Gengis Kan, el soberano del cielo (66 page)

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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

BOOK: Gengis Kan, el soberano del cielo
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—No he hecho nada malo —dijo Khasar.

—Ni siquiera tendrías que decirlo —dijo Hoelun—. Aquél a quien algunos llaman el Gran Kan debería haberse dado cuenta por sí mismo.

Los hombres permanecían en silencio. El Kan caminaba en las sombras; Hoelun no le quitaba los ojos de encima. Finalmente Temujin fue hacia ella, con los hombros caídos. La ayudó a incorporarse, y ella supo que había ganado.

—Cualquier hombre temería la furia de una madre así —dijo—. Estoy avergonzado de lo que he hecho. Khasar puede irse, y lamento haber perturbado su descanso. —La soltó, negándose a mirarla a los ojos—. Ahora me marcharé.

Rápidamente, sus hombres se reunieron a su alrededor y todos salieron de la tienda.

—Lamenta haber perturbado tu descanso —dijo Hoelun, abrazando a Khasar—. Tendría que haberte pedido perdón de rodillas.

—Temujin nunca hubiera hecho algo así —dijo Khasar.

—Lo sé. Pero eso no cambia las cosas.

—Es víctima de un hechizo —dijo Khasar—. Debe de creer que no puede conservar su trono sin el chamán.

—Tal vez no lo conserve con él.

Hoelun se apoyó en su hijo, súbitamente cansada.

La vergüenza de Temujin no duró. Pocos días después de que Hoelun regresara a su "ordu", el Kan despojó a Khasar de casi todos los súbditos bajo su mando, dejándolo tan sólo con un millar.

Fue Guchu quien llevó la noticia a Hoelun. Ella lo despachó, diciéndole que cuidara a Khasar, y se preguntó a quién atacaría ahora Teb-Tenggeri. Khasar estaba libre pero debilitado; uno de sus Noyan había huido al oeste, según Guchu. El chamán conseguiría más seguidores cuando el pueblo viera que el Kan no se atrevía a hacerle frente ni siquiera para defender a su propio hermano. Teb-Tenggeri apartaría del Kan a cualquiera que lo cuestionara.

A Hoelun sólo le quedaba una esperanza, aunque débil. Munglik había estado en el campamento de sus hijos durante los últimos días, tal vez porque temía que la cólera de su esposa cayera sobre él. La mujer llamó a un guardia y le ordenó que fuera a ver a su esposo.

Hoelun recibió a Munglik delante de su tienda. Se había vestido con su túnica azul favorita, se había pintado el rostro y se había aceitado las trenzas. Munglik se acercó a ella con expresión preocupada, y sonrió cuando ella le tomó las manos.

—Te ves bien, esposa —dijo el hombre.

—La primavera me ha renovado.

Lo condujo al interior, lo sentó en la cama e hizo un gesto a las criadas antes de decirle:

—Te he echado de menos.

Después de comer, el rostro de Munglik se veía plácido. Hoelun despachó a las criadas, y cuando Munglik se puso de pie para quitarse la túnica, ella le tomó una mano.

—Antes de dormir —le dijo—, quiero decirte algo.

Él frunció el entrecejo y se sentó junto a la mujer.

—Es acerca de Khasar, ¿verdad? —preguntó—. Todos saben lo que dijiste en su tienda. Una madre debe amar a sus hijos, pero en realidad no sabes qué es lo que él podía estar tramando.

—No es sobre Khasar, y a veces el amor de un padre puede ser tan ciego como el de una madre.

Munglik se mesó la barba gris.

—Ya veo.

—Escúchame, Munglik. Ahora no pienso solamente en mis propios hijos, sino en los tuyos. Piensa cómo Temujin puede volverse contra tu hijo si él va demasiado lejos.

—Estás equivocada, Hoelun. Temujin sabe muy bien todo lo que le debe a Kokochu.

—Temujin le debe todo lo que tiene a su espada, y a las espadas de sus hermanos y de sus generales. El Celestial no hizo más que dar su bendición.

Munglik hizo un signo.

—Ten cuidado con lo que dices.

—Diré lo que se me antoje. He perdido el poco miedo que pude tenerle a Teb-Tenggeri. Tú eres su padre, a ti te corresponde decirle lo que otros no se atreven. Dile que rompa el hechizo que ha ejercido sobre Temujin antes de que ese mismo hechizo se vuelva en su contra. Dile que se refrene; si puedes hacerlo, será fácil refrenar a tus otros hijos.

—No puedo decirle eso, Hoelun.

—Entonces tal vez sea tiempo de darle una de las palizas que debiste propinarle hace mucho tiempo.

Munglik extendió un brazo.

—Tal vez tú no le tengas miedo, pero yo sí. Nos maldecirá a ambos si…

—¿A su propio padre? —dijo ella con dureza—. ¿A la esposa de su padre? ¿Crees eso y sin embargo tienes miedo de enfrentarte a él? ¿Qué clase de hombre eres?

—Hoelun…

—Yo sé qué clase de hombre eres. —Las palabras salieron con dificultad de su boca—. Es posible que le tengas miedo, pero también piensas en lo que puedes ganar por medio de él. Veo que siempre lo pensaste. Cuando éramos descastados, te compadeciste de nosotros, pero no nos ayudaste. Cuando Temujin se separó de su "anda", tú permaneciste con Jamukha y sólo acudiste a nosotros cuando advertiste que mi hijo sería el más fuerte. Temujin quiso que nos casáramos, y yo hice todo lo que pude… sabía que él debía asegurarse tu lealtad. No has sido un mal esposo, y tu consejo le salvó la vida a Temujin, pero siempre observaste hacia dónde soplaba el viento antes de actuar. Ahora crees que ganarás más apaciguando a Teb-Tenggeri.

Él la tomó del brazo.

—Cállate.

—Maldigo a tu hijo, Munglik. Si no lo refrenas, también te maldeciré a ti. Te escupo los pies y te doy vuelta la cara.

El rostro de él se contrajo. Ella vio la lucha en sus ojos, y pensó que cedería.

—Retira tus palabras —masculló el hombre—, y te perdonaré. Será como si nunca las hubieras pronunciado.

—El arco ha perdido su flecha —dijo ella—. No puedo recuperarla. Sólo tú puedes impedir que alcance el corazón de tu hijo.

Él se puso de pie y salió de la tienda. La garra del espíritu maligno volvió a clavarse en Hoelun, y la mujer se tendió en la cama.

95.

Bortai oyó unos pasos suaves; Temujin se acercaba a la cama. Había estado cavilando junto al fogón durante gran parte de la noche. Ella tendió la mano hacia él en cuanto se deslizó bajo la manta.

—Bortai —dijo el Kan—, hay muchas cosas que no sé. Mis palabras viven en lo que Ta-ta-tonga consigna, y, sin embargo, no puedo leer sus signos. Los pueblos de las ciudades pueden hacer caminos sobre el agua y obligarla a cumplir su voluntad, en tanto que nosotros debemos vagar por nuestras tierras buscándola. Teb-Tenggeri puede rastrear e invocar a los espíritus, mientras que yo debo luchar por escucharlos en el Burkhan Khaldun. Creí que los hombres se volvían más sabios con la edad, pero en cambio mira qué poco sé.

—Sabes lo que debe saber un Kan —dijo ella.

—Pero hay más cosas que ignoro.

La abrazó y al cabo de unos instantes se quedó dormido. El chamán le había infundido todas esas dudas; ella sabía lo que habría dicho TebTenggeri. "Escúchame y conservarás tu trono; sólo yo puedo invocar los espíritus que te ayudarán".

Estaba adormecida cuando oyó gritos fuera; de inmediato reconoció la voz de Temuge, que pedía ver a Temujin.

El hermano menor del Kan irrumpió en la tienda, se acercó a ellos y se arrodilló al pie de la cama.

—Pido justicia —dijo con voz ahogada.

Temujin se sentó lentamente.

—Cuando algunos guerreros de tu propio campamento —continuó el Odchigin—, decidieron unirse a Teb-Tenggeri, tú no los detuviste. Ahora algunos de mis hombres han hecho lo mismo. Envié a mi camarada Sokhur para que le pidiera al chamán que me los devolviera, pero él y sus hermanos le golpearon y lo mandaron de regreso con la montura atada a la espalda. ¿Cómo puedo soportar esos insultos?

Temujin recogió su túnica y se envolvió los hombros.

—Prosigue —dijo.

—No acudí a ti entonces —dijo Temuge—. Después de lo ocurrido con Khasar, advertí que tendría que solucionar el asunto yo mismo. Fui a ver a Teb-Tenggeri. Sus hermanos cayeron sobre mí y me obligaron a arrodillarme delante del chamán y luego me echaron sin los hombres a los que había ido a buscar. —Se abrió el abrigo y la camisa, y alzó el rostro magullado—. ¿Ves las marcas que esos Khongkhotat dejaron en mi cuerpo? ¿Qué harás al respecto? ¿Acaso Khasar y yo debemos creer que ya no le importamos a nuestro hermano?

Bortai se sentó y se envolvió el pecho con la manta.

—¿Cómo puedes permitir esto? —preguntó a su esposo.

—Khasar te sirvió bien —continuó Temuge—, y tú trataste mal a nuestro hermano a pesar de su lealtad. Yo no hice más que reclamar lo que era mío. ¿Qué harás por nosotros, Temujin?

El Kan permaneció en silencio.

—¿No ves lo que están haciendo? —gritó Bortai—. Ahora que aún estás con vida se atreven a alzar la mano contra tus hermanos. —Las lágrimas corrían por sus mejillas y ella no hizo nada por contenerlas—. Cuando tu cuerpo hermoso y fuerte se convierta en polvo, ¿qué será de nosotros?

Temujin se estremeció e hizo un signo contra el mal.

—No, no pienso callarme —prosiguió Bortai—. Tu pueblo es como hierba a merced del viento… ¿quién gobernará cuando tú desaparezcas? ¿Crees que unos hombres que se atreven a atacar a tus hermanos permitirán que mis hijos gobiernen alguna vez?

Él la miró. Le ordenaría que guardara silencio, pero ella no le obedecería, no esta vez.

—A pesar de los poderes que él pueda tener —siguió la mujer—, tú mismo te convertiste en Kan. ¿Perderás lo que has ganado? Si dejas que el chamán siga ofendiéndote, tu gran "ulus" se te escapará de las manos. Encárate con el Celestial y prueba los poderes que alega tener.

—Mi "anda" me habla a través de él —dijo Temujin—. Se ha convertido en el camarada que yo deseaba y al que perdí.

—Basta, Temujin. —Bortai aferró la manta—. El chamán sólo está utilizando tu dolor y tu arrepentimiento como arma contra ti. Si permites que te siga separando de los que más te aman, te arriesgarás a perderlo todo. Al humillar a tus hermanos te está poniendo a prueba, ¿acaso crees que despues no atacará a nuestros hijos?

—Su conocimiento… —empezó a decir Temujin.

—Sólo lo usa para sí. Si tratas a Temuge como trataste a Khasar, te prometo que todos sabrán lo que yo pienso de esa injusticia. Teb-Tenggeri tendrá que vérselas conmigo… tal vez entonces comprendas la clase de hombre que es.

—Tu esposa es sabia —dijo el Odchigin—. Te ruego que no ignores su consejo.

Temujin se levantó y fue hacia el fogón, se volvió y miró más allá de Bortai; ella vio desesperación es sus ojos.

—Antes mis sueños eran claros —dijo el Kan finalmente—. Ahora sólo los atisbo a través de una niebla. Antes los espíritus me hablaban, y ahora permanecen en silencio. Sólo el chamán puede aliviar las dudas que me atormentan. Todavía puedo escuchar a los espíritus a través de él. Puedo hablar con Jamukha, y saber que me ha perdonado. ¿No ves lo que me pides? Si ataco a Teb-Tenggeri y sus poderes son los que parecen, los volverá contra mí. Pero si logro castigarlo, eso demostrará que los espíritus lo han abandonado, y tendré que preguntarme si alguna vez los gobernó verdaderamente. —Hizo una pausa—. Si pierdo a mi chamán, volveré a perder a mi "anda".

—Tú eres el Kan —susurró Bortai—, el árbol que nos protege a todos. Debes pensar en los vivos… en tu pueblo y en tus hijos.

—Sí, debo hacerlo, y obligarme a creer que mi chamán sólo nubló mis pensamientos con sus hechizos. Me has dado un buen consejo, Bortai, pero sufriré llevándolo a la práctica. —Se puso de pie—. Temuge.

El Odchigin se volvió hacia él.

—Puedes zanjar tu disputa con mi chamán principal —agregó el Kan—. Llamaré a los Khongkhotat y tú puedes hacer lo que quieras con Teb-Tenggeri. No sería correcto que yo alzara mi propia mano contra él.

Temuge se golpeó el pecho con un puño.

—Me enfrentaré a él —dijo—, y me aseguraré de tener hombres fuertes a mis espaldas.

—No me digas lo que harás. Si Teb-Tenggeri se entera de tus intenciones, puede volver sus hechizos contra ti. Si no lo hace, sabré que sus poderes le han fallado finalmente.

—No sospechará —dijo Bortai—. Está demasiado lleno de orgullo para pensar que algo pueda dañarlo.

Temujin la miró y luego hizo un gesto a Temuge.

—¡Márchate!

Su hermano salió de la tienda. El Kan se sentó dando la espalda a Bortai.

—Me reuniré con los Khongkhotat aquí —masculló.

—Yo estaré a tu lado —dijo ella.

—Sería mejor que no lo hicieras. Tal vez sea peligroso.

—Entonces lo enfrentaré contigo.

No permitiría que él sucumbiera a su temor.

—Tú me aconsejaste que dejara a Jamukha —dijo él—, y estuviste en lo cierto, pero la separación me causó gran dolor. Tú me advertiste que no debía confiar en Toghril, y yo ignoré tus palabras sólo para descubrir que tenías razón. ¿Acaso debo desconfiar eternamente de los que me rodean?

—Tus hermanos te aman —dijo ella—, al igual que tus generales, y yo. No necesitas amigos falsos.

—Y tengo que pensar en lo que debo conseguir. Dios desea que yo sea el más grande de los Kanes, que gobierne todas las tierras bajo el sol, y que mi "ulus" sea el arma de Tengri. Según parece, debo encontrar todas las alegrías en mi destino, en tomar aquello que el cielo me ofrece.

Se puso de pie y fue a la entrada a llamar a los guardias.

Bortai mantuvo una expresión impasible cuando entraron el chamán y sus seis hermanos, seguidos de Munglik. Teb-Tenggeri parecía tranquilo mientras los otros colgaban sus armas a la izquierda de la entrada, y siguió tranquilo cuando vio a Temuge sentado a la derecha de Temujin. Había veinte miembros de la guardia diurna en el "Yurt"; los tres fornidos guerreros que habían venido con Temuge estaban en el fondo de la tienda.

El chamán murmuró un saludo. Temujin dijo:

—Mi hermano Temuge Odchigin ha venido a quejarse de ti.

Teb-Tenggeri frunció el entrecejo.

—No tiene motivos de queja —dijo con su voz musical—. Algunos de sus hombres eligieron unirse a mí. ¿Acaso importa que me sirvan a mí o al Odchigin, si todos sirven a su Kan? Si tu hermano es tan mal jefe que no puede retenerlos, sin duda ellos tienen derecho a elegir a otro. Sospecho que vinieron a mí porque el Odchigin tal vez albergue ambiciones muy semejantes a las de su hermano Khasar.

Temujin hizo un gesto de asentimiento a Temuge. El Odchigin se incorporó de un salto, se lanzó sobre el chamán y aferró el cuello de su abrigo blanco.

—Zanjad vuestra disputa fuera de mi tienda —gritó Temujin—. Allí podréis probar quién es más fuerte.

Temuge arrastró al chamán fuera.

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