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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
»Sin embargo, mi maravilloso plan tenía un fallo —reconoció Dumbledore—. Un fallo evidente que yo sabía, ya entonces, que podía hacer que todo fracasara. Y aun así, sabiendo lo importante que era que mi plan funcionara, me dije que no permitiría que aquel fallo lo arruinara. Sólo yo podía impedirlo, así que sólo yo debía mantenerme fuerte. Mientras tú estabas en la enfermería, débil tras tu enfrentamiento con Voldemort, llegó mi primera prueba.
—No entiendo lo que quiere decirme.
—¿No recuerdas haberme preguntado, en la cama de la enfermería, por qué Voldemort había intentado matarte cuando eras un bebé? —Harry asintió con la cabeza—. ¿Debí decírtelo entonces? —Harry escudriñó los azules ojos del director y no hizo ningún comentario, pero su corazón volvía a latir muy deprisa—. ¿Todavía no ves el fallo del plan? No, quizá no… Bueno, como ya sabes, decidí no contestarte. Tenías once años, me dije; eras demasiado pequeño para saberlo. Yo nunca me había planteado contártelo cuando tuvieras once años porque semejante revelación a tan temprana edad habría sido demasiado para ti.
»Debí reconocer entonces las señales de peligro. Debí preguntarme por qué no me turbó más que ya me hubieras formulado la pregunta a la que yo sabía que algún día debería dar una terrible respuesta. Debí darme cuenta de que me alegraba demasiado de no tener que dártela aquel día en concreto… Eras demasiado pequeño.
»Y así llegamos a tu segundo año en Hogwarts. Volviste a enfrentarte a retos a los que ni los magos experimentados se han enfrentado nunca; y, una vez más, te desenvolviste superando todas mis expectativas. Sin embargo, no me preguntaste de nuevo por qué Voldemort te había dejado aquella marca. ¡Ah, sí, hablamos de tu cicatriz!… Nos acercamos mucho al tema. Pero ¿por qué no te lo conté todo?
»Verás, no me pareció que doce años fueran muchos más que once, ni que ya estuvieras preparado para recibir la información. Te dejé marchar, manchado de sangre, agotado pero lleno de júbilo, y si sentí una pizca de desasosiego al pensar que quizá debería habértelo explicado entonces, la silencié rápidamente. Eras todavía tan joven, ¿entiendes?, que no tuve valor para estropearte aquella noche de triunfo.
»¿Lo ves, Harry? ¿Ves ahora dónde estaba el fallo de mi brillante plan? Había caído en la trampa que había previsto, que me había dicho a mí mismo que podría evitar, que debía evitar.
—No…
—Me importabas demasiado —prosiguió Dumbledore con sencillez—. Me importaba más tu felicidad que el hecho de que supieras la verdad; me importaba más tu tranquilidad que mi plan; me importaba más tu vida que las que pudieran perderse si fallaba el plan. Dicho de otro modo, actué exactamente como Voldemort espera que actuemos los locos que amamos.
»¿Existe defensa contra eso? Cualquiera que te haya visto crecer como te he visto crecer yo, y te aseguro que te he seguido más de cerca de lo que puedas imaginarte, habría querido ahorrarte más dolor del que ya habías sufrido. ¿Qué me importaba a mí que montones de personas y criaturas sin nombre y sin rostro pudieran perecer en un incierto futuro, si en ese momento tú estabas vivo, sano y feliz? Jamás se me había ocurrido pensar que tendría a alguien como tú a mi cuidado.
»Llegamos al tercer año. Vi desde lejos cómo luchabas para repeler a los
dementores
, cómo encontrabas a Sirius, averiguabas quién era y lo rescatabas. ¿Tenía que decírtelo entonces, justo cuando acababas de salvar triunfalmente a tu padrino de las fauces del Ministerio? Pero cuando cumpliste los trece años, se me empezaron a acabar las excusas. No podía negarse que todavía eras joven, pero habías demostrado ser excepcional. No tenía la conciencia tranquila, Harry. Sabía que se acercaba el momento…
»Pero el año pasado saliste del laberinto tras ver morir a Cedric Diggory, tras librarte tú también por muy poco de la muerte… Y no te lo dije, aunque sabía, ya que Voldemort había regresado, que debía hacerlo pronto. Y desde esta noche estoy convencido de que hace tiempo que estás preparado para saber lo que te he ocultado todos estos años, porque has demostrado que debí colocar esa carga sobre ti mucho antes. Lo único que puedo decir en mi defensa es que te había visto sobrellevar tales cargas, cosa que ningún otro estudiante de este colegio ha tenido que soportar, que no me atrevía a añadir otra, la mayor de todas.
Harry esperó, pero Dumbledore no dijo nada más.
—Sigo sin entenderlo.
—Voldemort intentó matarte cuando eras un niño a causa de una profecía que se hizo poco después de tu nacimiento, y que él sabía que se había realizado, aunque no conocía todo su contenido. Decidió matarte cuando todavía eras pequeño porque creyó que así cumplía los términos de dicha profecía. Pero descubrió, muy a su pesar, que se había equivocado cuando la maldición con la que intentó matarte se volvió contra él. Así pues, desde que recuperó su cuerpo, y sobre todo después de que el año pasado huyeras de él de aquella forma tan extraordinaria, se propuso conocer enteramente la profecía. Ésa es el arma que con tanta diligencia ha estado buscando desde su regreso: saber cómo destruirte.
El sol ya estaba en lo alto del cielo, y el despacho de Dumbledore, bañado en su luz. La urna de cristal que contenía la espada de Godric Gryffindor brillaba, blanca y opaca; los trozos de los instrumentos que Harry había tirado al suelo relucían como gotas de lluvia, y detrás de él, el pequeño
Fawkes
gorjeaba débilmente en su nido de cenizas.
—La profecía se ha roto —dijo Harry, abatido—. Cuando intentaba subir a Neville por los bancos de la…, de esa sala donde estaba el arco, se le desgarró la túnica y la profecía cayó…
—Lo que se rompió sólo es el registro de la profecía que guardaba el Departamento de Misterios. Pero la profecía se pronunció ante alguien, y la persona que la escuchó puede recordarla a la perfección.
—¿Quién la escuchó? —preguntó Harry, aunque ya creía saber la respuesta.
—Yo —le confirmó Dumbledore—. Una noche fría y lluviosa, hace dieciséis años, en una habitación de Cabeza de Puerco. Había ido allí a entrevistarme con una aspirante al puesto de profesor de Adivinación, pese a que yo no tenía ningún deseo de seguir impartiendo esa asignatura en el colegio. Sin embargo, la aspirante era la tataranieta de una vidente muy famosa y de gran talento, y accedí a verla por cortesía, pero me llevé una decepción. Me pareció que ella, a diferencia de su antepasada, no tenía ni pizca de inteligencia. Le dije, espero que educadamente, que no cumplía los requisitos para el cargo, y entonces me dispuse a salir de la habitación.
Dumbledore se levantó, pasó al lado de Harry y fue hasta el armario negro que había junto a la percha de
Fawkes
. Se agachó, corrió un pestillo y sacó la vasija de piedra con runas grabadas alrededor del borde en la que Harry había visto a su padre atormentando a Snape. Dumbledore volvió a la mesa, colocó el
pensadero
sobre ella y se llevó la punta de la varita a la sien. Retiró de su cabeza unas hebras de pensamiento plateadas, finas como telarañas, que se adhirieron a su varita, y las depositó en la vasija. Volvió a sentarse en la silla y observó cómo sus pensamientos giraban y se arremolinaban dentro del
pensadero
. Entonces, con un suspiro, levantó la varita y tocó la sustancia plateada con la punta.
De ella salió una figura envuelta en chales, con los ojos muy aumentados detrás de unas gafas, que giró lentamente sobre sí misma, con los pies dentro de la vasija. Sin embargo, cuando Sybill Trelawney habló, no lo hizo con aquella voz etérea y mística que solía emplear, sino con el tono áspero y duro que Harry sólo le había oído utilizar en una ocasión:
—«El único con poder para derrotar al Señor Tenebroso se acerca… Nacido de los que lo han desafiado tres veces, vendrá al mundo al concluir el séptimo mes… Y el Señor Tenebroso lo señalará como su igual, pero él tendrá un poder que el Señor Tenebroso no conoce… Y uno de los dos deberá morir a manos del otro, pues ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida… El único con poder para derrotar al Señor Tenebroso nacerá al concluir el séptimo mes…»
La figura de la profesora Trelawney, sin dejar de dar vueltas sobre sí misma, se sumergió en la masa plateada que llenaba la vasija y desapareció.
Se hizo un silencio absoluto en el despacho. Ni Dumbledore ni Harry ni los retratos hicieron ruido alguno. Hasta
Fawkes
se había quedado mudo.
—Profesor… —dijo Harry con un hilo de voz, pues Dumbledore, que no había apartado la vista del
pensadero
, parecía completamente ensimismado—. ¿Significa eso…? ¿Qué significa?
—Significa que la única persona capaz de vencer a lord Voldemort para siempre nació a finales de julio hace casi dieciséis años. Y que los padres de ese niño habían desafiado tres veces a Voldemort.
Harry sintió como si algo se cerniera sobre él, y de nuevo le costaba respirar. —¿Soy… yo?
Dumbledore respiró profundamente y dijo con voz queda:
—Lo curioso, Harry, es que tal vez no fueras tú. La profecía de Sybill podría haberse referido a dos niños magos, ambos nacidos a finales de julio de aquel año, cuyos padres pertenecían a la Orden del Fénix y habían escapado por poco de Voldemort en tres ocasiones. Uno eras tú, por supuesto. El otro era Neville Longbottom.
—Pero entonces…, entonces… ¿por qué era mi nombre el que estaba en la profecía, y no el de Neville?
—El registro oficial volvió a etiquetarse después de que Voldemort intentara matarte cuando eras un bebé —le explicó Dumbledore—. Al responsable de la Sala de las Profecías le pareció evidente que si Voldemort había intentado matarte era porque sabía que era a ti a quien se refería Sybill.
—Pero… ¿podría no ser yo?
—Me temo que no hay ninguna duda de que eres tú —respondió Dumbledore lentamente, como si cada palabra le costara un tremendo esfuerzo.
—Pero usted acaba de decir… Neville también nació a finales de julio, y sus padres…
—Olvidas la segunda parte de la profecía: el definitivo rasgo identificador del niño que podría vencer a Voldemort. El propio Voldemort «lo señalará como su igual». Y eso fue lo que hizo, Harry. Te eligió a ti y no a Neville. Te marcó con la cicatriz que ha demostrado ser al mismo tiempo bendición y maldición.
—Pero ¡pudo equivocarse al elegirme! —exclamó Harry—. ¡Pudo señalar a la persona equivocada!
—Eligió al que consideró que suponía un mayor peligro para él. Y fíjate en esto, Harry: no eligió al sangre limpia, que, según su credo, era el único que merecía llamarse mago, sino al sangre mestiza, como él. Él se identificó contigo antes incluso de verte, y al atacarte y señalarte con esa cicatriz no te mató, como pretendía hacer, sino que te dio unos poderes, y un futuro, que te han capacitado para escapar de él no una, sino cuatro veces hasta ahora, algo que no consiguieron tus padres ni los padres de Neville.
—Pero ¿por qué lo hizo? —preguntó Harry, que estaba helado y entumecido—. ¿Por qué intentó matarme cuando era un bebé? Debió esperar y ver quién de los dos, Neville o yo, parecía más peligroso cuando fuéramos mayores, y matar al que lo fuera…
—Sí, desde luego, ése habría sido el método más práctico, pero la información que Voldemort tenía sobre la profecía era incompleta. Cabeza de Puerco, que Sybill eligió por sus económicos precios, siempre ha atraído, digámoslo así, a una clientela más interesante que la de Las Tres Escobas. Como tú y tus amigos tuvisteis ocasión de comprobar, igual que yo aquella noche, es un sitio donde uno nunca debe dar por hecho que nadie lo está escuchando. Yo, por supuesto, cuando decidí reunirme allí con Sybill Trelawney, no había imaginado que fuera a oír algo que mereciera la pena escuchar a hurtadillas. La única suerte que tuve, o tuvimos, fue que la persona que estaba escuchando nuestra conversación fue detectada antes de que Sybill terminara de exponer su profecía, y la echaron del local.
—¿Entonces sólo oyó…?
—Sólo oyó el principio, la parte que predecía el nacimiento de un niño en el mes de julio, hijo de unos padres que habían desafiado tres veces a Voldemort. Por eso no pudo prevenir a su amo de que atacarte supondría correr el riesgo de transmitirte poderes y señalarte como su igual. Así que Voldemort nunca supo que podía resultar peligroso luchar contra ti, y que habría sido más prudente esperar hasta enterarse de más cosas. Él no sabía que tú tendrías «un poder que el Señor Tenebroso no conoce».
—¡Pero si no lo tengo! —dijo Harry con voz estrangulada—. No tengo ningún poder que él no tenga, yo no podría luchar como lo ha hecho él esta noche, no puedo poseer a la gente ni… matarla…
—En el Departamento de Misterios —lo interrumpió Dumbledore— hay una sala que siempre está cerrada. Contiene una fuerza que es a la vez más maravillosa y más terrible que la muerte, que la inteligencia humana, que el poder de la naturaleza. Además, quizá es también la más misteriosa de todas las cosas que se guardan allí para su estudio. Lo que tú posees en sumo grado es el poder que se esconde en esa sala, del que Voldemort carece por completo. De modo que esa fuerza es la que te ha impulsado a intentar salvar a Sirius esta noche y es la que también ha impedido que Voldemort te haya poseído, porque él es incapaz de ocupar un cuerpo tan lleno del poder que detesta. Al final no ha importado que no pudieras cerrar tu mente, porque ha sido tu corazón el que te ha salvado.
Harry cerró los ojos. Si no hubiera ido a salvar a Sirius, éste no habría muerto. Pero luego, para no volver a pensar en su padrino, y aunque le daba igual la respuesta, Harry preguntó:
—Él final de la profecía… decía algo de que «ninguno de los dos podrá vivir»…
—… «mientras siga el otro con vida» —terminó Dumbledore.
—¿Significa eso… que…, que uno de los dos tendrá que matar al otro, tarde o temprano? —inquirió Harry sacando las palabras de lo que parecía un profundo pozo de desesperación.
—Sí —afirmó Dumbledore.
Permanecieron callados mucho rato. Harry oía voces más allá de las paredes del despacho; debían de ser las de los estudiantes que bajaban al Gran Comedor para desayunar. Parecía imposible que pudiera haber gente en el mundo que todavía tuviera hambre, que riera, que ni supiera ni le importara saber que Sirius Black se había ido para siempre. En realidad, era como si su padrino estuviera ya a millones de kilómetros de distancia, aunque una parte de la mente de Harry todavía creía que si hubiera apartado el velo habría encontrado a Sirius mirándolo y, tal vez, recibiéndolo con su atronadora risa.