Gengis Kan, el soberano del cielo (67 page)

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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

BOOK: Gengis Kan, el soberano del cielo
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—¿Qué es esto? —preguntó Munglik acercándose al trono.

—Temuge ha sido insultado —dijo Temujin con suavidad—. Tu hijo se ha excedido.

El rostro de Munglik se demudó. Sus hijos miraron a los guardias del Kan. Bortai escuchó gritos fuera, y después un súbito silencio. Temuge, agitado, entró tambaleándose en la tienda.

—Ese chamán no es un gran luchador —dijo jadeando y mostrando los dientes—. Cayó, fingiendo que no podía moverse, y ahora no se levanta. Sus límites están claros.

—¿Qué has hecho?—dijo Munglik. Luego se cubrió el rostro y soltó un ronco sollozo.

Su otros hijos avanzaban hacia Temujin y Bortai, con las manos en la empuñadura de sus cuchillos. Temujin saltó y puso de pie a Bortai, después golpeó a uno de los hermanos que se lanzó sobre él.

—¡Atrás! —gritó el Kan.

Más hombres aparecieron en la entrada. Los soldados cercaron a los Khongkhotat mientras otros conducían a Bortai y a Temujin fuera de la tienda.

El Kan se detuvo delante de su hermano.

—De modo que zanjaste tu disputa —le dijo.

—Compruébalo por ti mismo.

Temuge sonrió sin alegría mientras los conducía a los carros próximos a la gran tienda. Los tres robustos guerreros que habían venido con el Odchigin estaban junto a un carro; el cuerpo del chamán, retorcido en la cintura, yacía a sus pies. Bortai vio los ojos vidriosos de Teb-Tenggeri e hizo un signo contra el mal.

—Tiene la espalda rota —dijo Temuge—. Su sangre no se derramó. Como te dije, no era un gran oponente.

Temujin miró el cuerpo, sus labios se movieron.

—Levántate —dijo en voz tan baja que Bortai apenas si lo oyó—. Levántate.

Ella lo cogió de la manga, pero él la miró con ojos vacíos, como si su propio espíritu lo hubiera abandonado.

Munglik y sus hijos eran conducidos hacia allí. Temujin soltó a Bortai y alzó la mano.

—Los poderes de tu hijo lo han abandonado —dijo el Kan dirigiéndose a Munglik—. Los espíritus se han retirado de él. Porque no pudiste controlar a tus hijos, Munglik-echige, uno de ellos está muerto. Mereces ser castigado por no refrenarlo, por permitirle pertubar la paz de mi "ordu" y de mi familia, por permitirle confundirme con sus hechizos.

—He sido castigado —susurró Munglik—. Me han arrebatado a mi hijo.

—Tú eres culpable —dijo Temujin—, pero también yo lo soy, porque no me resistí al hechizo con el que me envolvió, porque quise creer… —Se estremeció—. Te prometí que serías honrado, y ahora no puedo desdecirme, pues en ese caso nadie creerá en mis promesas. No puedo matarte y convertir a mi propia madre en viuda… tu muerte de nada serviría, y tus ambiciones han terminado. Tú y tus hijos sois libres de marcharos, pero procurad no volver a molestarme. Podéis pensar en lo que habríais ganado si hubierais sido verdaderamente leales a mí.

El Kan se volvió hacia los guardias.

—Colocad una tienda alrededor del cuerpo del chamán. Cerrad la entrada y la salida de humo y vigiladla durante tres días. El chamán era un hombre poderoso, así es que antes de sepultarlo quiero asegurarme de que su espíritu lo ha abandonado.

El chamán aún lo tenía en su poder, pensó Bortai. Temujin preferiría verlo levantarse de entre los muertos, aunque eso significara su propia muerte, antes que saber que las voces que le habían hablado a través de Teb-Tenggeri permanecerían en silencio para siempre.

Munglik inclinó la cabeza mientras sus otros hijos lo conducían.

—Usun será mi chamán principal —dijo Temujin en tono inexpresivo—. Es sabio y demasiado viejo para tener demasiadas ambiciones. —Se arrebujó en su abrigo—. Traedme un caballo… no quiero permanecer tan cerca de los espíritus malignos.

Se alejó sin volverse a mirar a Bortai.

Hoelun no había querido que su hija viniera, pero Temulun había insistido en hacerlo, acompañada de tres chamanes. Los chamanes habían entonado sus letanías y habían sacrificado una oveja. Al parecer, Temulun estaba resuelta a fingir que era posible alejar al espíritu maligno que poseía a su madre.

Las criadas se movían por la tienda, barriendo el suelo alfombrado para librarlo de polvo e insectos. Hoelun deseó que su hija se fuese; no quería que estuviera cerca si se sentía repentinamente débil.

Hoelun cerró los ojos. Cuando los abrió, una de las criadas susurraba algo a Temulun.

—He oído ese rumor —dijo Temulun; en su rostro apareció una expresión de desprecio—. Son tonterías. —Miró a Hoelun—. Si Munglik-echige está relacionado con esos rumores, tal vez deberías decirle que deje de hacerlo.

Hoelun suspiró. Temujin había quebrado a su esposo; Munglik ya no podía hacer nada contra el Kan.

Temulun miró a la criada.

—Lo que debe de haber ocurrido —prosiguió—, es que los guardias de mi hermano se llevaron el cuerpo y lo enterraron en secreto. El chamán no se levantó de entre los muertos al tercer día, y su cuerpo no salió flotando por la salida de humo.

—Pero dicen que la entrada estaba cerrada, y que la salida de humo fue abierta desde dentro.

—Tal vez el Kan no debió haber sepultado el cuerpo en secreto —dijo otra mujer—. Si la gente lo hubiera visto…

—Yo no tengo que verlo —dijo Temulun—, para saber que la historia es falsa. Los que temían al chamán principal pueden rumorear todo lo que les venga en gana, pero a mí sólo me hace admirar aún más a Temujin, por ser más fuerte que un hombre con tantos poderes. De todos modos, Temujin ha declarado que fue Tengri quien se llevó el cuerpo, y que eso es un signo de que el cielo ya no amaba al chamán y no le permitió ser sepultado, de modo que mi hermano ha encontrado cierta utilidad en esos rumores.

Las criadas hicieron signos; no se debía hablar de muerte y entierros cerca de la cama de una enferma. Temulun despachó a las mujeres con un gesto de la mano y después se inclinó sobre Hoelun.

—Cuando mejores, madre, tendrás que venir a ver mis pájaros.

—Temulun, tus pájaros deberán cazar sin mí, y tú estarás con tus hijos, no aquí. ¿Acaso quieres llevarles malos espíritus? Has hecho por mí todo lo que has podido… es hora de que te marches.

Temulun se llevó la mano de su madre a la mejilla; Hoelun sintió en la palma las lágrimas de su hija.

—Madre.

—Te amo, hija. Ahora déjame descansar.

Temulun lloró. Hoelun cerró los ojos y se dejó ir; cuando volvió a abrirlos, su hija ya no estaba, pero había otra persona junto a la cama. A pesar de las sombras vio que se trataba de Munglik.

—He perdido a un hijo —dijo el hombre—. No puedo perder a mi esposa.—Estaba encogido como si fuese mucho mayor y estuviese doblado por el dolor—. Tendría que haberte escuchado. Mis otros hijos han perdido el valor, ¿y qué haré ahora sin ti?

Ella no podía responderle.

—Te amé hace mucho, cuando te vi por primera vez —siguió él—. Sé que nunca fui un hombre como el Bahadur, pero tú me diste un poco de fuerza. ¿Qué será de mí sin ella?

Hoelun consiguió alzar una mano. Munglik la cogió, volvió a bajarla y alisó la manta.

Finalmente salió de la tienda. A los oídos de Hoelun sólo llegaba el aullido del viento, y advirtió que las criadas se habían ido. Supo entonces que había una lanza clavada delante de la tienda, advirtiendo a todos que la muerte estaba dentro.

La mujer durmió. Cuando despertó, el dolor había disminuido, pero tal vez lo que ocurría era que se había acostumbrado a las garras del espíritu maligno que aún no la había soltado. Había un hombre allí, que la miraba con los ojos de Yesugei; su esposo había venido a buscarla.

—Tu nombre vivirá, Yesugei —dijo ella en voz baja—. Temujin ha sobrepasado todas las esperanzas que tú habías puesto en él. Miles de hombres saben que nuestro Kan más grande nació de tu simiente.

—Madre —dijo el hombre.

—Temujin —susurró ella—. Te arriesgas a una maldición por estar aquí.

—Entonces me arriesgaré. No puedo permitir que te vayas sin verte por última vez. He pedido perdón a Khasar y le he devuelto todos sus rebaños y familias. Me maldigo por haberte causado dolor.

—Ya no siento dolor —dijo ella—. Viví para ver cómo construías una nación. Déjame descansar, Temujin. Mi vida está completa, y tú eres el Kan.

—Y con cada cosa que gano, se me arrebata algo. No puedo…

—Todos debemos morir solos. Tu padre me espera… vete.

Él susurró una plegaria y se marchó. Una sombra se agitó sobre la pared izquierda de la tienda; tenía la forma de un hombre. Hoelun alzó lentamente la cabeza, indiferente al dolor que la desgarraba.

—Yesugei —susurró, y cayó hacia atrás. Su alma se elevó de su cuerpo y voló hacia él.

VII - Séptima parte.

Dijo Temujin: "La mayor alegría de un hombre es dar muerte a sus enemigos, apacentar sus rebaños, oír el llanto de aquellos que los amaban, montar sus caballos, abrazar a sus esposas e hijas".

96.

Sus criadas lloraban. Ch'i-kuo miró a su alrededor la habitación casi vacía. Su incensario de marfil favorito, sus lámparas de aceite y sus rollos de seda y de papel habían sido sacados de allí y cargados a lomo de las mulas. Sus joyas y sus túnicas de seda, lino, damasco, brocado y piel también habían sido guardadas para que la acompañasen en su viaje.

Ch'i-kuo dio unas enérgicas palmadas.

—Marcháos —susurró—. Quiero quedarme un poco sola antes de partir.

Las mujeres hicieron una reverencia y salieron de la habitación. Una delgada capa del polvo amarillo que siempre traía la primavera cubría parte del suelo. Ch'i-kuo se arrodilló sobre la alfombra y miró el biombo pintado que había delante de la ventana. Incluso en medio de la multitud Ch'i-kuo había vivido en la corte como si un biombo se interpusiera entre ella y los que la rodeaban.

Vació su mente hasta que quedase como un rollo antes de que se posara en él su pincel, y la primera de las imágenes que deseaba evocar acudió a ella.

Un hombre que sostenía un pincel estaba sentado ante una mesa baja laqueada. Llevaba una túnica de fino lino blanco, ajustada a la izquierda con un broche enjoyado; una larga trenza negra pendía sobre su espalda. En vida había sido el emperador Ching, conocido por su pueblo como Ma-ta-ko, pero el nombre que venía a ella ahora era Chang-tsung, el nombre por el que siempre sería conocido.

Así veía ella a su padre, ataviado con las ropas del pueblo Jurchen mientras practicaba el arte caligráfico de los Han, aunque no recordaba haber visto nunca al emperador Chang-tsung solo. Tal como lo había hecho el emperador Shih-tsung antes que él, había estimulado la práctica de las costumbres de su pueblo, las que seguían antes de que abandonaran sus tierras boscosas del norte para gobernar a los Han. Se hablaba su propia lengua, su pueblo tenía prohibido usar las ropas de los Han, y los que no hacían la reverencia correcta en la corte se arriesgaban a recibir una paliza con varas de sauce. Sin embargo, Chang-tsung también hablaba la lengua Han, estudiaba sus escritos y reunía a sus eruditos a su alrededor; los nobles Jurchen con frecuencia violaban los edictos.

Chang-tsung había accedido al trono tras la muerte de su abuelo Shihtsung. Había llegado a ser emperador como Jurchen, pero también se consideraba heredero de los Han. Sólo las protestas de sus ministros le habían impedido que convirtiese en emperatriz a su esclava Han favorita, pues tal título siempre había estado reservado a una esposa Jurchen .

En el Año del Tigre, cuando Ch'i-kuo tenía seis años, una de las concubinas de su padre, favorita durante algún tiempo, le había enseñado a pintar. La dama había sugerido que la niña podría beneficiarse estudiando con un maestro, pero eso no era muy probable. Ch'i-kuo era hija de una concubina Han menor que había muerto sin dar un hijo al emperador, y ella misma manifestaba todos los signos de ser tan enfermiza como su madre.

Pero ese mismo año, el emperador de los Sung, en el sur, lanzó un ataque sorpresivo y temerario al reino de los Kin, sólo para ser derrotado. El padre de Ch'i-kuo había recibido garantías de paz y tributos, así como la cabeza de Han I'o-chau, el primer ministro Sung que había provocado la guerra. Un maestro menor de pintura y caligrafía había aparecido en las habitaciones de Ch'i-kuo poco después de la celebración de la victoria, para instruirla. Tal vez el emperador había estado de ánimo generoso cuando su concubina le hizo el pedido.

Pensó en el día en que había visto a su padre a la distancia, rodeado de eunucos y consejeros, en el parque que rodeaba al palacio de verano. Fue la última vez que lo vio. Dos años después de su victoria, el emperador de los Kin, sucesor de los Reyes de Oro que habían acabado con la dinastía Khitan de los Liao, se había reunido con sus antepasados.

La imagen de una vara de bambú estaba ante ella. El lugar favorito de Ch'i-kuo en el parque del palacio de verano había sido cerca de la orilla el lago, donde crecía el bambú. El palacio de verano de Chung Tu era casi tan grande como el palacio imperial de la ciudad, y casi una ciudad en sí mismo, con sus miles de ministros, cortesanos, eunucos, nobles de visita, guardias imperiales y legiones de criados y esclavos. Diariamente llegaban carros trayendo alimentos y otras cosas necesarias para la corte; comerciantes de turbante, tocados blancos o las pequeñas gorras de los Han con frecuencia se veían dentro de las murallas del palacio.

Las damas de la corte pasaban a menudo por delante de Ch'i-kuo, ignorando a la solemne muchacha sentada junto al lago en compañía de sus esclavas. Las damas Jurchen paseaban con sus vestidos de seda, cada una de ellas seguida de un esclavo que llevaba un parasol o una sombrilla para protegerla del sol. Muchas de las damas Han tenían diminutos pies de loto, que les hacían mecer las caderas cuando avanzaban con sus pasos de pájaro. Muchas veces las damas con pies de loto ni siquiera caminaban, sino que eran transportadas en literas bajo los puentes arqueados y por los senderos del parque, bordeados de árboles.

Las damas Jurchen tenían piel dorada, con un lustre rosado en las mejillas; las Han eran criaturas delicadas con piel tan pálida como el pergamino fino. Ch'i-kuo se parecía a su madre y, por lo tanto, a los Han, pero agradecía que nunca le hubieran vendado los pies. Se había vuelto más sana y fuerte desde la muerte de su padre, y solía caminar por el parque con algunas de sus hermanas y esclavas.

Sus hermanas y las otras damas de la corte hablaban de aventuras amorosas y de intrigas palaciegas. Ocasionalmente aludían a asuntos que tenían lugar fuera de las murallas del palacio. Los Ongghut que vivían más allá de la Gran Muralla se negaban a pagar tributo; los Tangut de Hsi-Hsia se habían sometido finalmente al rey bárbaro del norte, y ahora atacaban las provincias Kin limítrofes con Hsi-Hsia. El emperador no parecía preocupado. Los Tangut eran demasiado débiles para enfrentarse con éxito a los ejércitos Kin, y los bárbaros que vivían al norte del desierto seguirían luchado entre sí.

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