Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—Entonces ¿todavía no saben adónde va? —preguntó Harry con la esperanza de que le revelara esa intrigante cuestión, pero Dumbledore se limitó a sonreír mirándolo por encima de sus gafas de media luna.
—No, no lo saben, y de momento tampoco es oportuno que lo sepas tú. Y ahora te sugiero que nos demos prisa, a menos que haya algo más…
—Sí, señor. Quería comentarle algo acerca de Malfoy y Snape.
—Del profesor Snape, Harry.
—Sí, señor. Los oí hablar durante la fiesta del profesor Slughorn… Bueno, la verdad es que los seguí…
Dumbledore escuchó el relato de Harry con gesto imperturbable. Cuando terminó, el director guardó silencio unos instantes y luego dijo:
—Gracias por contármelo, pero te sugiero que no te preocupes. No creo que sea nada relevante.
—¿Que no es relevante? —repitió Harry, incrédulo—. Profesor, ¿ha entendido bien…?
—Sí, Harry, estoy dotado de una extraordinaria capacidad mental y he entendido todo lo que me has contado —lo cortó Dumbledore con cierta dureza—. Creo que hasta podrías considerar la posibilidad de que haya comprendido más cosas que tú. Agradezco que me lo hayas confiado, pero te aseguro que no me produce inquietud alguna.
Harry, contrariado, guardó silencio y miró a los ojos a Dumbledore. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso el director había encomendado a Snape que averiguara las actividades de Malfoy, en cuyo caso ya sabía todo cuanto él acababa de contarle? ¿O sí estaba preocupado por todo eso pero fingía no estarlo?
—Entonces, señor —dijo Harry procurando sonar sereno y respetuoso—, ¿sigue usted confiando…?
—Ya fui lo bastante tolerante en otra ocasión al contestar a esa pregunta —repuso Dumbledore con un tono nada tolerante—. Mi respuesta no ha cambiado.
—Eso parece —dijo una insidiosa vocecilla; por lo visto, Phineas Nigellus sólo fingía dormir. Dumbledore no le hizo caso.
—Y ahora, Harry, debo insistir en que nos demos prisa. Tengo cosas más importantes de que hablar contigo esta noche.
Harry se quedó quieto intentando dominar la rabia que sentía. ¿Qué pasaría si se negaba a cambiar de tema, o si insistía en discutir acerca de las acusaciones que tenía contra Malfoy? Dumbledore meneó la cabeza como si le hubiera leído el pensamiento.
—¡Ay, Harry, esto pasa a menudo, incluso entre los mejores amigos! Cada uno está convencido de que lo que dice es mucho más importante que cualquier cosa que los demás puedan aportar.
—Yo no opino que lo que usted tiene que decirme no sea importante, señor —puntualizó Harry con rigidez.
—Pues bien, estás en lo cierto porque lo es —repuso Dumbledore con vehemencia—. Hay dos recuerdos más que quiero enseñarte esta noche; ambos los obtuve con enormes dificultades, y creo que el segundo es el más trascendental que he logrado recoger.
Harry no hizo ningún comentario; seguía enfadado por cómo habían sido recibidas sus confidencias, pero no ganaría nada cerrándose en banda.
—Bueno —dijo Dumbledore con voz enérgica—, esta noche retomaremos la historia de Tom Ryddle, a quien en la pasada clase dejamos a punto de iniciar su educación en Hogwarts. Recordarás cómo se emocionó cuando se enteró de que era mago y rechazó mi compañía para ir al callejón Diagon, y que yo, por mi parte, le advertí que no podría seguir robando cuando estuviera en el colegio.
»Pues bien, se inició el curso y con él llegó Tom Ryddle, un muchacho tranquilo ataviado con una túnica de segunda mano, que aguardó su turno con los otros alumnos de primer año en la Ceremonia de Selección. El Sombrero Seleccionador lo envió a Slytherin en cuanto le rozó la cabeza —continuó Dumbledore, señalando con un floreo de la mano el estante de la pared donde reposaba, inmóvil, el viejo Sombrero Seleccionador—. Ignoro cuánto tardó Ryddle en enterarse de que el famoso fundador de su casa podía hablar con las serpientes; quizá lo averiguó esa misma noche. Estoy seguro de que esa revelación lo emocionó aún más e incrementó su autosuficiencia.
»Con todo, si asustaba o impresionaba a sus compañeros de casa con exhibiciones de lengua
pársel
en la sala común, el profesorado nunca tuvo noticia de ello. No daba ninguna señal de arrogancia ni agresividad. Era un huérfano con un talento inusual y muy apuesto, y, como es lógico, atrajo la atención y las simpatías del profesorado casi desde su llegada. Parecía educado, apacible y ávido de conocimientos, de modo que causó una impresión favorable en la mayoría de los profesores.
—¿Usted no les explicó, señor, cómo se había comportado el día que lo conoció en el orfanato? —preguntó Harry.
—No, no lo hice. Pese a que él no había dado muestras del menor arrepentimiento, cabía la posibilidad de que lamentara cómo había actuado hasta entonces y que hubiera decidido enmendarse. Por ese motivo, decidí darle una oportunidad.
Dumbledore hizo una pausa y miró inquisitivamente a Harry, que había despegado los labios para decir algo. Una vez más, el director exhibía su tendencia a confiar en los demás a pesar de existir pruebas aplastantes de que no lo merecían. Pero entonces Harry recordó algo…
—En realidad usted no se fiaba de él, ¿verdad, señor? Él me dijo… El Ryddle que salió de aquel diario me dijo: «A Dumbledore nunca le gusté tanto como a los otros profesores.»
—Digamos que no di por hecho que fuera digno de confianza —aclaró Dumbledore—. Como ya te he explicado, decidí vigilarlo bien y eso fue lo que hice. No puedo afirmar que extrajera mucha información de mis observaciones, al menos al principio, porque Ryddle era muy cauteloso conmigo; sin duda, tenía la impresión de que, con la emoción del descubrimiento de su verdadera identidad, me había contado demasiadas cosas. Procuró no volver a revelarme nada, pero no podía retirar los comentarios que ya se le habían escapado con la agitación del primer momento, ni la historia que me había explicado la señora Cole. Sin embargo, tuvo la sensatez de no intentar cautivarme como cautivó a tantos de mis colegas.
»A medida que pasaba de curso, iba reuniendo a su alrededor a un grupo de fieles amigos; los llamo así a falta de una palabra más adecuada, aunque, como ya te he explicado, es indudable que Ryddle no sentía afecto por ninguno de ellos. Sus compinches y él ejercían una misteriosa fascinación sobre los demás habitantes del castillo. Eran un grupo variopinto: una mezcla de personajes débiles que buscaban protección, personajes ambiciosos que deseaban compartir la gloria de otros y matones que gravitaban en torno a un líder capaz de mostrarles formas más refinadas de crueldad. Dicho de otro modo, eran los precursores de los
mortífagos
y, de hecho, algunos de ellos se convirtieron en los primeros
mortífagos
cuando salieron de Hogwarts.
»Estrictamente controlados por Ryddle, nunca los sorprendieron obrando mal, aunque los siete años que pasaron en Hogwarts estuvieron marcados por diversos incidentes desagradables a los que nunca se los pudo vincular de manera fehaciente; el más grave de esos incidentes fue, por supuesto, la apertura de la Cámara de los Secretos, que causó la muerte de una alumna. Como ya sabes, Hagrid fue injustamente acusado de ese crimen.
»No he encontrado muchos recuerdos de la estancia de Ryddle en Hogwarts —continuó Dumbledore mientras colocaba su marchita mano sobre el
pensadero
—. Muy pocos de quienes lo conocieron entonces están dispuestos a hablar de él porque lo temen demasiado. Lo que sé lo averigüé cuando él ya había abandonado Hogwarts, después de concienzudos esfuerzos para localizar a algunas personas a las que creí que podría sonsacar información, registrar antiguos archivos e interrogar a testigos tanto
muggles
como magos.
»Los pocos que accedieron a hablar me contaron que Ryddle estaba obsesionado por sus orígenes. Eso es comprensible, desde luego, puesto que se había criado en un orfanato y, como es lógico, quería saber cómo había ido a parar allí. Al parecer buscó en vano el rastro de Tom Ryddle sénior en las placas de la sala de trofeos, en las listas de prefectos de los archivos del colegio e incluso en los libros de historia de la comunidad mágica. Finalmente, se vio obligado a aceptar que su padre nunca había pisado Hogwarts. Creo que fue entonces cuando abandonó de forma definitiva su apellido, adoptó la identidad de lord Voldemort e inició las indagaciones sobre la familia de su madre, a la que hasta entonces había desdeñado; como recordarás, ella era la mujer que, según él, no podía ser bruja puesto que había sucumbido a la ignominiosa debilidad humana de la muerte.
»El único dato de que disponía era el nombre "Sorvolo"; en el orfanato le habían dicho que así se llamaba su abuelo materno. Por fin, tras minuciosas investigaciones en viejos libros de familias de magos, descubrió la existencia de los descendientes de Slytherin, así que al cumplir los dieciséis años se marchó para siempre del orfanato, adonde iba todos los veranos, y emprendió la búsqueda de sus parientes, los Gaunt…
Dumbledore se levantó y Harry vio que volvía a sostener una botellita de cristal llena de recuerdos nacarados que formaban remolinos.
—Me considero muy afortunado por haber recogido esto —dijo mientras vertía la reluciente sustancia en el
pensadero
—. Lo comprenderás cuando lo hayamos experimentado. ¿Estás preparado, Harry?
Harry se acercó a la vasija de piedra y se inclinó obedientemente hasta que su cara atravesó la superficie que formaban los recuerdos. Volvió a sentir que se precipitaba en el vacío, una sensación que empezaba a resultarle familiar, y poco después aterrizó sobre un sucio suelo de piedra en medio de una oscuridad casi total.
Tardó unos segundos en reconocer el lugar, y cuando lo consiguió, Dumbledore ya había aterrizado a su lado. Harry nunca había visto nada tan sucio como la casa de los Gaunt: las telarañas invadían el techo, una capa de mugre cubría el suelo y encima de la mesa había restos de comida podrida y mohosa entre varios cazos con repugnantes posos. La única luz era la que proyectaba una vela que ardía parpadeando, colocada a los pies de un hombre de cabello y barba tan largos que Harry no le veía los ojos ni la boca. Estaba desplomado en un sillón, junto al fuego, y al principio Harry pensó que estaba muerto. Pero entonces se oyó un fuerte golpe en la puerta y el hombre despertó sobresaltado; enarboló la varita mágica que sujetaba con la mano derecha y un pequeño cuchillo que tenía en la izquierda.
La puerta se abrió con un chirrido. En el umbral, sosteniendo una vieja lámpara, apareció un muchacho alto, pálido, de cabello oscuro y rostro agraciado al que Harry reconoció de inmediato: era Voldemort de adolescente.
Voldemort paseó despacio la mirada por la casucha y descubrió al hombre sentado en el sillón. Ambos se observaron unos segundos; entonces el hombre se incorporó tambaleándose y las numerosas botellas que había esparcidas por el suelo entrechocaron y tintinearon.
—¡Tú! —bramó—. ¡Tú! —Y se lanzó dando traspiés hacia Ryddle, con la varita y el cuchillo en ristre.
—
Quieto
—dijo Ryddle en
pársel
.
El hombre patinó y chocó contra la mesa, tirando varios cazos mohosos al suelo. Entonces miró fijamente a Ryddle. Reinó un largo silencio mientras se contemplaban, hasta que el hombre lo rompió.
—
¿La hablas?
—
Sí, la hablo
—contestó Ryddle. Dio unos pasos hacia el interior de la habitación y dejó que la puerta se cerrara por sí sola detrás de él. Harry no pudo evitar sentir una mezcla de admiración y envidia por la absoluta falta de miedo de Voldemort, cuyo rostro sólo expresaba asco y quizá una ligera decepción.
—
¿Dónde está Sorvolo?
—preguntó.
—
Está muerto
—contestó el otro—.
Murió hace años, ¿no lo sabías?
—
Entonces ¿quién eres tú?
—
Yo soy Morfin. ¡Morfin!
—
¿El hijo de Sorvolo?
—
Pues claro.
Morfin se apartó el pelo de la sucia cara para ver mejor a Ryddle, y Harry vio en su mano derecha el anillo con la piedra negra de Sorvolo.
—
Creí que eras ese
muggle —susurró Morfin—.
Eres igual que ese
muggle.
—
¿Qué
muggle
?
—preguntó Ryddle con brusquedad.
—
Ese
muggle
que le gustaba a mi hermana, ese
muggle
que vive en la gran casa de más allá
—repuso Morfin, y escupió en el suelo entre ambos—.
Eres igual que él. Ryddle. Pero él es más viejo que tú, ¿no? Sí, ahora que lo pienso, él es más viejo que tú.
—Morfin parecía un tanto aturdido y se balanceaba un poco; se había agarrado al borde de la mesa para no caerse—.
Él regresó, ¿entiendes?
—dijo como atontado.
Voldemort lo observaba como calibrando sus posibilidades. Se acercó un poco más y le dijo:
—
¿Ryddle regresó?
—
Sí, la abandonó; ¡y bien merecido lo tuvo por haberse casado con un cerdo!
—respondió Morfin, y volvió a escupir en el suelo—.
¡Además, antes de fugarse nos robó! ¿Dónde está el guardapelo, eh? ¿Dónde está el guardapelo de Slytherin?
—Voldemort no contestó. Morfin se estaba enfureciendo de nuevo; enarboló el cuchillo y gritó—:
¡Esa cerda nos deshonró! ¿Y quién eres tú para venir aquí y hacer preguntas sobre esas cosas? Todo ha terminado, ¿no? Todo ha terminado…
Miró hacia otro lado, volviendo a tambalearse ligeramente, y Voldemort avanzó unos pasos. Entonces una extraña oscuridad se apoderó de la estancia y extinguió la lámpara de Voldemort y la vela de Morfin, lo extinguió todo…
Dumbledore sujetó con fuerza el brazo de Harry y ambos volvieron a elevarse hasta llegar al presente. Después de aquella oscuridad impenetrable, la débil luz dorada del despacho del anciano profesor deslumbró al muchacho.
—¿Ya está? —preguntó Harry, parpadeando—. ¿Por qué se ha quedado todo a oscuras, qué ha pasado?
—Porque después de eso Morfin no pudo recordar nada —contestó Dumbledore, y le indicó que volviera a sentarse—. Cuando a la mañana siguiente despertó, estaba tendido en el suelo, solo. Pero el anillo de Sorvolo había desaparecido.
»Entretanto, en Pequeño Hangleton una sirvienta corría por la calle principal gritando que había tres cadáveres en el salón de la gran casa: eran los de Tom Ryddle sénior, su padre y su madre. Las autoridades
muggles
se quedaron perplejas. Que yo sepa, todavía no saben cómo murieron los Ryddle, ya que la maldición
Avada Kedavra
no suele dejar lesiones visibles. La excepción se halla en este preciso momento ante mí —añadió Dumbledore señalando la cicatriz de Harry—. En cambio, el ministerio supo de inmediato que se trataba de un asesinato triple perpetrado por un mago. También sabían que al otro lado del valle donde se alzaba la mansión de los Ryddle, vivía un ex presidiario que odiaba a los
muggles
y que ya había sido condenado una vez por agredir a una de las personas que habían encontrado muertas.