Temujin había conseguido muchas cosas desde sus proclamas, dos años atrás. Pero las victorias también habían causado pesar a su esposo. Su hermano adoptivo Boroghul había muerto a manos de los Tumat, en una emboscada. En su dolor, Temujin había querido encabezar personalmente una campaña contra los Tumat, pero Borchu y Mukhali lo habían disuadido. Bortai sabía que Teb-Tenggeri había sumado su voz a la de los dos generales. El chamán prefería mantener al Kan cerca de su campamento y al alcance de sus hechizos.
Bortai sabía lo que algunos susurraban dentro de sus tiendas. Teb-Tenggeri leía los presagios en todos los "kuriltai". Discutía con el Kan delante de otros sin suscitar su ira, y pedía todo cuanto deseaba. La propia madre del Kan se había atrevido a hablar abiertamente en contra del chamán, y ahora estaba enferma, lo cual probaba que había ofendido a los espíritus. El campamento de Teb-Tenggeri se había hecho casi tan grande como el de Temujin, y más familias habían ido allí a servir al chamán.
El Kan debía de estar al corriente de las murmuraciones, y, sin embargo, no decía nada. Bortai le había transmitido unos pocos rumores antes de que sus ojos furibundos le indicaran que debía callarse. Temujin aún temía al hombre que le hablaba con las voces de los muertos y que tal vez tuviera la vida de Hoelun-eke en sus manos.
—¿Qué te preocupa ahora? —preguntó Khadagan.
—Creo que lo sabes. —Bortai podría confiar en Khadagan; casi todas las otras esposas y mujeres de Temujin temían tanto a Teb-Tenggeri, que ni siquiera se atrevían a hablar de él—. Temujin debe actuar pronto. —Hizo un gesto contra el mal—. Yo sabía que Teb-Tenggeri iría demasiado lejos, y creí que nuestro esposo advertiría que debía ponerlo en su lugar. ¿Qué será de nosotras si algo le ocurre a Temujin?
—No puedes decirle eso —dijo Khadagan.
Bortai suspiró. Temujin se negaba a escuchar nada de lo que pudiera ocurrir cuando volase al cielo, como si negándose a pensar en la muerte pudiera mantenerla alejada. Tal vez creía que los hechizos de Teb-Tenggeri podrían mantenerlo con vida para siempre.
—Ni siquiera escucha a Khasar —dijo Bortai—. Es su propio hermano y aun así no le presta atención.
Ese había sido el último incidente. Khasar y el chamán habían discutido. Se decía que algunas bromas desconsideradas de Khasar, dichas en estado de ebriedad, habían sido el motivo de la disputa, y los seis hermanos de Teb-Tenggeri habían golpeado duramente a Khasar. Temujin estaba en el "ordu" de Khulan cuando Khasar llegó allí para exigir castigo por la afrenta. Él mismo podría haber administrado el castigo, pero le había parecido correcto que el Kan impartiera justicia. Sin embargo, Temujin lo despachó con palabras de burla acerca de cómo el poderoso Khasar había permitido que le dieran una paliza.
Khulan, pensó la mujer, podría haber defendido a Khasar; el Khan tal vez hubiera prestado atención a su esposa favorita. Pero Khulan no le pedía nada. Quizá ese era el motivo por el que Temujin todavía ardía por ella como si sólo fuera su esposa de unos días.
—Primero fue Ibakha —dijo Bortai—, una muchacha tonta que nada podría haber hecho contra el chamán, y ahora es Khasar quien sufre a causa de una simple broma.
—La burla puede ser un arma —dijo Khadagan—. Un hombre que se ríe de Teb-Tenggeri demuestra que no le teme. —Hizo un signo—. Debes tener cuidado.
Bortai distinguió hacia el sur las figuras de unos jinetes. Uno de ellos llevaba un tocado con plumas; la mujer apretó los dientes. Teb-Tenggeri se atrevía presentarse a pesar de que hacía poco que había insultado a Khasar; tal vez Temujin finalmente castigara su insolencia. Bortai hizo un gesto a los guardias, y después espoleó su caballo.
Bortai acababa de entrar en su tienda cuando oyó que los guardias saludaban a su esposo. Entró Temujin, seguido de un grupo de jóvenes capitanes; ella los saludó mientras las criadas servían comida en la mesa que estaba frente a la cama. Temujin bendijo la comida y se sentó; todos los hombres tomaron asiento a su derecha.
Otros guerreros entraron llevando halcones para que el Kan los inspeccionara. Temujin hizo que uno de los pájaros se posase sobre su muñeca y lo estudió con la misma expresión distante que mostraba cuando estaba con sus hijos menores. Devolvió el halcón y miró a Bortai.
—Mi chamán principal desea hablarme —dijo—. Pretendo preguntarle qué ocurrió entre él y Khasar.
Ella percibió inseguridad en su voz; tal vez lamentaba las duras palabras que había dirigido a su hermano.
Un guardia dio aviso desde la entrada. Entró Teb-Tenggeri, seguido de sus seis hermanos; Temujin lo saludó con un movimiento de la cabeza pero no le indicó que se acercara. Bortai se inclinó hacia adelante; el Kan solía ser rápido para invitar al chamán a sentarse a su lado.
—Mi hermano Khasar acudió a mí —dijo Temujin—, y se quejó de ti. Me dijo que tú y tus hermanos lo golpeasteis. Lo despedí por haber perturbado mi descanso, y ahora se niega a dirigirme la palabra. El Kan quiere escuchar lo que tengas para decir.
Bortai se puso tensa. Temujin parecía estar rogándole al chamán que le diese una explicación.
—Vine a ti tan pronto como pude. —Teb-Tenggeri dio un paso adelante—. Sabía que querrías conocer mis motivos para actuar como lo hice. Desde que le conté a mi padre el sueño que nos decía que debíamos seguirte, mi único deseo ha sido servirte, hermano y Kan. —El chamán paseó la mirada por la tienda. Las tañedoras de laúd mantuvieron la cabeza gacha; las criadas y los capitanes desviaron los ojos—. No pretendí ofenderte cuando atacamos a Khasar. Estaba actuando en tu defensa.
—No tengo ninguna razón para desear que golpeen a mi hermano.
El rostro de Teb-Tenggeri cobró una expresión solemne.
—Siempre te he servido —replicó—. Mis sueños me han hablado de tu grandeza; los espíritus que gobierno han estado de tu parte. Confío en mis sueños, ya que todo lo que me han dicho ha ocurrido. He flotado hasta el cielo y he visto que Tengri te favorece, y sin embargo ahora me ha asaltado un sueño más oscuro.
Temujin apretó los puños.
—Continúa —dijo.
—Los espíritus me han hablado. —El chamán alzó una mano—. Me han dicho que Temujin gobernará el "ulus". Pero después otra voz susurró que Khasar gobernaría. Mis sueños siempre me han guiado, pero ninguno de mis poderes puede decirme qué ocurrirá ahora. Este sueño sólo puede significar que Khasar está conspirando contra ti.
—¡No lo creo! —gritó Bortai sin poder contenerse.
Los ojos del chamán se clavaron en ella y la frialdad de su mirada cerró la garganta de la mujer. Ella miró a los demás con desesperación, y entonces advirtió que ninguno de los hombres hablaría.
—Es así —dijo Teb-Tenggeri—. Al burlarse de mí se burla de ti, y demuestra lo que piensa de ambos. No sería el primer hermano de un Kan que desea el trono para sí.
El rostro de Temujin palideció.
—Tal vez sea cierto —susurró—. Khasar acudió a mí en vez de vengarse. Debe de haber sabido que si actuaba contra ti yo descubriría sus planes demasiado pronto. Siempre fue un hombre dispuesto a defenderse; sembrar la discordia entre tú y yo debe de ser parte de su plan.
Bortai se clavó las uñas en las palmas. Si el chamán lograba que Temujin dudara de Khasar, tampoco se privaría de atacarla a ella o a sus hijos. El terror la invadió; si hablaba ahora, Teb-Tenggeri enviaría un espíritu a silenciarla.
Temujin se puso de pie.
—Te daré nuevos caballos para que regreses a tu campamento —dijo el Kan—. Ahora debo ir a ver a Khasar y averiguar cuáles son exactamente sus planes.
Los hombres que habían traído los halcones no se movieron; los otros se pusieron de pie. Antes de que Bortai pudiera pronunciar palabra, todos salieron de la tienda.
Hoelun acercó las manos al fogón. Incluso cerca del fuego solía sentir frío. Una chamana había acudido a su tienda durante todo el invierno, pero esa primavera sus dolores habían empeorado. Los que la rodeaban advertían su sufrimiento, a pesar de que ella se negaba a admitirlo.
Mientras no se quedase en cama, todos creerían que el espíritu maligno pronto la abandonaría. Si se obligaba a seguir adelante, los otros no la dejarían sola, y ninguna lanza impediría entrar en su "ordu".
Esa noche Munglik no iría. Él no había querido escucharla. Hoelun le había rogado que advirtiera a Kokochu, el Celestial, que su arrogancia acabaría por agotar la paciencia de Temujin, pero Munglik temía a su hijo chamán. Kokochu tal vez tuviera poder para curarla; el Kan se negaría a escuchar cualquier cosa que se dijera en su contra.
Un guardia gritó desde la entrada; luego entró y le hizo una reverencia.
—Guchu y Kukuchu están aquí —anunció, y ruegan que se les permita hablar contigo de inmediato.
—Mis hijos son siempre bienvenidos.
La mujer se acercó a la cama, decidida a no permitir que advirtieran el estado de debilidad en que se encontraba. Guchu y Kukuchu acampaban ahora cerca del "ordu" de Khasar; tal vez éste los había enviado para que vieran cómo estaba.
Sus hijos adoptivos entraron mientras ella se sentaba. Ambos tenían los rostros sonrojados; colgaron sus armas y se acercaron rápidamente a Hoelun.
—Sé lo que dicen algunos —murmuró ella—, pero vuestra vieja madre no está tan enferma como suponéis. Bebed conmigo y dormid aquí esta noche, y podéis decirle a Khasar…
—Khasar no nos envió —dijo Guchu—. Traemos malas noticias, Hoelun-eke. Estábamos con Khasar cuando Temujin llegó con sus guardias gritando que Khasar conspiraba contra él. Khasar lo negó repetidamente, pero el Kan alegó que Teb-Tenggeri se había enterado de la conspiración por medio de un sueño.
Hoelun se puso rígida.
—¿Qué estás diciendo?
—Khasar ha estado enfadado con Temujin los últimos días —dijo Kukuchu—, pero jamás conspiraria contra él. Hace muy poco, Khasar enfrentó a Teb-Tenggeri afirmando que el chamán estaba seduciendo a algunos de sus hombres para lograr que se mudaran al campamento del chamán. Había estado bebiendo, y bromeó diciendo que el hechizo que había empleado Teb-Tenggeri para convencerlos había sido agacharse y abrirse las nalgas. El chamán y sus hermanos golpearon a Khasar y lo echaron. Khasar acudió a Temujin y exigió justicia, pero el Kan no le prestó atención.
—Khasar ha estado enojado desde entonces —agregó Guchu—, pero cuando se enteró de que Temujin cabalgaba para verlo, creyó que todo se arreglaría. En cambio, el Kan lo llamó traidor y le exigió que confesara. Nosotros pudimos abandonar el campamento sin que nos descubrieran.
La furia disipó el cansancio de Hoelun.
—Le dije a mi esposo que su hijo iría demasiado lejos —susurró—, pero nunca creí que se atrevería a interponerse entre Temujin y Khasar.
—Tal vez el Kan te escuche —dijo Guchu—. Danos tu mensaje y nosotros se lo llevaremos.
Hoelun se puso de pie.
—Acudiré a Temujin en persona.
Guchu frunció el entrecejo.
—Madre, no sé si tienes fuerzas suficientes para …
—Pondré fin a esto aunque sea lo último que haga.
Se dirigió a la entrada y llamó a los guardias.
Un hombre unció uno de los camellos blancos a un carro. Hoelun cogió las riendas y avanzó a través de la noche, acompañada por una pequeña escolta. Amanecía cuando llegó al "ordu" de Khasar. Se acercó a su círculo, bajó del carro, y se dirigió a la tienda. Algunos de los guardias nocturnos del Kan se encontraban junto a los peldaños de la entrada; las esposas de Khasar espiaron desde las tiendas situadas al este.
Los guardias la miraron con asombro y la saludaron.
—¿Mis hijos Temujin y Khasar están dentro? —preguntó ella.
—Así es, en efecto, Honorable Señora —replicó un hombre.
—Dejadme pasar.
Los guardias se hicieron a un lado; ella gritó su nombre y entró. La tienda se hallaba llena de hombres; todos ellos se pusieron de pie rápidamente. Al fondo del "yurt" vio a Khasar; tenía las manos atadas y su cinturón y su sombrero yacían en el suelo. Temujin, sentado ante la cama de Khasar, retrocedió cuando su madre se acercó a él.
—Qué espectáculo desdichado —masculló la mujer—. Nunca hubo dos hermanos tan unidos como vosotros, y ahora te vuelves contra Khasar sin pensar en lo que él ha hecho por ti.
Temujin no la miró. Ella fue hasta Khasar, le desató las manos y se agachó para recoger su cinturón y su sombrero. Temujin no habló; nadie intentó detenerla. Hoelun puso el cinturón y el sombrero en las manos de Khasar. Su hijo tenía el rostro magullado, y sangre en el costado de la boca.
—No hice nada malo —dijo Khasar—. Me acusan falsamente.
—Lo sé.
—Pero Temujin no quiere creerme.
Hoelun se sentó delante de la cama, se abrió el abrigo y se desgarró la túnica.
—¡Mirad estos pechos! —gritó—. ¡Mirad los pechos que os alimentaron!
Algunos hombres se cubrieron el rostro.
—¡Mirad a la madre que os dio la vida a ambos! ¡Khasar jamás habría hecho nada en tu contra, y sin embargo tú estás dispuesto a atacar a tu propia sangre!
Temujin retrocedió otro paso, con el rostro pálido.
—Te diré algo —continuó Hoelun, llenándose las manos con sus pechos caídos—. Temujin podía chupar la leche de un pecho, y Khachigun y Temuge apenas podían vaciar uno entre los dos, pero Khasar era capaz de extraer la leche de ambos y aliviar mi dolor para que pudiera descansar. Temujin, que es tan sabio, obtuvo su sabiduría de mi leche, al igual que Khasar su pericia con el arco. Cuántas veces ese arco ha servido a su hermano… Sus flechas obligaron a tus enemigos a rendirse, pero ahora que has matado a los que te perseguían… ¡quieres librarte de él!
Temujin parecía a punto de hablar. Ella sacudió la cabeza y se cerró el abrigo.
—Todos hablan de la justicia de Temujin —dijo—, de cómo recompensa a los que le son leales, pero ahora ataca a su propio hermano, al arquero cuyas flechas infundieron miedo en el corazón de sus enemigos. Ha clavado un cuchillo en el corazón de su vieja madre, y ha sumido su vejez en la desdicha. —Hoelun irguió la cabeza. Temujin se incorporó y caminó frente a la cama. La mujer continuó—: Sigue así. Ignora la verdad, amenaza a tu hermano, expulsa a tu anciana madre de esta tienda. Verás cuánto honor da a tu nombre ese gesto.
Si él intentaba hacer daño a Khasar, ella se aferraría a su hijo menor hasta que los hombres del Kan la sacaran a la rastra. Maldeciría a Temujin mientras tuviera fuerzas para hablar.