Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—No puedo decirte cuándo, ¿vale? —le soltó Malfoy, sin percatarse de que Harry se hallaba detrás de él—. Me está llevando más tiempo del que creía. —Crabbe fue a replicar, pero Malfoy se le adelantó—: Óyeme bien, lo que yo esté haciendo no es asunto tuyo. ¡Goyle y tú limitaos a hacer lo que os mandan y seguid vigilando!
—Yo les cuento a mis amigos lo que estoy tramando cuando quiero que vigilen por mí —dijo Harry lo bastante fuerte para que lo oyera Malfoy.
Éste se dio la vuelta y se llevó una mano hacia su varita, pero en ese momento los cuatro jefes de las casas gritaron «¡Silencio!» y los estudiantes obedecieron. Malfoy se volvió despacio hacia el frente.
—Gracias —dijo Twycross—. Y ahora… —Agitó la varita y delante de cada alumno apareció un anticuado aro de madera—. ¡Cuando uno se aparece, lo que tiene que recordar son las tres D! ¡Destino, decisión y desenvoltura!
»Primer paso: fijad la mente con firmeza en el
destino
deseado. En este caso, el interior del aro. Muy bien, haced el favor de concentraros en vuestro destino.
Los muchachos echaron disimulados vistazos para comprobar si alguien obedecía a Twycross, y luego se apresuraron a hacer lo que acababa de indicarles. Harry se quedó observando el círculo de suelo polvoriento delimitado por su aro y se esforzó en no pensar en nada más. Pero le resultó imposible porque no podía dejar de cavilar sobre qué tramaba Malfoy, para lo cual, además, necesitaba centinelas.
—Segundo paso —dijo Twycross—: ¡centrad vuestra
decisión
en ocupar el espacio visualizado! ¡Dejad que el deseo de entrar en él se os desborde de la mente e invada cada partícula del cuerpo!
Harry miró de soslayo a sus compañeros. A su izquierda tenía a Ernie Macmillan, que contemplaba su aro con tanta concentración que se estaba poniendo colorado; parecía querer poner un huevo del tamaño de una
quaffle
. Harry contuvo la risa y se apresuró a mirar de nuevo el espacio limitado por su propio aro.
—Tercer paso —anunció Twycross—: cuando dé la orden… ¡girad sobre vosotros mismos, sentid cómo os fundís con la nada y moveos con
desenvoltura
! Atentos a mi orden: ¡uno!…
Harry miró otra vez alrededor y comprobó que muchos ponían cara de pánico; seguramente no contaban con tener que aparecerse en la primera sesión del cursillo.
—… ¡dos!…
Harry intentó volver a concentrarse en el aro; ya ni se acordaba de qué significaban las tres D.
—… ¡tres!
Harry giró sobre sí, perdió el equilibrio y estuvo a punto de caerse. Y no fue el único. De pronto la gente que llenaba la sala se tambaleó: Neville quedó tendido boca arriba en el suelo y Ernie Macmillan dio una especie de salto con pirueta, se metió en el aro y puso cara de satisfacción hasta que vio a Dean Thomas riéndose a carcajadas de él.
—No importa, no importa —dijo Twycross con aspereza. Por lo visto no esperaba ningún resultado mejor—. Colocad bien vuestros aros, por favor, y volved a la posición inicial…
El segundo intento no fue mejor que el primero. El tercero tampoco. Hasta que en el cuarto pasó algo un poco emocionante. Se oyó un tremendo grito de dolor y todos volvieron la cabeza, aterrados: Susan Bones, de Hufflepuff, se tambaleaba dentro de su aro, pero la pierna izquierda se le había quedado a un metro y medio de distancia, en el sitio de su posición original.
Los jefes de las casas corrieron hacia ella. Entonces se produjo un fuerte estallido acompañado de una bocanada de humo morado; cuando el humo se disipó, todos vieron a Susan sollozando. Había recuperado la pierna, pero estaba muerta de miedo.
—La despartición, o separación involuntaria de alguna parte del cuerpo —explicó Wilkie Twycross con calma—, se produce cuando la mente no tiene suficiente decisión. Debéis concentraros ininterrumpidamente en vuestro destino, y moveros sin prisa pero con desenvoltura… Así. —Dio unos pasos al frente, giró con garbo con los brazos extendidos y se esfumó en medio de un revuelo de la túnica, para aparecer al fondo del comedor—. Recordad las tres D —insistió—. Venga, volved a intentarlo. Uno… dos… tres…
Pero, una hora después, la despartición de Susan aún era lo más interesante que había pasado. Sin embargo, Twycross no parecía desanimado. Mientras se abrochaba la capa, se limitó a decir:
—Hasta el próximo sábado, y no lo olvidéis: Destino… Decisión… Desenvoltura.
Y dicho esto, agitó la varita para hacerles un hechizo desvanecedor a los aros y luego salió del Gran Comedor acompañado por la profesora McGonagall. De inmediato, los muchachos se pusieron a hablar y poco a poco fueron desfilando hacia el vestíbulo.
—¿Cómo te ha ido? —preguntó Ron alcanzando a Harry—. Yo creo que sentí algo la última vez que lo intenté, como un cosquilleo en los pies.
—Eso quiere decir que las zapatillas te van pequeñas, Ro-Ro —dijo una voz detrás de ellos, y Hermione pasó a su lado con la cabeza alta y una sonrisa burlona.
—Pues yo no he sentido nada —reconoció Harry, ignorando la interrupción—. Pero ahora eso no me importa…
—¿Cómo que no te importa? ¿No quieres aprender a aparecerte? —inquirió Ron, incrédulo.
—La verdad es que no me preocupa mucho. Prefiero volar. —Volvió la cabeza para ver dónde estaba Malfoy y aceleró el paso cuando llegaron al vestíbulo—. Oye, date prisa, ¿quieres? Tengo que hacer una cosa…
Ron, intrigado, se apresuró y lo siguió hasta la torre de Gryffindor. No obstante, Peeves los entretuvo un rato, pues había atrancado una puerta del cuarto piso y no dejaba pasar a nadie que no accediera a prenderse fuego en los calzoncillos. Al final, Harry y Ron dieron media vuelta y tomaron uno de sus atajos. Cinco minutos más tarde pasaban por el hueco del retrato.
—¿Piensas explicarme lo que estamos haciendo o no? —le preguntó Ron, jadeando ligeramente.
—Por aquí —indicó Harry, y cruzó la sala común guiando a su amigo hasta la puerta de la escalera de los chicos.
Como Harry esperaba, el dormitorio estaba vacío. Abrió su baúl y empezó a rebuscar mientras Ron lo observaba con impaciencia.
—Oye, Harry…
—Malfoy está utilizando a Crabbe y Goyle como centinelas. Durante la clase de Aparición estaba discutiendo con Crabbe. Quiero saber… ¡Aja!
Lo había encontrado: un trozo de pergamino doblado y aparentemente en blanco. Harry lo desplegó, lo alisó y le dio unos golpecitos con la varita.
—«¡Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas!» O las de Malfoy, vaya.
De inmediato, el mapa del merodeador apareció dibujado en la hoja de pergamino. Era un detallado plano de los pisos del castillo, en el que se veía cómo se trasladaban de un lugar a otro unos diminutos puntos negros, cada uno rotulado con un nombre, que representaban a los habitantes del edificio.
—Ayúdame a encontrar a Malfoy —pidió Harry con urgencia.
Puso el mapa encima de su cama, y los dos amigos se inclinaron sobre él para buscar a Malfoy.
—¡Aquí! —exclamó Ron poco después—. Está en la sala común de Slytherin, mira… Con Parkinson, Zabini, Crabbe y Goyle…
Harry examinó el mapa, decepcionado, pero se recuperó casi de inmediato.
—Bueno, a partir de ahora no voy a perderlo de vista —prometió—. Y en cuanto lo vea husmeando por ahí mientras Crabbe y Goyle montan guardia fuera, me pondré la capa invisible e iré a averiguar qué está…
Se interrumpió cuando vio entrar en el dormitorio a Neville, que despedía un fuerte olor a tela chamuscada y se puso a buscar otros calzoncillos en su baúl.
Pese a su firme determinación de pillar a Malfoy, Harry no tuvo suerte en las dos semanas siguientes. Aunque consultaba el mapa siempre que podía, en ocasiones haciendo visitas innecesarias al lavabo entre clase y clase para examinarlo, ni una sola vez vio a Malfoy en un sitio sospechoso. En cambio, sí vio a Crabbe y Goyle paseando por el castillo, cada uno por su lado, con mayor frecuencia de la habitual; a veces se detenían en un pasillo vacío, pero Malfoy no sólo no estaba cerca de ellos, sino que era imposible localizarlo. Eso era muy misterioso. Harry barajó la posibilidad de que Malfoy saliera del colegio, pero ¿cómo, si en el colegio se habían instalado severas medidas de seguridad? Supuso que todo se debía a que costaba mucho distinguirlo entre los cientos de puntos negros que aparecían en el mapa del merodeador. Respecto al hecho de que Malfoy, Crabbe y Goyle fueran cada uno por su lado, mientras que hasta entonces habían sido inseparables, era algo que solía suceder cuando uno se hacía mayor: Harry recordó que Ron y Hermione, lamentablemente, ofrecían un claro ejemplo de ello.
Febrero dejó paso a marzo y el tiempo no cambió mucho, aunque además de llover hacía más viento. Todos los estudiantes manifestaron indignación cuando en los tablones de anuncios de las casas apareció un letrero que informaba sobre la cancelación de la siguiente excursión a Hogsmeade. Ron se puso furioso.
—¡Iba a coincidir con mi cumpleaños! —exclamó—. ¡Me hacía mucha ilusión!
—A mí no me sorprende que la hayan suspendido, la verdad —dijo Harry—. Después de lo que le pasó a Katie…
Katie todavía no había vuelto de San Mungo. Y además,
El Profeta
había informado de otras desapariciones, entre ellas varios parientes de alumnos de Hogwarts.
—Pues lo único que ahora podrá motivarme un poco es esa tontería de la Aparición —refunfuñó Ron—. Menudo regalo de cumpleaños…
Ya llevaban tres sesiones y se estaba demostrando que la Aparición no era coser y cantar; a lo sumo, algunos estudiantes habían conseguido despartirse. Se respiraba un ambiente de frustración y una palpable hostilidad hacia Wilkie Twycross y sus tres D, lo cual había dado pie a varios apodos para el instructor; los más educados, don Desastre y doctor Desgracia.
—¡Feliz cumpleaños, Ron! —dijo Harry el primero de marzo cuando los ruidos de Seamus y Dean, que se iban a desayunar, los despertaron—. Toma, tu regalo.
Lanzó un paquete sobre la cama de su amigo, donde ya había un pequeño montón de obsequios que Harry supuso le habían dejado los elfos domésticos por la noche.
—Gracias —contestó Ron, adormilado, y mientras desgarraba el envoltorio, Harry se levantó, abrió su baúl y buscó el mapa del merodeador; siempre lo escondía ahí después de utilizarlo. Sacó la mitad del contenido del baúl hasta que lo encontró debajo de los calcetines, hechos una bola, donde todavía guardaba la botellita de poción de la suerte
Felix Felicis
.
Se llevó el mapa a la cama, le dio unos golpecitos y pronunció: «¡Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas!», pero en voz muy baja para que no lo oyera Neville, que en ese momento pasaba por allí.
—¡Son fenomenales, Harry! ¡Muchas gracias! —exclamó Ron, agitando unos guantes de guardián nuevos.
—De nada —repuso Harry, distraído, mientras escudriñaba el dormitorio de Slytherin en busca de Malfoy—. ¡Eh, me parece que no está en la cama…!
Ron no contestó; estaba demasiado ocupado abriendo paquetes y de vez en cuando soltaba una exclamación de júbilo.
—¡Qué pasada de regalos me han hecho este año! —se alegró, y sostuvo en alto un pesado reloj de pulsera de oro con extraños símbolos alrededor de la esfera y diminutas estrellas móviles en lugar de manecillas—. ¡Mira lo que me han enviado mis padres! Jo, me parece que el año que viene también me haré mayor de edad.
—¡Qué guapo! —contestó Harry echándole un breve vistazo al reloj, y siguió examinando atentamente el mapa. ¿Dónde se había metido Malfoy? No estaba desayunando en la mesa de Slytherin del Gran Comedor, ni con Snape, que estaba sentado en su despacho, ni en los lavabos, ni en la enfermería…
—¿Quieres uno? —le ofreció Ron con la boca llena, tendiéndole una caja de calderos de chocolate.
—No, gracias —dijo Harry, y levantó la cabeza—. ¡Malfoy ha vuelto a esfumarse!
—No puede ser —replicó su amigo, y se zampó otro caldero mientras se levantaba para vestirse—. ¡Vamos, si no te das prisa tendrás que aparecerte con el estómago vacío! Aunque, ahora que lo pienso, quizá sería más fácil así… —Se quedó mirando la caja de calderos de chocolate, pensativo; luego se encogió de hombros y se comió el tercero.
Harry le dio unos golpecitos con la varita al mapa, murmuró «¡Travesura realizada!», aunque en realidad no había hecho ninguna, y se vistió sin dejar de cavilar. Tenía que haber una explicación para las periódicas desapariciones de Malfoy. Claro, la mejor forma de averiguarlo sería seguirlo, pero esa idea era poco práctica aunque utilizara la capa invisible, porque tenía clases, entrenamientos de
quidditch
, deberes y cursillo de Aparición. No podía pasarse todo el día persiguiendo a Malfoy por el castillo sin que nadie reparara en sus ausencias.
—¿Estás listo? —le preguntó a Ron, y se encaminó a la puerta del dormitorio. Pero Ron no se movió; se había apoyado contra un poste de su cama y miraba por la ventana, azotada por la lluvia, con los ojos desenfocados de una forma muy extraña—. ¡Vamos! ¡El desayuno!
—No tengo hambre.
—Pero ¿no acabas de decir…?
—Está bien, bajaré contigo —cedió con un suspiro—, pero no voy a comer nada.
Harry lo observó con ceño.
—Te has comido media caja de calderos, ¿verdad?
—No es eso —contestó Ron, y volvió a suspirar—. Déjalo; tú… no lo entenderías.
—Y que lo digas —repuso Harry, muy extrañado, y se dio la vuelta para salir al pasillo.
—¡Harry! —exclamó de pronto Ron.
—¿Qué?
—¡No puedo soportarlo, Harry!
—¿Qué es lo que no puedes soportar? —Empezaba a alarmarse de verdad. Su amigo había palidecido y daba la impresión de que iba a vomitar.
—¡No puedo dejar de pensar en ella! —admitió Ron con voz quebrada.
Harry lo miró boquiabierto. No estaba preparado para una cosa así, y no estaba seguro de querer escuchar su confesión. Eran íntimos amigos, pero si Ron empezaba a llamar a Lavender «La-La», él se iba a plantar.
—¿Y por qué eso va a impedirte bajar a desayunar? —le preguntó, procurando introducir un poco de sentido común en la conversación.
—Me parece que ella ni siquiera sabe que existo —dijo Ron con un gesto de desesperación.
—¡Claro que sabe que existes! —exclamó Harry, perplejo—. Se pasa el día besándote, ¿no?
—¿De quién estás hablando? —Ron parpadeó.
—¿Y de quién estás hablando tú? —Era evidente que aquel diálogo no tenía ni pizca de lógica.