Authors: Martín de Ambrosio
Tags: #ebook, #libro online, #libro electrónico, #editorial planeta, #guardapolvos, #sexo, #hospital, #diario perfil, #médicos, #enfermeras, #pacientes, #cirujanos, #enfermos, #enfermedades, #consultorio, #clínica, #perversion, #morbo, #mitos, #calentura, #guardias, #medicina, #residentes, #residencias, #sexopata, #sexo público, #De Ambrosio, #fantasías, #kinesiologos, #traumatologos, #instrumentadores, #instrumentadoras, #sala de espera, #camilla, #laboratorio, #examenes, #estudiantes, #jefe, #servicio, #sanatorios, #clínicas
Pero no es algo de todos los dÃas, me aclara Cris, se da o no se da el sexo en las guardias. Hay gente que nunca lo hizo en una guardia, dice y se rÃe de un modo tal que no alcanzo a identificar si estoy ante una ironÃa o qué. A mà hace años que no me pasa nada en una guardia, me dice y ahà le creo. Ya no, dice. Ya estoy grande, me parece que tiene que ver con la edad, con que antes cuando eras residente la responsabilidad era nula, ahora tengo un cargo con más responsabilidad. Yo he dejado a pacientes sin controlar, antes, para tener sexo. ¿En serio?, le pregunto y le digo que se extienda, que sea minuciosa para que pueda transcribir esa ocasión. No, no, no, no, no, me dice. Es un suponer. Quiero decir que lo que pasa es que no tenés conciencia de lo que hacés; y hoy no sé si me desentenderÃa tanto. Ahora trabajo, se rÃe. La residencia es como un secundario. Ante todo, tu vida está ahÃ, todo todo pasa por el hospital. Ahora es sólo un trabajo y ya no es la misma intensidad. Un poco por responsabilidad y un poco porque ahora son todas mujeres en la guardia que hago y todavÃa no me dio por eso, se rÃe otra vez.
Básicamente, son dos las historias que tiene para mÃ. La más importante, con Pedro, que ahora ya es algo que tengo superado, dice, aunque recién vi por Facebook que tiene una novia nueva, una más. Con él tuve una relación de varios años, como seis, en los que él siempre estuvo con novias, porque se peleaba con una y empezaba a salir con otra. Pero antes estuve con otro tipo, un cirujano que, como es cirujano puede ir y venir por todo el hospital, desaparecer con tranquilidad porque puede estar con un paciente o en una sutura o lo que fuera, con lo que puede no estar ubicable durante dos horas y a nadie le parece extraño; no lo encuentran y puede estar en cualquier lado. En cambio, el médico clÃnico tiene que estar en un lado más o menos fijo. Yo como residente me podÃa ir, ahora no. Bueno, cuestión es que me fui con este cirujano (a quien Cris siempre llama por el apellido, supongo que porque puede resultar gracioso: Soldán). Con Soldán me fui a la sala de cirugÃas, que no es el quirófano, me aclara, sino el lugar donde están los profesionales, como la sala de estar, digamos. Eran las dos de la mañana y nos tocan la puerta, ahà me tuve que esconder y asÃ, escondida detrás de una especie de parecita, vi que venÃa un jefe a preguntarle algo a Soldán. Por suerte, no sé si estuvo compinche o algo se imaginó, que el diálogo fue corto. Yo rogaba que no se asomara porque me iba a ver en bolas. Quizá Soldán le puso cara de tomátelas. Igual, era algo como establecido, al punto de que el locker de los cirujanos rebasaba de forros. Soldán salÃa, seguro, con otras dentro del hospital y tenÃa novia afuera. La tÃpica, me dice (mis amigas decÃan de Soldán que tenÃa pinta de chizo, es decir, chicito, es decir, fama de portar un pene pequeño en la jerga, por el modo en que usaba el ambo, pero yo las desmentÃ, dice: era normal). Soldán era amigo de Pedro; de hecho, estudiaban juntos. Asà que cuando empecé a verlo a Pedro, el mismo Pedro, fijate vos, me decÃa pero cómo si Soldán era mi amigo, como si él mismo fuera respetuoso, se rÃe al borde del escándalo.
Mi historia con Pedro empezó en una fiesta de residentes. A él lo conocÃa desde el primer dÃa en que nos adjudicaron el hospital en que estarÃamos. La ciudad de Buenos Aires aún hoy tiene un sistema caótico para esa elección, donde hay que gritar qué hospital se quiere cuando mencionan tu apellido, y hay que estar muy listo y con el documento en la mano porque, si no, perdiste tu oportunidad. Es una situación tensa, me dice Cris, estresante. Entre miles, estaba él. La cuestión es que me nombran, elijo y me voy hacia un costado. Al rato viene él y me pregunta si ya se habÃa hecho la reunión que cada hospital organiza con sus flamantes residentes. Ãl estaba en el mismo hospital que yo. Fue nomás que me mirara, me hablara y yo pensara uy, esto va a terminar mal, muy mal. Ya me gustó ahà nomás. Después, en esa reunión, como me conocÃa, se me sentó al lado. Seguimos hablando. Yo sentà la vibración. Y asà arrancamos. Nos buscábamos para boludear, habÃa un permanente histeriqueo. Ãl tenÃa novia; yo morà de amor seis años por él.
Hubo dos meses sólo de histeriqueo, seducción sin apariencia de concreción, sin nada concreto hasta que en un momento yo estoy con un paciente en uno de esos consultorios en fila que habÃa, todos vidriados y conectados por arriba; es decir, estaban divididos por unas especies de mamparas transparentes, asà que hasta se oÃa lo que un paciente decÃa o un médico diagnosticaba, y hasta nos tirábamos cosas por arriba para molestarnos. En un momento, se fueron los dos pacientes, él oyó cómo yo despedÃa al mÃo con un beso y me dijo, yo también quiero un beso, asà que me di la vuelta y nos besamos. Eran las cuatro de la tarde.
Pero él era un histérico: todo el dÃa coqueteando, diciéndome cositas y no concretaba nunca. Bueno, lo hacÃa igual con todas, saludaba a todas agarrándoles la otra mejilla y dándoles tremendo beso, qué necesidad. Era un tipo lindo, alto, buen mozo. Para entonces ya tenÃamos guardias en las que dormÃamos en la misma cama y no pasaba nada. Yo me querÃa morir. Unos besos, un poco de franela vestidos y se iba o me echaba. Nos dormÃamos y nada. Raro. Muy raro, no sé qué onda. Ahà comencé a pensar que nunca iba a pasar nada. Hasta que un dÃa estábamos invitados a un cumpleaños; me llamó para que lo pasara a buscar por la casa. Nunca llegamos a esa fiesta. Me quedé. Pero fue debut y despedida por un largo rato.
Me fui de vacaciones al otro dÃa; después él también asà que no nos cruzamos. Al regresar, voy a un casamiento de uno de los chicos del grupo y Camila, otra de las médicas, me dice no sé si te va a gustar lo que te voy a contar pero Pedro no viene. Ajá, le dije yo, me dice. Y no viene porque la novia está embarazada y tuvo que viajar hasta San Luis a hablar con los padres. Puf, mazazo. Lo primero que hice fue tratar de recordar si conmigo habÃa usado forro o no; no lo recordé y sigo sin recordarlo, por más que intento. No sé. Igual, no cambiaba nada mi situación, dice ella (si la embarazada hubiera sido yo, sÃ, claro, se rÃe). La novia era muy ordinaria, medio gato y encima hija de un amigo del padre, todo raro, todo enquilombado. ¿Cómo gato?, digo yo. AsÃ, rubiecita, tontita, calentadora, me dice Cris. Un rato, unos dÃas después de asimilar la noticia, lo llamé, sigue. SabÃa que no coincidirÃan nuestras rotaciones y no lo iba a ver por seis meses. Supongo que te tengo que felicitar, me dice que le dijo. No recuerdo más de la conversación, no sé qué me dijo ni si le dije algo más. Ãl estaba mal, de hecho la mina era media loquita, pero de psiquiátrico también; bueno, nunca se llevaron bien, por algo se separaron. Siempre me enloqueció la cabeza pensar que se peleó con ella y se puso de novia con otra y que a mà nunca me consideró para algo serio. Mi problema, se ve, no era la novia. Era yo. Ãl era muy particular, súper mujeriego, pero no me tomó en serio, salió conmigo entre otras. SalÃa, bah, no salÃa conmigo, garchaba conmigo, me dice y sÃ, se rÃe una vez más. Si me decÃa nos casamos, yo le decÃa que sà a ciegas. Ahora digo qué pavada, pero me encantaba. Todo en él me caÃa bien, era divertido, me buscaba para las bromas y tenÃamos piel.
Después de eso, de su bebé, resultó que coincidimos en una guardia todos los viernes durante dos años, asà se desarrolló buena parte de nuestra relación, siempre al borde de que nos encontraran. No nos encontraron y no nos echaron de casualidad. Una vez estábamos en la habitación, desnudos, pero era un horario inconveniente, las diez de la noche de un viernes, mucha gente dando vueltas y habÃamos dejado la puerta abierta, cosa que cualquiera podÃa entrar a preguntarte algo sin sospechar que podÃas estar durmiendo o algo peor; estaba casi todo listo para un desastre. Encima habÃa problemas en hemoterapia porque tenÃan que transfundir a un viejo pero empezó a tener fiebre, y con fiebre no se puede transfundir. De milagro, en vez de entrar a hacer la consulta técnica, el enfermero decide llamar por teléfono; nos salvó Dios; la transfusión se suspendió. Igual, creo que muchos sabÃan de lo nuestro. HabÃa un administrativo, medio choto él, que nos dijo que hacÃamos mucho ruido en nuestra habitación, que la cama no sé qué con nuestros movimientos, pero justo era un dÃa en que no habÃa pasado nada, asà que creo que ya nos la tenÃa jurada de antes, pero no pasó de esa quejita. Otra vez tuve que meterme de urgencia en el baño porque llegó gente, médicos de planta, superiores, que por suerte golpearon; si se les ocurrÃa entrar en la habitación de una, no sé cómo les iba a explicar qué hacÃa ahÃ, me iba a morir de vergüenza. En el medio, Pedro cambió de novia y yo seguÃa viéndolo con una y con otra, es decir,
entre
una y otra, o durante las guardias.
Mucho después, ya sin guardias en común, cada vez que yo conocÃa a un pibe, cantado que me buscaba de nuevo, se me aparecÃa, me llamaba. Como si los oliera. Siempre me cagaba los posibles entusiasmos con cualquier tipo, porque se aparecÃa y los borraba a todos de un plumazo; él me gustaba más que cualquiera. Hasta que un dÃa, fuimos a tomar algo y me di cuenta de que no tenÃamos ya nada que ver; hacÃa dos años que no lo veÃa, y ahora hace otros dos que no lo veo; todo habrá empezado hace diez u once años.
¿Y con pacientes, nada? Yo, con pacientes, nunca tuve nada, me responde. Pero una cosa graciosa que sà sé es que un fulano, Francisco, conoció a quien después serÃa su mujer, durante un post quirúrgico de hemorroides. A quién se le ocurre. Es algo muy deÂsaÂgradable ese posoperatorio, estás todo el tiempo, la noche y el dÃa, boca abajo e hincada de rodillas y pasan médicos y médicos y médicos viéndote el culo para sacarte los puntos o ver cómo evolucionás. Y el tipo se casó y fue a una fiesta con ella: todo el mundo le conocÃa el ojete. Mortal. Terrible.
¿Y conocés otros casos de sexo en las guardias de otros?, le pregunto. ¿Otros? Puf, sÃ, me dice, un montón. En un hospital de Avellaneda era conocido que todos los martes en la guardia habÃa dos médicos, ya grandes, que dormÃan juntos y que no se los podÃa molestar, asà que cuando habÃa una urgencia, salvo que fuera una calamidad, atendÃamos nosotros, los residentes. Y cuando pasabas por la habitación de ellos, aunque fuera a las tres de la mañana, ibas oyéndola a ella, sus grititos. Hay que ser para que te escuchen del pasillo, pensaba yo, me dice. Obvio, estaban los dos respectivamente casados. La trampa más común para los y las que están casadas es salir de tu casa, decir que te vas de guardia e irte a dormir con tu amante. Después te levantás siete y media muy tranquilo como si estuvieras en el hospital y te vas a tu casa o adonde te lleve el dÃa. Es un clásico; es muy difÃcil que te agarren, salvo que te desconfÃen y llamen al hospital y se descubra que no estabas de guardia. Pero a la mayorÃa le sale bien. Creo que se descubre una de cada diez o veinte infidelidades, ése debe ser el número; es muy raro que hagas una sola y te enganchen, habrÃa que tener mucha mala suerte, es un tema estadÃstico; creo que es más posible quedar embarazada una sola vez que no lo hacés con forro, que te descubran infiel. Ah, otra vez con este mismo Pedro me pasó que tenÃamos que hacer, no recuerdo bien si un hemocultivo o una PL (pido que me aclare y me dice «punción lumbar»), en realidad él la tenÃa que hacer. Entonces estaba con los guantes estériles y las manos levantadas como quien está siendo asaltado y le suena el celular, cosa que lo agarro y sin decir hola lo atiendo y se lo pongo en la oreja para que él pueda hablar con su amorcito. Yo trataba de hacer silencio porque ella sabÃa o sospechaba algo de mÃ. Fue patético, me dice Cris. Todo se pudrió cuando tuvimos que hacer una denuncia porque tenÃamos a un pibe que venÃa con un tipo de herida particular. Denuncias, declaraciones, juicio, esas cosas. El tema es que para cubrirnos la denuncia la hicimos conjunta los tres médicos que estábamos ahà y lo vimos llegar, con nuestros DNI, nosotros dos y Juan, otro colega. El tema es que Pedro se llevó la fotocopia a su casa y su mujer la vio. ¿Cómo que hacés la guardia con ésta?, le preguntó la esposa que no lo sabÃa: le habÃa mentido durante un año y medio, le habÃa dicho sarasa, que hacÃa la guardia con cualquier ñato. Después de eso llamaba todos los viernes y lo vigilanteaba. Pero él ya no me causaba los mismos efectos. Y ahora lo que planeo es no verlo nunca más. Hace poco hicimos contacto por Facebook y me deseó feliz cumpleaños. Son esas cosas agridulces. Como cuando volvà de noche tarde a casa un 20 de julio, dÃa del amigo, y empiezo a escuchar los mensajes en el contestador del teléfono fijo. Era la época de los mensajes en el contestador todavÃa, casi no habÃa celulares. TenÃa varios. Escucho uno, escucho otro, hasta que identifico su voz. Me empieza a decir algo y es nomás que comienza a hablar que yo digo que no sea, que no sea, no me lo digas, no me lo digas por favor, no, hasta que dice «feliz dÃa» y yo digo noooooooooooooo, no sigas con el cuchillo, no me lo remuevas asÃ, qué feliz dÃa hijo de puta (Cris lloriquea un poco, actúa, un poco, sÃ, su dolor). Hasta entonces me importaba.
Este año fui yo quien le dejó un mensaje para el dÃa del amigo, pero fui más sincera y le dije: igual no sé si lo nuestro se asemeja a lo que se suele festejar como dÃa del amigo. Amigo con derecho a roce, me dice. Y yo pienso, amiga que quiere, sueña, ponerse de novia, una asimetrÃa fatal que se paga con la amistad a corto o mediano plazo, pero no le digo nada en voz alta para no interferir su grato discurrir. Igual, él, Pedro, me dice, te podrÃa contar quinientas historias. Yo te cuento una, para mà es ésa, mi historia con él; para él, en cambio, yo soy una entre tantÃsimas más. Ãl sà que seguro comió de las pacientes y de sus familiares; ahora está en una clÃnica de Núñez y lo hace. Y no es que lo supongo, él mismo me contaba alguna de las historias que tenÃa. Yo estuve con dos amigos de él, me dice sin transición. ¿Cómo? Los conocà a través de él, él me los presentó. No, no son médicos. Todo giraba en torno a él en mi vida. Uno le pedà yo que me lo presentara y él accedió. Ahora es patético decirlo, contarlo, pero sÃ, accedió. Es obvio que nunca me iban a gustar del todo. A mà me gustaba él, Pedro. PodÃa probar con treinta tipos pero me gustaba él.