Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—Creo que te debo otra explicación, Harry —dijo Dumbledore con voz vacilante—. Supongo que alguna vez te habrás preguntado por qué nunca te he nombrado prefecto. Debo confesar… que me pareció que ya tenías suficientes responsabilidades.
Harry levantó la cabeza y lo observó, y vio que una lágrima resbalaba por la cara de Dumbledore hasta perderse en su larga y plateada barba.
REGRESA EL-QUE-NO-DEBE-SER-NOMBRADO
El viernes por la noche, Cornelius Fudge, ministro de Magia, corroboró que El-que-no-debe-ser-nombrado ha vuelto a este país y está otra vez en activo, según dijo en una breve declaración.
«Lamento mucho tener que confirmar que el mago que se hace llamar lord…, bueno, ya saben ustedes a quién me refiero, está vivo y anda de nuevo entre nosotros —anunció Fudge, que parecía muy cansado y nervioso en el momento de dirigirse a los periodistas—. También lamentamos informar de la sublevación en masa de los
dementores
de Azkaban, que han renunciado a seguir trabajando para el Ministerio. Creemos que ahora obedecen órdenes de lord…, de ése.
»Instamos a la población mágica a permanecer alerta. El Ministerio ya ha empezado a publicar guías de defensa personal y del hogar elemental, que serán distribuidas gratuitamente por todas las viviendas de magos durante el próximo mes.»
La comunidad mágica ha recibido con consternación y alarma la declaración del ministro, pues precisamente el miércoles pasado el Ministerio garantizaba que no había «ni pizca de verdad en los persistentes rumores de que Quien-ustedes-saben esté operando de nuevo entre nosotros».
Los detalles de los sucesos que han provocado el cambio de opinión del Ministerio todavía son confusos, aunque se cree que El-que-no-debe-ser-nombrado y una banda de selectos seguidores (conocidos como «
mortífagos
») consiguieron entrar en el Ministerio de Magia el jueves por la noche.
De momento, este periódico no ha podido entrevistar a Albus Dumbledore, recientemente rehabilitado en el cargo de director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, miembro restituido de la Confederación Internacional de Magos y, de nuevo, Jefe de Magos del Wizengamot. Durante el año pasado, Dumbledore había insistido en que Quien-ustedes-saben no estaba muerto, como todos creían y esperaban, sino que estaba reclutando seguidores para intentar tomar el poder una vez más. Mientras tanto, «El niño que sobrevivió»…
—Eh, Harry, aquí estás; ya sabía yo que hablarían de ti —comentó Hermione mirando a su amigo por encima del borde de la hoja de periódico.
Estaban en la enfermería. Harry se había sentado a los pies de la cama de Ron y ambos escuchaban a Hermione, que leía la primera plana de
El Profeta Dominical.
Ginny, a quien la señora Pomfrey había curado el tobillo en un periquete, estaba acurrucada en un extremo de la cama de Hermione; Neville, cuya nariz también había recuperado su tamaño y forma normales, estaba sentado en una silla entre las dos camas; y Luna, que había ido a visitar a sus amigos, tenía la última edición de
El Quisquilloso
en las manos y leía la revista del revés sin escuchar, aparentemente, ni una sola palabra de lo que decía Hermione.
—Sí, pero ahora vuelven a llamarlo «El niño que sobrevivió» —observó Ron—. Ya no es un iluso fanfarrón, ¿eh?
Cogió un puñado de ranas de chocolate del inmenso montón que había en su mesilla, lanzó unas cuantas a Harry, Ginny y Neville y arrancó con los dientes el envoltorio de la suya. Todavía tenía profundos verdugones en los antebrazos, donde se le habían enroscado los tentáculos del cerebro. Según la señora Pomfrey, los pensamientos podían dejar cicatrices más profundas que ninguna otra cosa, aunque ya había empezado a aplicarle grandes cantidades de Ungüento Amnésico del Doctor Ubbly, y Ron presentaba cierta mejoría.
—Sí, ahora hablan muy bien de ti, Harry —confirmó Hermione mientras leía rápidamente el artículo—. «La solitaria voz de la verdad… considerado desequilibrado, aunque nunca titubeó al relatar su versión… obligado a soportar el ridículo y las calumnias…» Hummm —dijo frunciendo el entrecejo—, veo que no mencionan el hecho de que eran ellos mismos, los de
El Profeta,
los que te ridiculizaban y te calumniaban…
Hermione hizo una leve mueca de dolor y se llevó una mano a las costillas. La maldición que le había echado Dolohov, pese a ser menos efectiva de lo que lo habría sido si hubiera podido pronunciar el conjuro en voz alta, había causado «un daño considerable», según las palabras textuales de la señora Pomfrey. Hermione, que tenía que tomar diez tipos de pociones diferentes cada día, había mejorado mucho, pero ya estaba harta de la enfermería.
—«El último intento de Quien-ustedes-saben de hacerse con el poder, páginas dos a cuatro; Lo que el Ministerio debió contarnos, página cinco; Por qué nadie hizo caso a Albus Dumbledore, páginas seis a ocho; Entrevista en exclusiva con Harry Potter, página nueve…» ¡Vaya! —exclamó Hermione, y dobló el periódico y lo dejó a un lado—. Sin duda les ha dado para escribir mucho. Pero esa entrevista con Harry no es una exclusiva, es la que salió en
El Quisquilloso
hace meses…
—Mi padre se la vendió —dijo Luna con vaguedad mientras pasaba una página de
El Quisquilloso
—. Y le pagaron muy bien, así que este verano organizaremos una expedición a Suecia para ver si podemos cazar un
snorkack
de cuernos arrugados.
Hermione se debatió consigo misma unos instantes y luego replicó:
—Qué bien, ¿no? —Ginny miró con disimulo a Harry y apartó rápidamente la vista sonriendo—. Bueno —dijo Hermione incorporándose un poco y haciendo otra mueca de dolor—, ¿cómo va todo por el colegio?
—Flitwick ha limpiado el pantano de Fred y George —contó Ginny—. Tardó unos tres segundos. Pero ha dejado un trocito debajo de la ventana y lo ha acordonado.
—¿Por qué? —preguntó Hermione, sorprendida.
—Dice que fue una gran exhibición de magia —comentó Ginny encogiéndose de hombros.
—Yo creo que lo ha dejado como un monumento a Fred y George —intervino Ron con la boca llena de chocolate—. Mis hermanos me han enviado todo esto —le dijo a Harry, y señaló la montaña de ranas que tenía a su lado—. Les debe de ir muy bien con la tienda de artículos de broma, ¿no?
Hermione lo miró con gesto de desaprobación y preguntó:
—¿Y ya se han acabado los problemas desde que ha vuelto Dumbledore?
—Sí —contestó Neville—, todo ha vuelto a la normalidad.
—Supongo que Filch estará contento, ¿no? —dijo Ron, y apoyó contra su jarra de agua un cromo de rana de chocolate en el que aparecía Dumbledore.
—¡Qué va! —exclamó Ginny—. Se siente muy desgraciado. —Bajó la voz y añadió en un susurro—: No para de decir que la profesora Umbridge era lo mejor que jamás le había pasado a Hogwarts…
Los seis giraron la cabeza. La profesora Umbridge estaba acostada en otra cama un poco más allá, contemplando el techo. Dumbledore había entrado solo en el bosque para rescatarla de los centauros, pero nadie sabía cómo había logrado salir de la espesura sin un solo arañazo y con Dolores Umbridge apoyada en él; y, por supuesto, la profesora Umbridge no era quien desvelaría aquel misterio. Desde su regreso al castillo, no había pronunciado ni una sola palabra, que ellos supieran. Nadie sabía a ciencia cierta qué le pasaba. Llevaba el pelo, por lo general muy bien peinado, completamente revuelto, y aún tenía enredados en él trocitos de ramas y hojas, pero por lo demás parecía ilesa.
—La señora Pomfrey dice que sólo sufre una conmoción —susurró Hermione.
—Yo diría que está enfurruñada —opinó Ginny.
—Sí, porque da señales de vida cuando haces esto —dijo Ron, e hizo un débil ruidito de cascos de caballo con la lengua.
Inmediatamente, la profesora Umbridge se incorporó de un brinco y miró, asustada, a su alrededor.
—¿Ocurre algo, profesora? —le preguntó la señora Pomfrey asomando la cabeza por detrás de la puerta de su despacho.
—No, no… —contestó Dolores Umbridge, y volvió a apoyarse en las almohadas—. No, debía de estar soñando…
Hermione y Ginny ahogaron la risa con las sábanas.
—Hablando de centauros —comentó Hermione cuando se hubo recuperado un poco—, ¿quién será ahora el profesor de Adivinación? ¿Se quedará Firenze?
—No tendrá más remedio que quedarse —respondió Harry—. No creo que los otros centauros lo acepten en la manada.
—Parece que Firenze y la profesora Trelawney van a compartir el puesto —apuntó Ginny.
—Seguro que a Dumbledore le habría encantado librarse para siempre de la profesora Trelawney —terció Ron mientras masticaba la rana número catorce—. Aunque la verdad es que lo que no sirve para nada es la asignatura en sí; las clases con Firenze tampoco son mucho mejores.
—¿Cómo puedes decir eso? —lo regañó Hermione—. ¡Justo cuando acabamos de enterarnos de que existen las profecías de verdad!…
A Harry se le aceleró el corazón. No había revelado ni a Ron ni a Hermione ni a nadie el contenido de la profecía. Neville les había dicho que se había roto mientras Harry lo ayudaba a subir por las gradas de la Cámara de la Muerte, y Harry aún no había corregido aquella información. No estaba preparado para ver la expresión de sus rostros cuando les contara que tendría que ser asesino o víctima, pues no había alternativa…
—Es una lástima que se rompiera —comentó Hermione con voz queda, y movió la cabeza.
—Sí, es verdad —coincidió Ron—. Pero al menos Quien-vosotros-sabéis tampoco se enteró de lo que decía. ¿Adónde vas? —preguntó, sorprendido y contrariado, al ver que Harry se levantaba.
—A… ver a Hagrid —respondió—. Acaba de llegar, y le prometí que iría a verlo y a decirle cómo estáis vosotros dos.
—Ah, bueno —repuso Ron de malhumor, y miró por la ventana de la enfermería hacia la extensión de luminoso cielo azul—. Ojalá pudiéramos ir nosotros también.
—¡Dale recuerdos de nuestra parte! —gritó Hermione cuando Harry salía ya de la enfermería—. ¡Y pregúntale qué ha sido de… su amiguito! —añadió, y el chico hizo un ademán para indicar que la había oído y que había captado el mensaje.
El castillo estaba muy tranquilo, incluso tratándose de un domingo. Todo el mundo estaba en los soleados jardines disfrutando de que habían acabado los exámenes y con la perspectiva de unos pocos días más de curso libres de repasos y deberes.
Harry recorrió despacio el vacío pasillo echando vistazos por las ventanas por las que pasaba; vio a unos cuantos estudiantes que volaban sobre el estadio de
quidditch
y a un par de ellos nadando en el lago, acompañados por el calamar gigante.
No estaba seguro de si quería estar con gente o no; cuando tenía compañía le entraban ganas de marcharse, y cuando estaba solo echaba de menos la compañía. De todos modos decidió ir a visitar a Hagrid, pues no había hablado con calma con él desde que el guardabosques había regresado.
Harry acababa de bajar el último escalón de la escalera de mármol del vestíbulo cuando Malfoy, Crabbe y Goyle salieron por una puerta que había a la derecha y que conducía a la sala común de Slytherin. Harry se paró en seco; lo mismo hicieron Malfoy y sus compinches. Lo único que se oía eran los gritos, las risas y los chapoteos provenientes de los jardines, que llegaban hasta el vestíbulo por las puertas abiertas.
Malfoy echó un vistazo a su alrededor (Harry comprendió que quería comprobar si había por allí algún profesor) y luego miró a Harry y dijo en voz baja:
—Estás muerto, Potter.
—Tiene gracia —respondió él alzando las cejas—. No sabía que los muertos pudieran caminar.
Harry jamás había visto tan furioso a Malfoy, y sintió una especie de indiferente satisfacción al observar cómo la ira crispaba su pálido y puntiagudo rostro.
—Me las pagarás —contestó Malfoy en un susurro—. Vas a pagar muy caro lo que le has hecho a mi padre.
—Mira cómo tiemblo —respondió Harry con sarcasmo—. Supongo que lo de lord Voldemort no fue más que un ensayo comparado con lo que me tenéis preparado vosotros tres. ¿Qué pasa? —añadió, pues Malfoy, Crabbe y Goyle se habían encogido al oír a Harry pronunciar aquel nombre—. Es amigo de tu padre, ¿no? No le tendrás miedo, ¿verdad?
—Te crees muy hombre, Potter —replicó Malfoy, y avanzó hacia Harry. Crabbe y Goyle lo flanqueaban—. Espera y verás. Ya te atraparé. No puedes enviar a mi padre a la prisión y…
—Eso es precisamente lo que he hecho —lo atajó Harry.
—Los
dementores
se han marchado de Azkaban —continuó Malfoy, impasible—. Mi padre y los demás no tardarán en salir de allí.
—Sí, no me extrañaría. Pero al menos ahora todo el mundo sabe que son unos cerdos.
Malfoy se dispuso a coger su varita, pero Harry se le adelantó: había sacado la suya antes de que Draco hubiera metido siquiera los dedos en el bolsillo de su túnica.
—¡Potter! —se oyó entonces por el vestíbulo.
Snape había aparecido por la escalera que conducía hasta su despacho, y, al verlo, Harry sintió un arrebato de odio muy superior al que sentía hacia Malfoy. Dijera lo que dijese Dumbledore, él nunca perdonaría a Snape, nunca…
—¿Qué haces, Potter? —le preguntó el profesor con su habitual frialdad, y se encaminó hacia ellos.
—Intento decidir qué maldición emplear contra Malfoy, señor —contestó Harry con fiereza.