chamán—. ¿Los esfuerzos de la noche fueron excesivos para ti?
Jamukha se sentó encima de la piel de yegua y dijo:
—Bebí demasiado. Tal vez usaste un hechizo.
—No era la primera vez que te acoplabas de ese modo. —El joven sonrió burlonamente mientras miraba a Jamukha—. No fue necesario ningún hechizo.
Jamukha se levantó y se vistió, pues sintió un repentino deseo de alejarse rápidamente de aquel hombre. El chamán leía en su alma con demasiada facilidad; probablemente había percibido lo que Jamukha deseaba en el momento en que le había pedido refugio para protegerse de la tormenta de nieve. No había estado tan borracho cuando el chamán empezó a acariciarlo, y no oyó cántico ni hechizo alguno antes de encontrarse entre las dos pieles. El viento había aullado fuera de la diminuta tienda, ahogando los gritos de Jamukha mientras el dolor que sentía daba paso al placer que había buscado.
El chamán no sabía su nombre y Jamukha lo ignoraba todo acerca del hombre. Tal vez hubiera abandonado su campamento para examinarse en soledad o para hacer que su alma vagara entre los espíritus. A excepción de una bolsa con hierbas y unas pocas provisiones, el hombre no tenía nada, y Jamukha no había examinado sus armas para ver si llevaban las marcas de algún clan que él conociera.
—Quédate si quieres —dijo el chamán.
Jamukha recogió su arco y sus flechas, y después salió. La tienda se alzaba entre abetos, sobre una ladera que daba al sur, protegida del viento norte; los caballos blancos del chamán, atados a unas estacas, resoplaban en la nieve.
El caballo castaño de Jamukha estaba atado a un árbol. Montó y cabalgó hacia el valle. Al sentarse en la montura hizo un gesto de dolor. Esta vez no había sangrado mucho, pero recordaba el aliento cálido del hombre en su oído, y las caricias ásperas y casi dolorosas de sus manos encallecidas.
Jamukha agradecía esa violencia, el dolor del acoplamiento, el torbellino de ira, furia y deseo que lo engullía. Después se sentía purgado; sus miedos y necesidades disipados por esa marea oscura. No siempre había sido así, al menos no la primera vez que estuvo con un hombre en medio de la estepa, cuando el desgarramiento de su carne, su indefensión y el poder del hombre encima de él habían hecho que se sintiese violado. El placer había venido más tarde.
Ahora permitía que esto ocurriera, a pesar de lo que le había dicho al chamán. Soportaba el dolor por el placer que acarreaba, y se sentía orgulloso de su fuerza, que le permitía tolerarlo. Cuando fuera un hombre ya no se sometería, él infligiría el dolor y sólo tomaría el placer.
Cabalgó hacia el sudoeste, en dirección a las aguas del Onon. Pronto llegó a terreno llano. Las montañas Kentei estaban hacia el sur; el macizo era una sombra distante que se alzaba sobre una tierra pálida. El chamán había mencionado haber visto huellas de caballos y otros signos de gente cerca del río congelado.
Una ráfaga de copos helados lo encegueció por un instante. Cuando cesó, vio a dos jinetes que galopaban hacia el oeste en caballos grises, a través del terreno llano, al otro lado del Onon. Una figura alzó el arco: una flecha voló hacia un animal de largas orejas que corría rápidamente por la nieve.
Jamukha avanzó lentamente hasta que pudo ver mejor a los dos cazadores: eran muchachos. El que había cobrado la presa se apeó. El otro súbitamente avanzó a caballo sobre él, lo golpeó con su lanza, arrojándolo a tierra y se agachó en la montura para recoger la presa. El muchacho caído se incorporó, el otro volvió a golpearlo con la lanza.
Jamukha fustigó a su caballo. El muchacho que iba montado hostigó al otro con su lanza, pero éste la cogió por un extremo, tiró y arrojó a su rival al suelo. Los dos lucharon por el arma, rodando sobre la nieve.
—¡Basta! —gritó Jamukha al acercarse—. ¡La presa es de él!
Los dos muchachos quedaron inmóviles; después el más alto cogió su lanza y corrió hacia su caballo. El otro se esforzó por ponerse de pie; había perdido el sombrero y tenía sangre cerca de la sien.
—¿Estás herido? —preguntó Jamukha.
Él negó con la cabeza, después cayó de rodillas. Su compañero corría a todo galope hacia los bosques próximos a las montañas Kentei. Jamukha trotó hacia el otro caballo gris, cogió las riendas y lo llevó hasta su dueño.
—Todavía puedo alcanzarlo —dijo Jamukha—, y quitarle tu presa.
El muchacho se puso de pie, tambaleándose.
—No te preocupes. Me desquitaré en otro momento. —Alzó la cabeza; sus ojos eran grandes y pálidos, de un verde pardusco con reflejos dorados—. Es un cobarde y un bravucón —prosiguió el muchacho mientras Jamukha le entregaba las riendas de su caballo—. Siempre es igual, ataca por la espalda y roba. No es la primera vez que lo hace.
—Entonces es una suerte que viniera por aquí. Parecía dispuesto a matarte. Bien, ahora te has librado de él.
El muchacho de ojos pálidos recogió un poco de nieve, se limpió la sangre de la cara y después se apoyó en su caballo.
—Pero Bekter no me dejará en paz —dijo—, y tendré que soportarlo. Es mi hermano… mi medio hermano, en realidad. Algún día irá demasiado lejos. —Recogió su gorro y se lo puso—. Te agradezco que te hayas acercado.
—Pero veo que en realidad no necesitabas mi ayuda. Lo habrías vencido de todos modos. —Jamukha hizo una pausa—. Me llamo Jamukha y soy hijo del jefe Jajirat Kara Khadahan.
—Entonces desciendes del hijo de la mujer capturada por tu ancestro Bodonchar.
El muchacho guardó silencio; de pronto, sus ojos adquirieron una expresión de cautela.
—Si Bodonchar fue ancestro tuyo, tu linaje es más noble que el mío. No puedo pretender que desciendo de él, ya que la madre de mi pueblo estaba encinta cuando él la encontró. —Jamukha estudió al muchacho. Sus ropas estaban muy usadas y remendadas, y sus botas de fieltro raídas; a pesar de su porte altivo, parecía pobre—. ¿Y cuál es tu clan?
El muchacho lo miró con frialdad; Jamukha tuvo la sensación de que lo estaba evaluando.
—Corriste a ayudarme —dijo el desconocido—, así que tal vez pueda confiar en ti. Sólo mi familia está aquí; mi madre y hermanos y hermana y la madre de Bekter y su hermano. ¿Me juras que no le dirás a nadie que me has visto?
Jamukha se golpeó el pecho.
—Mi promesa vive aquí. Juro por el cielo que permaneceré en silencio. —Ya tenía razones suficientes para no contarle a nadie todo lo que le había ocurrido durante el viaje—. Confía en mí.
—No confío demasiado en nadie. Todo lo que debes saber es que si alguna vez me entero de que rompiste tu promesa, sufrirás por ello. —Habló suavemente, pero su amenaza iba en serio—. Me llamo Temujin —continuó—, y soy hijo de Yesugei Bahadur, que era hijo de Bartan el Bravo, sobrino de Khutula Kan y nieto de Khabul Kan. Los seguidores de mi padre nos abandonaron la penúltima primavera.
Jamukha quedó atónito, impresionado por el linaje del muchacho y conmovido por la situación en que se hallaba.
—Sé lo de tu familia —dijo—. Algunos dicen que ya has muerto, en tanto que otros sostienen que vives, pero es posible que tus enemigos ya te hayan olvidado.
—También nuestros parientes y amigos nos han olvidado —dijo Temujin.
—Tontos. No merecéis…
—Que crean lo que les venga en gana. Si nos olvidan, estaré a salvo hasta que sea lo bastante fuerte para hacer mi voluntad.
Temujin fustigó levemente a su caballo y trotó hacia el río; Jamukha se mantuvo a su lado.
—Tenemos diferentes pesares, Temujin. Tú tienes familia y no tienes tribu; yo tengo tribu pero no familia. Mis padres murieron cuando era pequeño, antes de que los conociera, y no tengo hermanos.
—Lamento saberlo —dijo Temujin.
—No me compadezcas. Seré jefe algún día, y ya participo en los consejos con los hombres, pero me he habituado a estar solo. Con frecuencia salgo a explorar o a cazar sin compañía. La soledad resulta útil… te enseña a no confiar demasiado en los demás.
—He aprendido esa lección —respondió Temujin—. ¿Cuántos años tienes?
—Cumpliré trece en primavera.
—Entonces pronto serás hombre. Yo cumplí once el último verano.
Jamukha lo observó. Temujin era alto para su edad, y sus hombros eran anchos bajo el abrigo de piel de oveja.
—¿Por qué riñe contigo tu hermano? —le preguntó—. La vida ya debe de ser bastante dura para los dos.
—Mi padre convirtió a mi madre en su esposa principal, aunque la otra esposa ya había tenido a Bekter. Él aborrece que yo sea el heredero de mi padre. —Temujin sacudió la cabeza—. Aunque tenemos muy poco, él lo quiere todo para sí. Mi medio hermano Belgutei no es malo cuando no está cerca de Bekter, y mi madre tiene otros tres hijos.
—Entonces habrá una nueva rama de tu clan —dijo Jamukha—. Cuando tú y tus hermanos tengáis esposas, podréis engendrar muchos guerreros.
Temujin se cerró el cuello del abrigo.
—Me prometieron a una muchacha Onggirat antes de que mi padre muriera. Pasamos una breve temporada juntos antes de que yo tuviera que marcharme.
—¿Ella te esperará?
Temujin entrecerró sus ojos pálidos.
—Me prometió que lo haría.
—Bien, si se olvida, podrás encontrar otra esposa. No importa quién sea la mujer mientras te atienda y te dé hijos.
—No dirías eso si hubieras visto a Bortai.
Jamukha sintió un ramalazo de resentimiento. Pero Temujin, solo y abandonado como estaba, tenía pocas cosas que lo sostuvieran; se aferraría a la esperanza de que al menos una persona, aunque fuera una distante muchacha Onggirat, seguía pensando en él.
Jamukha no deseaba hablar de la muchacha. El vínculo de un hombre con una mujer nunca podía ser tan fuerte como el que tenía con los otros hombres, que eran sus camaradas en la guerra y sus compañeros en las cacerías. Cambió de posición en su montura. Nunca pensaba en el amor cuando permitía a los hombres tomar y darle placer: el acto era un momento muy intenso y alejado de esos sentimientos. Sin embargo, ahora sentía que había buscado más sin saber qué era exactamente lo que buscaba. Tal vez fuera amor hacia un compañero semejante a él, alguien con quien pudiera dar y tomar, alguien que honrara ese amor por encima de todo.
—Debería regresar —dijo Temujin—. Mi madre se preocupará cuando vea que Bekter vuelve sin mí. —Permaneció un momento en silencio—. Ella nos mantuvo con vida después de que murieron las pocas ovejas que teníamos. Habríamos muerto de hambre sin las plantas y frutas silvestres que recogía cuando no había nada que cazar.
Temujin se bajó el cuello del abrigo. Jamukha observó su rostro demacrado y rápidamente buscó un poco de carne seca debajo de su montura.
—Toma esto —dijo.
Temujin cogió la carne y la mordió ávidamente.
—Gracias —dijo con la boca llena, y después engulló el resto.
—Podríamos cazar juntos —dijo Jamukha—. No tengo necesidad de marcharme inrnediatamentes y juntos tendríamos más éxito.
Temujin sonrió, mostrándose más como el niño que era.
—Si me prometes que no me robarás las piezas.
Cuando el sol empezó a descender por el oeste, Jamukha y Temujin habían rastreado un ciervo joven y lo habían cazado. El animal era delgado y débil, pero Temujin estaba encantado con el resultado de la cacería.
—Esta noche comeremos bien —dijo mientras cargaban el animal en la grupa de su caballo—. Debes venir conmigo, Jamukha. Mi madre te dará la bienvenida cuando vea lo que traemos. No debes marcharte ya, ¿verdad?
—No —admitió Jamukha.
—Entonces, vamos.
Cabalgaron hacia las estribaciones del macizo de Kentei. Muy pronto Jamukha vio una delgada columna de humo que se elevaba cerca de la linde del bosque, pero ya estaban entre los árboles cuando divisó los dos "yurts". Un jinete que pasara por allí supondría que un chamán se había establecido en el lugar para estar más cerca de los espíritus de las montañas. El monte Tergune se erguía más allá, Burkhan Khaldun se alzaba al sudeste, y había otros lugares desde donde un chamán podía volar hasta Tengri. Un carro sin techo se encontraba junto a uno de los "yurts"; otro carro cargado con un tronco estaba junto a la tienda más pequeña. "Nadie podría robarle mucho a esta familia", pensó Jamukha.