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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (49 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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Cuando no pudo soportarlo más, dijo:

—Lo siento mucho, profesor. Debí haberme esforzado. Debí darme cuenta de que usted no me lo habría pedido de no ser algo realmente importante.

—Te agradezco esas palabras, Harry —repuso Dumbledore con voz queda—. Así pues, ¿puedo confiar en que a partir de ahora le darás prioridad? No tendría mucho sentido volver a reunimos si no conseguimos ese recuerdo.

—Lo haré, señor. Se lo sacaré como sea —afirmó Harry con determinación.

—Entonces no se hable más del asunto —dijo Dumbledore con un tono más amable—. Continuaremos con nuestra historia a partir del punto en que la dejamos. ¿Te acuerdas de dónde nos habíamos quedado?

—Sí, señor. Voldemort asesinó a su padre y sus abuelos y lo dispuso todo para que pareciera que los había matado su tío Morfin. Luego regresó a Hogwarts y le preguntó… le preguntó al profesor Slughorn qué eran los
Horrocruxes
.

—Muy bien. Y también recordarás que cuando iniciamos estas reuniones privadas te dije que entraríamos en el reino de las conjeturas y las especulaciones.

—Así es, señor.

—Coincidirás conmigo en que, por ahora, te he mostrado fuentes de información considerablemente sólidas para mis deducciones acerca de lo que Voldemort había hecho hasta cumplir diecisiete años. —Harry asintió con la cabeza—. Sin embargo, a partir de ese momento —prosiguió el director— las cosas se vuelven cada vez más turbias y extrañas. Si ya resultó difícil hallar testimonios que pudieran hablar del Tom Ryddle niño, ha resultado casi imposible encontrar a alguien dispuesto a recordar al Voldemort adulto. De hecho, dudo que exista alguna persona viva, aparte de él mismo, que pueda ofrecer un relato completo de sus andanzas desde que abandonó Hogwarts. Con todo, conservo otros dos recuerdos que me gustaría compartir contigo. —Señaló las dos botellitas de cristal que relucían junto al
pensadero
—. Después me darás tu opinión sobre las conclusiones que he extraído de ellos.

El hecho de que Dumbledore valorara tanto la opinión de Harry hizo que éste se sintiera aún más avergonzado por haber fracasado en recuperar el recuerdo de los
Horrocruxes
, por lo que se removió en su asiento mientras el anciano profesor levantaba la primera botella para examinarla a la luz.

—Espero que no estés cansado de sumergirte en la memoria de otras personas, Harry. Estos dos recuerdos son muy curiosos. El primero lo obtuve de una elfina doméstica muy anciana llamada Hokey. No obstante, antes de ver la escena que ésta presenció, te haré unos breves comentarios sobre las circunstancias en que lord Voldemort se marchó de Hogwarts.

»Como quizá hayas imaginado, llegó al séptimo año de su escolarización con excelentes notas en todas las asignaturas que cursó. Sus compañeros de estudios trataban de decidir a qué profesión se dedicarían cuando salieran de Hogwarts, y casi todo el mundo esperaba cosas espectaculares de Tom Ryddle, que había sido prefecto, delegado y ganador del Premio por Servicios Especiales. Me consta que varios profesores, entre ellos Horace Slughorn, le propusieron que entrara a trabajar en el Ministerio de Magia y se ofrecieron para conseguirle empleo y ponerlo en contacto con personas influyentes. Pues bien, él rechazó todas esas ofertas. Antes de que el profesorado se diera cuenta, Voldemort estaba trabajando en Borgin y Burkes.

—¿En Borgin y Burkes? —repitió Harry con asombro.

—Sí, así es. Ya verás qué atractivos le ofrecía ese lugar cuando entremos en el recuerdo de Hokey. Sin embargo, ésa no fue la primera opción de empleo que eligió Voldemort, aunque en esa época no lo supo casi nadie (yo fui una de las pocas personas a quienes se lo confió el por entonces director del colegio, el profesor Dippet). Así pues, Voldemort fue a ver al director y le pidió quedarse en Hogwarts trabajando como profesor.

—¿Quería quedarse aquí? ¿Por qué? —preguntó Harry, todavía más extrañado.

—Creo que tenía varias razones, pero no le comentó ninguna al profesor Dippet. En primer lugar, y esto es muy importante, creo que Voldemort le tenía más cariño a Hogwarts del que jamás le ha tenido a ninguna persona. Aquí había sido feliz; este colegio era el único lugar donde había estado a gusto. —Harry sintió cierta incomodidad al escuchar estas palabras porque era exactamente el mismo sentimiento que él experimentaba respectoa Hogwarts—. En segundo lugar, el castillo es un baluarte de la magia antigua. Sin duda alguna, Voldemort descifró muchos más secretos que la mayoría de los estudiantes que pasan por el colegio, pero es probable que sospechara que todavía quedaban misterios por desvelar, reservas de magia que explotar… Y en tercer lugar, como profesor habría ejercido mucho poder y considerable influencia sobre un gran número de jóvenes magos y brujas. Quizá sacó esa idea del profesor Slughorn, que era con quien se llevaba mejor, ya que éste le había demostrado que un profesor podía tener un papel muy influyente. Nunca he concebido que Voldemort tuviera pensado quedarse el resto de su vida en Hogwarts, pero sí creo que consideraba que el colegio era un útil terreno de reclutamiento y un sitio donde podría empezar a formar un ejército.

—¿Y qué pasó? ¿No lo aceptaron?

—No. El profesor Dippet le dijo que era demasiado joven (tenía dieciocho años), pero le sugirió que volviera a intentarlo pasados unos años, si aún seguía interesándole la docencia.

—¿Qué opinó usted de eso, señor? —preguntó Harry, vacilante.

—Me produjo un profundo desasosiego. Le aconsejé a Dippet que no le concediera el empleo. No le planteé las razones que te he dado a ti porque él apreciaba mucho a Voldemort y creía que era una persona honrada, pero yo no quería que ese muchacho volviera a este colegio, y menos aún que ocupara un puesto de poder.

—¿Qué puesto solicitó, señor? ¿Qué asignatura quería enseñar?

Harry intuyó la respuesta antes de que Dumbledore se la diera.

—Defensa Contra las Artes Oscuras. En esa época la impartía una anciana profesora, Galatea Merrythought, que llevaba casi cincuenta años en Hogwarts.

»Pues bien, Voldemort se fue a trabajar a Borgin y Burkes, y todos los maestros que lo admiraban lamentaron que un joven mago tan brillante acabara trabajando en una tienda, menudo desperdicio. Sin embargo, no era un simple dependiente. Al ser educado, atractivo e inteligente, pronto empezaron a asignarle ciertas tareas especiales, propias de un sitio como Borgin y Burkes. Como bien sabes, Harry, esa tienda se ha especializado en objetos con propiedades inusuales y poderosas. Bien, los dueños lo enviaban a convencer a la gente de que vendiese sus tesoros, y a decir de todos, tenía un talento especial para persuadir a cualquiera.

—No me extraña —dijo Harry sin poder contenerse.

—No, claro —corroboró Dumbledore esbozando una sonrisa—. Y ahora ha llegado el momento de oír a Hokey, la elfina doméstica que trabajaba para una bruja muy anciana y muy rica llamada Hepzibah Smith.

Dumbledore golpeó la botella con su varita, el corcho salió disparado y el director vertió el recuerdo en el
pensadero
.

—Tú primero, Harry.

Harry se levantó y se inclinó una vez más sobre aquella ondulada y plateada superficie líquida hasta que su cara la tocó. Se precipitó por un oscuro vacío y aterrizó en un salón frente a una anciana gordísima. Ésta llevaba una elaborada peluca pelirroja y una túnica rosa brillante, cuyos pliegues se desparramaban a su alrededor de tal forma que la mujer parecía un pastel de helado derretido. Se estaba mirando en un espejito con joyas incrustadas y se aplicaba colorete en las mejillas, que ya tenía muy rojas, con una gran borla, mientras la elfina doméstica más vieja y diminuta que Harry había visto jamás le calzaba en los regordetes pies unas ceñidas zapatillas de raso.

—¡Date prisa, Hokey! —la apremió Hepzibah—. ¡Dijo que vendría a las cuatro! ¡Sólo faltan dos minutos y nunca ha llegado tarde!

La anciana guardó la borla de colorete y la elfina doméstica se enderezó. La cabeza de la sirvienta apenas llegaba a la altura del taburete de Hepzibah y la apergaminada piel le colgaba igual que la áspera sábana de lino que llevaba puesta como si fuera una toga.

—¿Cómo estoy? —preguntó Hepzibah, y movió la cabeza para admirar su cara en el espejo desde diversos ángulos.

—Preciosa, señora —dijo Hokey con voz chillona.

Seguramente el contrato de Hokey especificaba que debía mentir con descaro cada vez que le hicieran esa pregunta, porque Hepzibah Smith, en opinión de Harry, no tenía nada de preciosa.

Se oyó el tintineo de una campanilla y tanto el ama como la elfina dieron un respingo.

—¡Rápido, rápido! ¡Ya está aquí, Hokey! —exclamó Hepzibah, y la elfina se escabulló de la habitación, que estaba tan abarrotada de objetos que costaba creer que alguien pudiese andar por allí sin derribar al menos una docena de cosas: había armarios repletos de cajitas lacadas, estanterías llenas de libros repujados en oro, estantes con esferas y globos celestes y exuberantes plantas en recipientes de bronce. De hecho, la habitación parecía una mezcla de tienda de antigüedades y jardín de invierno.

La elfina regresó pasados unos momentos, seguida de un joven alto al que Harry reconoció sin dificultad: era Voldemort. Vestido con un sencillo traje negro, llevaba el pelo un poco más largo que cuando estudiaba en el colegio y tenía las mejillas hundidas, pero todo eso le sentaba bien; estaba más atractivo que nunca. Sorteó los diversos objetos diseminados por la habitación con una soltura que indicaba que conocía el lugar y se inclinó sobre la regordeta mano de Hepzibah para rozarla con los labios.

—Le he traído flores —dijo con voz queda, y creó un ramo de rosas de la nada.

—¡Qué pillín! ¡No hacía ninguna falta! —repuso la anciana Hepzibah con voz chillona, pero Harry se fijó en que había un jarrón vacío dispuesto en la mesita más cercana—. Me mimas demasiado, Tom. Pero siéntate, siéntate. ¿Dónde está Hokey? Ah, aquí…

La elfina apareció presurosa con una bandeja de pastelitos que dejó al alcance de su ama.

—Sírvete tú mismo, Tom —ofreció Hepzibah—, sé que te encantan mis pasteles. Cuéntame, ¿cómo estás? Te veo pálido. En esa tienda te hacen trabajar demasiado, te lo he dicho cien veces… —Voldemort sonrió como un autómata y Hepzibah compuso una sonrisa tonta—. Y bien, ¿a qué se debe tu visita esta vez? —preguntó pestañeando con coquetería.

—El señor Burke quiere mejorar su oferta por esa armadura fabricada por duendes —contestó Voldemort—. Le ofrece quinientos galeones. Dice que es una suma más que razonable…

—¡Espera, espera! No tan deprisa, o pensaré que sólo vienes a verme por mis alhajas —repuso Hepzibah haciendo pucheros.

—Me envían aquí por ellas —repuso Voldemort con calma—. Señora, yo sólo soy un pobre dependiente que hace lo que le mandan. El señor Burke quiere que le pregunte…

—¡Uy, el señor Burke! ¡Tonterías! —lo cortó Hepzibah con un floreo de la mano—. ¡Voy a enseñarte una cosa que nunca le he mostrado al señor Burke! ¿Sabes guardar un secreto, Tom? ¿Me prometes que no le dirás que lo tengo? ¡Él no me dejaría en paz si supiera que te lo he enseñado, pero no pienso vendérselo a Burke ni a nadie! Pero tú, Tom, seguro que lo valorarás por su historia y no por los galeones que podrías conseguir con él…

—Será un placer ver cualquier cosa que la señora Hepzibah tenga a bien enseñarme —replicó el joven sin alterar el tono, y Hepzibah soltó otra risita ingenua.

—Le pedí a Hokey que lo trajera… ¿Dónde estás, Hokey? Quiero enseñarle al señor Ryddle nuestro tesoro más valioso. Mira, ya que estamos en ello, trae los dos…

—Aquí tiene, señora —dijo la estridente voz de la elfina, y Harry vio dos cajas de piel, una encima de otra, que cruzaban la habitación como por voluntad propia, aunque sabía que la diminuta elfina las sostenía encima de la cabeza mientras se abría paso entre mesas, pufs y taburetes.

—Eso es —dijo Hepzibah con jovialidad, y cogió las cajas, se las puso sobre el regazo y se dispuso abrir la primera—. Me parece que esto te va a gustar, Tom… ¡Si mi familia supiera que te la he enseñado…! Están deseando apropiársela.

La mujer abrió la tapa. Harry se acercó un poco y distinguió lo que parecía una pequeña copa de oro con dos asas finamente cinceladas.

—A ver si sabes qué es, Tom. Cógela y examínala —susurró Hepzibah.

Voldemort tendió su mano de largos dedos e, introduciendo el índice por un asa, levantó la copa con cuidado de su mullido envoltorio de seda. A Harry le pareció percibir un destello rojo en los oscuros ojos de Voldemort. Curiosamente, su expresión de codicia se reflejaba en el rostro de Hepzibah, cuyos diminutos ojos estaban clavados en las hermosas facciones del joven.

—Un tejón —murmuró Voldemort al examinar el grabado de la copa—. Eso significa que pertenecía a…

—¡Helga Hufflepuff, como tú bien sabes porque eres un chico muy inteligente! —exclamó Hepzibah. Se inclinó hacia delante con un crujido de corsés y le pellizcó la hundida mejilla—. ¿Nunca te he dicho que soy descendiente suya? Esta copa lleva años pasando de padres a hijos. ¿Verdad que es preciosa? Además, dicen que posee poderes asombrosos, pero eso nunca lo he comprobado porque siempre la he tenido guardada aquí, a salvo…

Recuperó la copa, sostenida por el largo dedo índice de Voldemort, y la devolvió con cuidado a su caja, esforzándose en colocarla en su posición original, de modo que no reparó en la sombra que cruzó el semblante del joven al quedarse sin la copa.

—A ver —prosiguió Hepzibah con alegría—, ¿dónde está Hokey? ¡Ah, sí, aquí estás! Esta ya puedes llevártela…

La elfina, obediente, la cogió y Hepzibah dirigió su atención a la otra caja, bastante más plana.

—Me parece que esto te va a gustar aún más, Tom —susurró—. Acércate un poco, querido, para que puedas ver… Burke sabe que lo tengo, desde luego. Se lo compré a él y creo que no me equivoco si digo que le encantaría recuperarlo el día que yo me vaya…

Deslizó el delgado y afiligranado cierre y abrió la caja. Sobre el liso terciopelo encarnado había un voluminoso guardapelo de oro.

Esta vez Voldemort tendió la mano antes de que lo invitaran a hacerlo, cogió el guardapelo, lo acercó a la luz y lo examinó con gran atención.

—La marca de Slytherin —murmuró con embeleso mientras la luz arrancaba destellos a una ornamentada «S».

—¡Exacto! —confirmó Hepzibah, complacida por el interés del joven—. Me costó una fortuna, pero no podía dejar escapar semejante tesoro; tenía que conseguirlo para mi colección. Al parecer, Burke se lo compró a una andrajosa que seguramente lo había robado, aunque no tenía ni idea de su verdadero valor…

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