Harry Potter y el Misterio del Príncipe (50 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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Esta vez no hubo ninguna duda: los ojos de Voldemort lanzaron un destello rojo al escuchar aquellas palabras, y Harry vio cómo apretaba con fuerza el puño con que asía la cadena del guardapelo.

—Supongo que Burke le pagó una miseria, pero ya lo ves… ¿Verdad que es precioso? Y también se le atribuyen todo tipo de poderes, aunque yo me limito a tenerlo bien guardadito aquí…

Estiró el brazo para recuperar el guardapelo. Por un instante Harry pensó que Voldemort no lo soltaría, pero la cadena se le deslizó entre los dedos y finalmente la joya volvió a reposar en el terciopelo rojo.

—¡Ya lo has visto, querido Tom, y espero que te haya gustado! —Hepzibah lo miró a los ojos, radiante, pero de pronto su sonrisa flaqueó—. ¿Te encuentras bien, querido?

—Sí, sí —dijo Voldemort con un hilo de voz—. Sí, estoy perfectamente…

—Pero me ha parecido… —replicó la mujer con un fugaz matiz de inquietud—. Bueno, habrá sido un efecto óptico. —Harry dedujo que ella también había vislumbrado aquel destello rojo en los ojos de Voldemort—. Toma, Hokey, llévate estas cajas y guárdalas bajo llave… y haz los sortilegios de siempre.

—Tenemos que irnos, Harry —anunció Dumbledore con voz queda, y en tanto la pequeña elfina se alejaba con las cajas, el anciano profesor volvió a agarrar a Harry por el brazo y juntos se elevaron, se sumieron en aquella misteriosa negrura y regresaron al despacho del director.

—Hepzibah Smith murió dos días después de esa breve escena —explicó Dumbledore mientras volvía a su asiento e indicaba a Harry que se sentara también—. El ministerio condenó a Hokey por el envenenamiento accidental del chocolate de su ama.

—¡No puedo creerlo! —exclamó Harry, indignado.

—Veo que somos de la misma opinión. Ciertamente, hay varias coincidencias entre esa muerte y la de los Ryddle. En ambos casos culparon a otra persona, a alguien que recordaba con claridad haber causado la muerte…

—¿Hokey confesó?

—Recordaba haber puesto algo en el chocolate de su ama que resultó no ser azúcar, sino un veneno mortal poco conocido. Y llegaron a la conclusión de que la elfina no lo había puesto a propósito, sino que como era muy anciana y muy despistada…

—¡Voldemort modificó su memoria, igual que hizo con Morfin!

—Sí, ésa es la conclusión a la que llegué yo también. Pero, como en el caso de Morfin, el ministerio estaba predispuesto a sospechar de Hokey…

—… porque era una elfina doméstica —terminó Harry. Pocas veces había estado más de acuerdo con la sociedad que había creado Hermione, la
PEDDO
.

—Exacto —confirmó Dumbledore—. Era muy mayor y como admitió haber puesto algo en la bebida, nadie del ministerio se molestó en seguir investigando. Igual que en el caso de Morfin, cuando di con ella y conseguí extraerle ese recuerdo, la elfina estaba a punto de morir; pero, como comprenderás, lo único que demuestra su recuerdo es que Voldemort conocía la existencia de la copa y el guardapelo.

«Cuando condenaron a Hokey, la familia de Hepzibah ya sabía que faltaban dos de los más preciados tesoros de la anciana bruja. Tardaron un tiempo en averiguarlo porque la mujer tenía muchos escondites; siempre había guardado celosamente su colección. Pero, antes de que los parientes comprobaran que la copa y el guardapelo habían desaparecido, el dependiente que trabajaba en Borgin y Burkes, aquel joven que había visitado a menudo a Hepzibah y la había conquistado con sus encantos, dejó su empleo y se marchó. Los dueños de la tienda ignoraban adónde había ido y estaban tan asombrados como todo el mundo de su marcha. Y durante mucho tiempo nadie volvió a ver ni oír hablar de Tom Ryddle.

»Y ahora, Harry, si no te importa, me gustaría detenerme una vez más para dirigir tu atención hacia ciertos aspectos de nuestra historia. Voldemort había cometido otro asesinato; ignoro si fue el primero desde que matara a los Ryddle, pero creo que sí. Esta vez, como habrás observado, no mató por venganza, sino para obtener un beneficio. Quería poseer los dos fabulosos tesoros que le había enseñado aquella pobre y obsesionada anciana. Primero robaba a los otros niños del orfanato, luego le sustrajo el anillo a su tío Morfin y después se apropió de la copa y el guardapelo de Hepzibah.

—Pero qué raro que lo arriesgara todo —dijo Harry frunciendo el entrecejo— y dejara su empleo sólo por esos…

—Quizá tú lo encuentres raro, pero Voldemort no —aclaró Dumbledore—. Espero que entiendas, en su debido momento, qué significaban con exactitud para él esos objetos, pero admitirás que no es difícil imaginar que, como mínimo, considerara que el guardapelo era suyo por legítimo derecho.

—El guardapelo quizá sí, pero ¿por qué se llevó también la copa?

—Porque había pertenecido a una de las fundadoras de Hogwarts. Creo que Voldemort conservaba un fuerte vínculo con el colegio y no pudo resistirse a un objeto tan importante de su historia. Y si no me equivoco, también había otros motivos… Espero poder mostrártelos a su debido tiempo.

»Y ahora voy a enseñarte el último recuerdo, al menos hasta que consigas sonsacarle ese otro al profesor Slughorn. Entre el recuerdo de Hokey y éste hay un período de diez años acerca de los cuales sólo podemos especular…

Harry se puso de pie otra vez mientras Dumbledore vaciaba el último recuerdo en el
pensadero
.

—¿De quién es este recuerdo? —preguntó el muchacho.

—Mío.

Y Harry se sumergió detrás del anciano profesor en el movedizo líquido plateado y aterrizó en el mismo despacho del que acababa de salir:
Fawkes
dormía apaciblemente en su percha y sentado a la mesa se hallaba Dumbledore, cuyo aspecto era muy parecido al del Dumbledore que estaba de pie al lado de Harry, aunque tenía ambas manos intactas y quizá menos arrugas en el rostro. La única diferencia entre el despacho del presente y ese otro era que en el del pasado estaba nevando; unos azulados copos caían tras la ventana, destacándose contra la oscuridad, y se acumulaban en el alféizar.

Daba la impresión de que el Dumbledore más joven esperaba que ocurriera algo, y, en efecto, poco después llamaron a la puerta y el director dijo: «Pase.»

A Harry se le escapó un grito ahogado al ver entrar a Voldemort. Sus facciones no eran las mismas que el muchacho había visto surgir del gran caldero de piedra casi dos años atrás: no recordaban tanto a una serpiente, los ojos todavía no se habían vuelto rojos y la cara aún no parecía una máscara; sin embargo, aquél ya no era el atractivo Tom Ryddle. Era como si el rostro se le hubiera quemado y desdibujado: sus rasgos tenían un extraño aspecto, ceroso y deforme, y el blanco de los ojos estaba enrojecido, aunque las pupilas aún no se habían convertido en las finas rendijas que Harry había visto en otras ocasiones. Llevaba una larga capa negra y tenía el semblante tan blanco como la nieve que le relucía sobre los hombros.

El Dumbledore que estaba sentado a la mesa no dio muestras de sorpresa. Resultaba evidente que la visita estaba concertada.

—Buenas noches, Tom —saludó Dumbledore—. ¿Quieres sentarte, por favor?

—Gracias —respondió Voldemort, y ocupó el asiento que le señalaba, el mismo del que Harry acababa de levantarse en el presente—. Me enteré de que lo habían nombrado director —dijo con una voz ligeramente más alta y fría que antes—. Una loable elección.

—Me alegro de que la apruebes —replicó Dumbledore con una sonrisa—. ¿Te apetece beber algo?

—Sí, gracias. Vengo de muy lejos.

Dumbledore se levantó y fue hasta el armario donde ahora guardaba el
pensadero
, pero que entonces era una especie de mueble-bar. Tras ofrecer a Voldemort una copa de vino y llenar otra para él, volvió a sentarse.

—Y bien, Tom… ¿a qué debo el honor de tu visita?

Voldemort no contestó enseguida, sino que antes bebió un sorbo de vino.

—Ya no me llaman «Tom» —puntualizó—. Ahora me conocen como…

—Ya sé cómo te conocen —lo interrumpió Dumbledore sonriendo con cordialidad—. Pero para mí siempre serás Tom Ryddle. Me temo que ésa es una de las cosas más fastidiosas de los viejos profesores: que nunca llegan a olvidar los años de juventud de sus pupilos.

Alzó su copa como si brindara con Voldemort, cuyo semblante permanecía inexpresivo. Sin embargo, Harry notó que la atmósfera de la habitación cambiaba de forma sutil: la negativa de Dumbledore a utilizar el nombre que Voldemort había elegido significaba que no le permitía dictar los términos de la reunión, y Harry se percató de que él así lo había interpretado.

—Me sorprende que usted haya permanecido tanto tiempo aquí —dijo Voldemort tras una breve pausa—. Siempre me pregunté por qué un mago de su categoría nunca había querido abandonar el colegio.

—Verás —repuso Dumbledore sin dejar de sonreír—, para un mago de mi categoría no hay nada más importante que transmitir la sabiduría ancestral y ayudar a aguzar la mente de los jóvenes. Si no recuerdo mal, en una ocasión tú también sentiste el atractivo de la docencia.

—Y todavía lo siento —dijo Voldemort—. Sólo me preguntaba por qué usted… por qué un mago al que el ministerio le pide tan a menudo consejo y al que en dos ocasiones, creo, le han ofrecido el cargo de ministro…

—De hecho ya van tres veces —precisó Dumbledore—. Pero el ministerio nunca me atrajo como carrera profesional. Ésa es otra cosa que tenemos en común.

Voldemort inclinó la cabeza, sin sonreír, y bebió otro sorbo de vino. Dumbledore no interrumpió el silencio sino que esperó, con gesto de tranquila expectación, a que su interlocutor hablara primero.

—Aunque quizá haya tardado más de lo que imaginó el profesor Dippet —dijo Voldemort por fin—, he vuelto para solicitar por segunda vez lo que él me negó en su día por considerarme demasiado joven. He venido a pedirle que me deje enseñar en este castillo. Supongo que sabrá que he visto y hecho muchas cosas desde que me marché de aquí. Podría mostrar y explicar a sus alumnos cosas que ellos jamás aprenderán de ningún otro mago.

Antes de replicar, Dumbledore lo observó unos instantes por encima de su copa.

—Sí, desde luego, sé que has visto y hecho muchas cosas desde que nos dejaste —dijo con serenidad—. Los rumores de tus andanzas han llegado a tu antiguo colegio, Tom. Pero lamentaría que la mitad de ellos fueran ciertos.

Impertérrito, Voldemort declaró:

—La grandeza inspira envidia, la envidia engendra rencor y el rencor genera mentiras. Usted debería saberlo, Dumbledore.

—¿Llamas «grandeza» a eso que has estado haciendo? —repuso Dumbledore con delicadeza.

—Por supuesto —aseguró Voldemort, y dio la impresión de que sus ojos llameaban—. He experimentado. He forzado los límites de la magia como quizá nunca lo había hecho nadie…

—De cierta clase de magia —precisó Dumbledore sin alterarse—, de cierta clase. En cambio, de otras clases de magia exhibes (perdona que te lo diga) una deplorable ignorancia.

Voldemort sonrió por primera vez. Fue una sonrisa abyecta, un gesto maléfico, más amenazador que una mirada de cólera.

—La discusión de siempre —dijo en voz baja—. Pero nada de lo que he visto en el mundo confirma su famosa teoría de que el amor es más poderoso que la clase de magia que yo practico, Dumbledore.

—A lo mejor es que no has buscado donde debías.

—En ese caso, ¿dónde mejor que en Hogwarts podría empezar mis nuevas investigaciones? ¿Me dejará volver? ¿Me dejará compartir mis conocimientos con sus alumnos? Pongo mi talento y mi persona a su disposición. Estoy a sus órdenes.

—¿Y qué será de aquellos que están a tus órdenes? ¿Qué será de esos que se hacen llamar, según se rumorea, «
mortífagos
»? —preguntó Dumbledore arqueando las cejas.

Harry se percató de que a Voldemort le sorprendía que el director conociera ese nombre y observó cómo sus ojos volvían a emitir destellos rojos y los estrechos orificios nasales se le ensanchaban.

—Mis amigos se las arreglarán sin mí —dijo al fin—, estoy seguro.

—Me alegra oír que los consideras tus amigos. Me daba la impresión de que encajaban mejor en la categoría de sirvientes.

—Se equivoca.

—Entonces, si esta noche se me ocurriera ir a Cabeza de Puerco, ¿no me encontraría a algunos de ellos (Nott, Rosier, Mulciber, Dolohov) esperándote allí? Unos amigos muy fieles, he de reconocer, dispuestos a viajar hasta tan lejos en medio de la nevada, sólo para desearte buena suerte en tu intento de conseguir un puesto de profesor.

La precisa información de Dumbledore acerca de con quién viajaba le sentó aún peor a Voldemort; sin embargo, se repuso al instante.

—Está más omnisciente que nunca, Dumbledore.

—No, qué va. Es que me llevo bien con los camareros del pueblo —repuso el director sin darle importancia—. Y ahora, Tom… —Dejó su copa vacía encima de la mesa y se enderezó en el asiento al tiempo que juntaba la yema de los dedos componiendo un gesto muy suyo—. Ahora hablemos con franqueza. ¿Por qué has venido esta noche, rodeado de esbirros, a solicitar un empleo que ambos sabemos que no te interesa?

—¿Que no me interesa? —Voldemort se sorprendió sin alterarse—. Al contrario, Dumbledore, me interesa mucho.

—Mira, tú quieres volver a Hogwarts, pero no te interesa enseñar, ni te interesaba cuando tenías dieciocho años. ¿Qué buscas, Tom? ¿Por qué no lo pides abiertamente de una vez?

Voldemort sonrió con ironía.

—Si no quiere darme trabajo…

—Claro que no quiero. Y no creo que esperaras que te lo diera. A pesar de todo, has venido hasta aquí y me lo has pedido, y eso significa que tienes algún propósito.

Voldemort se levantó. La rabia que sentía se reflejaba en sus facciones y ya no se parecía en nada a Tom Ryddle.

—¿Es su última palabra?

—Sí —afirmó Dumbledore, y también se puso en pie.

—En ese caso, no tenemos nada más que decirnos.

—No, nada —convino Dumbledore, y una profunda tristeza se reflejó en su semblante—. Quedan muy lejos los tiempos en que podía asustarte con un armario en llamas y obligarte a pagar por tus delitos. Pero me gustaría poder hacerlo, Tom, me gustaría…

Creyendo que la mano de Voldemort se desplazaba hacia el bolsillo donde tenía la varita, Harry estuvo a punto de gritar una advertencia que habría resultado inútil, pero, antes de que lograse reaccionar, Voldemort había salido y la puerta se estaba cerrando tras él.

Harry volvió a notar la mano de Dumbledore alrededor de su brazo y poco después se encontraban de nuevo juntos, como si no se hubieran movido de su sitio. Sin embargo, no había nieve acumulándose en el alféizar y Dumbledore volvía a tener la mano ennegrecida y marchita.

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