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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—
¿Cómo?
—dijo Gaunt con aspereza, mirando primero a su hijo y luego a su hija—.
¿Qué acabas de decir, Morfin?
—
Le gusta mirar a ese
muggle —explicó Morfin contemplando con maldad a su hermana, que estaba aterrorizada—.
Siempre sale al jardín cuando él pasa y lo espía desde detrás del seto, ¿verdad? Y anoche…
—Mérope sacudió la cabeza con brusquedad e imploró en silencio, pero Morfin prosiguió sin piedad—:
Anoche se asomó a la ventana para verlo cuando volvía a su casa, ¿verdad?
—
¿Que te asomaste a la ventana para ver a un
muggle
?
—dijo Gaunt sin levantar la voz. Los tres Gaunt se comportaban como si no se acordaran de Ogden, que parecía entre desconcertado e irritado ante aquella nueva serie de silbidos y sonidos ásperos—.
¿Es eso cierto?
—inquirió el padre como si no pudiera creérselo, y dio un par de pasos hacia la aterrada muchacha—.
¿Mi hija, una sangre limpia descendiente de Salazar Slytherin, coqueteando con un nauseabundo
muggle
de venas roñosas?
—añadió con crueldad.
Mérope negó de nuevo con la cabeza frenéticamente y apretó el cuerpo contra la pared; por lo visto se había quedado sin habla.
—
¡Pero le di, padre!
—dijo Morfin riendo—.
Le di cuando pasaba por el sendero, y lleno de urticaria ya no estaba tan guapo, ¿verdad que no, Mérope?
—
¡Inepta! ¡Repugnante
squib
! ¡Sucia traidora a la sangre!
—rugió Gaunt perdiendo el control, y cerró las manos alrededor del cuello de su hija.
Harry y Ogden gritaron «¡No!» al unísono, y Ogden levantó su varita y chilló: «
¡Relaxo!
» Gaunt salió despedido hacia atrás, tropezó con una silla y cayó de espaldas. Con un rugido de cólera, Morfin saltó del sillón y, blandiendo su ensangrentado cuchillo y lanzando maleficios a diestro y siniestro con su varita, se abalanzó sobre Ogden, que puso pies en polvorosa.
Dumbledore indicó por señas a Harry que tenían que seguirlo, y el muchacho obedeció, pero los gritos de Mérope resonaban en sus oídos.
Ogden, que se protegía la cabeza con los brazos, se precipitó por el sendero y salió al camino principal, donde chocó contra un lustroso caballo castaño montado por un joven moreno muy atractivo. Tanto el joven como la hermosa muchacha que iba a su lado, a lomos de un caballo gris, rieron a carcajadas, pues Ogden rebotó en la ijada del animal y echó a correr atolondradamente por el camino, con los faldones de la levita ondeando, cubierto de polvo de pies a cabeza.
—Creo que con esto basta, Harry —dijo Dumbledore, y agarró al muchacho por el codo y tiró de él.
Al cabo de un instante, ambos se elevaron, como si fueran ingrávidos, en medio de la oscuridad, y poco después aterrizaron de pie en el despacho de Dumbledore, que estaba en penumbra.
—¿Qué fue de la chica que había en la casa? —preguntó Harry mientras el director de Hogwarts encendía varias lámparas con una sacudida de la varita—. Mérope, o como se llamara.
—Descuida: sobrevivió —dijo Dumbledore; se sentó detrás de su escritorio e indicó a Harry que lo imitase—. Ogden se apareció en el ministerio y regresó con refuerzos al cabo de quince minutos. Morfin y su padre intentaron ofrecer resistencia, pero los redujeron y los sacaron de la casa, y más tarde el Wizengamot los condenó. Morfin, que ya tenía antecedentes por otras agresiones a
muggles
, fue sentenciado a tres años en Azkaban. A Sorvolo, que había herido a varios empleados del ministerio además de Ogden, le cayeron seis meses.
—¿Sorvolo? —repitió Harry, sorprendido.
—Eso es —confirmó Dumbledore con una sonrisa de aprobación—. Me alegra ver que te mantienes al tanto.
—¿Ese anciano era…?
—Sí, el abuelo de Voldemort. Sorvolo, su hijo Morfin y su hija Mérope eran los últimos de la familia Gaunt, una familia de magos muy antigua, célebre por un rasgo de inestabilidad y violencia que se fue agravando a lo largo de las generaciones debido a la costumbre de casarse entre primos. La falta de sentido común, combinada con una fuerte tendencia a los delirios de grandeza, hizo que la familia despilfarrara todo su oro varias generaciones antes del nacimiento de Sorvolo. Como has podido ver, él vivía en la miseria y tenía muy mal carácter, una arrogancia y un orgullo insufribles y un par de reliquias familiares que valoraba tanto como a su hijo, y mucho más que a su hija.
—Entonces Mérope… —dijo Harry, inclinándose sobre la mesa y mirando de hito en hito a Dumbledore— entonces Mérope era… ¿Significa que era… la madre de Voldemort, señor?
—Así es. Y resulta que también hemos visto al padre de Voldemort. ¿No te has dado cuenta?
—¿Ese
muggle
al que atacó Morfin? ¿El que iba a caballo?
—Muy bien, Harry —sonrió Dumbledore—. En efecto, ése era Tom Ryddle sénior, el apuesto
muggle
que solía pasar a caballo por delante de la casa de los Gaunt, y por quien Mérope sentía una pasión secreta.
—¿Y acabaron casándose? —preguntó Harry, incrédulo. No concebía dos personas que tuvieran menos cosas en común, y por eso no entendía cómo podían haberse enamorado.
—Me parece que olvidas que Mérope era una bruja, aunque no es de extrañar que no sacara el máximo partido de sus poderes mientras estuvo sometida al yugo de su padre. Sin embargo, cuando encerraron a Sorvolo y Morfin en Azkaban y ella se encontró sola y libre por primera vez, estoy seguro de que consiguió dar rienda suelta a sus habilidades y planear la huida de la desgraciada vida que había llevado durante dieciocho años. ¿Se te ocurre alguna medida que Mérope pudiese tomar para lograr que Tom Ryddle olvidara a su compañera
muggle
y se enamorara de ella?
—¿La maldición
imperius
? —sugirió Harry—. O tal vez un filtro de amor.
—Muy bien. Personalmente, me inclino a pensar que utilizó un filtro de amor. Supongo que le parecería más romántico, y no creo que le resultara difícil convencer a Ryddle para que aceptara un vaso de agua cuando, un día caluroso, él pasó por allí a caballo. Sea como fuere, transcurridos unos meses del episodio que acabamos de presenciar, hubo un gran escándalo en Pequeño Hangleton. Imagínate los chismorreos de los vecinos al enterarse de que el hijo del señor del lugar se había fugado con la hija del pelagatos.
»Pero la conmoción de los vecinos no fue nada comparada con la de Sorvolo. Salió de Azkaban y regresó a su casa, donde creía que Mérope estaría esperándolo con un plato caliente en la mesa. En cambio, lo que encontró fue una capa de polvo en toda la vivienda y una nota de despedida en la que la muchacha explicaba lo que había hecho. Según mis averiguaciones, a partir de ese día Sorvolo nunca volvió a mencionar el nombre ni la existencia de su hija. El trastorno que le produjo su abandono quizá contribuyó a su prematura muerte, o quizá ésta se debió a que, sencillamente, no sabía alimentarse adecuadamente por sí solo. Sorvolo se había debilitado mucho en Azkaban, y al final murió antes de que Morfin regresara al hogar.
—¿Y Mérope? Ella… también murió, ¿verdad? ¿No se crió Voldemort en un orfanato?
—Sí, así es —corroboró Dumbledore—. De modo que hemos de hacer algunas conjeturas, aunque no es difícil deducir lo que sucedió. Verás, unos meses después de la boda de los dos fugitivos, Tom Ryddle se presentó un buen día en la casa solariega de Pequeño Hangleton sin su esposa. Por el pueblo corrió el rumor de que el joven aseguraba que Mérope lo había seducido y embaucado. Está claro que con eso se refería a que había estado bajo el influjo de un hechizo del que ya se había librado, pero supongo que no se atrevió a decirlo con esas palabras por temor a que lo tomaran por tonto. Con todo, cuando los vecinos se enteraron de lo que Tom contaba, supusieron que Mérope le había mentido fingiendo que iba a tener un hijo suyo, y que él había consentido encasarse con la bruja por ese motivo.
—Pero es verdad, tuvo un hijo suyo.
—Sí, pero no dio a luz hasta un año después de casada. Tom Ryddle la abandonó cuando ella todavía estaba embarazada.
—¿Qué fue lo que salió mal? ¿Por qué dejó de funcionar el filtro de amor?
—Siempre en el terreno de las conjeturas, supongo que Mérope, que estaba perdidamente enamorada de su marido, no fue capaz de seguir esclavizándolo mediante magia y probablemente decidió dejar de administrarle la poción. Quizá, obsesionada, creyó que a esas alturas Tom ya se habría enamorado de ella, o pensó que se quedaría a su lado por el bien del bebé. En ambos casos se equivocaba. Él la abandonó y nunca volvió a verla ni se molestó en saber qué había sido de su hijo.
El cielo se había puesto completamente negro y las lámparas del despacho parecían iluminar más que antes.
—Bien, ya es suficiente por esta noche, Harry —determinó el director de Hogwarts tras una breve pausa.
—Sí, señor. —El muchacho se levantó, pero aún hizo otra pregunta—: Señor… ¿es importante saber todo esto acerca del pasado de Voldemort?
—Muy importante, diría yo —respondió el anciano.
—Y… ¿tiene algo que ver con la profecía?
—Sí, tiene mucho que ver con la profecía.
—Vale —dijo Harry, un poco desconcertado y sin embargo más tranquilo. Se dio la vuelta dispuesto a marcharse, pero entonces se le ocurrió una última pregunta y se volvió una vez más—. Señor, ¿puedo contarles a Ron y Hermione todo lo que usted me ha explicado?
Dumbledore reflexionó unos instantes y resolvió:
—Sí, creo que el señor Weasley y la señorita Granger han demostrado ser dignos de confianza. Pero, Harry, pídeles que guarden el secreto escrupulosamente. No es conveniente que se sepa lo que yo sé, o sospecho, acerca de los secretos de Voldemort.
—De acuerdo, señor. Me aseguraré de que ninguno de los dos hable con nadie de esta historia. Buenas noches.
Al dirigirse hacia la puerta, de pronto se detuvo. Encima de una de las mesitas abarrotadas de frágiles instrumentos de plata había un feo anillo de oro con una gran piedra, negra y hendida, engastada.
—Señor —dijo—, este anillo…
—¿Sí?
—Usted lo llevaba puesto la noche que fuimos a visitar al profesor Slughorn.
—Así es.
—Pero, señor… ¿no es… no es el mismo que Sorvolo Gaunt le enseñó a Ogden?
—Cierto, lo es —afirmó Dumbledore asintiendo con la cabeza.
—Pero ¿cómo es que…? ¿Siempre lo ha tenido usted?
—No; lo adquirí hace poco. Unos días antes de ir a recogerte a casa de tus tíos.
—¿Fue entonces cuando se lastimó la mano, señor?
—Sí, fue entonces.
Harry titubeó. Dumbledore sonreía.
—Señor, ¿cómo se…?
—¡Ahora es demasiado tarde, Harry! Ya oirás esa historia en otra ocasión. Buenas noches.
—Buenas noches, señor.
Como Hermione pronosticara, las horas libres de los alumnos de sexto no eran los períodos de dicha y tranquilidad con que soñaba Ron, sino ratos para intentar ponerse al día de la ingente cantidad de deberes que les mandaban. Los chicos estudiaban como si tuvieran exámenes todos los días, y por si fuera poco las clases exigían más concentración que nunca. Harry apenas entendía la mitad de lo que explicaba la profesora McGonagall; hasta Hermione había tenido que pedirle que repitiera las instrucciones en un par de ocasiones. Aunque pareciera increíble, Harry destacaba inesperadamente en Pociones gracias al Príncipe Mestizo, y eso fastidiaba cada vez más a Hermione.
Se pedía a los alumnos que realizaran hechizos no verbales, no sólo en Defensa Contra las Artes Oscuras, sino también en Encantamientos y Transformaciones. Muchas veces, en la sala común o durante las comidas, Harry miraba a sus compañeros de clase y los veía colorados y haciendo fuerza como si hubieran ingerido un exceso de Lord Kakadura, pero sabía que en realidad estaban esforzándose por realizar hechizos sin pronunciar los conjuros en voz alta. Por suerte, en los invernaderos encontraban cierto desahogo; en las clases de Herbología trabajaban con plantas cada vez más peligrosas, pero al menos todavía les permitían decir palabrotas si la
Tentácula venenosa
los agarraba por sorpresa desde atrás.
Una de las consecuencias del gran volumen de trabajo y las frenéticas horas de prácticas de hechizos no verbales era que, hasta ese momento, Harry, Ron y Hermione no habían tenido tiempo de ir a visitar a Hagrid, quien ya no comía en la mesa de los profesores, lo cual era muy mala señal; curiosamente, en las pocas ocasiones en que se habían cruzado por los pasillos o el jardín, él no los había visto ni oído sus saludos.
—Debemos ir y explicárselo —propuso Hermione el sábado siguiente, a la hora del desayuno, mientras miraba la enorme silla que, una vez más, Hagrid había dejado vacía en la mesa de los profesores.
—¡Esta mañana se celebran las pruebas de selección de
quidditch
! —objetó Ron—. ¡Y tenemos que practicar ese encantamiento
aguamenti
para el profesor Flitwick! Además, ¿qué quieres explicarle? ¿Cómo vamos a decirle que odiábamos su absurda asignatura?
—¡No la odiábamos! —gritó Hermione.
—Eso lo dirás tú; yo todavía me acuerdo de los
escregutos
—dijo Ron sin entrar en detalles—. Y créeme, nos hemos salvado por los pelos. Tú no le oíste hablar del idiota de su hermano; si nos hubiéramos matriculado en Cuidado de Criaturas Mágicas, ahora estaríamos enseñando a Grawp a atarse los cordones de los zapatos.
—Es insoportable no poder hablar con Hagrid —resopló Hermione con cara de disgusto.
—Iremos después del
quidditch
—propuso Harry para tranquilizarla. Él también echaba de menos a Hagrid, aunque, como Ron, se alegraba de haberse librado de Grawp—. Pero es posible que las pruebas duren toda la mañana; se ha apuntado mucha gente. —Estaba un poco nervioso ante la perspectiva de su primera actuación como capitán—. No entiendo por qué de repente el equipo despierta tanto interés.
—¡Vamos, Harry! —dijo Hermione con un deje de impaciencia—. ¡Lo que despierta interés no es el
quidditch
, sino tú! Nunca habías provocado tanta fascinación, pero, francamente, no me extraña, porque nunca habías estado tan atractivo. —Ron se atragantó con un trozo de arenque ahumado. Hermione le lanzó una fugaz mirada de desdén y continuó—. Ahora todo el mundo sabe que decías la verdad, ¿no? La comunidad mágica ha tenido que admitir que estabas en lo cierto cuando asegurabas que Voldemort había regresado, y que es verdad que luchaste contra él dos veces en los dos últimos años y que en ambas ocasiones lograste escapar de sus garras. Ahora te llaman «el Elegido». Vamos, hombre, ¿todavía no entiendes por qué la gente está fascinada contigo?