Harry Potter y el Misterio del Príncipe (40 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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Una tarde, poco después de Año Nuevo, Harry, Ron y Ginny se pusieron en fila junto a la chimenea de la cocina para regresar a Hogwarts. El ministerio había organizado esa conexión excepcional a la Red Flu para que los estudiantes pudieran volver de manera rápida y segura al colegio. La señora Weasley era la única presente en La Madriguera para despedir a los muchachos; su marido, Fred, George, Bill y Fleur ya se habían marchado al trabajo. Se deshizo en lágrimas en el momento de la partida. Hay que decir que últimamente estaba muy sensible; le afloraban las lágrimas con facilidad desde que el día de Navidad Percy saliera precipitadamente de la casa con una chirivía espachurrada en las gafas (de lo cual Fred, George y Ginny se declaraban responsables).

—No llores, mamá —la consoló Ginny, y le dio palmaditas en la espalda mientras la señora Weasley sollozaba con la cabeza apoyada en el hombro de su hija—. No pasa nada…

—Sí, no te preocupes por nosotros —agregó Ron, y permitió que su madre le plantara un beso en la mejilla—, ni por Percy. Es un imbécil, no se merece que sufras por él.

Ella lloró aún con más ganas cuando abrazó a Harry.

—Prométeme que tendrás cuidado… y que no te meterás en líos…

—Pero si yo nunca me meto en líos, señora Weasley. Usted ya me conoce, me gusta la tranquilidad…

La mujer soltó una risita llorosa y se separó del muchacho.

—Portaos bien, chicos…

Harry se metió en las llamas verde esmeralda y gritó: «¡A Hogwarts!» Tuvo una última y fugaz visión de la cocina y del lloroso rostro de la señora Weasley antes de que las llamas se lo tragaran. Mientras giraba vertiginosamente sobre sí mismo, atisbo imágenes borrosas de otras habitaciones de magos, pero no logró observarlas bien. Luego empezó a reducir la velocidad y finalmente se detuvo en seco en la chimenea del despacho de la profesora McGonagall. Ésta apenas levantó la vista de su trabajo cuando él salió arrastrándose de la chimenea.

—Buenas noches, Potter. Procura no ensuciarme la alfombra de ceniza.

—Descuide, profesora.

Harry se ajustó las gafas y se alisó el cabello mientras Ron aparecía girando como una peonza en la chimenea. Después llegó Ginny, y los tres salieron del despacho de la profesora rumbo a la torre de Gryffindor. Mientras recorrían los pasillos, Harry miraba por las ventanas; el sol ya se estaba poniendo detrás de los jardines, recubiertos de una capa de nieve aún más gruesa que la del jardín de La Madriguera. A lo lejos vio a Hagrid dando de comer a
Buckbeak
delante de su cabaña.

—«¡Baratija!» —dijo Ron cuando llegaron al cuadro de la Señora Gorda, que estaba más pálida de lo habitual e hizo una mueca de dolor al oír la fuerte voz del muchacho.

—No —contestó.

—¿Cómo que no?

—Hay contraseña nueva —aclaró la Señora Gorda—. Y no grites, por favor.

—Pero si hemos estado fuera, ¿cómo quiere que sepamos…?

—¡Harry! ¡Ginny!

Hermione corría hacia ellos; tenía las mejillas sonrosadas y llevaba puestos la capa, el sombrero y los guantes.

—He llegado hace un par de horas. Vengo de visitar a Hagrid y
Buck
… quiero decir
Witherwings
—dijo casi sin aliento—. ¿Habéis pasado unas buenas vacaciones?

—Sí —contestó Ron—, bastante moviditas. Rufus Scrim…

—Tengo una cosa para ti, Harry —añadió Hermione sin mirar a Ron ni dar señales de haberlo oído—. ¡Ah, espera, la contraseña! «¡Abstinencia!»

—Correcto —dijo la Señora Gorda con un hilo de voz, y el retrato se apartó revelando el hueco.

—¿Qué le pasa? —preguntó Harry.

—Serán los excesos navideños —respondió Hermione poniendo los ojos en blanco, y entró en la abarrotada sala común—. Su amiga Violeta y ella se bebieron todo el vino de ese cuadro de monjes borrachos que hay en el pasillo del aula de Encantamientos. En fin… —Rebuscó en su bolsillo y extrajo un rollo de pergamino con la letra de Dumbledore.

—¡Perfecto! —exclamó Harry, y se apresuró a desenrollarlo. Ponía que su próxima clase con el director del colegio sería la noche siguiente—. Tengo muchas cosas que contarle, y a vosotros también. Vamos a sentarnos…

Pero en ese momento se oyó un fuerte «¡Ro-Ro!», y Lavender Brown salió a toda velocidad de no se supo dónde y se arrojó a los brazos de Ron. Algunos curiosos se rieron por lo bajo; Hermione soltó una risita cantarina y dijo:

—Allí hay una mesa. ¿Vienes, Ginny?

—No, gracias, he quedado con Dean —se excusó Ginny, aunque Harry advirtió que no lo decía con mucho entusiasmo.

Dejaron a Ron y Lavender enzarzados en una especie de lucha grecorromana y Harry condujo a Hermione hasta una mesa libre.

—¿Qué tal has pasado las Navidades?

—Bien —contestó ella encogiéndose de hombros—. No han sido nada del otro mundo. ¿Y qué tal vosotros en casa de Ro-Ro?

—Ahora te lo cuento. Pero primero… Oye, Hermione, ¿no podrías…?

—No, no puedo. Así que no te molestes en pedírmelo.

—Creía que a lo mejor, ya sabes, durante las Navidades…

—La que se bebió una cuba de vino de hace quinientos años fue la Señora Gorda, Harry, no yo. ¿Qué es esa noticia tan importante que querías contarme?

Hermione parecía demasiado furiosa para discutir con ella, de modo que Harry renunció a hacerla razonar acerca de Ron y le explicó lo que había oído decir a Malfoy y Snape.

Cuando terminó, Hermione reflexionó un momento y luego dijo:

—¿No crees que…?

—¿… fingía prestarle su ayuda para que Malfoy le contara qué es eso que está tramando?

—Sí, más o menos.

—Eso mismo creen el padre de Ron y Lupin —refunfuñó Harry—. Pero esto demuestra a las claras que Malfoy está planeando algo, no puedes negarlo.

—No, claro.

—Y que actúa obedeciendo las órdenes de Voldemort, como yo sospechaba.

—Hum… ¿Mencionó alguno de ellos a Voldemort?

—No estoy seguro —respondió Harry e intentó hacer memoria—. Snape dijo «tu amo», de eso sí me acuerdo, ¿y quién va a ser su amo si no Voldemort?

—No lo sé —dijo Hermione mordiéndose el labio—. ¿Su padre? —Y se quedó un momento con la mirada perdida, como absorta en sus pensamientos, y ni siquiera vio a Lavender haciéndole cosquillas a Ron—. ¿Cómo está Lupin? —preguntó al cabo.

—No muy bien —respondió Harry, y le contó lo de la misión del ex profesor entre los hombres lobo y las dificultades a que se enfrentaba—. ¿Has oído hablar de Fenrir Greyback?

—¡Pues claro! —dijo Hermione con un sobresalto—. ¡Y tú también!

—¿Cuándo? ¿En Historia de la Magia? Sabes muy bien que jamás he escuchado…

—No, no. En Historia de la Magia no. ¡Malfoy amenazó a Borgin con enviarle a ese individuo! En el callejón Knockturn, ¿no te acuerdas? ¡Le dijo que Greyback era un viejo amigo de su familia y que iría a ver qué progresos hacía!

Harry la miró boquiabierto.

—¡No me acordaba! Pues eso demuestra que Malfoy es un
mortífago
, porque si no, ¿cómo iba a estar en contacto con Greyback y darle órdenes?

—Da que sospechar —admitió Hermione en voz baja—. A menos que…

—¡Vamos, Hermione! —la urgió Harry, exasperado—. ¡Esta vez tendrás que reconocerlo!

—Bueno, cabe la posibilidad de que fuera un farol, una falsa amenaza…

—Eres increíble, de verdad —dijo Harry meneando la cabeza—. Ya veremos quién tiene razón. Tendrás que tragarte lo que has dicho, Hermione, igual que el ministerio. ¡Ah, sí! Y también tuve una discusión con Rufus Scrimgeour…

Pasaron el resto de la velada sin pelearse, criticando al ministro de Magia, pues Hermione, como Ron, opinaba que después de todo lo que el ministerio le había hecho pasar a Harry el año anterior, era una desfachatez que fueran a pedirle ayuda.

El segundo trimestre empezó a la mañana siguiente con una agradable sorpresa para los alumnos de sexto: por la noche habían colgado un gran letrero en los tablones de anuncios de la sala común de cada una de las casas, que anunciaba:

CLASES DE APARICIÓN

Si tienes diecisiete años o vas a cumplirlos antes del 31 de agosto, puedes apuntarte a un cursillo de Aparición de doce semanas dirigido por un instructor de Aparición del Ministerio de Magia.

Se ruega a los interesados que anoten su nombre en la lista.

Precio: 12 galeones.

Harry y Ron se unieron a los estudiantes que se apiñaban alrededor del letrero esperando turno para anotar sus nombres. Ron se disponía a inscribirse después de Hermione cuando Lavender se le acercó por detrás, le tapó los ojos y canturreó: «¡Adivina quién soy, Ro-Ro!» Hermione se marchó con aire ofendido y Harry la siguió, pues no tenía ningunas ganas de quedarse con Ron y Lavender, pero se llevó una sorpresa al ver que su amigo los alcanzaba cuando ellos acababan de salir por el hueco del retrato. Parecía contrariado y tenía las orejas enrojecidas. Sin decir palabra, Hermione aceleró el paso para alcanzar a Neville.

—Bueno, clases de Aparición —dijo Ron, sin duda tratando de que Harry no mencionara lo que acababa de pasar—. Será divertido, ¿no?

—No lo sé —repuso Harry—. Quizá sea más cómodo hacerlo solo; cuando Dumbledore me llevó con él no lo pasé muy bien, la verdad.

—Vaya, no recordaba que tú ya te habías aparecido… Más vale que apruebe el examen a la primera. Fred y George lo consiguieron.

—Pero Charlie suspendió, ¿verdad?

—Sí, pero como Charlie es más corpulento que yo —dijo Ron abriendo los brazos como para abarcar el contorno de un gorila—, los gemelos no se metieron mucho con él, al menos cuando estaba presente.

—¿Cuándo podremos hacer el examen?

—En cuanto hayamos cumplido diecisiete años. ¡O sea que yo me examinaré en marzo!

—Sí, pero no podrás aparecerte aquí, en el castillo —le advirtió Harry.

—Eso no importa. La gracia es que todo el mundo sepa que puedo aparecerme si quiero.

Ron no era el único emocionado con las clases de Aparición. Ese día se habló mucho del cursillo; el hecho de poder esfumarse y volver a aparecer al antojo de uno ofrecía a los alumnos un mundo de posibilidades.

—Será genial eso de… —Seamus chasqueó los dedos—. Mi primo Fergus lo hace continuamente sólo para fastidiarme; ya veréis cuando yo también pueda desaparecerme… Le voy a hacer la vida imposible.

Y se emocionó tanto imaginando esa feliz circunstancia que agitó la varita con excesivo entusiasmo y en lugar de generar una fuente de agua cristalina, que era el objetivo de la clase de Encantamientos de ese día, hizo aparecer un chorro de manguera que rebotó en el techo y le dio en plena cara al profesor Flitwick.

El profesor se secó con una sacudida de su varita y, ceñudo, ordenó a Seamus que copiara la frase «Soy un mago y no un babuino blandiendo un palo». El chico se quedó un tanto abochornado.

—Harry ya se ha aparecido —le susurró Ron—. Dum… bueno, alguien lo acompañó; Aparición Conjunta, ya sabes.

—¡Anda! —susurró Seamus, y Dean, Neville y él juntaron un poco más las cabezas para que su compañero les explicara qué se sentía al aparecerse.

Durante el resto del día, muchos alumnos de sexto agobiaron a Harry con preguntas, ansiosos por anticiparse a las sensaciones que experimentarían. Pero ninguno de ellos se desanimó cuando les contó lo incómodo que era aparecerse, aunque se sintieron sobrecogidos. Eran casi las ocho de la tarde y Harry todavía estaba contestando a las preguntas de sus compañeros con pelos y señales. Al final, para no llegar tarde a su clase particular, se vio obligado a alegar que tenía que devolver sin falta un libro en la biblioteca.

En el despacho de Dumbledore, las lámparas estaban encendidas, los retratos de sus predecesores roncaban suavemente en sus marcos y el
pensadero
volvía a estar preparado encima de la mesa. El director tenía las manos posadas a ambos lados de la vasija; la derecha se veía más negra y chamuscada que antes. No parecía que se le estuviera curando, y Harry se preguntó por enésima vez cómo se habría hecho el anciano profesor una lesión tan extraña, pero no hizo ningún comentario; Dumbledore le había dicho que ya lo sabría en su momento, y ahora había otro asunto del que Harry quería hablar. Pero, antes de que pudiera decir nada acerca de Snape y Malfoy, Dumbledore dijo:

—Tengo entendido que estas Navidades conociste al ministro de Magia.

—Sí. No está muy contento conmigo.

—No —suspiró Dumbledore—. Tampoco está contento conmigo. Debemos procurar no hundirnos bajo el peso de nuestras tribulaciones, Harry, y seguir luchando.

Harry forzó una sonrisa.

—Pretendía que le dijera a la comunidad mágica que el ministerio está realizando una labor maravillosa.

—Fue ideade Fudge, ¿sabes?—comentó Dumbledore sonriendo también—. Cuando en sus últimos días como ministro intentaba por todos los medios aferrarse a su cargo, quiso hablar contigo con la esperanza de que le ofrecieras apoyo…

—¿Después de todo lo que hizo el año pasado? —repuso Harry—. ¿Después de lo de la profesora Umbridge?

—Le dije a Cornelius que lo descartara, pero la idea persistió a pesar de que él abandonó el ministerio. Pocas horas después del nombramiento de Scrimgeour, me reuní con él y me pidió que le organizara una entrevista contigo.

—¡Así que discutieron por eso! —saltó Harry—. Salió en
El Profeta
.

—Es inevitable que alguna que otra vez
El Profeta
diga la verdad. Aunque sea sin querer. Sí, ése fue el motivo de nuestra discusión. Pues bien, resulta que al final Rufus halló la manera de abordarte.

—Me acusó de ser «fiel a Dumbledore, cueste lo que cueste».

—¡Qué insolencia!

—Le contesté que sí, que lo era.

Dumbledore fue a decir algo, pero cerró la boca. Detrás de Harry,
Fawkes
, el fénix, emitió un débil y melodioso quejido. Entonces el muchacho, reparando en que al director se le habían humedecido los ojos, desvió rápidamente la mirada y se quedó contemplándose los zapatos, abochornado. Sin embargo, cuando Dumbledore habló, no lo hizo con voz quebrada.

—Me conmueves, Harry.

—Scrimgeour quería saber adónde va usted cuando no está en Hogwarts —continuó Harry, sin apartar la vista de los zapatos.

—Sí, me consta que le encantaría saberlo —repuso Dumbledore con un deje jovial, y Harry consideró oportuno levantar la mirada—. Incluso ha intentado espiarme. Tiene gracia. Ordenó a Dawlish que me siguiera. Eso no estuvo nada bien. Ya me vi obligado a embrujar a ese
auror
en una ocasión y, lamentándolo mucho, tuve que hacerlo otra vez.

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