Harry Potter y el Misterio del Príncipe (39 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—Tienes un gusano en el pelo, Harry —observó Ginny, risueña, y se inclinó sobre la mesa para quitárselo. A Harry se le erizó el vello de la nuca, pero esa reacción no tenía nada que ver con el gusano.

—¡Qué
hogog
! —exclamó Fleur fingiendo un escalofrío.

—Sí, ¿verdad? —corroboró Ron—. ¿Quieres salsa, Fleur?

En su afán de ayudarla, a Ron se le cayó de las manos la salsera de jugo de carne; Bill agitó la varita y la salsa se elevó y regresó dócilmente a la salsera.


Egues peog
que esa Tonks —le dijo Fleur a Ron después de besar a Bill para darle las gracias—.
Siempge
lo
tiga
todo…

—Invité a nuestra querida Tonks a que hoy comiese con nosotros —comentó la señora Weasley mientras dejaba la bandeja de las zanahorias en la mesa con un golpazo innecesario y fulminando con la mirada a Fleur—. Pero no ha querido venir. ¿Has hablado con ella últimamente, Remus?

—No, hace tiempo que no hablo con nadie —respondió Lupin—. Pero supongo que Tonks pasará la Navidad con su familia, ¿no?

—Hum. Puede ser —dijo la señora Weasley—. Pero me dio la impresión de que pensaba pasarla sola.

Le lanzó una mirada de enojo a Lupin, como si él tuviera la culpa de que su futura nuera fuera Fleur y no Tonks. A su vez Harry miró a Fleur, que en ese momento le daba a Bill trocitos de pavo con su propio tenedor, y pensó que la señora Weasley estaba librando una batalla perdida de antemano. Sin embargo, se acordó de una duda que tenía relacionada con Tonks, ¿y quién iba a resolvérsela mejor que Lupin, el hombre que lo sabía todo acerca de los
patronus
?

—El
patronus
de Tonks ha cambiado de forma —empezó—. O eso dijo Snape. No sabía que pudiera suceder algo así. ¿Por qué cambia un
patronus
?

Lupin terminó de masticar un trozo de pavo y tragó antes de contestar pausadamente:

—A veces… cuando uno sufre una fuerte conmoción… un trauma…

—Era grande y tenía cuatro patas —recordó Harry; de pronto se le ocurrió algo y bajó la voz—: Eh, ¿podría ser…?

—¡Arthur! —exclamó de pronto la señora Weasley, levantándose de la silla para mirar por la ventana de la cocina—. ¡Arthur, es Percy!

—¿Qué?

El señor Weasley se giró y todos los demás miraron también por la ventana; Ginny se levantó para ver mejor: en efecto, Percy Weasley, cuyas gafas destellaban a la luz del sol, avanzaba con dificultad por el nevado jardín. Pero no venía solo.

—¡Arthur, viene… viene con el ministro!

En efecto, el hombre al que Harry había visto en
El Profeta
avanzaba detrás de Percy cojeando ligeramente, con la melena entrecana y la negra capa salpicadas de nieve. Antes de que nadie dijera nada o los señores Weasley hicieran otra cosa que mirarse con perplejidad, la puerta trasera se abrió y Percy se plantó en el umbral.

Hubo un breve pero incómodo silencio. Entonces Percy dijo con cierta rigidez:

—Feliz Navidad, madre.

—¡Oh, Percy! —exclamó ella, y se arrojó a los brazos de su hijo.

Rufus Scrimgeour, apoyado en su bastón, se quedó en el umbral sonriendo mientras observaba la tierna escena.

—Les ruego perdonen esta intrusión —se disculpó cuando la señora Weasley lo miró secándose las lágrimas, radiante de alegría—. Percy y yo estábamos trabajando aquí cerca, ya saben, y su hijo no ha podido resistir la tentación de pasar a verlos a todos.

Sin embargo, Percy no parecía tener intención de saludar a ningún otro miembro de su familia. Se quedó quieto, tieso como un palo, muy incómodo y sin mirar a nadie en particular. El señor Weasley, Fred y George lo observaban con gesto imperturbable.

—¡Pase y siéntese, por favor, señor ministro! —dijo la señora Weasley, aturullada, mientras se enderezaba el sombrero—. Coma un moco de pavo… ¡Ay, perdón! Quiero decir un poco de…

—No, no, querida Molly —dijo Scrimgeour, y Harry supuso que el ministro le había preguntado a Percy el nombre de su madre antes de entrar en la casa—. No quiero molestar, no habría venido si Percy no hubiera insistido tanto en verlos…

—¡Oh, Percy! —exclamó de nuevo la señora Weasley, con voz llorosa y poniéndose de puntillas para besar a su hijo.

—Sólo tenemos cinco minutos —añadió el ministro—, así que iré a dar un paseo por el jardín mientras ustedes charlan con Percy. No, no, le repito que no quiero molestar. Bueno, si alguien tuviera la amabilidad de enseñarme su bonito jardín… ¡Ah, veo que ese joven ya ha terminado! ¿Por qué no me acompaña él a dar un paseo?

Todos mudaron perceptiblemente el semblante y miraron a Harry. Nadie se tragó que Scrimgeour no supiera su nombre, ni les pareció lógico que lo eligiese a él para dar un paseo por el jardín, puesto que Ginny y Fleur también tenían los platos vacíos.

—De acuerdo —asintió Harry, intuyendo la verdad: pese a la excusa de que estaban trabajando por esa zona y Percy había querido ver a su familia, el verdadero motivo de la visita era que el ministro quería hablar a solas con Harry Potter—. No importa —dijo en voz baja al pasar junto a Lupin, que había hecho ademán de levantarse de la silla—. No pasa nada —añadió al ver que el señor Weasley iba a decir algo.

—¡Estupendo! —exclamó Scrimgeour, y se apartó para que Harry saliese el primero—. Sólo daremos una vuelta por el jardín, y luego Percy y yo nos marcharemos. ¡Sigan, sigan con lo que estaban haciendo!

Se dirigieron hacia el jardín de los Weasley, frondoso y cubierto de nieve; Scrimgeour cojeaba un poco. Harry sabía que, antes que ministro, Scrimgeour había sido jefe de la Oficina de
Aurores
; tenía un aspecto severo y curtido y no se parecía en nada al corpulento Fudge con su característico bombín.

—Precioso —observó Scrimgeour, deteniéndose junto a la valla del jardín, y contempló desde allí el nevado césped y las siluetas de las plantas, que apenas se distinguían—. Realmente precioso.

Harry no comentó nada. Era consciente de que el ministro lo observaba de reojo.

—Hacía mucho tiempo que quería conocerte —dijo Scrimgeour al cabo de un momento—. ¿Lo sabías?

—No.

—Pues sí, hace mucho tiempo. Ya lo creo. Pero Dumbledore siempre te ha protegido. Es natural, desde luego, muy natural, después de todo lo que has pasado… Y especialmente después de lo sucedido en el ministerio… —Esperó a que Harry dijera algo, pero el muchacho permaneció callado, así que continuó—: Estaba deseando que se presentara una ocasión para hablar contigo desde que ocupé mi nuevo cargo, pero Dumbledore lo ha impedido una y otra vez, lo cual es muy comprensible.

Harry siguió expectante.

—¡Qué rumores han circulado de un tiempo a esta parte! —exclamó Scrimgeour—. Aunque ya se sabe que las historias se tergiversan… Todas esas murmuraciones acerca de una profecía… De que tú eras «el Elegido»…

Harry pensó que se estaban acercando al motivo por el cual el ministro había ido a La Madriguera.

—Supongo que Dumbledore te habrá hablado de estas cosas.

Harry se preguntó si debía mentir. Observó las pequeñas huellas de gnomos que había alrededor de los arriates de flores y las pisadas en la nieve que señalaban el sitio donde Fred había atrapado al gnomo que después colocaron en el árbol de Navidad ataviado con un tutú. Finalmente, decidió decir la verdad… o al menos una parte.

—Sí, hemos hablado.

—Claro, claro —comentó Scrimgeour. Harry vio que el ministro lo miraba con los ojos entornados, así que fingió estar muy interesado en un gnomo que acababa de asomar la cabeza por debajo de un rododendro congelado—. ¿Y qué te ha contado Dumbledore, Harry?

—Lo siento, pero eso es asunto nuestro.

Lo dijo con el tono más respetuoso que pudo, y Scrimgeour también empleó un tono cordial cuando repuso:

—Por supuesto, por supuesto. Si se trata de asuntos confidenciales, no quisiera obligarte a divulgar… No, no. Además, en realidad no importa que seas o no el Elegido.

Harry tuvo que pensárselo antes de responder:

—No sé a qué se refiere, señor ministro.

—Bueno, a ti te importará muchísimo, desde luego —dijo Scrimgeour y soltó una risita—. Pero para la comunidad mágica en general… Todo es muy subjetivo, ¿no? Lo que interesa es lo que cree la gente.

Harry guardó silencio. Le pareció intuir adónde quería ir a parar el ministro, pero no pensaba ayudarlo a llegar allí. El gnomo del rododendro se había puesto a escarbar buscando gusanos entre las raíces y Harry fijó la vista en él.

—Verás, la gente cree que tú eres el Elegido —prosiguió Scrimgeour—. Te consideran un gran héroe, ¡y lo eres, Harry, elegido o no! ¿Cuántas veces te has enfrentado ya a El-que-no-debe-ser-nombrado? En fin —siguió sin esperar respuesta—, el caso es que eres un símbolo de esperanza para muchas personas. El hecho de pensar que existe alguien que tal vez sería capaz de destruir a El-que-no-debe-ser-nombrado, o que incluso podría estar destinado a hacerlo… bueno, levanta bastante la moral de la gente. Y no puedo evitar la sensación de que, cuando te des plena cuenta de ello, quizá consideres que es… no sé cómo decirlo… bien, que es casi un deber colaborar con el ministerio y estimular un poco a todo el mundo.

El gnomo acababa de atrapar un gusano y tiraba de él intentando sacarlo del suelo helado. Como Harry seguía callado, Scrimgeour, mirándolo primero a él y luego al gnomo, dijo:

—Qué tipos tan curiosos, ¿verdad? Pero ¿qué opinas tú, Harry?

—No entiendo muy bien qué espera de mí —respondió el muchacho por fin—. «Colaborar con el ministerio.» ¿Qué significa eso exactamente?

—Bueno, nada demasiado molesto, te lo aseguro —repuso Scrimgeour—. Quedaría bien que te vieran entrar y salir del ministerio de vez en cuando, por ejemplo. Y mientras estuvieras allí, tendrías oportunidad de hablar con Gawain Robards, mi sucesor como jefe de la Oficina de
Aurores
. Dolores Umbridge me ha dicho que ambicionas ser
auror
. Pues bien, eso tiene fácil arreglo…

Harry notó cómo la rabia se le encendía en el estómago; así que Dolores Umbridge seguía trabajando en el ministerio, ¿eh?

—O sea —puntualizó el muchacho—, que le gustaría que diera la impresión de que trabajo para el ministerio, ¿no?

—A la gente la animaría pensar que te implicas más —comentó Scrimgeour, que parecía alegrarse de que Harry hubiera captado el mensaje a la primera—. El Elegido, ¿entiendes? Se trata de infundir optimismo en la población, de transmitirle la sensación de que están pasando cosas extraordinarias…

—Pero si entro y salgo del ministerio —replicó Harry, esforzándose por mantener un tono cordial—, ¿no parecerá que apruebo su política?

—Bueno —repuso Scrimgeour frunciendo levemente la frente—, sí, eso es, en parte, lo que nos gustaría que…

—No, no creo que dé resultado. Mire, no me gustan ciertas cosas que está haciendo el ministerio. Encerrar a Stan Shunpike, por ejemplo.

Scrimgeour endureció el semblante.

—No espero que lo entiendas —dijo, pero no tuvo tanto éxito como Harry en disimular la rabia que sentía—. Vivimos tiempos difíciles y es preciso adoptar ciertas medidas. Tú sólo tienes dieciséis años y…

—Dumbledore no tiene dieciséis años, y él tampoco cree que Stan deba estar en Azkaban. Han convertido a Stan en un cabeza de turco y a mí quieren convertirme en una mascota.

Se miraron a los ojos, largamente y con dureza. Al fin Scrimgeour dijo, ya sin fingir cordialidad:

—Entiendo. Prefieres desvincularte del ministerio, igual que Dumbledore, tu héroe, ¿verdad?

—No quiero que me utilicen —afirmó Harry.

—¡Hay quienes piensan que tu deber es dejar que el ministerio te utilice!

—Y hay quienes piensan que ustedes tienen el deber de comprobar si una persona es de verdad un
mortífago
antes de encerrarla en la cárcel —replicó Harry, cada vez más enfadado—. Ustedes están haciendo lo mismo que hacía Barty Crouch. No acaban de cogerle el tranquillo, ¿eh? ¡O teníamos a Fudge, que fingía que todo era maravilloso mientras asesinaban a la gente delante de sus narices, o lo tenemos a usted, que encarcela a inocentes y pretende ufanarse de que el Elegido trabaja para usted!

—Entonces ¿no eres el Elegido?

—¿No acaba de decir que en realidad no importa que lo sea o no? —replicó Harry, y soltó una risa amarga—. O al menos a usted no le importa.

—No debí decir eso —se apresuró a rectificar Scrimgeour—. Ha sido un comentario poco afortunado…

—No; ha sido un comentario sincero —lo corrigió Harry—. Una de las pocas cosas sinceras que me ha dicho hasta ahora. A usted no le importa que yo viva o muera, sólo le interesa que lo ayude a convencer a todos de que está ganando la guerra contra Voldemort. No lo he olvidado, señor ministro… —Levantó la mano derecha y le enseñó el dorso, donde perduraban las cicatrices de lo que Dolores Umbridge le había obligado a grabar en su propia carne: «No debo decir mentiras»—. No recuerdo que usted saliera en mi defensa cuando yo intentaba explicarles a todos que Voldemort había regresado. El año pasado, el ministerio no mostraba tanto interés en mantener buenas relaciones conmigo.

Permanecieron en silencio, tan fríos como el suelo que tenían bajo los pies. El gnomo había conseguido por fin arrancar su gusano y lo chupaba con deleite, apoyado contra las ramas bajas del rododendro.

—¿Qué está tramando Dumbledore?—preguntó Scrimgeour con brusquedad—. ¿Adonde va cuando se marcha de Hogwarts?

—No tengo ni idea.

—Y si lo supieras no me lo dirías, ¿verdad?

—No, no se lo diría.

—En ese caso, tendré que averiguarlo por otros medios.

—Inténtelo —dijo Harry con indiferencia—. Pero usted parece más inteligente que Fudge; espero que haya aprendido algo de los errores de su antecesor. El trató de interferir en Hogwarts. Supongo que se habrá fijado en que Fudge ya no es ministro, y en cambio Dumbledore sigue siendo el director del colegio. Yo, en su lugar, lo dejaría en paz.

Hubo una larga pausa.

—Bueno, ya veo que Dumbledore ha hecho un buen trabajo contigo —dijo Scrimgeour lanzándole una mirada glacial a través de sus gafas de montura metálica—. Fiel a Dumbledore, cueste lo que cueste, ¿no, Potter?

—Sí, así es. Me alegro de que eso haya quedado claro.

Le dio la espalda al ministro de Magia y echó a andar resueltamente hacia la casa.

17
Un recuerdo borroso

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