Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
El día de la excursión se despertó temprano por la mañana, que amaneció tormentosa, y mató el tiempo hasta la hora del desayuno leyendo su ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
. No solía quedarse en la cama leyendo libros de texto porque ese tipo de comportamiento, como decía Ron, resultaba indecoroso para cualquiera que no fuera Hermione, que era así de rara. Sin embargo, Harry opinaba que el ejemplar del Príncipe Mestizo no era propiamente un libro de texto. A medida que lo examinaba iba descubriendo la abundante información que contenía: no sólo los útiles consejos y las fórmulas fáciles y rápidas sobre pociones con que se ganaba los elogios de Slughorn, sino también imaginativos embrujos y maleficios anotados en los márgenes que, a juzgar por las tachaduras y correcciones, el príncipe había inventado él mismo.
Harry ya había probado algunos de los hechizos concebidos por aquel misterioso personaje; por ejemplo, un maleficio que hacía crecer las uñas de los pies con alarmante rapidez (lo había probado con Crabbe en el pasillo, con resultados muy divertidos); un embrujo que pegaba la lengua al paladar (lo había utilizado dos veces con Argus Filch, sin que éste sospechara nada, y le había valido los aplausos de sus compañeros); y quizá el más útil de todos, el hechizo
muffliato
, que producía un zumbido inidentificable en los oídos de cualquiera que estuviera cerca de quien lo lanzaba, de modo que podías sostener largas conversaciones en clase sin que te oyeran. La única persona que no encontró divertidos esos encantamientos fue Hermione, y cada vez que Harry utilizaba el
muffliato
ella adoptaba una rígida expresión de desaprobación y se negaba a hablar.
Sentado en la cama, inclinó el libro para examinar de cerca las instrucciones de un hechizo que al parecer le había causado problemas al príncipe. Había muchas tachaduras y cambios, pero al final, apretujado en una esquina de la página, ponía: «
Levicorpus (n-vrbl).
»
Mientras el viento y la aguanieve azotaban las ventanas sin cesar y Neville roncaba como un elefante, Harry observó las letras entre paréntesis: «n-vrbl»… Tenía que significar «no verbal». Dudó mucho que fuera capaz de realizarlo porque todavía le costaba que le saliera bien esa clase de hechizos, fallo que Snape no olvidaba mencionar en ninguna clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Sin embargo, hasta ese momento el príncipe había demostrado ser un maestro mucho más eficaz que Snape.
Sacudió la varita hacia arriba, sin apuntar a nada en particular, y pensó «
¡Levicorpus!
» sin articular sonido alguno.
—¡Aaaaahhhhh!
Hubo un destello y la habitación se llenó de voces: todos se habían despertado y Ron había soltado un grito. Harry, presa del pánico, dejó caer el libro. Ron colgaba cabeza abajo, como si una cuerda invisible lo sostuviese por el tobillo.
—¡Lo siento! —exclamó Harry mientras Dean y Seamus reían a carcajadas y Neville se levantaba del suelo, pues se había caído de la cama—. Espera, ahora mismo te bajo…
Buscó a tientas el libro y lo hojeó a toda prisa, muy asustado, buscando la página; al final la encontró y descifró una palabra escrita con letra muy pequeña debajo del hechizo. Rezando para que fuera el contrahechizo, Harry pensó «
¡Liberacorpus!
» con todas sus fuerzas.
Hubo otro destello y Ron se desplomó sobre el colchón.
—Lo siento mucho, de verdad —musitó Harry mientras Dean y Seamus seguían desternillándose.
—Si no te importa, preferiría que mañana pusieras el despertador —repuso Ron con un hilo de voz.
No obstante, cuando al día siguiente se hubieron vestido, abrigándose con jerséis tejidos a mano por la señora Weasley y con capas, bufandas y guantes, Ron se había recuperado de la conmoción y pensaba que el nuevo hechizo de Harry era graciosísimo; de hecho, lo encontraba tan divertido que en cuanto se sentaron a desayunar se lo contó a Hermione.
—… ¡y entonces se produjo otro destello y volví a aterrizar en la cama! —concluyó sonriendo mientras se servía unas salchichas.
Hermione no había sonreído mientras oía la anécdota, y ahora miró a Harry con desaprobación.
—¿No sería ese hechizo, por casualidad, otro de los de ese libro de pociones? —le preguntó.
—Siempre piensas lo peor, ¿eh? —respondió él, ceñudo.
—¿Lo era?
—Bueno… Sí, lo era, ¿y qué?
—¿Estás diciéndome que decidiste probar un conjuro desconocido que encontraste escrito a mano y ver qué pasaba?
—¿Por qué importa tanto que estuviera escrito a mano? —replicó Harry, sin contestar al resto de la pregunta.
—Porque seguramente no está aprobado por el Ministerio de Magia —contestó Hermione—. Y también —añadió mientras sus amigos ponían los ojos en blanco— porque estoy empezando a pensar que ese príncipe no era de fiar.
—¡Fue una broma! —dijo Ron mientras ponía boca abajo una botella de ketchup encima de su plato de salchichas—. ¡Sólo nos divertíamos un poco, Hermione!
—¿Colgar a la gente del tobillo es divertido? —comentó ella—. ¿Quién invierte tiempo y energía en realizar hechizos como ése?
—Fred y George —contestó Ron encogiéndose de hombros—. Es propio de ellos. Y de…
—Mi padre —dijo Harry. Acababa de recordarlo.
—¿Cómo dices? —preguntaron Ron y Hermione a la vez.
—Mi padre usaba ese hechizo. Me lo contó Lupin. —Esto último no era verdad; en realidad, Harry había visto a su padre haciéndole ese hechizo a Snape, pero a sus amigos nunca les había hablado de esa excursión con el
pensadero
. Sin embargo, en ese momento se le ocurrió una fabulosa posibilidad: ¿y si el Príncipe Mestizo era…?
—Quizá tu padre lo utilizó, Harry —dijo Hermione—, pero no es el único. Hemos visto a un montón de gente emplearlo, por si no te acuerdas. Colgar a la gente en el aire… Hacerlos flotar dormidos, indefensos…
Harry la miró. El también recordó, con una sensación amarga, el comportamiento de los
mortífagos
en la Copa del Mundo de
Quidditch
. Ron le echó un cable.
—Eso era diferente —dijo—. Ellos se pasaron. Harry y su padre sólo lo hacían para divertirse. A ti no te gusta el príncipe, Hermione —añadió apuntándola con una salchicha—, porque Harry es mejor que tú en Pociones.
—¡No es por eso! —se defendió ella con las mejillas encendidas—. Lo que pasa es que considero muy irresponsable realizar hechizos cuando ni siquiera sabes para qué sirven. ¡Y deja de hablar del «príncipe» como si fuera un título, seguro que sólo es un apodo absurdo! Además, no me parece que fuera una persona muy agradable.
—No sé de dónde sacas eso —replicó Harry acaloradamente—. Si hubiera sido un
mortífago
en ciernes no habría ido por ahí alardeando de ser mestizo, ¿no te parece? —Mientras lo decía, Harry recordó que su padre era sangre limpia, pero apartó esa idea de la mente; ya pensaría en ello más tarde…
—Todos los
mortífagos
no pueden ser sangre limpia, no quedan suficientes magos de sangre limpia —se empecinó Hermione—. Supongo que la mayoría de ellos son sangre mestiza que se hacen pasar por sangre limpia. Sólo odian a los hijos de
muggles
, pero a vosotros dos os aceptarían sin problemas.
—¡A mí jamás me dejarían ser
mortífago
! —saltó Ron, indignado, y un trozo de salchicha se le desprendió del tenedor que blandía y fue a parar a la cabeza de Ernie Macmillan—. ¡Toda mi familia se compone de traidores a la sangre! ¡Para los
mortífagos
, eso es tan grave como ser hijo de
muggles
!
—Sí, y les encantaría que yo estuviera en sus filas —ironizó Harry—. Seríamos supercolegas, siempre y cuando no intentaran matarme.
Eso hizo reír a Ron e incluso Hermione sonrió a regañadientes. En ese momento llegó Ginny, muy oportuna.
—¡Hola, Harry! Me han pedido que te entregue esto.
Era un rollo de pergamino con el nombre de Harry escrito con una letra pulcra y estilizada que el muchacho reconoció enseguida.
—Gracias, Ginny. ¡Debe de ser la cita para la próxima clase de Dumbledore! —exclamó abriendo el pergamino—. El lunes por la noche —anunció tras leerlo, de pronto feliz y contento—. ¿Vienes con nosotros a Hogsmeade, Ginny?
—Iré con Dean. Quizá nos veamos allí —replicó ella, y les dijo adiós con la mano.
Filch estaba plantado junto a las puertas de roble, como de costumbre, comprobando los nombres de los alumnos que tenían permiso para ir a Hogsmeade. El proceso llevó más tiempo del habitual porque el conserje registraba tres veces a todo el mundo con su sensor de ocultamiento.
—¿Qué más le da que saquemos del colegio cosas tenebrosas? —le preguntó Ron mirando con aprensión el largo y delgado aparato—. ¿No cree que lo que debería importarle es lo que podamos entrar?
Su insolencia le valió unos cuantos pinchazos más con el sensor, y el pobre todavía hacía muecas de dolor cuando bajaron los escalones de piedra y salieron al jardín, azotado por el viento y la aguanieve.
El paseo hasta Hogsmeade no fue nada placentero. Harry se tapó la nariz con la bufanda, pero la parte de la cara expuesta al aire no tardó en entumecérsele. El camino que llevaba al pueblo estaba lleno de alumnos que se doblaban por la cintura para resistir el fuerte viento. En más de una ocasión, Harry se preguntó si no hubiera sido mejor quedarse en la caldeada sala común, y cuando por fin llegaron a Hogsmeade y vieron que la tienda de artículos de broma Zonko estaba cerrada con tablones, lo interpretó como una confirmación de que esa excursión no estaba destinada a ser divertida. Con una mano enfundada en un grueso guante Ron señaló hacia Honeydukes, que afortunadamente estaba abierta, y los otros lo siguieron tambaleándose hasta la abarrotada tienda.
—¡Menos mal! —dijo Ron, tiritando, al verse acogido por un caldeado ambiente que olía a tofee—. Quedémonos toda la tarde aquí.
—¡Harry, amigo mío! —bramó una voz a sus espaldas.
—¡Oh, no! —masculló Harry.
Los tres amigos se dieron la vuelta y vieron al profesor Slughorn, que llevaba un grotesco sombrero de piel y un abrigo con cuello de piel a juego. Sostenía en la mano una gran bolsa de piña confitada y ocupaba al menos una cuarta parte de la tienda.
—¡Ya te has perdido tres de mis cenas, Harry! —rezongó Slughorn, y le dio unos golpecitos amistosos en el pecho—. ¡Pero no te vas a librar, amigo mío, porque me he propuesto tenerte en mi club! A la señorita Granger le encantan nuestras reuniones, ¿no es así?
—Sí —asintió Hermione, obligada—. Son muy…
—¿Por qué no vienes nunca, Harry? —inquirió Slughorn.
—Es que he tenido entrenamientos de
quidditch
, profesor —se excusó. Y era verdad: programaba entrenamiento cada vez que recibía una invitación de Slughorn adornada con una cinta violeta. Gracias a esa estrategia, Ron no se sentía excluido, y los dos amigos podían reírse con Ginny imaginándose a Hermione sola con McLaggen y Zabini.
—¡Espero que ganes tu primer partido después de tanto esfuerzo! Pero un poco de esparcimiento no le viene mal a nadie. ¿Qué tal el lunes por la noche? No me dirás que vais a entrenar con este tiempo…
—No puedo, profesor. El lunes por la noche tengo… una cita con el profesor Dumbledore.
—¡Nada, no hay manera! —se lamentó Slughorn con gesto teatral—. ¡Está bien, Harry, pero no creas que podrás eludirme eternamente!
El profesor les dedicó un afectado ademán de despedida y salió de la tienda andando como un pato, sin fijarse en Ron, como si éste fuera un expositor de cucuruchos de cucarachas.
—No puedo creer que le hayas dado esquinazo otra vez —comentó Hermione—. Esas reuniones no están tan mal. A veces hasta son divertidas. —Pero entonces se fijó en la expresión de Ron y dijo—: ¡Mirad, tienen plumas de azúcar de lujo! ¡Deben de durar horas!
Harry, contento de que Hermione cambiase de tema, mostró más interés por las nuevas plumas de azúcar de tamaño especial del que habría demostrado en circunstancias normales, pero Ron siguió con aire taciturno y se limitó a encogerse de hombros cuando Hermione le preguntó adónde quería ir.
—Vamos a Las Tres Escobas —propuso Harry—. Allí no pasaremos frío.
Volvieron a taparse con las bufandas y salieron de la tienda de golosinas. El frío viento les lastimaba la cara después del dulce calor de Honeydukes. No había mucha gente en la calle; nadie se entretenía para charlar y todos iban derecho a sus destinos. La excepción eran dos individuos plantados un poco más allá, delante de Las Tres Escobas. Uno de ellos era muy alto y delgado. A pesar de llevar las gafas mojadas por la lluvia, Harry reconoció al camarero que trabajaba en Cabeza de Puerco, el otro pub de Hogsmeade. Cuando los tres amigos se acercaron más a ellos, el camarero se ciñó la capa y se alejó, pero el otro individuo se quedó; era más bajito y sostenía algo en los brazos. Estaban a escasos pasos de él cuando Harry también lo reconoció.
—¡Mundungus!
El hombre, achaparrado, patizambo y de largo y desgreñado pelo rojizo, dio un respingo y dejó caer una vieja maleta, que al dar contra el suelo se abrió y esparció lo que parecía mercancía de una tienda de artículos usados.
—¡Ah, hola, Harry! —saludó Mundungus Fletcher con un aire de ligereza nada convincente—. Bueno, no quisiera entretenerte.
Y empezó a recoger del suelo el contenido de su maleta. Era evidente que estaba deseando largarse de allí.
—¿Qué es esto? ¿Para vender? —preguntó Harry mientras Mundungus se afanaba en recuperar su surtido de objetos.
—Bueno, de alguna manera tengo que ganarme la vida… ¡Eh, dame eso!
Ron había recogido una copa de plata.
—Un momento —dijo despacio—. Esto me suena…
—¡Gracias! —exclamó Mundungus, quitándosela de las manos, y la metió en la maleta—. Bueno, ya nos veremos… ¡Pero qué…!
Harry lo agarró por el cuello y lo estampó contra la pared del pub. A continuación lo sujetó fuertemente con una mano y sacó su varita mágica.
—¡Harry! —gritó Hermione.
—Eso lo has cogido de casa de Sirius —lo acusó Harry con la nariz casi pegada a la suya, percibiendo su desagradable aliento a tabaco y licor—. Tiene el emblema de la casa de Black.
—Yo no… ¿Qué…? —farfulló Mundungus, cuyo rostro iba adquiriendo un tono azulado.
—¿Qué hiciste, volviste allí la noche que lo mataron y desvalijaste la casa?
—Yo no…