Bortai-eke había ordenado a todo el campamento que se dispersara. Casi todos habían ido hacia el norte, en dirección al Onon, pero la Khatun había conducido a otro grupo hacia el este, a través de una extensión de desierto, y después más allá de los pantanos salados del lago Buyur. Las huellas del ejército conducían al Khalkha; finalmente la Khatun se había desviado y se había dirigido hacia el noreste. Quienes habían seguido a Bortai habían acampado a orillas de un río, esperando noticias de sus soldados y atentos a cualquier signo de persecución. La Khatun había seguido adelante con la abuela de Khojin, las otras esposas del Kan y sus hijos menores, y los cinco muchachos que eran los únicos sirvientes que les quedaban.
La cabalgata había sido dura, pues habían cruzado áridas estepas. Ahora se encontraban en una cadena de montañas que se perdían hacia el oeste desde la distante cordillera Khingan.
Khojin se puso de pie y cruzó el bosque hasta llegar al río, donde llenó el cubo de Bortai-eke. Después ascendió la ladera hasta los refugios. En una zanja, ardía un pequeño fuego y de un trípode que Khadagan-eke había hecho con ramas verdes pendía un caldero sobre las llamas.
Yisui alimentaba la hoguera con agujas de pino y ramas secas. Las demás iban a buscar alimentos, pero Bortai-eke dejaba a Yisui al cuidado del fuego, haciendo hilo con tendones de antílope y vigilando a Alkaha mientras todas las demás hacían otras cosas. Yisui estaba embarazada, aunque todavía no se le notaba, y Bortai quería que la joven descansara.
—¿Dónde está Alakha? —preguntó Khojin, dejando el cubo.
—Con los demás. Se la ve inquieta. Bortai espera cansarla para que más tarde duerma. —Khojin se sentó—. No debes tener miedo —prosiguió Yisui—. No tienes miedo, ¿verdad? Ni siquiera tu padre se dedica a matar niñas, y dudo de que sus enemigos lo hagan.
Yisui, pensó Khojin, parecía diferente cuando hablaban sin la compañía de otras personas. Sólo había estado a solas unas cuantas veces con la joven esposa de su padre, y se sentía incómoda en su presencia.
—Me escondí de tu padre en un bosque como éste —continuó Yisui.
Ya se lo había contado antes. "Mi pueblo vivió antes en estas tierras —le había dicho a Khojin—; tu padre mató a todos los hombres. Sus guerreros me encontraron, y él me hizo su esposa". Yisui siempre decía esas cosas con una sonrisa extraña y ojos tan duros y negros como piedras "kara".
—Tu padre mató a mi primer esposo —dijo Yisui.
—Lo sé.
Ordenó a sus hombres que le cortaran la cabeza delante de mí y de Yisugen, en el transcurso del banquete en que celebraba su victoria.
—Era un enemigo —dijo Khojin.
—Oh sí. Él tenía que exterminar a mi pueblo. Después de todo, si no lo hubiera hecho, habría quedado atrapado entre ellos y los Kereit y no hubiese durado mucho.
—Hablas como si odiaras a mi padre.
—Te equivocas, niña. Amo a tu padre. Se tomó mucho trabajo para encontrar a mi hermana a fin de que me reuniese con ella. Lo amo porque si me permitiera odiarlo, ese odio me quemaría y a él jamás lo tocaría.
Khojin no sabía de qué estaba hablando; cualquier mujer se sentiría afortunada por ser la esposa del Kan. Uno de los motivos por los que no quería que la entregaran en matrimonio era porque estaba segura de que su esposo nunca podría ser como su padre. Bien, ahora no estaba prometida, y eso tenía algo que ver con aquella guerra. En cierto modo, su padre estaba luchando por ella.
—Ruego que esté con vida —dijo Yisui—, y que nos encuentre pronto. Tuve que olvidar muchas cosas para amarlo, y estar aquí revive en mí pensamientos que me hacen sufrir.
—Seguramente está a salvo —dijo Khojin.
Yisui salió a gatas del refugio que había compartido con su hermana. Bortai la ayudó a ponerse de pie.
—Lo siento —dijo Bortai—. El niño está sepultado aquí cerca, bajo un pino. Puedo mostrarte la tumba.
Yisui sacudió la cabeza. No había llorado después de perder al niño, aunque Yisugen sí lo había hecho.
—Yo misma perdí dos hijos —prosiguió Bortai—. Tú eres joven, Yisui, vendrán otros. Sé que eso no sirve de consuelo, pero es así.
Pronto tendrían que abandonar ese lugar, volver con los otros que aguardaban al sur de las montañas, en la esperanza de que tuvieran alguna noticia de Temujin. Desde allí, ella podría ir hacia el oeste, hasta algún campamento Onggirat, donde tal vez el pueblo de su padre les ofreciera refugio durante el invierno. No se atrevía a pensar qué ocurriría después.
Alakha le tiró de la manga. Más abajo, Bortai avistó a Khojin, que corría entre los árboles.
—¡Bortai-eke! —gritó la niña—. Hemos visto hombres a lo lejos. Tolui iba a esconder los animales para venir a buscarte, y entonces… —Khojin jadeó—. Son nuestros hombres… alrededor de veinte.
Bortai echó tierra sobre el fuego y después cogió a Alakha en brazos. Ella y Yisui siguieron a Khojin ladera abajo. Cuando salieron del bosque, Tolui ya conducía a los hombres hacia donde ellas se encontraban. Chagadai estaba entre los soldados. Bortai dejó a Alakha al cuidado de Yisui y corrió hacia él.
—¡Madre! —gritó Chagadai. Ella cogió las riendas de su caballo, él desmontó y la abrazó—. Padre no cabrá en sí de alegría.
—Eso significa que está con vida —dijo Hoelun.
Chagadai asintió.
—Y también lo están Ogedei y Jochi, y el abuelo Munglik. Fuimos al norte a cazar y encontramos a algunos de los nuestros a lo largo de un río, al sur de aquí. Nos dijeron que habías venido al norte. No creí que nadie de los nuestros se ocultase tan al este.
—Tampoco nuestros enemigos lo habrían creído. He enviado a casi todos los nuestros hacia el Onon. —Apretó con fuerza la mano de su hijo—. ¿Tu padre… ha vencido?
Chagadai frunció el entrecejo.
—Puede decirse que sí, aunque no fue fácil. Pero te lo contaré más tarde. Busca a los demás y tráelos aquí.
Una vez que los hombres de Chagadai levantaron dos pequeñas tiendas, éste envió un mensajero para que le transmitiera las buenas nuevas al Kan. Bortai y las otras mujeres habían acarreado sus escasas pertenencias ladera abajo; todos se sentaron en torno al fuego que los hombres habían encendido cerca de las tiendas. Las yeguas habían sido ordeñadas y dos hombres batían la leche, en tanto que otros tres montaban guardia.
Para entonces, Bortai ya se había enterado de más cosas acerca de la batalla. Los hombres del Kan habían llevado los caballos a pastar cuando una nube de polvo, a la distancia, les indicó que el enemigo se acercaba; apenas si tuvieron tiempo de reunir los animales. Al ponerse el sol, los Kereit estaban lo bastante cerca para que ambos ejércitos se prepararan; los hombres se habían estado disponiendo para la batalla durante gran parte de la noche.
—Algo extraño ocurrió entonces —dijo Chagadai—. Uno de los hombres de Jamukha vino a ver a padre y le contó el plan de combate de los Kereit. Según parece, su "anda" dudaba de la capacidad guerrera del Ong Kan. Tenemos que agradecer a Boroghul el que Ogedei siga con vida. —Ante estas palabras Hoelun apretó las manos—. Ogedei tenía una herida de flecha en el cuello, y Boroghul permaneció toda la noche chupándosela. Padre lloró cuando los vio. —Hizo una pausa—. Abuela, prepárate. El tío Khasar fue capturado… Borchu lo vio entre los prisioneros de los Kereit.
Hoelun-eke gimió; Bortai le tomó la mano.
—Sabíamos que podían perseguirnos —prosiguió Chagadai—. Nos retiramos hacia las Khingan. Los pocos caballos que nos quedaban estaban exhaustos, y sólo queríamos un poco de tiempo para alimentarlos antes de volver a hacer frente al enemigo. Pero no nos atacaron, y un jefe Targhut se unió a nosotros después de abandonar a los Kereit. Nos contó que en el campamento de éstos reinaba la discordia. El Ong-Kan está furioso con el Senggum por haber provocado esta guerra, y uno de los Noyan Kereit convenció a Toghril de que nos dejara en paz por ahora, y que nos recogiera más tarde; la frase que usó fue que nos juntara como estiércol. —Chagadai se aclaró la garganta—. Le dijo al Ong-Kan que éramos débiles, que no nos quedaba casi nada. No estaba muy errado.
—¿Y dónde se encuentra ahora mi hijo mayor? —preguntó Hoelun.
—Marchando hacia el oeste a lo largo del Khalkha. Dividió en dos lo que queda de su ejército. Tenemos menos de tres mil hombres. Una mitad está cazando al norte del río, y la otra al sur, y eso es lo que ha ocurrido desde la última vez que os vi. —Chagadai parecía abatido—. Llámala victoria, si quieres, pero se parece demasiado a una derrota.
Cabalgaron hacia el sudoeste; los hombres cazaron en el camino. En unos pocos días habían alcanzado la retaguadia mongol. Los soldados tenían pocos caballos de recambio, y muchos carecían de tiendas. Cuando Bortai se enteró de que Temujin había levantado su campamento al este del lago Buyur, ordenó a dos hombres que la acompañaran y dejó a los demás con la retaguardia.
Le llevó tres días encontrarlo. En el momento en que llegó, Temujin estaba fuera de su tienda de campaña hablando con Jurchedei. Los hombres parecían tan descorazonados como los que había visto en el camino; cuando pasaban ante la tienda del Kan miraban su estandarte como preguntándose si el espíritu de éste los habría abandonado.
El Kan la abrazó, luego entró con ella en la tienda.
—Esta mañana llegaron dos exploradores con noticias —le dijo en cuanto se sentaron—. Casi todos aquellos de los nuestros que pudieron escapar están ocultos en las montañas próximas al Onon, en el norte. Al parecer, los Kereit no se detuvieron a saquear mientras nos perseguían, de modo que podría haber sido peor. Los exploradores dicen que el enemigo se ha retirado al Kerulen. —Tragó saliva con dificultad—. Khuyhildar ha volado al cielo. Le dije que no saliera a cazar hasta que no estuviese curado del todo, pero él insistió; dijo que había combatido por mí, y que cazaría para mí. Sus heridas volvieron a abrirse. Lo sepultamos hace unos días.
—Lo lamento —dijo ella, al ver que su esposo luchaba contra las lágrimas.
—Khasar ha caído prisionero, y nadie ha visto a su familia.
—Chagadai me contó lo de Khasar.
—Espero que a Toghril le queden suficientes sentimientos para respetar la vida de un hijo de su "anda". —Suspiró—. Te portaste bien, Bortai… has salvado a todos los que te confié.
—No me porté bien. Dejamos atrás casi todo lo que teníamos, y la larga cabalgata hizo que Yisui perdiera a su hijo.
—Pero la salvaste, a ella y a todos los demás —dijo él—. Te lo agradezco. Los que quedamos podemos volver a conseguirlo.
Ella se acercó a él, más animada. Temujin tenía el rostro más delgado y los ojos llenos de pena, pero su voz suave seguía conservando su filo.
—La pequeña Khojin nunca perdió su fe en ti —murmuró la mujer.
Él le palmeó la mano.
—Tal vez debí haberte escuchado cuando me advertiste que no debía confiar en Toghril.
Bortai se sintió complacida.
—Esto no fue cosa del Ong-Kan —dijo—, sino de su hijo, y Jamukha debe de ser responsable, al menos en parte.
—Sin embargo me envió un mensajero la víspera de la batalla. —Temujin suspiró—. Tal vez recordaba nuestro antiguo vínculo. Lamento lo ocurrido, y es posible que él también lo lamente.
Ella no quería hablar de Jamukha. Una de las coletas de Temujin estaba suelta y el cabello le caía sobre la espalda; ella se la enrolló y se la puso debajo del casco.
—Creo que sabes lo que debo hacer ahora —dijo él.
Bortai se puso tensa; Temujin quería que fuese ella quien lo dijera. Quería que le diese su consentimiento.
—En el caso de que cayeses —dijo ella por fin—, yo me proponía buscar refugio entre el pueblo de mi padre. Ahora pienso que tus hombres y tus caballos podrían recobrarse entre los Onggirat si ellos nos permiten que permanezcamos un tiempo en sus tierras. Aquellos de los nuestros que siguen escondidos podrían unirse a nosotros.
—He estado pensando lo mismo. —Le puso una mano en el hombro—. Tú sabes lo que eso significa.
—Lo sé.
—Pueden rechazar mi mensaje, y entonces tendríamos que luchar contra ellos y tomar todo lo que necesitamos.
—Sí.
Cuando se casó con Temujin, Bortai supo que ante todo debía ser fiel a su esposo.
Temujin llamó a Jurchedei. El Uruggud entró, luego se arrodilló.
—Tengo una misión para ti —dijo el Kan—. Es tiempo de que recuerde a los Onggirat que me une a ellos un vínculo. Necesitamos recuperar fuerzas en sus tierras, y si me juran lealtad, nuestro ejército tendrá más hombres.
—Tal vez no quieran pronunciar ese juramento.
—Entonces tendremos que atacar. —Miró a Bortai—. Han comenzado a desplazarse hacia algunos de los antiguos campos de pastoreo de los tártaros. Quizá no sean buenos para la guerra, pero si nos ven débiles, tal vez se arriesguen a atacar. Será mejor que les mostremos que estamos preparados para la batalla, acercándonos primero a ellos.
Jurchedei asintió.
—Seré tu enviado, Temujin.
—Lleva contigo a tus mejores hombres. Les dirás a los Onggirat que los quiero, les hablarás de la bella Bortai, de cómo esperó fielmente a que yo fuera lo bastante fuerte para volver a buscarla. Les dirás que su padre me prometió amistad. Les recordarás que nunca hice la guerra contra ellos.
—Les diré todo eso.
—Y con la mayor elocuencia posible —dijo el Kan—. Si te responden que siempre han florecido con la belleza de sus hijas y no con su fuerza para la guerra, sabremos que se entregarán a nosotros y nos jurarán lealtad. Pero si hablan de que el halcón vuelve al nido después de la cacería, los atacaremos.
—Partiré de inmediato a hablar con sus jefes —dijo Jurchedei.
Bortai permaneció en el campamento de su esposo con los que la habían seguido durante la huida. Un destacamento de soldados y parte de la retaguardia permanecieron con ellos; el resto del ejército siguió a Jurchedei y a sus hombres, dispuestos a atacar si los Onggirat decidían luchar. Aun cuando estaba debilitado, el ejército del Kan podía hacer daño al pueblo de Bortai; los hombres Onggirat carecían de experiencia para la guerra.
Bortai estaba fuera de la tienda, ayudando a Khadagan a descuartizar un ciervo que habían traído los cazadores, cuando avistó a un jinete mongol que galopaba hacia el campamento. Bortai continuó con su trabajo hasta que el hombre se aproximó a las hogueras del límite del campamento; entonces se puso de pie, guardó el cuchillo debajo de la faja y entró. En unos minutos sabría si habría guerra.