Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—¿Tiene que ser precisamente ahora, Harry? —comentó Nick, contrariado—. ¿No puedes aguardar a que termine el banquete?
—No. Nick, por favor —suplicó Harry—. Necesito hablar con usted, en serio. ¿Podemos entrar ahí?
Harry abrió la puerta del aula más cercana y Nick Casi Decapitado suspiró resignado.
—Está bien —concedió—. No puedo negar que estaba esperándolo.
Harry sujetaba la puerta para que entrara Nick, pero el fantasma atravesó la pared.
—¿Qué estaba esperando? —inquirió el chico al cerrar la puerta.
—Que vinieras a buscarme —contestó Nick, y se deslizó hasta la ventana y contempló a través de ella los jardines, cada vez más oscuros—. Ocurre a veces, cuando alguien ha sufrido… una pérdida.
—Bueno —repuso Harry negándose a desviar la conversación—, pues tenía usted razón, he venido a buscarlo. —Nick no dijo nada—. Es que… —empezó Harry, y vio que lo que se proponía le resultaba más violento de lo que había imaginado—. Es que como usted está muerto… Pero sigue aquí, ¿verdad? —Nick suspiró otra vez y siguió contemplando los jardines—. Sí, ¿verdad? Usted murió, pero yo estoy hablando con usted… Y usted puede pasearse por Hogwarts, ¿no?
—Sí —admitió Nick Casi Decapitado con voz queda—. Hablo y me paseo, sí.
—Entonces eso significa que usted volvió, ¿verdad? —dijo Harry con ansiedad—. Los muertos pueden volver, ¿no es así? Convertidos en fantasmas. No tienen por qué desaparecer por completo. ¿Y bien? —añadió con impaciencia al ver que Nick seguía sin decir nada.
Nick Casi Decapitado vaciló un momento y luego sentenció:
—No todo el mundo puede volver convertido en fantasma.
—¿Qué quiere decir?
—Sólo… sólo los magos.
—¡Ah! —exclamó Harry, y sintió tanto alivio que casi le dio risa—. Bueno, no pasa nada, la persona a la que me refiero es un mago. Así que puede volver, ¿no?
Nick se apartó de la ventana y miró apesadumbrado a Harry.
—Él no volverá.
—¿Quién?
—Sirius Black.
—¡Pero usted volvió! —gritó Harry con enfado—. Usted volvió, y está muerto, pero no desapareció.
—Los magos pueden dejar un recuerdo de sí mismos en el mundo y pasearse como una sombra por donde caminaban cuando estaban vivos —explicó Nick con tristeza—. Pero muy pocos magos eligen ese camino.
—¿Por qué no? ¡Además, no importa, a Sirius no le importará que no sea algo habitual, volverá, estoy seguro de que volverá!
Y tan poderosa era su fe que Harry giró la cabeza hacia la puerta, convencido por una milésima de segundo de que vería a su padrino, con el cuerpo de un blanco nacarado y traslúcido pero sonriente, entrando por ella y dirigiéndose hacia él.
—No volverá —repitió Nick—. Él… seguirá adelante.
—¿Qué significa que «seguirá adelante»? —preguntó Harry—. ¿Adónde irá? Dígame, ¿qué pasa cuando uno muere? ¿Adónde va? ¿Por qué no todo el mundo vuelve? ¿Por qué este castillo no está lleno de fantasmas? ¿Por qué…?
—No puedo contestar a esas preguntas —respondió Nick.
—Usted está muerto, ¿no? —insistió Harry, exasperado—. ¿Quién mejor que usted para contestarlas?
—Yo temía a la muerte —repuso Nick débilmente—. Decidí no aceptarla del todo. A veces me pregunto si no debí… Bueno, es como no estar ni aquí ni allí. De hecho, yo no estoy ni aquí ni allí… —Chasqueó la lengua y añadió—: Yo no sé nada de los secretos de la muerte, Harry, porque en lugar de morir elegí una pobre imitación de la vida. Creo que en el Departamento de Misterios hay magos eruditos que estudian ese tema…
—¡No me hable de ese sitio! —le espetó Harry con fiereza.
—Siento mucho no poder resultarte de mayor ayuda, —se excusó Nick amablemente—. Y ahora, si me disculpas… El banquete, ya sabes…
Y salió de la habitación dejando a Harry allí solo, contemplando la pared por la que había desaparecido Nick.
Todas las esperanzas de Harry de ver a Sirius o hablar de nuevo con él se desvanecieron, y eso fue como perder otra vez a su padrino. Volvió sobre sus pasos, triste y abatido, por el vacío castillo, y se dirigió hacia la sala común de Gryffindor preguntándose si algún día recuperaría la alegría.
Al entrar en el pasillo de la Señora Gorda, divisó a alguien al fondo clavando una nota en un tablón de anuncios que había en la pared. Se fijó y comprobó que era Luna. No había ningún buen escondite por allí cerca, y seguro que ella ya había oído los pasos de Harry; además, en ese momento él no tenía ánimo para esquivar a nadie.
—¡Hola! —lo saludó Luna con apatía al mismo tiempo que giraba la cabeza y se apartaba del tablón de anuncios.
—¿Por qué no estás en el banquete? —le preguntó Harry.
—Es que he perdido casi todos mis objetos personales —contestó Luna con serenidad—. La gente me los coge y los esconde, ¿sabes? Pero como ésta es la última noche, necesito recuperarlos; por eso he colgado estos letreros.
Señaló el tablón de anuncios, en el que efectivamente había colgado una lista de los libros y las prendas de ropa que le faltaban, y pedía que se los devolvieran.
Harry tuvo una extraña sensación, una emoción que no se parecía en nada ni a la ira ni al dolor que lo embargaban desde la muerte de Sirius. Tardó unos instantes en darse cuenta de que sentía lástima de Luna.
—¿Por qué esconde la gente tus cosas? —inquirió frunciendo el entrecejo.
—Bueno… —repuso Luna con indiferencia—. Supongo que me consideran un poco rara, ¿sabes? Hay algunos que hasta me llaman Lunática Lovegood.
Harry la miró, y aquel nuevo sentimiento de compasión se intensificó dolorosamente.
—Eso no justifica que te quiten las cosas —dijo con sencillez—. ¿Quieres que te ayude a buscarlas?
—No, no —respondió ella, sonriente—. Ya aparecerán, al final siempre aparecen. Lo que pasa es que quería hacer el equipaje esta noche. En fin… ¿Y tú por qué no estás en el banquete?
Harry se encogió de hombros.
—No me apetecía ir.
—Entiendo —dijo Luna observándolo con aquellos ojos protuberantes y de mirada extrañamente brumosa—. Ya me imagino. Ese hombre al que mataron los
mortífagos
era tu padrino, ¿verdad? Ginny me lo contó.
Harry se limitó a asentir con la cabeza, pero se dio cuenta de que por algún curioso motivo no le molestaba que Luna hablara de Sirius. Acababa de recordar que ella también podía ver a los
thestrals
.
—¿Tú has…? —empezó Harry—. Quiero decir… ¿Quién…? ¿Se te ha muerto alguien?
—Sí —contestó Luna con naturalidad—, mi madre. Era una bruja extraordinaria, ¿sabes?, pero le gustaba mucho experimentar, y un día uno de los hechizos le salió mal. Yo tenía nueve años.
—Lo siento —murmuró Harry.
—Sí, fue terrible —continuó Luna con desenvoltura—. A veces todavía me pongo muy triste cuando pienso en ella. Pero me queda mi padre. Además, no es que nunca más vaya a volver a ver a mi madre, ¿no?
—¿Ah, no? —dijo Harry, desconcertado.
Luna movió la cabeza, incrédula.
—Vamos, Harry. Tú también los oíste, detrás del velo, ¿no?
—¿Te refieres…?
Harry y Luna se miraron. Una débil sonrisa asomaba a los labios de Luna. Harry no sabía qué decir ni qué pensar; Luna creía en tantas cosas extraordinarias… Y, sin embargo, él también estaba seguro de haber oído voces al otro lado del velo.
—¿Seguro que no quieres que te ayude a buscar tus cosas? —insistió.
—No, no —dijo Luna—. Creo que bajaré a comer un poco de pudín y esperaré a que aparezcan… Siempre acabo encontrándolo todo… Bueno, felices vacaciones, Harry.
—Gracias, lo mismo digo —repuso él.
Luna echó a andar por el pasillo, y mientras la veía alejarse, Harry se dio cuenta de que el terrible peso que notaba en el estómago se había aligerado un poco.
Al día siguiente, el viaje de vuelta a casa en el expreso de Hogwarts estuvo lleno de incidentes de todo tipo. En primer lugar, Malfoy, Crabbe y Goyle, que llevaban toda aquella semana esperando la oportunidad de atacar sin que los viera ningún profesor, intentaron tenderle una emboscada a Harry en el pasillo cuando regresaba del lavabo. El ataque habría podido tener éxito de no ser porque, sin darse cuenta, decidieron realizarlo justo delante de un compartimento repleto de miembros del
ED
, que vieron lo que estaba pasando a través del cristal y se levantaron a la vez para correr en ayuda de Harry. Cuando Ernie Macmillan, Hannah Abbott, Susan Bones, Justin Finch-Fletchley, Anthony Goldstein y Terry Boot terminaron de hacer una amplia variedad de embrujos y maleficios que Harry les había enseñado, Malfoy, Crabbe y Goyle quedaron convertidos en tres gigantescas babosas apretujadas en el uniforme de Hogwarts, y Harry, Ernie y Justin los subieron a la rejilla portaequipajes y los dejaron allí colgados.
—Os aseguro que estoy impaciente por ver la cara de la madre de Malfoy cuando su hijo se baje del tren —comentó Ernie con cierta satisfacción mientras observaba a Malfoy, que se retorcía en la rejilla. Ernie aún no había superado por completo la humillación de que Malfoy le descontara puntos a Hufflepuff durante su breve periodo como miembro de la Brigada Inquisitorial.
—En cambio, la madre de Goyle se llevará una gran alegría —terció Ron, que había ido a investigar el origen del alboroto—. Ahora está mucho más guapo… Oye, Harry, el carrito de la comida acaba de parar en nuestro compartimento. Si quieres algo…
Harry dio las gracias a todos y acompañó a Ron a su compartimento, donde compró un enorme montón de pasteles en forma de caldero y empanadas de calabaza.
Hermione estaba leyendo
El Profeta
otra vez, Ginny hacía un crucigrama de
El Quisquilloso
y Neville acariciaba su
Mimbulus mimbletonia,
que había crecido mucho en un año y emitía un extraño canturreo cuando la tocaban.
Harry y Ron se entretuvieron casi todo el trayecto jugando al ajedrez mágico mientras Hermione leía en voz alta fragmentos de
El Profeta.
El periódico estaba saturado de artículos sobre cómo repeler a los
dementores
y sobre los intentos del Ministerio de localizar a los
mortífagos
, y de cartas histéricas en las que los lectores aseguraban que habían visto a lord Voldemort pasar por delante de su casa aquella misma mañana.
—Esto todavía no ha empezado —comentó Hermione suspirando con pesimismo, y volvió a doblar el periódico—. Pero no tardará mucho…
—Eh, Harry —dijo Ron en voz baja, y señaló con la cabeza hacia el pasillo.
Harry miró a través del cristal y vio pasar a Cho acompañada de Marietta Edgecombe, que llevaba puesto un pasamontañas. Su mirada y la de Cho se cruzaron un momento. Cho se ruborizó y siguió andando. Harry dirigió de nuevo la vista hacia el tablero de ajedrez justo a tiempo para ver cómo uno de sus peones huía de su casilla, perseguido por un caballo de Ron.
—¿Qué tal os va a vosotros dos, por cierto? —preguntó Ron.
—No nos va —contestó Harry con franqueza.
—He oído decir… que ahora sale con otro —comentó Hermione, vacilante.
A Harry le sorprendió comprobar que aquella revelación no lo afectaba en absoluto. Ya no le interesaba impresionar a Cho; esas intenciones pertenecían a un pasado del que Harry se sentía muy lejano, como de muchas cosas que había deseado antes de la muerte de Sirius. La semana que había transcurrido desde que vio por última vez a su padrino se le había hecho eterna; era un periodo que separaba dos universos: uno en el que estaba Sirius y otro en el que no estaba.
—Mejor para ti, Harry —afirmó Ron con convicción—. Mira, es muy guapa y todo eso, pero tú te mereces a alguien más alegre.
—Seguramente con otro ella estará también mucho más alegre —repuso Harry encogiéndose de hombros.
—¿Con quién sale ahora, por cierto? —le preguntó Ron a Hermione, pero fue Ginny quien contestó.
—Con Michael Corner.
—¿Con Michael…? Pero… —balbuceó Ron estirando el cuello y girando la cabeza para mirar a su hermana—. ¡Pero si tú sales con él!
—Ya no —aclaró Ginny con resolución—. No le gustó que Gryffindor ganara aquel partido de
quidditch
contra Ravenclaw y estaba muy malhumorado, así que lo planté y él corrió a consolar a Cho —añadió, y se rascó distraídamente la nariz con la punta de la pluma, colocó
El Quisquilloso
del revés y empezó a anotar las respuestas. Ron se puso contentísimo.
—Bueno, siempre me pareció un poco idiota —aseguró, y empujó su reina hacia la temblorosa torre de Harry—. Bien hecho, Ginny. La próxima vez a ver si eliges a alguien mejor.
Y al decir eso, lanzó una furtiva y extraña mirada a Harry.
—He elegido a Dean Thomas, ¿qué te parece? —contestó Ginny vagamente.
—
¿CÓMO?
—gritó Ron al tiempo que tiraba el tablero de ajedrez.
Crookshanks
salió disparado detrás de las piezas y
Hedwig
y
Pigwidgeon
se pusieron a gorjear y a ulular, muy enojadas.
Cuando el tren empezó a reducir la velocidad al aproximarse a la estación de King's Cross, Harry pensó que nunca había lamentado tanto que llegara ese momento. Hasta se preguntó qué pasaría si se negaba a apearse y seguía tercamente allí sentado hasta el uno de septiembre, fecha en que regresaría a Hogwarts. Sin embargo, cuando por fin el tren se detuvo resoplando, Harry cogió la jaula de
Hedwig
y se preparó para bajar el baúl, como siempre.
Pero cuando el revisor indicó a Harry, Ron y Hermione que ya podían atravesar la barrera mágica que había entre el andén número nueve y el número diez, Harry se llevó una sorpresa: al otro lado había un grupo de gente esperándolo para recibirlo.
Allí estaba
Ojoloco
Moody, que ofrecía un aspecto tan siniestro con el bombín calado para tapar su ojo mágico como lo habría ofrecido sin él; sostenía un largo bastón en las nudosas manos e iba envuelto en una voluminosa capa de viaje. Tonks se encontraba detrás de Moody; llevaba unos vaqueros muy remendados y una camiseta de un vivo color morado con la leyenda «Las Brujas de Macbeth», y el pelo, de color rosa chicle, le relucía bajo la luz del sol, que se filtraba a través del sucio cristal del techo de la estación. Junto a Tonks estaba Lupin, con su habitual rostro pálido y su cabello entrecano, que llevaba un largo y raído abrigo sobre un jersey y unos pantalones andrajosos. Delante del grupo se hallaban el señor y la señora Weasley, ataviados con sus mejores galas
muggles
, y Fred y George, que lucían sendas chaquetas nuevas de una tela verde con escamas muy llamativa.