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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Gusanos de arena de Dune (37 page)

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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— o O o —

A Leto los ojos y los oídos le escocían por las acusaciones de la Censora Superior, pero no pensaba llorar. Una persona sabia no malgasta el agua tratando de ahogar sus emociones; eso lo sabía del viejo Dune. Mientras se alejaba de Sheeana y la insufrible Censora Superior y de todos los que pensaban que sabían lo que había que esperar de él, el muchacho negó en silencio lo que había dicho Garimi y trató de bloquear las cosas que el mismo sabía.

Yo fui el Dios Emperador, el Tirano. Yo creé la Senda de Oro… pero mientras mis recuerdos me estén vedados, ¡no puedo entender realmente qué significa!
A pesar de todo lo que había aprendido de su vida original, Leto se sentía como un niño de doce años que no había pedido volver a nacer.

Dirigió su tubo de transporte a las cubiertas inferiores, buscando un lugar donde sentirse más cómodo y seguro. Al principio, pensó en buscar el viento huracanado de las cámaras de recirculación de aire y los conductos que bombeaban la atmósfera, pero las estrictas medidas de seguridad impuestas por el bashar Teg y el amigo de Leto, Thufir, le habían cerrado todo acceso.

Antes de su desagradable encuentro con Garimi, Leto iba a buscar a Thufir para su sesión de entrenamiento. Aunque el otro ghola tenía diecisiete años y responsabilidades junto al Bashar, entrenaba con frecuencia con Leto. A pesar de su juventud y su tamaño, Leto II era altamente competitivo, incluso frente a un oponente más grande y más fuerte. En los últimos años cada uno había sido un reto para el otro.

Pero en aquellos momentos Leto necesitaba estar solo. Llegó a los niveles inferiores y se plantó ante el acceso principal a la enorme cubierta. Las cámaras de seguridad ya le habrían localizado. Tragó con dificultad. Nunca se había atrevido a entrar allí solo, aunque había pasado horas mirando a los gusanos cautivos a través del plaz.

Dos jóvenes guardias estaban en el corredor, controlando el acceso a la cubierta. Al ver que el muchacho se acercaba, se pusieron en alerta.

—Esta es una zona restringida.

—¿Restringida para mí? ¿Sabéis quién soy?

—Eres Leto el Tirano, el Dios Emperador —dijo la mujer; como si estuviera contestando la pregunta de una censora. Era Debray, una de las hijas que las Bene Gesserit habían engendrado en el espacio después de la huida de la no-nave.

—Y esos gusanos forman parte de mí. ¿No recordáis la historia?

—Son peligrosos —contestó el guarda masculino—. No tendrías que entrar.

Leto miró a aquellos dos con calma.

—Sí, debo hacerlo. Sobre todo ahora. Necesito sentir la arena, percibir el olor a melange, los gusanos. —Entrecerró los ojos—. Podría ayudarme a recuperar los recuerdos, tal como desea Sheeana.

Debray pensó en esto, frunciendo el ceño.

—Sheeana dijo que había que utilizar cualquier método posible para provocar el despertar de los gholas.

El guarda se volvió a su compañera.

—Busca a Thufir Hawat e infórmale. Esto es altamente irregular.

Leto se acercó a la pesada puerta.

—Solo quiero entrar, no me alejaré de la escotilla. Los gusanos siempre se quedan por la zona del centro ¿no es verdad? —Y con descaro utilizó los sencillos controles para abrir la puerta—. Conozco a esos gusanos. Thufir lo entenderá. Él tampoco ha podido recuperar aún sus recuerdos.

Antes de que los guardias se pusieran de acuerdo para detenerlo, Leto estaba dentro. La arena misma parecía emitir una especie de chisporroteo, de estática. La temperatura era cálida, el aire estaba tan seco que la garganta le quemaba. El poderoso olor a arena y canela impregnaba sus fosas nasales. Desde el extremo más alejado de la cubierta de un kilómetro de largo, los grandes gusanos se dirigieron hacia él.

El solo hecho de estar sobre la arena hizo viajar al muchacho a un lugar sobre el que había leído profusamente en la biblioteca de la no-nave. El verdadero Arrakis, que había pasado de desierto a jardín durante su extensa vida. Ahora el calor seco requemaba su piel. Leto respiraba en alientos profundos y relajantes, cuajados de olor a melange.

Sin molestarse en ser silencioso, Leto avanzó por la arena, hundiéndose hasta las rodillas en las dunas. No hizo caso de los gritos; de advertencia de los guardias y siguió alejándose de la pared de metal. Aquello era lo más parecido a un desierto que aquellos gusanos habían conocido.

Leto trepó a lo alto de una duna y, mientras miraba a los límites de la cubierta, imaginó cuán extraordinario debió de ser Arrakis. Ojalá pudiera recordar. La duna sobre la que estaba era pequeña comparada con una real; también los siete gusanos de la cubierta eran más pequeños que sus ancestros, que habían crecido sin trabas.

Ante él, el gusano de mayor tamaño se deslizaba por la arena, seguido de los otros. Leto sentía una conexión con ellos. Era como si aquellas magníficas bestias intuyeran su dolor mental y quisieran ayudarle, incluso si sus recuerdos aún estaban encerrados en una cámara ghola.

Inesperadamente las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas… no de ira por Garimi, sino de alegría y reverencia. ¡Lágrimas! No fue capaz de controlar el flujo de humedad. Quizá si moría allí, su cuerpo se reabsorbería en la carne de los gusanos y atrás quedarían sus miedos y expectativas.

Aquellos gusanos eran sus descendientes, cada uno con un pedacito de su antigua conciencia. Somos una misma cosa. Leto los llamaba. Aunque sus células de ghola aún no habían liberado los recuerdos de los miles de años de su vida original, los gusanos también tenían recuerdos profundos.

—¿Estáis soñando ahí dentro? ¿Estoy yo ahí?

A unos cien metros de él, los gusanos se detuvieron y volvieron a sumergirse en la arena uno tras otro. Intuía que su presencia no era una amenaza, Sino una… protección. ¡Le reconocían!

Desde la puerta, Leto oyó una voz familiar que gritaba su nombre. Al mirar vio al ghola de Thufir Hawat haciéndole señas para que volviera.

—Leto, cuidado, no tientes a los gusanos. Eres mi amigo, pero si alguno de ellos te come no pienso saltar a su garganta para recuperarte. —Thufir trató de reír, pero parecía muy nervioso.

—Solo necesito estar a solas con ellos. —Leto notó que algo se movía bajo la arena. No temía por su seguridad, pero no deseaba poner en peligro la vida de su amigo. Percibió una fuerte vaharada, el olor acanelado de la especia.

—¡Sal de ahí! ¡Ahora!

Y entonces, controlando el miedo, Thufir se aventuró a acercarse más, hasta que estuvo a solo unos metros.

—¿Suicidarte con un gusano? ¿Es eso lo que pretendes? —Miró atrás, a la entrada, preguntándose claramente si aún estaría a tiempo de volver. Líneas de preocupación surcaban sus facciones. Parecía aterrado, por sí mismo y por Leto, y trataba de controlar sus instintos. Y a pesar de ello siguió avanzando, como si se sintiera arrastrado hacia su amigo.

—Thufir, quédate atrás. Tú corres más peligro que yo.

Los gusanos sabían que había alguien más en sus dominios. Pero parecían mucho más agitados de lo que podía justificar la presencia de un intruso. Leto intuyó odio, una reacción desquiciada e instintiva. Saltó hacia Thufir para salvarle. Su amigo parecía debatirse consigo mismo.

Hubo un estallido de arena y los gusanos los rodearon a los dos.

Las criaturas se elevaron sobre las dunas bajas, sus rostros redondos se movieron a un lado y a otro, buscando.

—Leto, tenemos que irnos. —Thufir lo agarró por la manga. Su voz era ronca, irregular—. ¡Vamos!

—Thufir, no me harán daño. Y siento… siento que podría hacer que se fueran. Pero están profundamente trastornados. Hay algo… ¿en ti? —Leto intuía algo que no acababa de entender.

Simultáneamente, los gusanos saltaron como arietes contra los dos muchachos. Thufir saltó para apartarse de Leto y perdió pie. Leto trató de ir hacia él, pero el gusano más grande apareció repentinamente entre los dos, esparciendo polvo y arena. Otra bestia surgió del otro lado de un Thufir transfigurado, estirando su cuerpo sinuoso en el aire.

Thufir dejó escapar un grito estremecedor. No sonaba en absoluto como el amigo que Leto conocía. Ni siquiera sonaba a humano.

Los gusanos atacaron a Thufir, pero no se limitaron a devorarlo. Como si les moviera la sed de venganza, el gusano más grande se dejó caer encima de él, aplastando su cuerpo contra la arena. Un segundo gusano se irguió y rodó sobre el cuerpo roto de Thufir Hawat. Y un tercero. Luego los tres retrocedieron, como si estuvieran orgullosos de lo que habían hecho.

Leto corrió hacia el cuerpo trastabillando por la arena, ajeno a la amenaza de los gusanos. Se dejó caer por una duna y cayó a cuatro patas junto a la figura parcialmente enterrada.

—¡Thufir!

Pero el rostro que vio no era el de su amigo. Las facciones eran pálidas y neutras, el pelo incoloro, la expresión inhumana. Los botones negros de los ojos estaban desenfocados y muertos.

Thufir era un Danzarín Rostro.

54

He aquí mi máscara… es exactamente como la tuya. Nadie puede ver cómo es su máscara mientras la lleva puesta.

La rueda del engaño
, comentario tleilaxu

Un gran revuelo entre la jerarquía de la no-nave. Asombro. Ni siquiera Duncan Idaho acertaba a imaginar cómo había podido pasar. ¿Cuánto tiempo hacía que el Danzarín Rostro los vigilaba en la no-nave? El cuerpo feo y destrozado no dejaba lugar a dudas.

¡Thufir Hawat era un Danzarín Rostro! ¿Cómo es posible que fuera él?

El guerrero mentat original había servido a la Casa Atreides. Hawat había sido un amigo fiel… pero no esta versión falsa. Y durante todo ese tiempo, en los tres años de sabotajes y puede que más, Duncan no había sabido detectar al Danzarín Rostro en Hawat, ni tampoco el bashar Teg, su mentor. Ni las hermanas Bene Gesserit, o los otros niños ghola. Pero ¿Cómo?

Una pregunta aún peor estaba suspendida entre ellos, ennegreciendo el pensamiento de Duncan como un eclipse de sol:
Hemos encontrado un Danzarín Rostro. ¿Hay otros?

Miró a Sheeana, al impresionado Leto II, y a los dos guardias perplejos, que contemplaban aquel cuerpo extraño.

—Tenemos que mantener esto en secreto hasta que sepamos a qué atenernos con cada persona de la nave. Tenemos que vigilarlos, encontrar la forma de probarlos…

Ella estuvo de acuerdo.

—Si hay otros Danzarines Rostro a bordo, tenemos que actuar antes de que sepan qué ha pasado. —Con la Voz Bene Gesserit, utilizando un tono que equivalía a un golpe verbal, dijo a los guardias—. No hablaréis de esto con nadie.

Ellos se quedaron paralizados. Sheeana ya estaba haciendo planes para confinar a todo el pasaje y realizar un barrido extensivo. Con sus facultades de mentat, Duncan trataba de entender lo que había pasado, pero los interrogantes desafiaban cualquier intento de encontrar una lógica.

Uno se elevaba por encima de los demás:
¿Cómo vamos a saber si una prueba funciona?
Thufir había pasado por el interrogatorio de las Decidoras de Verdad, como todos en la nave. O sea, que aquellos nuevos Danzarines Rostro podían eludir incluso el sentido de la verdad de las brujas.

Si el joven ghola había sido reemplazado por un Danzarín Rostro en algún punto, ¿cómo es posible que hubiera pasado sin que Duncan se enterara? ¿Y cuándo? ¿Se había topado fortuitamente el verdadero Thufir con algún Danzarín Rostro en algún pasaje oscuro de la nave? ¿Uno de los supervivientes secretos de las naves kamikaze de los adiestradores? ¿De qué otro modo si no podía haber subido un Danzarín Rostro a la no-nave?

Al asumir la identidad de la víctima, el Danzarín Rostro se imprimaba con una copia perfecta de la personalidad y los recuerdos del original y creaba de este modo un duplicado perfecto.

Y sin embargo el falso Thufir había arriesgado su vida por el joven Leto II entre los gusanos. ¿Por qué? ¿Cuánto del verdadero Thufir había en aquel Danzarín Rostro? ¿Había llegado a haber un ghola de Thufir auténtico?

Al principio, cuando el Danzarín Rostro quedó al descubierto, Duncan sintió alivio porque el saboteador por fin había sido descubierto y estaba muerto. Pero tras un rápido análisis mentat, enseguida encontró varios actos de sabotaje en los que Thufir tenía una coartada perfecta. Él mismo estaba con él durante algunos de ellos. La proyección siguiente era incontrovertible.

Hay más de un Danzarín Rostro entre nosotros.

— o O o —

Duncan y Teg se reunieron en una pequeña sala con paredes de cobre diseñada para reuniones privadas, aislada de todos los mecanismos de escaneo. Ciertos detalles sutiles parecían indicar que originalmente había sido diseñada como cámara de interrogatorios. ¿Con cuánta frecuencia la habrían utilizado las Honoradas Matres? ¿Y era para torturas o solo por divertimento?

En posición de firmes y con frialdad, Teg y Duncan se presentaron ante las reverendas madres Sheeana, Garimi y Elyen, que habían ingerido las últimas dosis disponibles de la droga del Trance de Verdad. Las tres estaban armadas y se mostraban altamente desconfiadas.

—Bajo diversos pretextos —dijo Sheeana—, hemos aislado prácticamente a todo el mundo, utilizando diferentes capas de observadores. La mayoría creen que estamos buscando los explosivos. Por el momento, muy pocos saben lo sucedido con Thufir Hawat. Los otros posibles Danzarines Rostro quizá no sean conscientes del riesgo que corren.

—Todo esto me habría parecido totalmente absurdo… hasta ahora. Ahora ninguna sospecha me parece paranoica. —Duncan y Teg se miraron y ambos asintieron.

—Mi trance de verdad es más profundo que otras veces —dijo Elyen con voz distante.

—Quizá las otras veces no hicimos las preguntas adecuadas. —Garimi apoyó los codos en la mesa.

—Preguntad, entonces —dijo Teg—. Cuanto antes estemos libres de sospecha antes podremos arrancar de raíz este cáncer. Necesitamos un test diferente.

Normalmente una Bene Gesserit entrenada podría haber descubierto un engaño con una o dos preguntas, pero aquel extraordinario interrogatorio duró una hora. Dado que necesitaban construir un cuadro de aliados de confianza, Sheeana y sus hermanas tenían que ser concienzudas. Y tenían que hacerlo mejor que la vez anterior. Las tres Reverendas Madres buscaban el más mínimo indicio. Ni Duncan ni Teg les dieron ninguno.

—Os creemos —dijo finalmente Garimi—. A menos que nos deis un motivo para pensar lo contrario.

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