—Lo he lamentado, pero estuvo enferma bastante tiempo. Bortai y Khadagan cuidarán de la hija que tuve con ella, pero Alakha es demasiado pequeña para saber que su madre nos ha abandonado. —Cogió un jarro mientras una criada le servía una fuente de carne—. Pero la pena no debe impedirme que me ocupe de las alegrías del futuro. Yisui está embarazada, y Khojin será prometida después de todo.
Hoelun enarcó las cejas.
—¿Tan pronto le has encontrado otro esposo?
—El mismo esposo, madre. Nilkha mandó un mensajero a decirme que ahora está dispuesta a prometer a su hijo con ellas y a entregar su hija a Jochi. Alega que fue la juventud de su hijo y de su hija lo que le impidió dar su consentimiento antes.
—Lo encuentro sorprendente, después de lo que el Senggum te dijo.
—Bortai opinó lo mismo —dijo Temujin—, pero Toghril debe de haber visto finalmente lo ventajoso que era para todos que esas uniones se consumaran y debe de haber convencido a su hijo. Ahora me dirijo al campamento de Nilkha. Me ha invitado a un banquete para celebrar los compromisos.
Hoelun miró a su esposo. Hasta Munglik, habitualmente tan plácido, fruncía el entrecejo.
—Hijo mío —dijo el hombre—, me parece sospechoso que después de desdeñarte y ofenderte con insultos hayan accedido repentinamente. Me resulta difícil de aceptar.
Temujin se puso tenso.
—Quiero estas bodas —dijo entre dientes—. Me ligarán más estrechamente al Kan Kereit.
—Debes hacer lo que desees —dijo Hoelun con voz cansada.
Si su hijo no había escuchado a Bortai, era poco probable que ahora prestara oídos a su propio consejo.
—Supongo que mi hijastro te ha dicho que los augurios eran favorables.
—Teb-Tenggeri ha estado en la montaña comunicándose con los espíritus. No creí que fuese necesario consultar los huesos por esto, ya que la aceptación de Nilkha era lo único que deseaba.
Munglik se inclinó hacia adelante.
—Temujin —dijo—, si hubieras consultado a mi hijo, creo que él te habría dicho que debías ser cauteloso. El Senggum debe saber que tú deseas mucho estas bodas. ¿Qué mejor manera de atraerte a una trampa que fingir que las acepta?
Temujin sonrió irónicamente.
—Nilkha es débil. No se atrevería.
—Podría atreverse —dijo Munglik—, si otro lo convence. Temujin, te he servido fielmente desde que fuiste lo bastante generoso para darme a tu madre como esposa. ¿Acaso no he dicho en los consejos que obedeceré cualquier orden tuya? ¿He hablado alguna vez en contra de lo que has decidido?
—No —respondió Temujin.
—Quieren tenderte una trampa —continuó Munglik—. Estoy seguro.
Temujin lo miró con ceño.
—¿Qué quieres que haga?
—Dile a Nilkha que no puedes ir.
—¿Yperder lo que deseo? ¿Qué excusa le daré?
—Que es primavera —respondió Munglik—, que tus caballos están demasiado flacos y necesitas engordarlos. Si el Senggum es sincero, te preguntará si puede ir a tu campamento para celebrar los compromisos y no perderás nada. Si no lo hace, sabrás lo que pretendía.
Temujin miró a sus hombres.
—¿Qué opináis de esto?
Kiratai alzó la cabeza.
—Que tal vez tu padrastro tiene razón —dijo—. Los Kereit ya han sido poco leales antes.
Temujin comió en silencio. Hoelun hizo un gesto de asentimiento a su esposo; hacía falta coraje para hablarle al Kan como Munglik lo había hecho.
—El Ong-Kan me debe su trono —dijo finalmente Temujin—. Nilkha aun estaría escondido si yo no hubiera echado a los Naiman de sus tierras. —Apoyó las manos en las rodillas—. Kiratai, tú y Bughatai iréis a ver al Senggum, y le diréis que debo engordar mis caballos. Partid al alba, y llevad los regalos con vosotros. Celebrad con él, pero volved rápidamente si no dice nada de venir a celebrar conmigo. Nosotros volveremos al campamento. —Miró a Munglik—. Si no estabas en lo cierto, Munglik-echige mi ira caerá sobre ti.
—Cuando hablé era consciente de ello —dijo Munglik.
—Por eso te creo.
—En otro tiempo mi hijo aceptaba que le diesen consejos —dijo Hoelun muy suavemente dirigiéndose al Kan—, pero, por supuesto, rara vez te equivocas.
—Madre, si tuviera que escuchar los consejos de todo el mundo, nunca decidiría nada. Es mejor que los otros se lo piensen muy bien antes de ofrecerme consejo.
—Sí, pero no hagas que teman darte su opinión cuando ésta puede ser necesaria —dijo Hoelun, y se puso de pie para retirar las fuentes.
Los hombres bebieron durante un rato, después echaron suertes para ver quién sería el primero en montar guardia. Dos salieron de la tienda mientras los demás extendían sus mantas.
—Puedes usar mi cama, Temujin —dijo Shigi Khutukhu.
Temujin sonrió.
—Muy bien.
Hoelun siguió a su hijo hasta la cama del niño. Temujin se negó a que le ayudase a quitarse el abrigo.
—No soy un niño —le dijo.
—Complace a tu vieja madre. —Se sentía cansada, como solía ocurrirle ahora al final del día. Sintió un dolor débil debajo de las costillas cuando se arrodilló para quitarle las botas; lo arropó con la manta, ignorando sus gruñidos—. Tengo que pedirte un favor, Temujin. —Él soltó otro gruñido—. Quiero marcharme contigo mañana.
—Entonces tendré que demorarme mientras preparas un carro.
—No necesito carro. Iré a caballo; me hará bien un poco de ejercicio.
—¿Me dejarás sin esposa? —dijo Munglik desde la cama—. Esta tienda estará vacía sin ti.
Era típico de él decir eso, en vez de hablar de que las ovejas pronto parirían, o de que había mucha costura por hacer.
—No estaré fuera por mucho tiempo —dijo ella. Se puso de pie y miró a su hijo—. Quiero visitar a Bortai y a mis nietos. Podrías hacer que nos reuniéramos con más frecuencia. A tu madre tal vez no le queden muchos años más para gozar de su compañía.
Temujin sacó una mano de debajo de la manta e hizo el signo contra la mala suerte.
—No hables de esas cosas. Eres fuerte. —Tiempo atrás le habría dicho que no parecía más vieja que Bortai, pero eso ya no era cierto—. Estoy demasiado cansado para discutir contigo. Si tu esposo te deja venir, te llevaré.
—Puede ir —musitó Munglik.
Hoelun fue a la cama, se quitó la túnica y las botas, y se acostó junto a su esposo. La abrazó; su amor por ella era un fuego nocturno que le daba calor.
—Primero me dices que me casaré —protestó Jochi—, y ahora me dices que tal vez deba esperar.
Bortai miró a su hijo con ceño. El joven había estado fuera con los potros y esa noche había vuelto al "ordu". Apenas había saludado a su abuela antes de empezar a molestar a Temujin con su compromiso.
—Te casarás —dijo Temujin—, con la hija del Senggum o con alguna.
—Piensa que su hija es demasiado buena para mí. —Jochi engulló un pedazo de carne—. Si alguna vez está en mi tienda, una buena paliza le mostrará a esa muchacha cuál es su lugar.
Chagadai miró a su hermano mayor.
—El Kereit accedió a prometer su hija al hijo mayor del Kan, de modo que tal vez quiso decir que yo…
El Kan les lanzó una mirada furiosa y alzó una mano. Bortai bebió un sorbo de su copa. Jochi tenía diecinueve años; se parecía mucho a Chilger, con la misma estructura maciza y de huesos grandes, los mismos ojos oscuros y pequeños y una boca que, cuando se irritaba, tenía el mismo gesto de disgusto que la de su captor Merkit. En ese momento miraba fijamente a Yisui y Yisugen, que estaban sentadas a la izquierda de Khadagan. Jochi miraba demasiado a las hermanas siempre que estaba cerca de ellas; en efecto, hacía tiempo que debía haberse casado.
—Me ocuparé de que todos mis hijos tengan esposas dignas de ellos — dijo Temujin.
Ogedei le sonrió a su padre.
—Entonces tendrás que buscarme una como mi madre —dijo.
Hoelun-eke murmuró algunas palabras a su hijo; Bortai la había sentado a la izquierda de Temujin. La edad había caído súbitamente sobre Hoelun; tenía el rostro agrietado y surcado de finas arrugas. Sólo sus ojos seguían siendo los mismos.
Temujin ofreció carne a sus esposas; luego a Khojin. La niña tenía los mismos ojos de su padre y la mirada feroz de Tolui; en ella había muy poco de su madre Doghon.
—Yo no quiero casarme —dijo Khojin.
Khadagan soltó una carcajada.
—Algún día tendrás que hacerlo. De todos modos, esto sólo sería un compromiso… no irías al campamento de tu esposo hasta dentro de varios años.
—Tu tía Temulun solía decir que no quería casarse —intervino Hoelun—, y ahora es feliz con su esposo.
Khojin se acercó a Khadagan. Si los enviados del Kan volvian sin el Senggum, él sabría que el hijo del Ong-Kan pretendía atacarlo. Bortai se daba cuenta de que en ese caso Temujin actuaría de inmediato. Pensó con amargura en las veces que le había dicho que desconfiara de Toghril.
Hoelun apoyó la cabeza en el hombro de su hijo.
—Volverás a visitarnos cuando Jochi se case —dijo Temujin.
—Estaré aquí para recibir a la novia. —Hoelun se dirigió a su nieto mayor—. Ocúpate de ser para ella tan buen esposo como lo ha sido el mío para mí.
Bortai se preguntó si Hoelun-eke estaría pensando en Munglik o en Yesugei. Un hombre gritó fuera de la tienda; un centinela le respondió. Bortai fue hacia la entrada, pensando que tal vez Kiratai y Bughatai habían regresado.
Jurchedei gritó su nombre; Bortai le dijo que entrara. El jefe Uruggud entró, seguido de dos desconocidos cuyas ropas estaban cubiertas de barro.
—Te saludo, Temujin —dijo Jurchedei apresuradamente—. Estos dos pastores han venido desde el campamento de Sheren, hijo de Altan, y ruegan hablar contigo. —Los dos extraños se arrodillaron y apoyaron la frente en el suelo—. Dicen que es urgente, y no hablarán con ningún otro.
—Levantaos —dijo Temujin a los dos hombres.
—Koko Mongke Tengri todavía protege a nuestro Kan —dijo el más viejo, casi sin aliento—. Yo soy Badai, y éste es Kishlik. Servimos como criados en el campamento de Sheren. Él te hizo un juramento, de modo que nos pareció nuestro deber hacia él y hacia ti.
Temujin agitó una mano, impaciente.
—El mensaje.
—Los Kereit celebraron un "kuriltai" —dijo Badai—. Querían mantenerlo en secreto, pero yo estaba fuera de la tienda de Sheren cuando él entró y se lo contó a su esposa. Oí que decía que la trampa del Senggum no había conseguido cerrarse sobre su presa, pero que ya habían tendido otra trampa. Planean venir aquí al alba, rodear el campamento y atacar.
Jurchedei soltó una maldición. El Kan se puso lentamente de pie.
—Mis enviados deben de ser prisioneros de Nilkha, tal vez les haya ocurrido algo peor. Y yo habría muerto a manos del Senggum de no ser por Munglik-echige.
—Si Sheren estaba en ese "kuriltai" —masculló Jurchedei—, también Altan debe de haber tomado parte en él, y sospecho que Khuchar no estaría lejos.
—Los Kereit vienen por ti, mi Kan —dijo Kishlik—. Te ruego que te pongas a salvo.
—Nilkha no actuaría sin el consentimiento de su padre —dijo Temujin en voz baja—. Ojalá viva para ver los miembros de Toghril separados de su cuerpo y sus huesos esparcidos a los cuatro vientos. Jurchedei, alerta al campamento y envía mensajeros a los más próximos. Todos los hombres deben estar listos para avanzar hacia el este conmigo. Dejad todo excepto lo que necesitamos para luchar.
Los tres hombres salieron a toda prisa de la tienda. Los hijos de Bortai recogieron sus armas.
—Yo iré contigo, padre —dijo Tolui.
—No. Quédate con tu madre. —Miró fijamente a Bortai—. Te confío a ti mi madre, mis esposas y mis hijos más pequeños. Salvaos como podáis
Se dirigió apresuradamente a la entrada y desapareció.
Más allá del lago Buyur, cerca del lugar llamado Sauces Rojos, donde algunos árboles crecían en la tierra arenosa, los Kereit avistaron la retaguardia de los mongoles. Cuando cayó la noche, éstos se dispusieron en formación de combate y los guerreros Kereit supieron que el enemigo había decidido luchar. El sol se había puesto cuando Jamukha se abrió paso entre las líneas para consultar con Toghril y sus generales.
Desmontó cerca de una hoguera; el Ong-Kan le indicó que se acercara.
—Nuestro enemigo espera —dijo Jamukha—. ¿Cómo usaremos nuestras fuerzas? Los hombres aguardan tus órdenes.
—Estoy pensando —dijo el Ong-Kan—, que tal vez tú deberías conducir el ejército, Hermano Menor. Sabes más que yo de su manera de luchar.
Los otros generales miraron a Jamukha. Éste sabía lo que estaban pensando; que su Kan se sentía tan débil que estaba dispuesto a dar el mando a alguien que ya había sido derrotado por Temujin. Le obedecerían, pero con desconfianza, y si perdían la batalla, toda la culpa sería de Jamukha.
—No puedo aceptar ese honor —dijo Jamukha—. Mi espada es tuya, Toghril-echige, pero tú y tus Noyan deben comandarnos.
Finalmente, dejó a los Kereit y volvió con sus hombres. Fuera cual fuere el resultado, algunos de los hombres del Ong-Kan dejarían de lado su lealtad y buscarían un líder más fuerte. Si las pérdidas de Temujin eran importantes, algunos de sus seguidores tal vez lo abandonaran y acudieran a Jamukha.
Cuando llegó a su cuartel general, Jamukha ya había tomado una decision. Llamó aparte a los cinco hombres en los que más confiaba.
—El Ong-Kan fracasará —murmuró—. Me pidió que le enumerara las fuerzas de Temujin e intentó darme el mando de sus ejércitos. En su corazón, ya ha perdido esta batalla.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó uno de los hombres.
—Si el Ong-Kan se debilita más, será fácil hacerlo a un lado y usar a Nilkha durante el tiempo que lo necesitemos. Las fuerzas de Temujin son tan inferiores en número que aún puede ser derrotado, a menos que se le ofrezca alguna ayuda.
Los cinco hombres fruncieron el entrecejo.
—¿Piensas ayudarlo? —preguntó Ogin.
—Debe saber que estoy aquí… ya habrá visto mi estandarte. Que crea que no he olvidado nuestro viejo vínculo. Dicen que Temujin es capaz de perdonar a un viejo amigo si lo ayuda en momentos de necesidad. Si ahora me gano su gratitud, es posible que después encuentre la manera de utilizarlo para mis fines.
—Es posible —dijo otro hombre.
Ogin asintió.
—Dime el mensaje que quieres que le transmita.
Khojin estaba sentada en la ladera, mirando las hierbas altas más allá del bosque. Tolui y los otros muchachos vigilaban los caballos que pastaban más abajo. Siempre había al menos dos guardias, listos para avisar en cuanto se aproximara alguien.