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Authors: Clara Tahoces

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

Gothika (16 page)

BOOK: Gothika
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—Estoy orgullosa de ti —le había dicho Ana al ver cumplido su objetivo.

—No debí escucharte, no debí hacerlo.

—Pero lo hiciste y ahora no tiene sentido que te tortures. El gato no va a volver a la vida por ello.

—¿Cómo puedes vivir así?

—Tú querías ser como yo, ¿recuerdas? Querías saber qué se sentía estando en mi piel. Soñabas en secreto con ello. Ahora ya lo sabes.

—No imaginaba que fuera tan... tan espantoso.

—Te acostumbras, querida Darky. Te acostumbras a casi todo —manifestó Ana con mirada vidriosa.

Esa mirada... Nunca antes la había percibido en la no-muerta. Siempre parecía tan segura, tan fría y calculadora que no acertaba a interpretar aquella mirada acuosa. ¿Era aquel ser capaz de experimentar sentimientos? ¿Sentimientos humanos?

Duró sólo unos instantes. Su rostro demudó en seguida y regresó a su habitual semblante imperturbable. Había sido tan fugaz como el paso de un cometa. «Tal vez sólo ha sido un espejismo», pensó Violeta.

Debía admitirlo de una vez: se encontraba bajo el poderoso influjo de una no-muerta, de un ser manipulador, egoísta y sin sentimientos de clase alguna, de un ser capaz de dominar su mente con tan sólo el chasquido de los dedos. Se sentía fatal por lo que había hecho, pero sabía que, de volver a pedírselo, pese a los remordimientos que ahora la asaltaban, obraría del mismo modo.

«¿Qué diría el doctor Pérez-Valentí si tuviera oportunidad de volver a examinarme? ¿Cuál sería su dictamen profesional? Seguro que pensaría que he desarrollado una personalidad sociopática y me atiborraría de pastillas», pensó Violeta. ¿Pero cómo convencer al doctor de que la joven tal vez sólo se había transformado en una versión descafeinada del inefable Rendfield, el esclavo del conde Drácula? En cualquier caso, siempre existiría una gran diferencia entre Violeta y Rendfield. Éste se hallaba encerrado en un hospital y, por tanto, era inofensivo para la sociedad. Sin embargo, Violeta permanecía libre, al menos desde el punto de vista físico. Por suerte para ella, el doctor Pérez-Valentí jamás volvería a sondear su mente.

A veces se preguntaba cuál sería la historia de Ana y qué le habría ocurrido hasta llegar a ese punto. Si ella era su sirvienta, ¿a quién estaba sometida su anfitriona? ¿Quién la habría convertido en lo que era? ¿O quizá fue siempre así? No, eso no era posible. Toda historia tenía un comienzo, un principio, un origen... Las personas no nacían con una condición vampírica a sus espaldas. ¿O sí?

En apariencia nada hacía presagiar que Ana estuviera bajo el yugo de otro vampiro. Había registrado su casa palmo a palmo: cada recoveco, cada cajón, cada estante. Nada. No había nada extraño que constituyera una pista, lo cual la intrigaba aún más. Había explorado todo. Todo excepto su habitación. Nunca había tenido acceso a ella, y no por falta de ganas. Se encontraba cerrada a cal y canto bajo un sofisticado sistema de seguridad con clave numérica. Si atesoraba algún vestigio del pasado, algún recuerdo, sólo podía permanecer oculto en aquel lugar. Pero Ana no era estúpida. No. No lo era en absoluto, y se guardaba muy mucho de teclear los números mágicos en su presencia.

También cabía la posibilidad de que hubiera borrado todas las huellas de su pasado tirando todo cuanto la recordara lo que un día fue. Pero todos conservamos algo, por pequeño que sea, de nuestro pasado. Y, si no era así, ¿por qué mantenía aquella habitación fuera de su alcance? ¿Qué escondía allí que mereciera tantas molestias y tantos cuidados?

Al principio ni siquiera sopesó la posibilidad de acceder al dormitorio, pero, pasado el tiempo, entrar en aquella habitación se había convertido para Violeta en una auténtica obsesión. Había probado infinidad de combinaciones aprovechando sus ausencias nocturnas sin éxito. Sólo cabía aguardar a que la no-muerta tuviera un descuido, a que cometiera un desliz que le permitiera penetrar en su particular santuario.

Aquella noche Ana regresó antes de lo previsto y no de muy buen humor.

«Casi me pilla», pensó Violeta con alivio. Un par de minutos habrían bastado para encontrarla sentada frente a la puerta de su dormitorio probando toda suerte de combinaciones.

No había comido. Lo sabía por el brillo de sus ojos. Había aprendido a distinguir entre un vampiro bien alimentado y otro hambriento. Cuando no se había saciado el brillo de su mirada desaparecía dejando paso a una expresión opaca, sin vida. Ése era uno de los pocos momentos en los que podía advertirse su condición de no-muerta. Pero incluso para descubrirlo había que conocerla un poco.

Por lo general, la falta de alimento también se reflejaba en su carácter. Se tornaba malhumorada, irascible y despótica. Suerte para la gótica que había abundancia de sangre en los congeladores. No era lo mismo —afirmaba la no-muerta—, pero servía para paliar sus ansias.

Sin esperar la orden, Violeta se adelantó a sus deseos. Bajó corriendo al sótano y tomó una dosis de uno de los congeladores. Fue a la sala de estar y encontró a Ana, ya en camisón, tumbada en el sofá. Se la veía más lánguida que de costumbre.

Sin decir nada, le tendió la bolsa de sangre.

Ana la tomó con cuidado y la depositó sobre la mesa esperando a que se descongelara. Estaba ansiosa, pero no podía introducirlo en el microondas. ¡Aquello sería un verdadero sacrilegio!

Violeta estaba de pie junto a ella, esperando instrucciones.

—Sé lo que estás pensando. Pero tú no puedes entenderlo —espetó la no-muerta.

—Entonces, explícamelo. Me gustaría poder comprenderlo.

—Aunque suene mal decirlo, no todas las sangres son igual de sabrosas, Darky —informó al tiempo que hacía un gesto para que Violeta se sentara junto a ella, a sus pies.

La joven obedeció. La encantaban aquellas charlas fugaces. La vampira no solía hacer este tipo de concesiones. Era muy reservada, y por ello había aprendido a no hacer demasiadas preguntas. Era consciente de que el verdadero conocimiento vampírico era algo sobre lo que Ana no siempre estaba dispuesta a hablar. Facilitar demasiada información acerca de su forma de vida era, en cierto modo, revelar que los no-muertos también poseían algunos puntos vulnerables. Y, a la larga, conocer sus debilidades podía contribuir a destruirlos.

Sin embargo, de vez en cuando Ana hablaba acerca de su condición de no-muerta y lo hacía con total naturalidad, igual que un maestro se dirige a su discípulo. Violeta ignoraba qué la impulsaba a hacerlo. Tal vez la soledad acumulada durante largos años le pesaba como una losa, o acaso la estaba preparando para convertirla en alguien como ella. En cualquier caso, la joven la escuchaba siempre con atención. Y lo hacía porque sabía que todo cuanto la no-muerta explicaba jamás podría encontrarlo reflejado en ningún libro sobre vampiros al que pudiera tener acceso.

—En realidad, ningún carnívoro podría disentir sobre ello —prosiguió la no-muerta mirándola con una extraña fijeza.

Su mal humor había quedado atrás, dejando paso a la melancolía.

—¿En qué se diferencian?

—Para que lo entiendas, querida Darky, no es lo mismo comer un filete de ternera joven y jugosa que otro de carne vieja y correosa.

—En eso estoy de acuerdo.

—Ni siquiera un vegetariano, si lo supiera, consentiría en comer un tomate manipulado genéticamente teniendo la posibilidad de acceder a otro cultivado a la antigua usanza —explicó mientras le acariciaba el pelo.

—No es lo mismo beber sangre congelada que tomarla aún caliente directamente del cuello de la presa. Pero a veces —confesó después de una pausa— no queda más remedio.

—¿Y qué te lo ha impedido esta noche? —preguntó con timidez.

—Eso, querida, es algo que no voy a contarte hoy. Quizá otro día.

—Me gustaría poder ver cómo lo haces.

Violeta se sorprendió por haber pronunciado aquellas palabras. En el fondo no quería verlo. ¿O sí?

—No es agradable, Darky. No lo es para un profano y, con franqueza, no creo que estés preparada para ello.

Violeta calló. Eran tantas las emociones que la asaltaban que prefirió no decir nada. ¿Era posible que la odiara y la amara al mismo tiempo?

«¿Me estaré volviendo loca?»

Ana respondió adelantándose a sus pensamientos.

—En el amor siempre hay algo de locura, mas en la locura siempre hay algo de razón —sentenció—. No lo digo yo. Lo dijo Nietzsche. ¿Hay algo más que quieras preguntarme?

—En realidad, sí.

—Pues hazlo ahora. Tal vez en otro momento no esté dispuesta a contestar a determinadas cosas.

—Ya sé que no todas las sangres son iguales. Eso me ha quedado claro. Pero, aparte de las diferencias de sabor entre ellas, ¿existe algo más que las distinga?

—Ana permaneció en silencio unos instantes, tras los cuales se dispuso a contestar.

—Sí. ¿Tienes idea de lo que es la esencia del alma?

—No.

—Pero al menos sí podrás imaginar lo que es la esencia de una persona.

—¿Su perfume? ¿Su olor corporal?

—Más o menos —indicó tomando la bolsa de sangre ya casi descongelada—. Cuando bebemos sangre de una presa, podemos apreciar la esencia de esa persona o, mejor dicho, de su alma. Cada persona tiene impresas unas vivencias. Tú tienes las tuyas y por eso eres como eres. No hay dos Darkys —dijo señalándola con el dedo índice—. Ni siquiera los gemelos son iguales, porque cada uno ha recibido una serie de impactos, de experiencias, de señales que han contribuido a marcar su trayectoria.

—¿Puedes saber lo que ha vivido una persona cuando bebes su sangre? ¿Te refieres a eso?

—Es difícil explicarlo sin que puedas llegar a sentirlo, pero sí. Básicamente, así es. No es que pueda saber lo que ha vivido esa persona; es que soy capaz de verlo y, en cierta manera, de aprender de ello.

—¿Quieres decir que la sangre que hay en esta bolsa te hará «ver» cosas? —preguntó sorprendida.

—Esta sangre no es la más idónea. En este caso —pronosticó—, será un mal «viaje», una experiencia desagradable. Por ello no me gusta la sangre «muerta» y por eso me pongo de mal humor cuando no hago lo que tengo que hacer y soy considerada con algunas presas.

—¿Me estás diciendo que hoy le has perdonado la vida a alguien? —dijo Violeta sorprendida ante aquel arranque... ¿humano?

—Puede ser —contestó con ambigüedad acariciando la bolsa de sangre, que por fin se había licuado—. Y ahora déjame sola. Comer es un acto más íntimo de lo que la gente supone.

Violeta obedeció y se retiró a su habitación. Ana se levantó del sofá, puso
La creación
de Haydn y, en su compañía, ingirió aquella dosis de sangre muerta.

22

Muy pronto las heridas físicas de Analisa cicatrizaron por completo. Para sor Ramira, se trataba de un hecho inexplicable que sólo podía ser achacado a la intercesión de la muy antigua y venerable madre sor María de Santa Clara, auténtica alma mater de aquel lugar, que había sido elegida abadesa del convento en 1613 y cuya vida estuvo plagada de innumerables pruebas y de incontables sucesos tan piadosos como extraordinarios.

Procedente de noble cuna, muy pronto escuchó la llamada del Señor y no dudó en abandonar la comodidad del hogar familiar para cumplir a rajatabla con los designios del Altísimo. De ella se decía, por ejemplo, que aborrecía el comercio con los seglares. Para evitarlo dispuso que otra hermana con una voz muy similar a la suya bajara al torno a atender a los extraños haciéndose pasar por ella.

Siempre hizo suyo el voto de pobreza evitando usar ropas nuevas. Por este motivo entregaba a otras hermanas los hábitos de nueva confección. En cuanto a su calzado, sus sandalias eran tan viejas que más bien parecían instrumentos de tortura que se le clavaban en los pies. Ésta era la razón por la que solía andar descalza aun en fechas en las que el frío era extremadamente severo.

Era frecuente encontrarla tendida en el suelo en los lugares de tránsito del convento, como los umbrales de las puertas, a fin de que sus hermanas la pisaran al pasar como expiación de sus pecados. Y, siendo ya prelada, ordenó que el resto de sus hermanas le pisaran la boca cada vez que recibía el sacramento de la confesión.

Según se cuenta, en determinadas ocasiones tuvo lo que podría denominarse «arrebatos místicos», en el transcurso de los cuales era capaz de ver al Niño Jesús en el pesebre y a la Reina del Cielo junto a él. Decidió dejar plasmadas por escrito estas visiones con una pluma ágil y elegante.

Su vida no fue sencilla. Se vio abocada a soportar crueles lances en forma de accidentes y enfermedades, que la llevaron a quedarse ciega, a padecer un cáncer de garganta que la privó de la facultad del habla y a desarrollar pústulas por todo su cuerpo. Y, pese a todo, esta humilde sierva de Dios, lejos de lamentarse, se regocijaba en la ordalia que le había tocado en suerte soportar, y se comportó así hasta el mismo día en que abandonó este mundo.

Pese al tiempo transcurrido desde su óbito, sor María de Santa Clara era venerada en el convento como si de una auténtica santa se tratara.

La hermana Ramira estaba convencida de que las heridas de la recién llegada se habían curado con tanta celeridad debido a su divina intervención. «¿Qué otro motivo podía existir para que se hubiera repuesto tan pronto, si no era capaz de asimilar la comida?», se preguntaba la religiosa.

Sor Angustias era de la misma opinión; no así la madre abadesa, que precisaba de mayores pruebas para calificar de «milagro» aquella curación. Si bien reconocía que había algo extraño en la manera en que se había recuperado, no era partidaria de lanzar las campanas al vuelo con tanta rapidez como sus hermanas.

—Si estuviera sanada del todo, comería como Dios manda. ¡Y no hace más que devolver! —sentenció.

—Esa mujer ha debido de estar sometida a una fuerte tensión y es por eso por lo que vomita el alimento —manifestó la hermana Ramira intentando reforzar la hipótesis del supuesto milagro.

—¡Parece mentira que sea usted mujer de medicina, sor Ramira! No me negará al menos que está demenciada. De haber querido obrar con ella un prodigio, ¿no tiene mayor sentido que sor María de Santa Clara la hubiera curado por completo?

—Pero...

La hermana Ramira se vio interrumpida por la madre abadesa.

—¡No hay «peros» que valgan! —la espetó en tono agrio—. Me da igual si ha habido o no intervención divina. El caso es que esa mujer no pertenece a nuestra comunidad y quiero que se marche cuanto antes.

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