Gengis Kan, el soberano del cielo (17 page)

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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

BOOK: Gengis Kan, el soberano del cielo
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Temujin gritó su propio nombre, después se deslizó de su montura mientras un muchacho levantaba la cortina del "yurt" y salía.

—He traído carne —dijo Temujin—, y a un nuevo amigo que necesita albergue durante la noche… Se llama Jamukha. —Descargó el ciervo.

El muchacho menor sonrió.

—Bekter regresó hace un rato, gritando que tú y un extraño intentasteis robarle su caza.

—Es mentira. Él me la robó a mí; Jamukha sólo quiso ayudarme.

—Tendrías que haberlo visto, Temujin. Madre maldecía a Bekter por haberte dejado solo. Le pegó tan fuerte que se rompió el palo.

Temujin soltó una risita, luego se dirigió a Jamukha.

—Éste es mi hermano Khachigun.

Jamukha inclinó la cabeza y después desmontó. Alguien más miró desde atrás de la cortina del "yurt".

—Mi madre —murmuró Temujin—. Se llama Hoelun.

El rostro de la mujer lo sorprendió. Había esperado ver a una mujer envejecida por la lucha y las penurias, pero la madre de Temujin tenía una piel tersa, de color pardo pálido, labios gruesos y ojos de color castaño dorado.

—Te saludo —dijo ella—. Me dijeron que habías encontrado a un extraño.

—Éste es Jamukha, mi nuevo amigo —replicó Temujin—. Es un Jajirat, hijo de un jefe, y como verás me ha traído suerte. —Señaló con un pie al ciervo caído.

—Te saludo, Ujin —dijo Jamukha haciendo una reverencia—. Tu hijo me ha dicho por qué acampáis aquí. Le prometí que no le diría a nadie que os he visto.

—Te lo agradezco, y te agradezco que no le hayas hecho daño. —La mujer salió, era pequeña, y su largo abrigo estaba tan raído como el de su hijo—. No hay muchos que ayuden a los descastados, y otros que pasan por aquí nos evitan. Es bueno que hayas decidido guardar silencio sobre nosotros. No le haría ningún bien que nuestros enemigos pensaran que eres amigo de mi hijo.

—No pensaba en mí cuando hice esa promesa.

Hoelun Ujin hizo un gesto a Temujin.

—Lleva tu caballo y el de nuestro huésped con los otros.

Temujin obedeció a su madre; Jamukha estaba a punto de seguirlo cuando la mujer le dijo:

—Por favor, quédate. No vamos a robarte el caballo. Khachigun, me ayudarás a descuartizar ese ciervo. —Se arrodilló, se quitó el arco del cinturón, y extrajo un cuchillo.

—Yo te ayudaré, Ujin —dijo Jamukha—. Soy responsable en parte por haberte traído este trabajo adicional.

La expresión grave de Hoelun se suavizó.

—Mereces elogio y agradecimiento por esto.

Ya había anochecido cuando Hoelun Ujin lo invitó a entrar en la tienda.

—Temujin me ha contado que tienes tres hijos, además de él —dijo Jamukha—, pero sólo he conocido a dos.

—Khasar está vigilando los caballos —dijo Khachigun mientras entraba cargando los huesos del ciervo.

Hoelun lo miró. Jamukha estaba a punto de preguntar cuántos caballos tenían, pero después lo pensó mejor y decidió no hacerlo.

—Tal vez deba contarte más cosas de mí —dijo finalmente Jamukha.

—Por favor, hazlo —dijo Hoelun desde el fogón.

—Mi padre era nuestro jefe. Mi madre murió al tenerme a mí, y mi padre poco después. Se dice que un niño que pierde a su padre sufre uno de los mayores dolores que la vida puede depararle, y yo comparto ese dolor con tus hijos. Pero también se dice que quien pierde a su madre sufre una pérdida todavía mayor. —Miró a los otros muchachos—. Cuando veo cómo os cuidan vuestras madres, me doy cuenta de que lo que dicen es cierto.

Entró Temujin.

—Le he contado a Kashar todo lo que sé de ti —le dijo a Jamuhka—. Lo conocerás en un rato.

—¿No comerá con nosotros? —preguntó Jamukha.

—Comerá más tarde. Alguien tiene que montar guardia.

Temujin se sentó mientras los otros se reunían alrededor del fogón; Bekter hizo una mueca de dolor al sentarse. Temujin sonrió y dijo a su medio hermano:

—He oído que el palo de mi madre danzó hoy sobre tu espalda.

—Tú y este descarriado… —dijo Bekter, mostrando los dientes en una mueca de desprecio—. ¿Por qué lo trajiste aquí?

—¡Silencio! —dijo Hoelun con firmeza—. Come y calla.

Comieron rápidamente. Hoelun amamantó a Temulun y después de acostarla se sentó a cenar. Había cocinado un trozo de carne fresca, pero sólo había unos bocados para cada uno: el resto de la comida consistía en un líquido que sabía a corteza.

Cuando Jamukha terminó de comer, aún sentía hambre, aunque los otros parecían satisfechos; sus rostros arrebolados demostraban que estaban habituados a comer menos que él. Quedaba un poco de carne, pero probablemente fuera la porción de Khasar.

—Lamento nuestra pobre hospitalidad —murmuró Hoelun al tiempo que señalaba la fuente.

—Disfruté con la comida —dijo Jamukha—, y la preparaste bien. Ujin. Nunca he comido caza fresca tan sabrosa.

Los ojos de Hoelun todavía mostraban desconfianza, pero una sonrisa jugueteó en su rostro.

—Aunque eres huérfano, alguien se preocupó por educarte.

—Mi tío se ocupa de mí. —Se preguntó si su tío se habría ocupado tanto de él si hubiera tenido sus propios hijos.

Hoelun se puso de pie.

—Es hora de que os vayáis a dormir.

—Puedes usar mi cama, Jamukha —dijo Temujin, señalando uno de los cojines cubiertos de piel. Luego se puso de pie—. Es mi turno de vigilar los caballos.

—Iré contigo si quieres —dijo Jamukha. Montaré guardia una parte de la noche mientras tú duermes.

Hoelun se volvió hacia él.

—No es necesario.

—No me molesta. Ujin. Si tu hijo no me hubiera traído aquí ahora estaría durmiendo sobre mi caballo bajo un árbol.

—Entonces acompáñame —dijo Temujin.

Jamukha recogió sus armas y siguió al muchacho.

Caminaron un trecho a través del bosque en sombras hasta un claro apenas iluminado por la luna que crecía en el cielo invernal. Nueve caballos castrados grises y uno castaño se encontraban dentro de un corral construído mediante cuerdas mientras otro muchacho los vigilaba; un fuego enterrado ardía en una zona despejada.

—No sois tan pobres como pensé —murmuró Jamukha a Temujin.

—Oh, nos dejaron los castrados, pero sin un semental y sin yeguas, no podemos aumentar la manada. Debieron de creer que alguien nos robaría y nos mataría.

—¿Y no os habéis visto obligados a comerlos?

—Mi madre dice que antes comeremos ratas y cortezas, y a menudo nos hemos visto obligados a hacerlo.

El otro muchacho se acercó a ellos.

—Tú debes de ser Khasar —dijo Jamukha.

—Mi hermano me contó cómo os conocisteis. —Khasar estrechó la mano de Jamukha—. Una lástima que no le clavases una flecha en la espalda a Bekter. —Se rio; excepto por sus ojos más oscuros y su propensión a reír, su rostro se parecía al de su hermano mayor—. Tal vez podamos cazar juntos mañana.

—No lo creo, pues debo seguir viaje —dijoJamukha, lamentándolo.

Khasar los dejó. Temujin rodeó el corral improvisado, extendiendo ocasionalmente la mano para acariciar algún caballo.

—Me alegra que me acompañaras —dijo—. Tengo mucho sueño.

—Descansa, entonces. Te despertaré más tarde.

Temujin se tendió junto al fuego. Las llamas alejarían a los animales; Jamukha no había oído aullar a ningún lobo, pero de todos modos no se arriesgaría. A diferencia de la estepa, donde cualquier peligro podía avistarse desde lejos, un bosque era un lugar oscuro que podía albergar muchas cosas. Trepó a un árbol, desde donde podría vigilar todo el claro y, al mismo tiempo, permanecer oculto.

El viento soplaba, después cesó; la luna en creciente cabalgaba sobre pálidas corrientes de nubes. Las salidas de humo de Tengri brillaban en el cielo negro; los Siete Ancianos titilaban cerca de la Estaca Dorada.

Se oyó un crujido; podía ser el viento, pero Jamukha se puso tenso, seguro de que lo vigilaban. Escrutó en torno a él y no vio nada, pero había aprendido a confiar en sus instintos. Extrajo una flecha de su carcaj y aprestó el arco.

Siguió en guardia, rígido y tenso, controlando el paso del tiempo, por el cambio de posición de la luna y las estrellas. Cuando transcurrió la mitad de la noche aún sentía miedo de abandonar el árbol. Ese bosque podía estar colmado de espíritus inmunes a sus armas.

Temujin se movió, abrió los ojos y se puso de pie.

—¿Jamukha?

—Estoy aquí arriba.

Temujin se acercó al árbol.

—Creo que alguien nos vigila —dijoJamukha.

—Sospecho que sí —dijo Temujin, sin aparentar preocupación—. Baja… yo te cubriré. —Jamukha se descolgó del árbol—. Duerme un poco… yo cumpliré mi turno ahora. —Levantó la cabeza y dirigió la vista más allá de su amigo—. —Vete a la cama, madre —dijo—, ya ves que estoy a salvo.

Jamukha se volvió. Una sombra salió de detrás de un árbol y desapareció en la oscuridad. Pensó en la mujer oculta en el frío, vigilándolo, presta a lanzarle una flecha.

—Pero ¿por qué…?

—Podrías haberme cortado el cuello mientras dormía y llevarte nuestros caballos. Mi madre cuidaba de que no lo hicieras, como yo suponía que haría.

—Jamás te habría hecho daño.

—Lo has demostrado. Nunca dudé de ti, pero me alegra que hayas pasado la prueba. Duerme tranquilo, Jamukha, ahora no tienes nada que temer. Te doy mi palabra.

La comida matinal era un caldo ligero preparado con un hueso. Jamukha vació su pequeño cuenco de corteza y después se dirigió a Hoelun.

—Gracias por haberme recibido en tu tienda —dijo.

Ella sonrió.

—Debes llevarte un poco de carne para el viaje.

Él aceptó un trozo. Belgutei había salido a cuidar los caballos. El resto de la familia se despidió; Bekter pareció aliviado por la partida de Jamukha.

Temujin alcanzó a Jamukha cuando iba hacia donde estaban los caballos.

—Te acompañaré un trecho —le dijo.

Jamukha sonrió, complacido por estar un rato más con su nuevo amigo.

Salieron del bosque en dirección al Onon. El sol asomaba entre nubes grises, dando una blancura deslumbrante a la llanura nevada. Cabalgaron en silencio, y no hablaron hasta llegar al río.

Desmontaron y caminaron hacia la orilla. Jamukha deseaba prolongar el momento. Finalmente, dijo:

—Estará despejado; un buen día para viajar. Preferiría quedarme, pero cuanto más tiempo me quede, más preguntas me hará mi tío. —Se volvió hacia Temujin—. Regresaré en primavera, a más tardar.

El rostro de Temujin mostró una expresión solemne.

—Creo que, aparte de mis hermanos, eres el primer amigo verdadero que tengo.

—Debes de haber tenido amigos entre los de tu pueblo.

—Algunos muchachos me seguían —dijo Temujin, encogiéndose de hombros—. Pero yo era el hijo del jefe, y después, cuando él murió… —Suspiró—. Bortai es una amiga… Sentí que podía contar con su apoyo en todo momento. —Hizo una mueca—. Pero se trata de una muchacha, así que no es lo mismo.

Los celos hicieron arder las mejillas deJamukha. El amor que esa muchacha pudiera sentir se desvanecería en cuanto se enterara de la precariedad de la vida de Temujin. Sus propios sentimientos eran más nobles. La situación de Temujin lo instaba más firmemente a ayudar a su nuevo amigo a recuperar el lugar que le correspondía.

—Sólo hace un día que te conozco —continuó Temujin—, y no obstante siento que eres mi camarada. Al principio creí que era desatento contigo, que en realidad anhelaba demasiado tener un amigo, pero… —Se estremeció —. Sería mejor para ti que tuvieras un amigo más poderoso.

—Eres valiente, Temujin. Tú mismo dijiste que no serías un descastado para siempre. —Jamukha respiró hondo, sabiendo que quería decir otra cosa—. Yo también he deseado tener un verdadero amigo, pero pretendo ser aún más para ti. Seré un hermano que nunca te abandonará. Haré contigo un juramento de "anda".

Los ojos de Temujin brillaron.

—Me honras, Jamukha. Es el voto más sagrado que pueden hacer dos amigos.

—Haré ese juramento contigo, aunque aquí no haya nadie para atestiguarlo. Nuestras dos vidas serán una. Siempre te defenderé y jamás levantaré la mano contra ti. Lo juro. —Jamukha se golpeó el pecho con la mano—. Que mi promesa viva en mi corazón. Debes ser mi "anda", Temujin. Tu vida me será tan querida como la mía.

—Entonces te prometo lo mismo. Eres mi "anda", hermano Jamukha. Cuando cabalguemos juntos, nadie se interpondrá entre nosotros. Amaré a tus hijos como si fueran míos. Nuestro vínculo durará toda la vida.

Jamukha desenvainó su cuchillo, se arremangó y se hizo un pequeño corte en la muñeca; Temujin lo imitó. Apretó su brazo contra el de su amigo.

—La misma sangre fluye ahora en nosotros —murmuró—. Nunca derramaré la tuya, ni tú la mía. Somos hermanos.

Jamukha apretó con fuerza la mano de Temujin. Se sentía feliz por haber hecho promesa tan solemne. Esto era amor, no ese débil sentimiento que algunos hombres decían experimentar por las mujeres, sino un amor mejor, que hacía que uno se sintiese más fuerte.

—Debo darte algo para sellar nuestra promesa. —Jamukha rebuscó en la bolsa que pendía de su cinturón y extrajo una de sus fichas de hueso—. No es más que un pequeño regalo, pero tal vez sea el adecuado, ya que los dos tuvimos suerte mientras jugábamos.

—Así será siempre, ahora que eres mi "anda" —dijo Temujin, poniendo en la mano de Jamukha uno de sus dados metálicos.

Permanecieron sentados en silencio durante un rato, hasta que el frío hizo estremecer a Jamukha. Se puso de pie con reticencia; Temujin lo imitó y sacudió la nieve depositada sobre el abrigo de su amigo.

—Volveré —dijo Jamukha—, cuando llegue la primavera.

Se abrazaron. Jamukha lo soltó primero, temiendo que sus sentimientos lo traicionaran. Podía esperar. Dejaría que ese amor creciera hasta que llegase el momento en que la unión pudiera expresar ese sentimiento, hasta que Temujin se diera cuenta por sí solo de lo que verdaderamente existía entre ellos.

Jamukha montó a caballo.

—Adiós, mi hermano —dijo Temujin.

27.

Khasar se sentó detrás de un árbol. En el pastizal, más allá de los bosques, Temujin y Jamukha practicaban tiro con arco. El muchacho Jajirat apuntó a un árbol solitario y lejano; su flecha silbó y se clavó en el tronco. La flecha de Temujin se clavó en el árbol justo arriba de la de su amigo.

El caballo favorito de Jamukha pastaba en la linde del bosque, junto con su caballo de recambio. Los dos muchachos guardaron sus arcos y trotaron hacia el árbol.

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