Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
Pero, antes de que Harry hallara las respuestas, Filch se había dado la vuelta y se marchaba murmurando por lo bajo; Malfoy sonreía y estaba dándole las gracias a Slughorn por su generosidad, y Snape había vuelto a adoptar una expresión inescrutable.
—No tienes que agradecerme nada —dijo Slughorn restándole importancia—. Ahora que lo pienso, creo que sí conocí a tu abuelo…
—Él siempre hablaba muy bien de usted, señor —repuso Malfoy, ágil como un zorro—. Aseguraba que usted preparaba las pociones mejor que nadie.
Harry observó a Malfoy. Lo que le intrigaba no era el peloteo que éste le hacía a Slughorn (ya estaba acostumbrado a observar cómo adulaba a Snape) sino su aspecto, porque verdaderamente parecía un poco enfermo.
—Me gustaría hablar un momento contigo, Draco —dijo Snape.
—¿Ahora, Severus? —intervino Slughorn hipando otra vez—. Estamos celebrando la Navidad, no seas demasiado duro con…
—Soy el jefe de su casa y yo decidiré lo duro o lo blando que he de ser con él —lo cortó Snape con aspereza—. Sígueme, Draco.
Se marcharon; Snape iba delante y Malfoy lo seguía con cara de pocos amigos. Harry vaciló un momento y luego dijo:
—Vuelvo enseguida, Luna. Tengo que ir… al lavabo.
—Muy bien —repuso ella alegremente.
Mientras Harry se perdía entre la multitud le pareció oír cómo Luna retomaba el tema de la Conspiración Rotfang con la profesora Trelawney, que se mostraba muy interesada.
Una vez fuera de la fiesta, le resultó fácil sacar la capa invisible del bolsillo y echársela por encima, pues el pasillo estaba vacío. Lo que le costó un poco más fue encontrar a Snape y Malfoy. Harry echó a andar; el ruido de sus pasos quedaba disimulado por la música y las fuertes voces provenientes del despacho de Slughorn. Quizá Snape había llevado a Malfoy a su despacho, en las mazmorras. O quizá lo había acompañado a la sala común de Slytherin. Sin embargo, Harry fue pegando la oreja a cada puerta que encontraba hasta que, con una sacudida de emoción, en la última aula del pasillo oyó voces y se agachó para escuchar por la cerradura.
—… no puedes cometer errores, Draco, porque si te expulsan…
—Yo no tuve nada que ver, ¿queda claro?
—Espero que estés diciéndome la verdad, porque fue algo torpe y descabellado. Ya sospechan que estuviste implicado.
—¿Quién sospecha de mí? —preguntó Malfoy con enojo—. Por última vez, no fui yo, ¿de acuerdo? Katie Bell debe de tener algún enemigo que nadie conoce. ¡No me mire así! Ya sé lo que intenta hacer, no soy tonto, pero le advierto que no dará resultado. ¡Puedo impedírselo!
Hubo una pausa; luego Snape dijo con calma:
—Vaya, ya veo que tía Bellatrix te ha estado enseñando Oclumancia. ¿Qué pensamientos pretendes ocultarle a tu amo, Draco?
—¡A él no intento esconderle nada, lo que pasa es que no quiero que usted se entrometa!
Harry apretó un poco más la oreja contra la cerradura. ¿Qué había pasado para que Malfoy le hablara de ese modo a Snape? ¡A Snape, hacia quien siempre había mostrado respeto, incluso simpatía!
—Por eso este año me has evitado desde que llegaste a Hogwarts, ¿no? ¿Temías que me entrometiera? Supongo que te das cuenta, Draco, de que si algún otro alumno hubiera dejado de venir a mi despacho después de haberle ordenado yo varias veces que se presentara…
—¡Pues castígueme! ¡Denúncieme a Dumbledore! —lo desafió Malfoy.
Se produjo otra pausa, y a continuación Snape declaró:
—Sabes muy bien que no haré ninguna de esas cosas.
—¡En ese caso, será mejor que deje de ordenarme que vaya a su despacho!
—Escúchame —dijo Snape en voz tan baja que Harry tuvo que apretar aún más la oreja para oírlo—, yo sólo intento ayudarte. Le prometí a tu madre que te protegería. Pronuncié el Juramento Inquebrantable, Draco…
—¡Pues mire, tendrá que romperlo porque no necesito su protección! Es mi misión, él me la asignó y voy a cumplirla. Tengo un plan y saldrá bien, sólo que me está llevando más tiempo del que creía.
—¿En qué consiste tu plan?
—¡No es asunto suyo!
—Si me lo cuentas, yo podría ayudarte…
—¡Muchas gracias, pero tengo toda la ayuda que necesito, no estoy solo!
—Anoche bien que estabas solo cuando deambulabas por los pasillos sin centinelas y sin refuerzos, lo cual fue una tremenda insensatez. Estás cometiendo errores elementales…
—¡Crabbe y Goyle me habrían acompañado si usted no los hubiera castigado!
—¡Baja la voz! —le espetó Snape porque Malfoy cada vez chillaba más—. Si tus amigos Crabbe y Goyle pretenden aprobar Defensa Contra las Artes Oscuras este curso, tendrán que esforzarse un poco más de lo que demuestran hasta aho…
—¿Qué importa eso? —lo cortó Malfoy—. ¡Defensa Contra las Artes Oscuras! ¡Pero si eso es una guasa, una farsa! ¡Como si alguno de nosotros necesitara protegerse de las artes oscuras!
—¡Es una farsa, sí, pero crucial para el éxito, Draco! ¿Dónde crees que habría pasado yo todos estos años si no hubiera sabido fingir? ¡Escúchame! Es una imprudencia que te pasees por ahí de noche, que te dejes atrapar; y si depositas tu confianza en ayudantes como Crabbe y Goyle…
—¡Ellos no son los únicos, hay otra gente a mi lado, gente más competente!
—Entonces ¿por qué no te confías a mí y me dejas…?
—¡Sé lo que usted se propone! ¡Quiere arrebatarme la gloria!
Se callaron un momento, y luego Snape dijo con frialdad:
—Hablas como un niño majadero. Comprendo que la captura y el encarcelamiento de tu padre te hayan afectado, pero…
Harry apenas tuvo un segundo para reaccionar: oyó los pasos de Malfoy acercándose a la puerta y logró apartarse en el preciso momento en que ésta se abría de par en par. Malfoy se alejó a zancadas por el pasillo, pasó por delante del despacho de Slughorn, cuya puerta estaba abierta, y se perdió de vista tras la esquina.
Harry permaneció agachado y sin apenas atreverse a respirar cuando Snape abandonó el aula con una expresión insondable y se encaminó a la fiesta. Se quedó agazapado, oculto bajo la capa, reflexionando sobre todo lo que acababa de escuchar.
—¿Que Snape le ofrecía ayuda? ¿Seguro que le ofrecía ayuda?
—Si me lo preguntas una vez más te meto esta col por… —lo amenazó Harry.
—¡Sólo quiero asegurarme! —se defendió Ron. Estaban solos junto al fregadero de la cocina de La Madriguera limpiando una montaña de coles de Bruselas para la señora Weasley. Tras la ventana que tenían delante caía una intensa nevada.
—¡Pues sí, Snape estaba ofreciéndole ayuda! —repitió Harry—. Le dijo que había prometido a su madre que lo protegería y que había prestado un Juramento Inquebrantable o algo…
—¿Un Juramento Inquebrantable? —se extrañó Ron—. No, eso es imposible. ¿Estás seguro?
—Sí, lo estoy. ¿Por qué? ¿Qué significa?
—¡Hombre, un Juramento Inquebrantable no se puede romper!
—Aunque no te lo creas, eso ya lo había deducido yo sólito. Pero dime, ¿qué pasa si lo rompes?
—Que te mueres —contestó Ron llanamente—. Fred y George intentaron que yo prestase uno cuando tenía más o menos cinco años. Y estuve a punto de comprometerme; ya le había dado la mano a Fred cuando papá nos descubrió. Se puso como loco —explicó con un brillo nostálgico en la mirada—. Es la única vez que lo he visto ponerse tan furioso como mamá. Fred asegura que su nalga izquierda no ha vuelto a ser la misma desde aquel día.
—Ya, vale, y dejando aparte la nalga izquierda de Fred…
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Fred. Los gemelos acababan de entrar en la cocina—. Mira esto, George. Están usando cuchillos y todo. ¡Qué escena tan conmovedora!
—¡Dentro de poco más de dos meses cumpliré diecisiete años —gruñó Ron—, y entonces podré hacerlo mediante magia!
—Pero mientras tanto —dijo George al tiempo que se sentaba a la mesa de la cocina y apoyaba los pies encima— podemos disfrutar con tu exhibición del uso correcto de un… ¡Ojo!
—¡Mira lo que me he hecho por tu culpa! —protestó Ron chupándose el corte del dedo—. Espera a que tenga diecisiete años…
—Estoy convencido de que nos deslumbrarás con habilidades mágicas hasta ahora insospechadas —replicó Fred dando un bostezo.
—Y hablando de habilidades mágicas insospechadas, Ronald —intervino George—, ¿es cierto lo que nos ha contado Ginny? ¿Sales con una tal Lavender Brown?
Ron se sonrojó un poco, pero no pareció molesto. Siguió limpiando coles.
—Métete en tus asuntos.
—Una respuesta muy original —dijo Fred—. Francamente, no sé cómo se te ocurren. No, lo que queremos saber es cómo pasó.
—¿Qué quieres decir?
—¿Tuvo Lavender un accidente o algo así?
—¿Qué?
—¿Cómo sufrió semejante lesión cerebral?
La señora Weasley entró en la cocina justo cuando Ron le lanzaba el cuchillo de pelar coles a Fred, que lo convirtió en un avión de papel con una perezosa sacudida de su varita.
—¡Ron! —gritó ella—. ¡Que no vuelva a verte lanzando cuchillos!
—Sí, mamá —dijo Ron, y por lo bajo añadió—: Procuraré que no me veas hacerlo. —Y siguió con su tarea.
—Fred, George, lo siento, queridos, pero Remus llegará esta noche, así que Bill tendrá que dormir con vosotros.
—No importa —dijo George.
—Así pues, como Charlie no va a venir, sólo quedan Harry y Ron, que dormirán en el desván; y si Fleur comparte habitación con Ginny…
—Van a ser las Navidades más felices de Ginny —murmuró Fred.
—… creo que estaréis cómodos. Bueno, al menos todos tendréis una cama —dijo la señora Weasley, que parecía un tanto nerviosa.
—Entonces ¿está confirmado que no vamos a verle el pelo al idiota de Percy? —preguntó Fred.
Su madre se dio la vuelta antes de contestar:
—No, supongo que tiene trabajo en el ministerio. —Y se marchó de la cocina.
—O es el tío más imbécil del mundo. Una de dos —dijo Fred—. Bueno, Vámonos, George.
—¿Qué estáis tramando? —preguntó Ron—. ¿No podéis echarnos una mano con las judías? Si usáis la varita nos veremos libres de esta lata.
—No, no puedo hacerlo —dijo Fred con seriedad—. Aprender a limpiar coles sin utilizar la magia fortalece el carácter y te ayuda a valorar lo crudo que lo tienen los
muggles
y los
squibs
.
—Y cuando quieras que alguien te eche una mano, Ron —añadió George lanzándole el avión de papel—, más vale que no le lances cuchillos. Te daré una pista: nos vamos al pueblo. Una chica preciosa que trabaja en la tienda de periódicos opina que mis trucos de cartas son maravillosos. Dice que es como si hiciera magia de verdad.
—Imbéciles —refunfuñó Ron, viendo cómo los gemelos cruzaban el nevado jardín—. Sólo habrían tardado diez segundos y nosotros también podríamos habernos marchado.
—Yo no. Le prometí a Dumbledore que no me pasearía por ahí durante mi estancia en La Madriguera —dijo Harry.
—Ya. —Ron limpió unas coles más y preguntó—: ¿Piensas contarle a Dumbledore lo que les oíste decir a Snape y Malfoy?
—Sí. Se lo contaré a cualquiera que pueda pararles los pies, y Dumbledore es la persona más indicada. Quizá hable también con tu padre.
—Es una lástima que no te enterases del plan de Malfoy.
—¿Cómo iba a enterarme? Precisamente de eso se trataba: Malfoy se negaba a revelárselo a Snape.
Hubo un silencio, y luego Ron opinó:
—Aunque ya sabes qué dirán todos, ¿no? Mi padre, Dumbledore y los demás. Dirán que no es que Snape quiera ayudar a Malfoy de verdad, sino que sólo pretende averiguar qué se trae entre manos.
—Eso porque no los oyeron hablar —repuso Harry—. Nadie puede ser tan buen actor, ni siquiera Snape.
—Sí, claro… Sólo te lo comento.
Harry se volvió y lo miró con ceño.
—Pero tú crees que tengo razón, ¿verdad?
—Pues claro —se apresuró a afirmar otra vez Ron—. ¡En serio, te creo! Pero todos dan por hecho que Snape está de parte de la Orden, ¿no?
Harry reflexionó. Ya había pensado que seguramente pondrían esa objeción a sus nuevas averiguaciones. Y también se imaginaba el comentario de Hermione: «Es evidente, Harry, que fingía ofrecerle ayuda a Malfoy para engatusarlo y sonsacarle qué está haciendo…»
Sin embargo, sólo podía imaginárselo porque aún no había tenido ocasión de contárselo. Ella se había marchado de la fiesta de Slughorn antes de que Harry regresara (al menos eso le había dicho McLaggen con evidentes señales de enojo), y ya se había acostado cuando él llegó a la sala común. Como Ron y él se habían ido a primera hora del día siguiente a La Madriguera, Harry apenas había tenido tiempo para desearle feliz Navidad a su amiga y decirle que tenía noticias muy importantes que le revelaría cuando volvieran de las vacaciones. Pero no estaba seguro de que ella le hubiera oído, porque en ese momento Ron y Lavender estaban enfrascados en una intensa despedida «no verbal», precisamente detrás de él.
Con todo, ni siquiera Hermione podría negar una cosa: era indudable que Malfoy estaba tramando algo y Snape lo sabía, de modo que Harry se sentía justificado para soltarle un: «Ya te lo decía yo», tal como ya le había dicho varias veces a Ron.
Hasta el día de Nochebuena no tuvo ocasión de hablar con el señor Weasley porque éste siempre regresaba muy tarde del ministerio. Los Weasley y sus invitados estaban sentados en el salón, que Ginny había decorado tan magníficamente que parecía una exposición de cadenetas de papel. Fred, George, Harry y Ron eran los únicos que sabían que el ángel que había en lo alto del árbol navideño era en realidad un gnomo de jardín que había mordido a Fred en el tobillo mientras él arrancaba zanahorias para la comida de Navidad. Lo habían colgado allí tras hacerle un encantamiento aturdidor, pintarlo de dorado, embutirlo en un diminuto tutú y pegarle unas pequeñas alas en la espalda; el pobre miraba a todos con rabia desde lo alto. Era el ángel más feo que Harry había visto jamás: su cabezota calva parecía una patata y tenía los pies muy peludos.
Se suponía que estaban escuchando un programa navideño interpretado por la cantante favorita de la señora Weasley, Celestina Warbeck, cuyos gorgoritos salían de la gran radio de madera. Fleur, que al parecer encontraba muy aburrida a Celestina, se hallaba en un rincón hablando en voz muy alta, y la señora Weasley, ceñuda, no paraba de subir el volumen con la varita, de modo que Celestina cada vez cantaba más fuerte. Amparados por un tema jazzístico particularmente animado, que se titulaba
Un caldero de amor caliente e intenso
, Fred y George se pusieron a jugar a los naipes explosivos con Ginny. Ron no dejaba de mirar de soslayo a Bill y Fleur, como si albergara esperanzas de aprender algo de ellos. Entretanto, Remus Lupin, más delgado y andrajoso que nunca, estaba sentado al lado de la chimenea contemplando las llamas como si no oyera la voz de Celestina.