Gengis Kan, el soberano del cielo (56 page)

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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

BOOK: Gengis Kan, el soberano del cielo
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—No seas orgulloso. Descansad un día más; os necesito fuertes para cumplir una misión importante.

Chakhurkhan se golpeó el pecho.

—Somos tuyos, Temujin. ¿Qué quieres que hagamos?

Chakhurkhan tosió.

—Podría haberme ahorrado el duro viaje hasta aquí.

—Toghril me ha sorprendido con demasiada frecuencia —dijo Temujin— Ha llegado el momento de que yo lo sorprenda a él y le retribuya su falta de lealtad. Iréis a su "ordu", y mi ejército os seguirá. Le daréis un mensaje y seréis mis ojos. Acamparemos junto al Kerulen, y cuando volváis me contaréis todo lo que hayáis visto en el campamento Kereit. Esta vez no nos sorprenderán.

—¿Y cuál será tu mensaje? —preguntó Khali-undar.

—No será un mensaje mío, sino de Khasar. —Temujin sonrió—. Le diréis lo siguiente: "He buscado a mi hermano por todas partes y no puedo encontrar ni un rastro de él. Mi único refugio es el cielo, mi única almohada la dura tierra. Echo de menos a mi esposa y a mis hijos, que están en tu poder. Dame la seguridad de que se encuentran a salvo y volveré a ofrecerte mi espada".

—¿Y el Ong-Kan lo creerá? —preguntó Chakhurkhan.

—Lo creerá —respondió Khasar—. Agradecerá que Temujin le haya ahorrado una batalla escondiéndose. Hasta Jakha lo creerá. Le dije que no podía combatir contra mi hermano, pero si Temujin ha desaparecido, no tengo otra elección que regresar con él.

Sonrió. Se trataba de un plan admirable, por traicionero que fuera.

—Toghril quedará confundido —dijo Temujin—, y entonces nosotros cerraremos la trampa y nos libraremos de ese viejo.

83.

—Apenas puedo esperar —murmuró Ibakha—. Seguramente Khasar estará con nosotros para la próxima luna llena.

Sorkhatani no levantó la vista de su costura; el viento que aullaba fuera de la tienda y el parloteo le las criadas le impedían oír lo que su hermana decía.

La victoria tan duramente conseguida y la posterior conspiración contra su tío habían hecho que la primavera y el verano fueran muy agitados. Sorkhatani sabía que su padre había estado temiendo una guerra, y ahora ya no tendría que luchar. Khasar no regresaría si aún tenía alguna esperanza de apoyar a su hermano Temujin.

Sin embargo, Ibakha no pensaba en nada de eso. Había llorado tras la huida de Khasar, como si el hombre la hubiera traicionado, pero ahora ya lo había olvidado. Sorkhatani frunció el entrecejo. Khasar probablemente pediría a su hermana si Jakha Gambu se lo insinuaba. No podía ser completamente indiferente a la belleza de la joven, y esa boda lo acercaría aún más a los Kereit. Sorkhatani decidió hablar con su padre a favor de su hermana.

Pocos días más tarde, el campamento de Jakha Gambu se enteró de que un ejército mongol había atacado al Ong-Kan. Unos soldados Kereit llegaron con la noticia, diciéndoles que huyeran, pero los mongoles los seguían de cerca. El enemigo se desplegó alrededor del campamento, cortándoles toda vía de escape. La gente, aterrorizada pues sabía que cualquier defensa sería inútil, fue encerrada en corrales armados con carros y sogas.

Uno de los primos de Sorkhatani, herido y despojado de sus armas, encerrado cerca de la joven y de su hermana, les dijo que la batalla había durado tres días. El Ong-Kan, que ya celebraba el retorno de Khasar, había sido tomado complemente por sorpresa cuando los mongoles cayeron sobre su campamento. La lucha fue feroz, y el enemigo tenía la ventaja de la sorpresa; muchos Kereit, borrachos e incapaces de llegar hasta los caballos, se vieron obligados a luchar a pie. Cuando la batalla llevaba ya tres días, entre las filas Kereit comenzó a correr el rumor de que Toghril y Nilkha habían huido con unos pocos hombres al amparo de las sombras. Otros habían logrado escapar a través del estrecho paso de montaña. El primo de Sorkhatani suponía que los Kereit seguramente ya se habían rendido.

Keuken Ghoa lloró, temiendo por su esposo. Ibakha se enfureció y su amor por Khasar se convirtió en cenizas. El mongol había mentido y le había tendido una trampa a su tío: nunca había tenido la intención de regresar a ella. Ambas ofensas le resultaban igualmente perversas. Sorkhatani, asustada como estaba, rogó clemencia. Los mongoles no saqueaban, sino que esperaban órdenes antes de repartirse prisioneros y botín. Muchos Kereit habían luchado antes a favor de Gengis Kan; tal vez él recordara ese hecho.

Dos días después de que los mongoles atacaran el campamento, Jakha Gambu regresó con un general mongol y más tropas. Mientras su pueblo, todavía bajo custodia, era conducido a su presencia, él anunció que los Kereit se habían rendido sin condiciones. Sin embargo, Gengis Kan había prometido no ejecutar a los hombres que habían servido fielmente al Kan Kereit, ya que honraba la lealtad a los jefes. Después de dar esa esperanzadora noticia a su pueblo, condujo a Keuken Ghoa y a sus dos hijas a su propia tienda, seguido de los guardias mongoles.

—Temujin ha accedido a reunirse conmigo —le dijo a su esposa—, y tengo la intención de ofrecerle mis hijas. De ese modo, tendrá la seguridad de que me propongo servirlo fielmente.

Ibakha se lo quedó mirando, atónita.

—¿Nos entregarás a él? —Sintió que le faltaba el aire—. ¿Después de lo que hicieron él y su hermano?

Sorkhatani tomó del brazo a su hermana.

—Silencio —dijo su padre—. Él pudo esclavizarnos y apoderarse de todo lo que tenemos, y yo estoy tratando de evitar eso. Nos marcharemos hoy… traed solamente lo imprescindible para el viaje.

Keuken Ghoa dirigió a su esposo una mirada inexpresiva.

—Pero necesitarán criadas, y enseres domésticos, y todas las otras cosas que necesitan las recién casadas. No podemos reunir todo eso en un día.

Jakha frunció el entrecejo.

—Mi querida esposa, el Kan decidirá ahora qué es lo que tengo, y no puedo ofrecerle cosas que tal vez ya no posea. Ruega que nuestras hijas le agraden.

Se volvió y salió de la tienda.

—¡No iré! —gritó Ibakha, y se dejó caer al suelo, presa de un ataque de llanto; Keuken Ghoa se retorció las manos.

Sorkhatani se arrodilló y cogió a su hermana por los hombros.

—Escucha, ¿no te das cuenta de que nuestro padre también está pensando en nosotras? ¿Prefieres estar bajo la protección del Kan mongol, o seguir aquí cuando sus hombres empiecen a disfrutar del botín?

Ibakha gimió, y después se limpió la nariz.

—Por engañoso que haya sido Gengis Kan —siguió diciéndole Sorkhatani—, debes admitir que ha demostrado ser astuto, y todo podría ser mucho peor. Tiene muchas razones para aborrecer al tío Toghril y al primo Nilkha. Deja de pensar solamente en ti por una vez, y piensa en nuestro pueblo. No ayudará en nada que provoques la ira del Kan mongol, y de todos modos él hará lo que desee con nosotras.

Ibakha escupió. Sorkhatani tendría que haber sabido que de nada serviría apelar a la razón de su hermana.

—Piensa en todo lo que puede darte —continuó Sorkhatani—. Tendrás una tienda mucho mejor que ésta. Cuando vea lo bella que eres, sin duda querrá conservarte para él.

Ibakha inclinó la cabeza.

—¿Eso crees?

—Sí, Ibakha —respondió Sorkhatani, exhalando un suspiro—. Piensa en lo que han sufrido los demás. Ahora debemos someternos a los mongoles… todo lo que podemos esperar es clemencia para nuestro pueblo. Debes agradecer la oportunidad que se te presenta de obtener el amor del Kan.

—Tu hermana tiene razón —dijo su madre. El rostro de Keuken se veía calmo; aparentemente el terror y el dolor de los últimos días habían desaparecido ya de su mente infantil—. Él es verdaderamente el mejor esposo que podéis tener ahora.

—Pero no te querrá con un rostro hinchado ni con unos ojos llenos de lágrimas. —Sorkhatani se incorporó y puso de pie a Ibakha—. Nuestro padre nos espera.

Cuando cruzaron el paso de montaña avistaron los círculos exteriores del campamento del Ong-Kan. Sorkhatani miró a su madre y a su hermana. Ibakha sonreía mientras se inclinaba en la montura para susurrarle algo a Keuken Ghoa. Ahora estaba fascinada ante la perspectiva de convertirse en la esposa del Kan; ya había olvidado por completo a Khasar.

La escolta de mongoles que los acompañaba las condujo hasta el extremo norte del campamento. Se detuvieron junto a una gran tienda que pertenecía a uno de los Noyan de su tío, desmontaron y pasaron entre las hogueras. Junto a la tienda había una larga fila de caballos atados a una cuerda. Dos guerreros jóvenes se llevaron los caballos mientras Jakha Gambu se aproximaba a los guardias del Kan.

Un hombre ascendió los peldaños que conducían a la entrada y gritó el nombre de su padre. De repente, Sorkhatani se sintió invadida por el miedo. Los labios de Ibakha se curvaron en una sonrisa, sus grandes ojos pardos centelleaban; era demasiado tonta para sentir miedo.

Sorkhatani mantuvo los ojos bajos mientras seguía a los demás al interior, después se arrodilló en el suelo alfombrado, casi sin oír las palabras de saludo de su padre. La tienda estaba repleta de hombres, algunos de pie y otros sentados. Su padre y su madre apoyaron la frente en el suelo; ella y su hermana los imitaron.

Dos pies calzados con botas se acercaron a ellos; unas manos pusieron de pie a Jakha Gambu.

—Te doy la bienvenida, Jakha —dijo una voz suave—. A pesar de lo ocurrido, sigues siendo un camarada que cabalgó conmigo muchas veces.

Sorkhatani se obligó a levantar la vista. Él era más alto que Khasar; vio los músculos de sus brazos cuando el hombre abrazó a su padre. Las coletas que sobresalían de su casco, sus bigotes y su corta barba relucían como cobre oscuro, y en sus ojos centelleaba el oro. Khasar era tan sólo una sombra de este hombre, que podría haber sido forjado por Dios en el cielo. Vestía una simple túnica de lana, un raído cinturón de cuero y pantalones muy gastados; no llevaba ninguno de los adornos que la joven había visto tantas veces en el Ong-Kan. No necesitaba de esas cosas; ella habría sabido quién era aunque hubiera vestido harapos. Él la miró durante un momento. Sus ojos pálidos parecieron escrutar su alma, y ella supo entonces por qué sus hombres lo seguían.

Cuando los otros hombres acabaron de saludar a su padre, el Kan despidió a casi todos, después condujo a Jakha Gambu a la parte trasera de la tienda y le indicó que se sentara a su derecha. A Keuken Ghoa le asignaron el cojín situado a la izquierda del Kan; Ibakha y Sorkhatani se sentaron cerca de su madre. En la tienda había permanecido el general Borchu y los Noyan Subotai, Jelme y Jebe.

—El deseo de Khasar era estar aquí para recibirte —dijo el Kan—, pero en estos momentos se halla disfrutando de una reunión con su familia. Los mantuviste a salvo. Él te lo agradece, y también yo.

—Esperaba que reclamases la tienda de mi hermano —dijo Jakha.

—Di su tienda, sus criadas y todo lo que había a Kishlik y Badai. —El Kan les ofreció pedazos de carne con su cuchillo—. También les otorgué el derecho de reclamar las piezas que cobren durante las cacerías, en vez de compartirla.

—Seguramente te habrán servido bien.

—Sí que lo hicieron —dijo Borchu—. Advirtieron a Temujin cuando Nilkha se proponía atacarlo durante la noche. Eso nos permitió escapar y prepararnos para el combate.

El Kan era muy generoso al otorgar un premio tan grande a simples pastores. La mano de Sorkhatani tembló al aceptar la carne del cuchillo de Temujin.

—Mis hombres asegurarán muy pronto la rendición de todos los campamentos Kereit —continuó el Kan—, pero jamás fue mi deseo combatir contra ti, camarada. Fuiste justo con mi hermano, y por ello no te castigaré. No he olvidado que combatiste a mi lado, y siempre estuve dispuesto a salvarte la vida. Ahora debes saber que también te quedarás con todas tus posesiones y rebaños. Seguirás siendo jefe de tu campamento, pero me servirás a mí. Los Kereit ya no serán un "ulus" aparte, sino que formarán parte del mío y se convertirán en integrantes de los clanes mongoles.

—Es más de lo que merecemos —dijo Jakha Gambu—. Toghril es mi hermano, pero se lo convence fácilmente y acabó por abandonarnos. Ahora te serviré a ti, mi Kan.

Ibakha miraba fijamente al Kan; sus ojos tenían el mismo brillo con el que antes miraba a Khasar. Él la estudió durante un momento, y después dedicó una sonrisa a Sorkhatani, cuyo corazón latió con fuerza.

—Khasar me habló de la belleza de Ibakha Beki y Sorkhatani Beki —dijo el Kan—, y advierto que todavía tiene buena vista.—Ibakha se sonrojó; Sorkhatani luchó por permanecer tranquila—. Me sorprende que no las haya pedido para él.

—Te las he traído —dijo Jakha Gambu—, con la esperanza de que las encontraras dignas de ti. Me consideraría honrado si decidieras llevarlas a tu "ordu".

El Kan se inclinó hacia adelante.

—Ibakha Beki —dijo, y la muchacha se sobresaltó—. Tu padre ha hablado por ti, pero ¿te parece que tu corazón aceptaría con gusto que te convirtieras en mi esposa?

Ibakha sonrió y se sonrojó aún más; Sorkhatani oyó las risas ahogadas de los hombres. El Kan estaba jugando con ellas, ya que no tenía ninguna necesidad de formular esa pregunta.

—Por supuesto. —Ibakha se cubrió la boca con la mano y entrecerró los párpados—. Me sentiría honrada, como cualquier mujer en mi lugar. Mi corazón sería tuyo.

—¿Y tú, Sorkhatani Beki?

Ella lo miró a los ojos. Sin duda el Kan sabía cómo se sentía la joven.

—Mi padre ya ha hablado —dijo ella—, y sé cuál es mi deber. Siempre he sido una hija obediente y espero ser también una esposa digna.

—Pero no has respondido a mi pregunta —dijo él—. Te pregunté qué siente tu corazón.

Sorkathani sintió que las mejillas le ardían.

—Mis sentimientos, sean los que fueren, no pueden cambiar mis obligaciones —dijo—. Cumpliré con mi deber de esposa y no daré motivos de queja.

El Kan soltó una carcajada.

—Ya veo que no conseguiré una respuesta de ti —dijo—. Pero no es adecuado que una doncella sea demasiado franca con respecto a sus sentimientos.

Ibakha frunció el entrecejo, perpleja. "Dinos qué harás —pensó Sorkhatani—; deja de atormentarnos de este modo".

—Jakha Gambu —dijo el Kan finalmente—, tus hijas me complacen, y me hará feliz unir a tu familia con la mía. Deseo tomar como esposa a tu bella Ibakha. —Ibakha suspiró suavemente—. Sorkhatani Beki también me complace, por su belleza y por su discreción. Mi hijo más joven necesitará una esposa en poco tiempo. Es mi deseo prometer a tu hija menor con mi hijo Tolui. Tienen casi la misma edad y pueden tomarse un tiempo para conocerse antes de casarse.

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