Guardapolvos (5 page)

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Authors: Martín de Ambrosio

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BOOK: Guardapolvos
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Pero no es algo de todos los días, me aclara Cris, se da o no se da el sexo en las guardias. Hay gente que nunca lo hizo en una guardia, dice y se ríe de un modo tal que no alcanzo a identificar si estoy ante una ironía o qué. A mí hace años que no me pasa nada en una guardia, me dice y ahí le creo. Ya no, dice. Ya estoy grande, me parece que tiene que ver con la edad, con que antes cuando eras residente la responsabilidad era nula, ahora tengo un cargo con más responsabilidad. Yo he dejado a pacientes sin controlar, antes, para tener sexo. ¿En serio?, le pregunto y le digo que se extienda, que sea minuciosa para que pueda transcribir esa ocasión. No, no, no, no, no, me dice. Es un suponer. Quiero decir que lo que pasa es que no tenés conciencia de lo que hacés; y hoy no sé si me desentendería tanto. Ahora trabajo, se ríe. La residencia es como un secundario. Ante todo, tu vida está ahí, todo todo pasa por el hospital. Ahora es sólo un trabajo y ya no es la misma intensidad. Un poco por responsabilidad y un poco porque ahora son todas mujeres en la guardia que hago y todavía no me dio por eso, se ríe otra vez.

Básicamente, son dos las historias que tiene para mí. La más importante, con Pedro, que ahora ya es algo que tengo superado, dice, aunque recién vi por Facebook que tiene una novia nueva, una más. Con él tuve una relación de varios años, como seis, en los que él siempre estuvo con novias, porque se peleaba con una y empezaba a salir con otra. Pero antes estuve con otro tipo, un cirujano que, como es cirujano puede ir y venir por todo el hospital, desaparecer con tranquilidad porque puede estar con un paciente o en una sutura o lo que fuera, con lo que puede no estar ubicable durante dos horas y a nadie le parece extraño; no lo encuentran y puede estar en cualquier lado. En cambio, el médico clínico tiene que estar en un lado más o menos fijo. Yo como residente me podía ir, ahora no. Bueno, cuestión es que me fui con este cirujano (a quien Cris siempre llama por el apellido, supongo que porque puede resultar gracioso: Soldán). Con Soldán me fui a la sala de cirugías, que no es el quirófano, me aclara, sino el lugar donde están los profesionales, como la sala de estar, digamos. Eran las dos de la mañana y nos tocan la puerta, ahí me tuve que esconder y así, escondida detrás de una especie de parecita, vi que venía un jefe a preguntarle algo a Soldán. Por suerte, no sé si estuvo compinche o algo se imaginó, que el diálogo fue corto. Yo rogaba que no se asomara porque me iba a ver en bolas. Quizá Soldán le puso cara de tomátelas. Igual, era algo como establecido, al punto de que el locker de los cirujanos rebasaba de forros. Soldán salía, seguro, con otras dentro del hospital y tenía novia afuera. La típica, me dice (mis amigas decían de Soldán que tenía pinta de chizo, es decir, chicito, es decir, fama de portar un pene pequeño en la jerga, por el modo en que usaba el ambo, pero yo las desmentí, dice: era normal). Soldán era amigo de Pedro; de hecho, estudiaban juntos. Así que cuando empecé a verlo a Pedro, el mismo Pedro, fijate vos, me decía pero cómo si Soldán era mi amigo, como si él mismo fuera respetuoso, se ríe al borde del escándalo.

Mi historia con Pedro empezó en una fiesta de residentes. A él lo conocía desde el primer día en que nos adjudicaron el hospital en que estaríamos. La ciudad de Buenos Aires aún hoy tiene un sistema caótico para esa elección, donde hay que gritar qué hospital se quiere cuando mencionan tu apellido, y hay que estar muy listo y con el documento en la mano porque, si no, perdiste tu oportunidad. Es una situación tensa, me dice Cris, estresante. Entre miles, estaba él. La cuestión es que me nombran, elijo y me voy hacia un costado. Al rato viene él y me pregunta si ya se había hecho la reunión que cada hospital organiza con sus flamantes residentes. Él estaba en el mismo hospital que yo. Fue nomás que me mirara, me hablara y yo pensara uy, esto va a terminar mal, muy mal. Ya me gustó ahí nomás. Después, en esa reunión, como me conocía, se me sentó al lado. Seguimos hablando. Yo sentí la vibración. Y así arrancamos. Nos buscábamos para boludear, había un permanente histeriqueo. Él tenía novia; yo morí de amor seis años por él.

Hubo dos meses sólo de histeriqueo, seducción sin apariencia de concreción, sin nada concreto hasta que en un momento yo estoy con un paciente en uno de esos consultorios en fila que había, todos vidriados y conectados por arriba; es decir, estaban divididos por unas especies de mamparas transparentes, así que hasta se oía lo que un paciente decía o un médico diagnosticaba, y hasta nos tirábamos cosas por arriba para molestarnos. En un momento, se fueron los dos pacientes, él oyó cómo yo despedía al mío con un beso y me dijo, yo también quiero un beso, así que me di la vuelta y nos besamos. Eran las cuatro de la tarde.

Pero él era un histérico: todo el día coqueteando, diciéndome cositas y no concretaba nunca. Bueno, lo hacía igual con todas, saludaba a todas agarrándoles la otra mejilla y dándoles tremendo beso, qué necesidad. Era un tipo lindo, alto, buen mozo. Para entonces ya teníamos guardias en las que dormíamos en la misma cama y no pasaba nada. Yo me quería morir. Unos besos, un poco de franela vestidos y se iba o me echaba. Nos dormíamos y nada. Raro. Muy raro, no sé qué onda. Ahí comencé a pensar que nunca iba a pasar nada. Hasta que un día estábamos invitados a un cumpleaños; me llamó para que lo pasara a buscar por la casa. Nunca llegamos a esa fiesta. Me quedé. Pero fue debut y despedida por un largo rato.

Me fui de vacaciones al otro día; después él también así que no nos cruzamos. Al regresar, voy a un casamiento de uno de los chicos del grupo y Camila, otra de las médicas, me dice no sé si te va a gustar lo que te voy a contar pero Pedro no viene. Ajá, le dije yo, me dice. Y no viene porque la novia está embarazada y tuvo que viajar hasta San Luis a hablar con los padres. Puf, mazazo. Lo primero que hice fue tratar de recordar si conmigo había usado forro o no; no lo recordé y sigo sin recordarlo, por más que intento. No sé. Igual, no cambiaba nada mi situación, dice ella (si la embarazada hubiera sido yo, sí, claro, se ríe). La novia era muy ordinaria, medio gato y encima hija de un amigo del padre, todo raro, todo enquilombado. ¿Cómo gato?, digo yo. Así, rubiecita, tontita, calentadora, me dice Cris. Un rato, unos días después de asimilar la noticia, lo llamé, sigue. Sabía que no coincidirían nuestras rotaciones y no lo iba a ver por seis meses. Supongo que te tengo que felicitar, me dice que le dijo. No recuerdo más de la conversación, no sé qué me dijo ni si le dije algo más. Él estaba mal, de hecho la mina era media loquita, pero de psiquiátrico también; bueno, nunca se llevaron bien, por algo se separaron. Siempre me enloqueció la cabeza pensar que se peleó con ella y se puso de novia con otra y que a mí nunca me consideró para algo serio. Mi problema, se ve, no era la novia. Era yo. Él era muy particular, súper mujeriego, pero no me tomó en serio, salió conmigo entre otras. Salía, bah, no salía conmigo, garchaba conmigo, me dice y sí, se ríe una vez más. Si me decía nos casamos, yo le decía que sí a ciegas. Ahora digo qué pavada, pero me encantaba. Todo en él me caía bien, era divertido, me buscaba para las bromas y teníamos piel.

Después de eso, de su bebé, resultó que coincidimos en una guardia todos los viernes durante dos años, así se desarrolló buena parte de nuestra relación, siempre al borde de que nos encontraran. No nos encontraron y no nos echaron de casualidad. Una vez estábamos en la habitación, desnudos, pero era un horario inconveniente, las diez de la noche de un viernes, mucha gente dando vueltas y habíamos dejado la puerta abierta, cosa que cualquiera podía entrar a preguntarte algo sin sospechar que podías estar durmiendo o algo peor; estaba casi todo listo para un desastre. Encima había problemas en hemoterapia porque tenían que transfundir a un viejo pero empezó a tener fiebre, y con fiebre no se puede transfundir. De milagro, en vez de entrar a hacer la consulta técnica, el enfermero decide llamar por teléfono; nos salvó Dios; la transfusión se suspendió. Igual, creo que muchos sabían de lo nuestro. Había un administrativo, medio choto él, que nos dijo que hacíamos mucho ruido en nuestra habitación, que la cama no sé qué con nuestros movimientos, pero justo era un día en que no había pasado nada, así que creo que ya nos la tenía jurada de antes, pero no pasó de esa quejita. Otra vez tuve que meterme de urgencia en el baño porque llegó gente, médicos de planta, superiores, que por suerte golpearon; si se les ocurría entrar en la habitación de una, no sé cómo les iba a explicar qué hacía ahí, me iba a morir de vergüenza. En el medio, Pedro cambió de novia y yo seguía viéndolo con una y con otra, es decir,
entre
una y otra, o durante las guardias.

Mucho después, ya sin guardias en común, cada vez que yo conocía a un pibe, cantado que me buscaba de nuevo, se me aparecía, me llamaba. Como si los oliera. Siempre me cagaba los posibles entusiasmos con cualquier tipo, porque se aparecía y los borraba a todos de un plumazo; él me gustaba más que cualquiera. Hasta que un día, fuimos a tomar algo y me di cuenta de que no teníamos ya nada que ver; hacía dos años que no lo veía, y ahora hace otros dos que no lo veo; todo habrá empezado hace diez u once años.

¿Y con pacientes, nada? Yo, con pacientes, nunca tuve nada, me responde. Pero una cosa graciosa que sí sé es que un fulano, Francisco, conoció a quien después sería su mujer, durante un post quirúrgico de hemorroides. A quién se le ocurre. Es algo muy de­sa­gradable ese posoperatorio, estás todo el tiempo, la noche y el día, boca abajo e hincada de rodillas y pasan médicos y médicos y médicos viéndote el culo para sacarte los puntos o ver cómo evolucionás. Y el tipo se casó y fue a una fiesta con ella: todo el mundo le conocía el ojete. Mortal. Terrible.

¿Y conocés otros casos de sexo en las guardias de otros?, le pregunto. ¿Otros? Puf, sí, me dice, un montón. En un hospital de Avellaneda era conocido que todos los martes en la guardia había dos médicos, ya grandes, que dormían juntos y que no se los podía molestar, así que cuando había una urgencia, salvo que fuera una calamidad, atendíamos nosotros, los residentes. Y cuando pasabas por la habitación de ellos, aunque fuera a las tres de la mañana, ibas oyéndola a ella, sus grititos. Hay que ser para que te escuchen del pasillo, pensaba yo, me dice. Obvio, estaban los dos respectivamente casados. La trampa más común para los y las que están casadas es salir de tu casa, decir que te vas de guardia e irte a dormir con tu amante. Después te levantás siete y media muy tranquilo como si estuvieras en el hospital y te vas a tu casa o adonde te lleve el día. Es un clásico; es muy difícil que te agarren, salvo que te desconfíen y llamen al hospital y se descubra que no estabas de guardia. Pero a la mayoría le sale bien. Creo que se descubre una de cada diez o veinte infidelidades, ése debe ser el número; es muy raro que hagas una sola y te enganchen, habría que tener mucha mala suerte, es un tema estadístico; creo que es más posible quedar embarazada una sola vez que no lo hacés con forro, que te descubran infiel. Ah, otra vez con este mismo Pedro me pasó que teníamos que hacer, no recuerdo bien si un hemocultivo o una PL (pido que me aclare y me dice «punción lumbar»), en realidad él la tenía que hacer. Entonces estaba con los guantes estériles y las manos levantadas como quien está siendo asaltado y le suena el celular, cosa que lo agarro y sin decir hola lo atiendo y se lo pongo en la oreja para que él pueda hablar con su amorcito. Yo trataba de hacer silencio porque ella sabía o sospechaba algo de mí. Fue patético, me dice Cris. Todo se pudrió cuando tuvimos que hacer una denuncia porque teníamos a un pibe que venía con un tipo de herida particular. Denuncias, declaraciones, juicio, esas cosas. El tema es que para cubrirnos la denuncia la hicimos conjunta los tres médicos que estábamos ahí y lo vimos llegar, con nuestros DNI, nosotros dos y Juan, otro colega. El tema es que Pedro se llevó la fotocopia a su casa y su mujer la vio. ¿Cómo que hacés la guardia con ésta?, le preguntó la esposa que no lo sabía: le había mentido durante un año y medio, le había dicho sarasa, que hacía la guardia con cualquier ñato. Después de eso llamaba todos los viernes y lo vigilanteaba. Pero él ya no me causaba los mismos efectos. Y ahora lo que planeo es no verlo nunca más. Hace poco hicimos contacto por Facebook y me deseó feliz cumpleaños. Son esas cosas agridulces. Como cuando volví de noche tarde a casa un 20 de julio, día del amigo, y empiezo a escuchar los mensajes en el contestador del teléfono fijo. Era la época de los mensajes en el contestador todavía, casi no había celulares. Tenía varios. Escucho uno, escucho otro, hasta que identifico su voz. Me empieza a decir algo y es nomás que comienza a hablar que yo digo que no sea, que no sea, no me lo digas, no me lo digas por favor, no, hasta que dice «feliz día» y yo digo noooooooooooooo, no sigas con el cuchillo, no me lo remuevas así, qué feliz día hijo de puta (Cris lloriquea un poco, actúa, un poco, sí, su dolor). Hasta entonces me importaba.

Este año fui yo quien le dejó un mensaje para el día del amigo, pero fui más sincera y le dije: igual no sé si lo nuestro se asemeja a lo que se suele festejar como día del amigo. Amigo con derecho a roce, me dice. Y yo pienso, amiga que quiere, sueña, ponerse de novia, una asimetría fatal que se paga con la amistad a corto o mediano plazo, pero no le digo nada en voz alta para no interferir su grato discurrir. Igual, él, Pedro, me dice, te podría contar quinientas historias. Yo te cuento una, para mí es ésa, mi historia con él; para él, en cambio, yo soy una entre tantísimas más. Él sí que seguro comió de las pacientes y de sus familiares; ahora está en una clínica de Núñez y lo hace. Y no es que lo supongo, él mismo me contaba alguna de las historias que tenía. Yo estuve con dos amigos de él, me dice sin transición. ¿Cómo? Los conocí a través de él, él me los presentó. No, no son médicos. Todo giraba en torno a él en mi vida. Uno le pedí yo que me lo presentara y él accedió. Ahora es patético decirlo, contarlo, pero sí, accedió. Es obvio que nunca me iban a gustar del todo. A mí me gustaba él, Pedro. Podía probar con treinta tipos pero me gustaba él.

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