Gusanos de arena de Dune (31 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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La mensajera miró el nombre, realizó una rápida comprobación.

—Los cuerpos de esa columna ya han sido trasladados al puerto espacial. Los tópteros ya habrán empezado a despegar con los cargamentos.

—Corre. Tengo que verla. —Murbella salió apresuradamente de la sala, y miró atrás para cerciorarse de que la joven la seguía. Aunque la madre comandante se sentía perturbadoramente aturdida, tenía que hacerlo.

Un vehículo terrestre las llevó al puerto cercano, donde el zumbido de los tópteros era incesante. Por el camino, la joven Reverenda Madre activó su comunicador y pidió información con voz serena. Luego indicó al conductor el acceso que debía tomar.

En todas las pistas del puerto espacial había grandes tópteros donde cargaban a los muertos, y que despegaban cuando estaban llenos. En circunstancias normales, cuando una Bene Gesserit moría, la enterraban en los jardines o los huertos. Los cuerpos se descomponían y se convertían en alimento y fertilizante para la tierra. En cambio ahora se acumulaban tan deprisa que incluso los grandes vehículos de carga no daban abasto para retirarlos.

La joven dijo al conductor que se dirigiera a una zona particular de las pistas donde en aquel momento los operarios estaban cargando un tóptero verde oscuro. Bultos y más bultos iban al interior.

—Tiene que estar ahí, madre comandante. ¿Quiere que… que descarguen para que pueda buscarla?

Cuando se apearon del vehículo Murbella se sentía muy impresionada, pero trató de controlarse.

—No es necesario. Solo es su cuerpo, ya no es ella. Aun así, me permitiré el sentimentalismo de acompañarla hasta las dunas. —Murbella dejó a la joven Reverenda Madre atendiendo otros asuntos y subió al tóptero. Se sentó junto a la piloto.

—Mi hija está a bordo —dijo Murbella. Y dicho esto calló y miró con aire lúgubre por la ventanilla.

Una intensa vibración recorrió el tóptero, que despegó agitando las alas entre sacudidas. Tardarían una media hora en llegar al desierto, media hora más para volver: un tiempo que la madre comandante no podía permitirse ausentarse de Central. Pero necesitaba desesperadamente hacer aquello…

Incluso las mejores entre la Hermandad, las que habían superado las pruebas más duras, estaban desoladas por la magnitud de la tragedia… pero no hasta el punto de la rendición. La Bene Gesserit enseñaba el control de las emociones, a actuar por el bien general, a mirar el conjunto, sin embargo, después de haber visto el noventa por ciento de la población del planeta morir en unos días, aquel desastre —
exterminación
— estaba derribando las barreras más fuertes de muchas hermanas. Y Murbella tenía la responsabilidad de mantener la moral entre las supervivientes.

Las máquinas pensantes han encontrado una forma cruel y efectiva de destruir nuestras armas humanas, ¡pero no nos desarmarán tan fácilmente!

—Madre comandante, hemos llegado —dijo la piloto, unas palabras secas lo bastante altas para que las oyera por encima del sonido atronador de las alas.

Murbella abrió los ojos y vio un desierto puro, vio remolinos tostados de arena y polvo que se formaban con el viento. Por más restos humanos que la Hermandad tiraba allí, seguía pareciendo prístino e intacto. Vio otros tópteros volando en círculos por el cielo, descendiendo sobre las dunas y abriendo las compuertas de carga para dejar caer… cientos de cuerpos envueltos en negro. Las hermanas muertas rodaban por las dunas como viruta chamuscada, Los elementos dispondrían de ella con mucha mayor eficacia que ninguna pira funeraria. La aridez las desecaría, las destructivas tormentas de arena las dejarían reducidas a un montón de huesos.

En muchos casos, los gusanos las devorarían. Tenía cierta pureza, su tóptero quedó suspendido sobre una pequeña depresión. A ambos lados, una extensión de dunas, y el polvo que las alas del tóptero levantaba remolineando a su alrededor. La piloto manipuló los controles y las compuertas inferiores se abrieron con un gruñido perezoso. Los cuerpos cayeron. Estaban rígidos, con el rostro tapado, pero para Murbella seguían siendo personas individuales. Una de aquellas figuras sin identificar era su pequeña… nacida justo antes de que Murbella pasara por la Agonía, justo antes de que perdiera a Duncan para siempre.

Pero tampoco se engañaba: sabía que aunque hubiera estado junto a su hija no podría haberla ayudado. La Agonía de Especia era una batalla totalmente individual, y aun así deseó haber estado a su lado.

Los cuerpos cayeron sin ceremonia en la arena. Allá abajo, veía formas serpentinas moviéndose… dos grandes gusanos atraídos por las vibraciones de los tópteros y el sonido de los cuerpos al caer. Las criaturas se elevaron y devoraron los cuerpos. Y luego volvieron a sumergirse en la arena.

La piloto elevó el tóptero y dio una vuelta para que Murbella pudiera mirar abajo y ver el espantoso festín. Se tocó el transmisor que llevaba en la oreja para escuchar un mensaje, luego sonrió a Murbella débilmente.

—Madre comandante, al menos tenemos una buena noticia.

Después de ver cómo desaparecía el último de aquellos cuerpos anónimos, Murbella no estaba de humor, pero esperó.

—Uno de los asentamientos de investigación perdidos en el desierto ha sobrevivido. La Estación Shakkad. Están muy lejos de todo y no han tenido ningún contacto con Central. De alguna forma han evitado el contagio.

Murbella recordaba al pequeño grupo de científicos extraplanetarios y ayudantes.

—Yo misma los aislé para que pudieran trabajar. Quería que estuvieran totalmente apartados de todo… ¡sin ningún tipo de contacto! Si una sola de nosotros se acerca, podríamos contaminarlos.

—La estación no tiene suministros para aguantar mucho más —dijo la piloto—. Quizá podríamos dejar caer un cargamento.

—¡No, nada! No podemos arriesgarnos a contagiarlos. —Se imaginó a aquella gente como si estuvieran en medio de un mortífero campo de minas. Pero, una vez pasara la epidemia, quizá sobrevivirían. Solo un puñado—. Si se agota la comida, tendrán que incrementar el consumo de melange. Pueden encontrar suficiente para sobrevivir un tiempo. Incluso si alguno muere de hambre, mejor eso que perderlos a todos por la epidemia.

La piloto estaba de acuerdo. Al mirar allá fuera, al desierto, Murbella comprendió en qué se habían convertido ella y sus hermanas. Y murmuró algo, aunque el zumbido de los motores ahogó sus palabras.

—Somos los nuevos fremen, y esta galaxia sitiada es nuestro desierto.

El tóptero se alejó, de vuelta a Central, dejando a los gusanos con su festín.

45

El odio brota del fértil terreno de la vida misma.

Antiguo dicho

La no-nave se había alejado del tumulto del planeta de Qelso, dejando atrás a parte de los suyos, parte de sus esperanzas y posibilidades. Duncan había corrido un gran riesgo, puesto que había abandonado la no-nave por primera vez desde hacía décadas. ¿Había delatado su presencia al hacerlo? ¿Podría el Enemigo encontrarle ahora, aprovechando esa pista? Tal vez.

Aunque había decidido no seguir ocultándose, Duncan tampoco quería acarrear la destrucción sobre toda la gente inocente del planeta. Daría un nuevo salto, borraría su rastro. Así pues, una vez más, el
Ítaca
dio un salto a ciegas por el tejido espacial.

De eso ya hacía tres meses.

A través de un grueso puerto panorámico de plaz, Scytale había visto cómo Qelso se iba empequeñeciendo, y de pronto desaparecía en el vacío. A él no se le había permitido bajar de la nave. A juzgar por lo que había visto, y a pesar del avance del desierto, se habría instalado gustoso en aquel planeta.

Scytale había recuperado sus recuerdos, pero una parte de su ser seguía añorando a su padre, su predecesor, a sí mismo, ahora su mente contenía todo lo que necesitaba. Pero él quería más.

Con su nuevo cuerpo, el maestro tleilaxu seguramente dispondría de un siglo antes de que los errores genéticos acumulativos provocaran un nuevo colapso. Tiempo suficiente para resolver muchos problemas. Pero cuando pasaran esos cien años, seguiría siendo el último maestro tleilaxu vivo, el único guardián de la Gran Creencia. A menos que pudiera utilizar las células del Consejo de Maestros conservadas en la cápsula de nulentropía. Algún día quizá las brujas le permitirían emplear los tanques axlotl para el propósito original para el que los tleilaxu los concibieron.

Cuando aún estaban en Qelso, se había torturado pensando si debía permanecer allí y crear un nuevo hogar para los tleilaxu. ¿Podría construir un laboratorio y material apropiados? ¿Reunir seguidores entre la población? El joven Scytale había estudiado las escrituras, había meditado largamente, y finalmente decidió no quedarse… la misma decisión que tomó el rabino. Seguramente en Qelso jamás podría acceder a la tecnología de los tanques axlotl. Su decisión era perfectamente lógica.

Sin embargo, la desdicha y la ira que el rabino venía manifestando no tenían una explicación tan lógica. Nadie le había obligado a tomar aquella decisión. Desde que la nave abandonó el planeta y sus desiertos, el anciano se había dedicado a deambular por los corredores, diseminando la disensión como un veneno. Era el único de los suyos que quedaba a bordo. Como Scytale.

Aquel hombre santo comía con los otros refugiados, gruñendo por la rudeza con que se le trataba, por lo duro que debía de ser para su pueblo establecer una nueva Sión sin su guía. Garimi y sus seguidoras de línea dura, cuya presencia había sido rechazada en el planeta, no expresaron ninguna compasión por sus males.

Y Scytale, que veía todo esto, llegó a la conclusión de que el rabino era de esas personas que necesitaban tener siempre alguien a quien culpar para sentirse un mártir. Puesto que no podía abandonar el tanque axlotl de quien fuera Rebecca, podía seguir aferrándose a su odio por el orden Bene Gesserit y culparlas a ellas en lugar de responsabilizarse de sus decisiones equivocadas.

Bueno, pensó Scytale, hay odio suficiente para todos.

— o O o —

En sus alojamientos, Wellington Yueh estudió su reflejo en un espejo… el rostro macilento, labios oscuros, mentón afilado. El rostro era más joven de lo que hacían esperar sus recuerdos, pero era reconocible. Después de recuperar sus recuerdos, Yueh se había dejado crecer sus cabellos negros, hasta que fueron lo bastante largos para sujetarlos con un improvisado anillo de la Escuela Suk.

Y sin embargo seguía sin aceptarse del todo a sí mismo. Aún quedaba un paso crítico que dar.

En su mano tenía un punzón indeleble lleno de tinta oscura que dejaría una marca permanente. No era exactamente un tatuaje, y no iba acompañado de ningún implante ni del poderoso condicionamiento Imperial, pero casi. Sus manos eran firmes, los trazos seguros.

Soy un doctor Suk, un cirujano. Soy perfectamente capaz de dibujar una simple figura geométrica.

Un diamante, perfectamente centrado en la frente. Sin vacilar dio un nuevo trazo, unió las líneas y rellenó la figura de color. Cuando terminó, volvió a mirarse. Wellington Yueh le devolvió la mirada desde el espejo, doctor Suk y médico personal de la Casa Vernius y la Casa Atreides.

El Traidor.

Dejó el punzón a un lado, se puso una bata limpia de médico y se dirigió al centro médico. Al igual que el rabino, estaba tan cualificado como las doctoras Bene Gesserit para seguir la evolución de los pacientes y los tanques axlotl.

Recientemente, Sheeana había iniciado un nuevo implante ghola como parte de su programa, utilizando células de la cápsula de nulentropía del maestro tleilaxu. Ahora que Stilgar y Liet-Kynes se habían ido sentía que debía dar ese paso. Y, por motivos de seguridad se negaba a revelar la identidad del niño que se estaba gestando en el tanque.

Las Bene Gesserit seguían diciendo que necesitaban a los gholas, aunque no acertaban a explicar por qué exactamente. De momento, su éxito al despertar los recuerdos de las vidas previas de Yueh, Stilgar y Liet-Kynes no había tenido un paralelo en los otros gholas. Algunas brujas, en particular la censora superior Garimi, seguían manifestando graves reservas sobre lo apropiado de despertar a Jessica y Leto II, debido a sus crímenes pasados. Así que el siguiente ghola al que trataron de despertar fue Thufir Hawat.

Yueh no sabía lo que las brujas habían hecho para tratar de derribar sus barreras, pero no había funcionado. En lugar de despertar, Hawat empezó a tener convulsiones. El viejo rabino estaba presente y corrió a ayudar al ghola de diecisiete años, apartando a las hermanas y reprendiéndolas por el riesgo absurdo que habían corrido.

Pero Yueh, al igual que Scytale, ya tenía sus viejos conocimientos. Ya no era un niño, no tenía que seguir esperando convertirse en algo. Un día, hizo acopio de valor y suplicó a Sheeana que le diera algún trabajo.

—Las brujas me habéis obligado a recordar mi antigua vida. Os supliqué que no lo hicierais, pero vosotras insististeis en despertarme junto con mis recuerdos y mi culpa, también he recuperado capacidades útiles. Déjame ejercer de nuevo como doctor Suk.

Al principio no estaba muy seguro de que las Bene Gesserit aceptaran, sobre todo por la amenaza constante del saboteador… pero cuando vio que Garimi se oponía automáticamente, Sheeana decidió apoyarle. Le dieron autorización para hacer turnos en el centro médico, siempre y cuando estuviera bajo vigilancia.

En la entrada de la cámara axlotl principal, dos agentes femeninos de seguridad escanearon a Yueh cuidadosamente, luego le indicaron que pasara. Ninguna se fijó en la mancha con forma de diamante que lucía en la frente. Y Yueh se preguntó si aún quedaría alguien que supiera lo que esa marca había simbolizado en su día.

Con un silencio preocupado, Yueh inspeccionó los saludables tanques. Varios de ellos producían melange para los stocks de la nave, pero había uno que estaba visiblemente embarazado. Aquel ghola sin nombre se gestaría bajo medidas de seguridad mucho más severas. Yueh estaba convencido de que no sería un nuevo intento de Gurney Halleck, Serena Butler o Xavier Harkonnen. Ni un duplicado de Liet-Kynes o Stilgar. No, seguro que Sheeana quería probar con alguien diferente, alguien que considerara que podía ayudar, y mucho, al Ítaca.

Conociendo la naturaleza impetuosa de Sheeana, a Yueh le asustaba pensar quién sería el bebé, Las hermanas no eran inmunes a las malas decisiones (¡como habían demostrado sobradamente al recuperarle a él!). No podía creer que ninguna de aquellas mujeres lo viera como un salvador o un héroe, y sin embargo él había sido uno de los primeros. Viendo esto, ¿qué pasaría si las brujas tenían curiosidad por estudiar figuras nefastas de los momentos más oscuros de la historia? El emperador Shaddam. La bestia Rabban. O incluso el detestable barón Harkonnen. Yueh ya se imaginaba las excusas de Sheeana. Sin duda insistiría en que, potencialmente, incluso las personalidades más perversas podían proporcionar una información valiosa.

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