—¡Deteneos! —gritó—. ¿Abandonaréis a la muerte a madres e hijos? ¿Olvidasteis los juramentos que le hicisteis a mi esposo? —Se irguió en los estribos, alzando el estandarte—. ¿Así agradecéis sus victorias? ¿Podéis escapar del espíritu que vive en este estandarte? ¿Olvidaréis al hijo que podría daros más victorias?
Una fila de carros se estaba separando de las otras. Entonces Hoelun vio a Targhutai, cabalgando junto al hombre que llevaba el estandarte Taychiut. Targhutai giró para mirar los carros, después hizo una señal con un brazo. Los hombres que lo rodeaban se desplegaron en abanico a cada lado de la fila.
—¡Escuchad mis palabras! —gritó Hoelun—. ¡Éste es el estandarte que jurasteis seguir!
Los hombres de Targhutai rodeaban los carros, azotando a sus ocupantes y obligándolos a seguir la marcha. Dos jinetes trataron de escapar; otros Taychiut les bloquearon el camino. Algunos querían quedarse con Hoelun, pero ellos se lo impedirían.
Hoelun agitó su estandarte mientras se reanudaba la marcha.
—¡Recordadme cuando vuestros jefes os lleven a la ruina! —gritó roncamente—. ¡Recordadme cuando los que amáis mueran a manos de vuestros enemigos! ¡Recordadme cuando mis hijos os castiguen por lo que habéis hecho hoy! ¡Fue mi esposo quien os reunió y mi hijo quien os habría mantenido unidos! Hoy me habéis traicionado a mí… ¡mañana os traicionaréis los unos a los otros!
La fila pasó junto a ella. Muy pronto las personas, los carros, el ganado, las ovejas y los caballos no fueron más que sombras rodeadas por el polvo. Hoelun permaneció en la colina hasta que sólo vio una nube lejana en el horizonte.
Hoelun y sus dos hijos mayores sepultaron a Charakha junto a su "yurt", cavando la tumba con palos largos y piedras filosas. Belgutei se unió a ellos cuando estaban bajando el cuerpo del anciano a la fosa; Hoelun susurró una despedida.
—Cubrid la tumba. —Se volvió al hijo de Sochigil—. ¿Tu madre está todavía en su tienda?
Belgutei asintió.
—Fui a verla después de pedirle a Khachigun que vigilara las ovejas. Ella no se ha movido, y no quiere hablar.
Hoelun pasó entre dos hogueras que había encendido momentos antes y volvió a su propia tienda para amamantar a su hija.
Khachigun la siguió.
—¿Todo irá bien? —preguntó el niño.
—Sí. Tu padre no engendró cobardes. Tú y Temuge sois muchachos valientes, y sé que no me desilusionaréis. —Dejó a Temulun en su cuna—. Temuge, vigila a tu hermana. Khachigun, vuelve con las ovejas. —Recogió su tocado, se cubrió la cabeza y fue a la tienda de Sochigil. La mujer estaba sentada junto al fogón. Al verla, Hoelun le dijo —: Mírate, dejando que tu fuego se apague y sin ofrecer ningún consuelo a tus hijos.
Sochigil se balanceó.
—¿Por qué no me mataron? —dijo—. Habría sido más piadoso que esto.
—Si no tratas de sobreponerte —le dijo Hoelun—, yo misma te expulsaré de este campamento. Si estás tan dispuesta a morir, puedo hacértelo más fácil. —Hizo una pausa—. Ya has sufrido bastante. Ahora debemos pensar en nuestros hijos.
—No podemos vivir solas.
—Tenemos algunas ovejas y caballos. El Onon nos dará agua y pescado. Comeremos ratas si es necesario, pero viviremos. —Puso de pie a la otra mujer con fuerza; Sochigil la observó sin expresión—. Ve y recoge todo el estiércol seco que puedas antes de que caiga la noche. Entretanto nosotros iremos al río a buscar bayas. Por suerte nos abandonaron en esta estación… tendremos tiempo de prepararnos para el invierno.
Si podían sobrevivir durante el verano y si nadie los atacaba para despojarlos de lo poco que les quedaba, tal vez encontraran suficiente caza para vivir durante el crudo invierno. Si la situación era desesperada, sus animales les proporcionarían carne, aunque Hoelun no deseaba recurrir a ellos, ya que resultarían más útiles con vida. Los patos volvían ya al río, y ella podía cavar para encontrar raíces. También existía la posibilidad de que algunos desertores se escabulleran y se unieran a ellos, pero al respecto Hoelun no albergaba demasiadas esperanzas. Les resultaría más fácil olvidarla y suponer que finalmente todos habían muerto.
No pensaría en el futuro. Entregó una cesta a Sochigil y después la condujo fuera.
Temujin cogió el largo palo de manos de Hoelun. De la improvisada caña de pescar pendía un hilo hecho con tendones, en cuyo extremo había un trozo de hueso curvo y afilado.
—Pesca todo lo que puedas —le dijo Hoelun a Bekter—. Incluso los peces más pequeños nos servirán de alimento.
El muchacho se acercó a la orilla con la caña que Hoelun le había fabricado.
—Dividiremos la pesca en partes iguales —prosiguió ella—. No habrá discusiones acerca de quien pescó más y por eso merece comer más.
El sol matinal había disipado la pálida neblina que cubría la orilla del río. En ese punto el Onon era estrecho y poco profundo, y se ensanchaba en el lugar en el que Temujin y Bekter estaban pescando. Hoelun miró el cielo sin nubes. El día sería caluroso, pero no creía que viniera tormenta. Recordó otro día caluroso y el lugar, río arriba, en el que había visto por primera vez a Yesugei.
Estaba a punto de desenterrar una raíz cuando divisó la figura de un jinete que se acercaba desde el este. Retrocedió lentamente hacia los árboles, dejó su palo, recogió el arco y después miró en dirección al río. El hombre podía pasar junto a ellos sin verlos, pero Temujin y Bekter estaban agazapados detrás de unos arbustos, con sus arcos listos.
Ella esperó hasta que el hombre estuvo más cerca, y entonces colocó una flecha y apuntó. El caballo del jinete se lanzó al galope. Antes de que estuviera suficientemente cerca para dispararle, Hoelun advirtió de quién se trataba y bajó su arco.
—Munglik —gritó, y después corrió hacia la orilla.
Él vadeó el río, desmontó de un salto y la tomó en sus brazos.
—Hoelun —murmuró .
Ella apoyó la cabeza sobre el pecho del hombre, incapaz de pronunciar palabra.
—¿Qué ocurrió aquí? —pregunto Munglik.
—Nos abandonaron —consiguió decir Hoelun—. Nos dejaron hace unos días. —Se alejó del hombre—. Orbey Khatun hizo el sacrificio de primavera sin invitarme. Después de eso, no tuvimos que esperar mucho. Al día siguiente levantaron el campamento. —Tragó con dificultad—. Prepárate, Munglik. Tu padre trató de detenerlos. Todogen Girte recompensó su gesto clavándole una lanza en la espalda. Lo sepultamos hace cinco días. —Hoelun se derrumbó.
Munglik permaneció largo rato en silencio. Por fin, dijo:
—Todogen pagará por eso. —Se sentó junto a ella y le cogió la mano—. Mi esposa y mi hijo…
—Se marcharon con los demás. No pudieron evitarlo. También sacaron a Khokakhchin a rastras de mi tienda.
—Escucha —dijo él, y le apretó la mano—. Puedo ir a ver a Toghril Kan.
Ella sacudió la cabeza; ya había desechado esa posibilidad.
—El Kan Kereit no ganaría nada ayudando a viudas y niños indefensos. Seguramente le parecerá más prudente conservar a los jefes Taychiut como aliados. Mi esposo siempre decía que Toghril Kan era un hombre práctico. —Retiró la mano que Munglik sostenía entre las suyas—. Aunque nos diera refugio, mis hijos serían rehenes. Se los ofrecería a Targhutai en cuanto le resultara conveniente.
—Pero tienes pocas esperanzas si nadie te protege.
Hoelun se volvió hacia él.
—Me niego a creer eso. Targhutai y Todogen podrían habernos matado, pero Tengri detuvo sus manos. Aún deben de temer al espíritu de mi esposo.
—Pero tus hijos…
—Tendrán que ser todavía más valientes que su padre. —Recogió las piernas y puso las manos sobre las rodillas—. Conozco a Temujin. No viviría demasiado ni como rehén del Kan Kereit ni entre los seguidores de su padre. Mi hijo exigiría el lugar que le corresponde, y lo matarían. Si muere abandonado, habrá vivido más que en el otro caso. Pero pretendo mantenerlo con vida.
—Eres una mujer obstinada. Hoelun. No es fácil verte desesperada.
—Sochigil ya llora bastante por las dos.
—Cuando Daritai se entere de esto…
—No hará nada por nosotros. —Si hubiese sabido lo que iba a ocurrir más tarde, tal vez había sido más amable con el Odchigin—. Nos dejaron con vida —prosiguió—, de modo que no tiene que vengarnos; Targhutai debe de haberlo considerado, y por eso fue piadoso. Daritai sólo pensará en sí mismo.
Munglik volvió a coger la mano de la mujer.
—No puedo dejarte aquí. Le prometí al Bahadur que cuidaría de ti.
—No te pediré que cumplas esa promesa —dijo ella—. Debes pensar en el hijo que tienes y en el que viene en camino.—Lo miró brevemente antes de desviar los ojos. El rostro de Munglik expresaba preocupación y solidaridad, pero también alivio. Había hecho el ofrecimiento que su honor le exigía y no podía sentirse culpable si se marchaba, ya que la misma Hoelun le había dicho que debía hacerlo.
El joven se aclaró la garganta.
—Debo ir con mi esposa, por supuesto. Tal vez otros Khogkhotat estén dispuestos a viajar a nuestras antiguas tierras de pastoreo; Targhutai permitirá que nos marchemos si sabe que seguiremos siendo sus aliados.
Hoelun levantó la cabeza.
—¿Jurarías lealtad al hermano del asesino de tu padre?
—Todogen será castigado, pero éste no es el momento. No puedo servirte a ti ni a mi pueblo convirtiendo a mi esposa en viuda. Más tarde encontraré la manera de castigar a Todogen Girte.
Qué práctico era Munglik. Hoelun soltó su mano y se puso de pie, apoyándose en el palo.
—Siempre recordaré —dijo—, que tu padre dio la vida por nosotros.—Se encaminó hacia los árboles. De pronto, Munglik estuvo a su lado.
—No he dicho todo lo que quería decir —le susurró—. Cásate conmigo, Hoelun. Siempre me has importado. Espérame aquí y volveré a buscarte cuando sepa que mi esposa está a salvo. Puedes vivir con mi pueblo si te tomo como esposa.
Qué tranquilizador sonaba todo. Los Taychiut se sentirían aliviados al saber que Munglik no pretendía vengarse de la muerte de su padre. Y los complacería aún más ver a Hoelun convertida en la segunda esposa del criado de su esposo, y Temujin no estaría a salvo entre los Khongkhotat si no deponía sus reclamos.
—No —respondió ella—. Tal vez fuese feliz contigo, pero el recuerdo de mi esposo todavía está fresco.
Munglik la cogió de los brazos.
—Él no desearía que lucharas sola ni que vivieras así.
—¿Acaso nuestras vidas fueron fáciles alguna vez?
—Cuando vuelva a buscarte… Tal vez entonces…
—No cambiaré de idea.
El aliento del hombre era cálido sobre el rostro de Hoelun. Ella recordó cómo la había abrazado Yesugei, cómo sus manos fuertes podían volverse muy suaves. Munglik le rodeó la cintura. Hoelun podía fingir que estaba una vez más en los brazos de su esposo y olvidar su obligación para con el heredero.
—Te amo —dijo Munglik—. Siempre te he amado.
"Pero no lo suficiente", pensó ella, y se liberó del abrazo.
—Volveré —agregó él.
Hoelun tendría que abandonar ese lugar antes de que él regresara y buscar refugio en el oeste, donde pudieran ocultarse de sus enemigos. Si los jefes Taychiut los creían muertos, estarían a salvo.
—No me has contado qué descubriste —dijo ella.
—Los tártaros se mantienen en sus rutas habituales. No debemos preocuparnos por ellos durante esta estación. —Hizo una reverencia—. Debo visitar la tumba de mi padre.
—Temujin te conducirá hasta ella.
—Cazaré algo para ti antes de irme. Khasar puede acompañarme; siempre tuvo buena puntería. Volveré en cuanto me sea posible.
Buscó su caballo y lo llevó al lugar donde Temujin y Bekter estaban pescando. Hoelun observó el terreno, quitó algunas hojas y cavó para desenterrar la raíz que estaba debajo.
Bortai se despidió de las muchachas Olkhunugud y después corrió junto a una fila de carros. Cincuenta Olkhunugud habían llegado al campamento de su padre; esa noche festejarían antes de levantar el campamento y trasladarse hacia el sur para unirse a otros clanes durante la cacería de otoño.
Fue rápidamente al "yurt" de su padre. Tal vez Temujin volviera después de la cacería. Siempre que se trasladaban, ella imaginaba que miraría desde su carro y lo vería llegar a caballo.
Sus padres aún desconocían el verdadero motivo de la súbita partida de su prometido. Ella había guardado el secreto mientras rezaba por un milagro: que Temujin hubiera vuelto a su casa para encontrar a su padre vivo y reponiéndose. Ahora su propio deseo le parecía más real que las tristes palabras de despedida y el rostro dolorido y resignado de su compañero Munglik.
El olor de las hogueras y del cordero que se asaba la hicieron sonreír. De pronto se avergonzó por sentirse feliz a pesar de que no tenía noticias de Temujin. Seguramente regresaría antes del invierno; ella le diría que había guardado el secreto, y él le diría que su padre estaba bien. Los dos se reirían de las lágrimas que habían derramado.
Los perros de su padre saltaron hacia ella, los espantó y entró en el "yurt". Sus padres estaban sentados en la cama; la cabeza de Shotan descansaba sobre el hombro de su esposo. Bortai se sorprendió de hallar a Dei en casa y no fuera, bebiendo y conversando con los otros hombres.
Dei levantó la vista; su expresión era solemne.
—Ven aquí, Bortai —le dijo—. Tengo malas noticias.
Shotan se puso de pie, acarició la mejilla de Bortai y luego se dirigió al fogón.
Bortai se sentó a los pies de su padre.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—Un Olkhunugud que hace poco tiempo tomó por esposa a la hija de un mongol Taychiut, me ha contado que… —Dei se acarició la barba rala—. Me dijo que mi "khuda"… que el padre de tu prometido ha muerto.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Bortai y corrieron por sus mejillas; no tendría que fingir sorpresa ni dolor.
—Dicen que lo envenenaron los tártaros mientras regresaba a su campamento —continuó Dei—. Me sorprende que no nos enteráramos antes, ya que nuestras tierras están tan próximas a las de los tártaros, pero tal vez ellos no quisieron jactarse de una acción tan malvada. El Bahadur fue sepultado la primavera pasada.
Bortai no podía hablar. Finalmente, tiró de la manga de su padre y dijo:
—¿Y Temujin? ¿Qué ocurre con Temujin? —Escrutó los tristes ojos oscuros de Dei—. Su madre conducirá a su pueblo ahora, ¿verdad?