Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—¿Qué quiere decir con «algo gracioso»? —masculló.
—Lo que queráis. ¡A ver si me sorprendéis, muchachos! —contestó Slughorn.
Malfoy, enfurruñado, abrió su ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
. Estaba clarísimo que consideraba que aquella clase era una pérdida de tiempo. Mientras lo observaba por encima de su libro, Harry pensó que a Malfoy le daba rabia perder ese rato que habría podido pasar en la Sala de los Menesteres.
¿Eran imaginaciones suyas o Malfoy, al igual que Tonks, había adelgazado? Estaba más pálido y su piel todavía se veía grisácea; probablemente hacía mucho que apenas veía la luz del día. Pero ya no mostraba aquel aire de suficiencia y superioridad, y menos aún la fanfarronería que había exhibido en el expreso de Hogwarts cuando alardeaba con descaro de la misión que le había asignado Voldemort… Según Harry, eso sólo podía tener una explicación: la misión, fuera la que fuese, no iba por buen camino.
Animado por esa idea, Harry se puso a hojear su ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
y encontró una receta muy corregida por el Príncipe Mestizo de un «Elixir para provocar euforia» que correspondía a lo que acababa de pedirles Slughorn. Y no sólo eso: el corazón le dio un brinco de alegría cuando cayó en la cuenta de que, si conseguía persuadirlo de que probara un poco de esa poción, quizá el profesor se pondría de tan buen humor que accedería a entregarle el recuerdo.
—Caramba, esto tiene una pinta estupenda —dijo Slughorn una hora y media más tarde, al contemplar el contenido de color amarillo intenso del caldero de Harry—. Es Euforia, ¿verdad? ¿Y qué es ese olor? Hum… Has añadido una ramita de menta, ¿no? Poco ortodoxo, pero qué inspiración, muchacho. Claro, eso contrarrestará los posibles efectos secundarios: tendencia exagerada a cantar y picor en la nariz. De verdad, no sé de dónde sacas estas ideas luminosas, hijo mío, a menos… —Harry empujó disimuladamente el libro del Príncipe Mestizo con el pie y lo remetió un poco más en su mochila— que sean los genes heredados de tu madre.
—Sí, quizá sea eso —dijo él con alivio.
Ernie, que estaba muy enfurruñado y decidido a eclipsar a Harry por una vez, inventó precipitadamente su propia poción, pero se había cuajado y formaba una especie de puré morado en el fondo de su caldero. Malfoy empezó a recoger sus cosas con cara de pocos amigos, pues Slughorn le concedió un simple «pasable» a su infusión de hipo. Ambos abandonaron el aula en cuanto sonó el timbre.
Harry decidió intentarlo.
—Señor —dijo, pero Slughorn, al advertir que se habían quedado solos, se dio toda la prisa que pudo en recoger sus cosas—. Profesor… Profesor, ¿no quiere probar mi po…?
Pero Slughorn ya se había marchado. Desanimado, el muchacho vació el caldero, guardó sus cosas, salió de la mazmorra y subió despacio a la sala común.
Ron y Hermione volvieron a última hora de la tarde.
—¡Harry! —gritó Hermione al pasar por el hueco del retrato—. ¡He aprobado, Harry!
—¡Felicidades! ¿Y Ron?
—Ha suspendido por muy poco —susurró Hermione, viendo que el aludido entraba en la sala común con aire abatido—. La verdad es que ha tenido muy mala suerte. Ha sido una tontería: el examinador se fijó en que se había dejado media ceja detrás y… ¿Cómo te ha ido con Slughorn?
—No ha habido manera —respondió Harry mientras Ron se reunía con ellos—. Mala suerte, amigo, pero la próxima vez aprobarás. Haremos el examen juntos.
—Sí, supongo —refunfuñó—. Pero ¡por media ceja! ¿Qué importa eso?
—Ya, ya —lo consoló Hermione—, han sido muy duros contigo.
Pasaron gran parte de la cena poniendo verde al examinador, y Ron parecía más animado cuando regresaron a la sala común; cambiaron de tema y se pusieron a hablar del problema de Slughorn y su recuerdo.
—Bueno, Harry, ¿piensas utilizar el
Felix Felicis
o no? —preguntó Ron.
—Sí; supongo que no me queda otra opción. No creo que lo necesite todo, hay para doce horas y mi misión no puede llevarme toda la noche. Así que sólo beberé un trago. Con dos o tres horas tendré suficiente.
—Cuando te lo tomas tienes una sensación muy guay —recordó Ron—. Es como si supieras que no puedes equivocarte en nada.
—Pero ¿qué dices? —repuso Hermione riendo—. ¡Si tú nunca lo has tomado!
—Ya, pero creí que sí, ¿verdad? —respondió Ron como si explicara algo obvio—. En realidad es lo mismo.
Como acababan de ver entrar a Slughorn en el Gran Comedor y sabían que le gustaba tomarse su tiempo para comer, se quedaron un rato en la sala común; el plan era que Harry fuera al despacho de Slughorn cuando éste ya estuviese allí. En cuanto el sol descendió hasta la copa de los árboles del Bosque Prohibido, decidieron que había llegado el momento. Tras comprobar que Neville, Dean y Seamus se hallaban en la sala común, subieron con disimulo al dormitorio de los chicos.
Harry se agachó, sacó del fondo de su baúl la bola que había hecho con los calcetines y del interior de uno extrajo la diminuta y reluciente botella.
—Bueno, vamos allá —dijo, y la levantó y bebió un pequeño sorbo.
—¿Qué se siente? —susurró Hermione.
Harry no contestó enseguida. Poco a poco lo invadió una excitante sensación de infinito poderío y se sintió capaz de lograr cualquier cosa que se propusiera. Y de pronto creyó que sonsacarle aquel recuerdo a Slughorn parecía no sólo posible, sino facilísimo… Se puso de pie, sonriente y rebosante de seguridad en sí mismo.
—Estupendo —dijo—. Francamente estupendo. Bueno, me voy a la cabaña de Hagrid.
—¿Qué? —dijeron Ron y Hermione a la vez, perplejos.
—Harry, es a Slughorn a quien debes ir a ver. ¿No te acuerdas? —replicó Hermione.
—Nada de eso. Me voy a la cabaña de Hagrid, tengo una corazonada.
—¿Vas al funeral de una araña gigante por una corazonada? —preguntó Ron, estupefacto.
—Sí —contestó Harry mientras sacaba la capa invisible de su mochila—. Creo que es allí donde tengo que estar esta noche, ¿entendéis lo que quiero decir?
—No —reconocieron Ron y Hermione, cada vez más alarmados.
—¿Seguro que te has tomado el
Felix Felicis
? —preguntó Hermione, acercando la botella a la luz—. ¿Seguro que no tienes otra botella de… no sé…?
—¿Esencia de locura? —sugirió Ron mientras Harry se echaba la capa sobre los hombros.
Harry rió, y sus amigos aún se preocuparon más.
—Confiad en mí —dijo—. Sé muy bien lo que hago… O al menos Felix lo sabe —agregó mientras se dirigía hacia la puerta del dormitorio.
Se cubrió la cabeza con la capa y bajó por la escalera; Ron y Hermione se apresuraron a seguirlo. Al llegar abajo, Harry se deslizó por la puerta de acceso a la sala común, que estaba abierta.
—¿Qué hacías ahí con ésa? —chilló Lavender Brown fulminando con la mirada, a través del invisible Harry, a Ron y Hermione, que aparecieron juntos por la escalera de los dormitorios de los chicos. Harry oyó cómo Ron farfullaba algo y se dirigió rápidamente hacia la otra punta de la sala común.
No tuvo ninguna dificultad para salir por el hueco del retrato: Ginny y Dean entraban en ese momento y él pudo colarse entre los dos. Al hacerlo, rozó sin querer a Ginny.
—Haz el favor de no empujarme, Dean —protestó ella—. ¡Qué manía! Ya sé pasar yo sólita…
El retrato se cerró detrás de Harry, pero él aún alcanzó a oír las protestas de Dean. Cada vez más contento, echó a andar a largas zancadas. No tuvo que ir con sigilo porque no se cruzó con nadie por el camino, pero no le sorprendió: esa noche Harry Potter era la persona con más suerte de Hogwarts.
No tenía ni idea de por qué tenía que ir a la cabaña de Hagrid. Era como si la poción sólo iluminara unos pasos del camino: Harry no veía el destino final ni dónde encajaba Slughorn, pero sabía que iba bien encaminado para conseguir aquel escurridizo recuerdo. Cuando llegó al vestíbulo, vio que Filch había olvidado cerrar la puerta principal con llave. Sonriendo de oreja a oreja, Harry abrió la puerta y se detuvo un instante para respirar el aroma a aire puro y hierba, antes de bajar los escalones de piedra y salir al jardín en penumbra.
Cuando llegó al último escalón, se le ocurrió que sería agradable pasar por el huerto antes de ir a la cabaña de Hagrid, aunque eso lo obligaba a desviarse un poco, pero tenía muy claro que le convenía seguir esa corazonada. Así pues, se dirigió hacia el huerto, donde se alegró de ver al profesor Slughorn con la profesora Sprout, lo cual no le llamó mucho la atención. Esperó detrás de un murete de piedra, feliz y tranquilo, y escuchó su conversación.
—…Te agradezco que te hayas tomado tantas molestias, Pomona —decía Slughorn con cortesía—. Casi todas las autoridades están de acuerdo en que son más eficaces si se recogen a la hora del crepúsculo.
—Sí, yo también lo creo —coincidió la profesora Sprout con tono cariñoso—. ¿Tendrás bastante con esto?
—Sí, sí. De sobra —dijo Slughorn, y Harry vio que llevaba un montón de plantas—. Aquí hay algunas hojas para cada uno de mis alumnos de tercero, y otras de repuesto por si alguien las cuece demasiado… ¡Buenas noches y muchas gracias!
La profesora echó a andar en la oscuridad, cada vez más intensa, en dirección a sus invernaderos, y Slughorn dirigió sus pasos hacia el sitio donde estaba Harry, invisible.
El muchacho sintió un repentino impulso de revelar su presencia, así que se quitó la capa con un amplio movimiento del brazo.
—Buenas noches, profesor.
—¡Por las barbas de Merlín, Harry, me has asustado! —exclamó Slughorn parándose en seco y observándolo con recelo—. ¿Cómo has salido del castillo?
—Filch olvidó cerrar las puertas con llave —reveló Harry con jovialidad, y se alegró cuando Slughorn arrugó la frente y dijo:
—Tendré que informar de eso. Creo que ese conserje está más preocupado por la limpieza que por la seguridad… Pero ¿qué haces aquí?
—Verá, señor, se trata de Hagrid —contestó Harry, que sabía que en ese momento tenía que decir la verdad—. Está muy apenado… No se lo contará a nadie, ¿verdad, profesor? No quiero causarle problemas a Hagrid…
Como era de esperar, Slughorn sintió aún más curiosidad.
—Hombre, eso no puedo prometerlo —dijo con brusquedad—. Pero sé que Dumbledore confía completamente en Hagrid, o sea que no puede estar tramando nada malo…
—Bueno, se trata de esa araña gigante que tiene desde hace años. Vivía en el Bosque Prohibido y hasta sabía hablar…
—Ya había oído rumores de la presencia de acromántulas en el bosque —comentó Slughorn con voz queda, mientras dirigía la mirada hacia la masa de oscuros árboles—. Entonces, ¿es verdad que las hay?
—Sí. Pero ésta,
Aragog
, la primera que Hagrid tuvo, murió anoche. El pobre está destrozado. Necesita compañía en el entierro y le prometí que iría.
—Conmovedor, conmovedor —observó Slughorn distraídamente, con sus grandes ojos mustios fijos en las lejanas luces de la cabaña de Hagrid—. Pero el veneno de acromántula es valiosísimo… Si la bestia ha muerto hace poco quizá aún se conserve… Claro que si Hagrid está tan apenado no quisiera herir sus sentimientos, pero si hubiera alguna forma de obtener un poco… Mira, resulta prácticamente imposible extraerle veneno a una acromántula viva… —Slughorn parecía hablar sólo para sí—. Pero no recogerlo sería un tremendo desperdicio… Podría sacar cien galeones por medio litro… Y teniendo en cuenta que mi sueldo no es nada del otro mundo…
Entonces Harry comprendió qué había que hacer.
—Bueno, no sé… —dijo con un convincente titubeo—. Si quiere venir conmigo, profesor, probablemente Hagrid estaría encantado… de darle a
Aragog
una despedida más lucida, ya me entiende…
—Sí, por supuesto —dijo Slughorn, y sus ojos chispearon de entusiasmo—. Te diré lo que vamos a hacer, Harry: voy a buscar un par de botellas, me reuniré contigo allí y nos las beberemos a la salud de… Bueno, a su salud no, pero digamos que despediremos a esa pobre bestia como es debido, después de darle sepultura. Y de paso me cambiaré la corbata porque ésta es demasiado llamativa para la ocasión…
Volvió corriendo al castillo, y Harry se dirigió hacia la cabaña de Hagrid, muy satisfecho consigo mismo.
—¡Has venido! —gruñó Hagrid cuando abrió la puerta y vio al muchacho guardando la capa invisible.
—Sí, aquí estoy. Ron y Hermione no han podido venir, pero lo sienten mucho.
—No importa, no importa… A
Aragog
le habría emocionado verte aquí, Harry… —Y soltó un sonoro sollozo. Se había hecho un brazalete negro con lo que parecía un trapo untado con betún y tenía los ojos hinchados y enrojecidos.
Para consolarlo, Harry le dio unas palmaditas en el codo, la parte más alta de Hagrid a la que llegaba.
—¿Dónde vamos a enterrarlo? —preguntó—. ¿En el Bosque Prohibido?
—¡No, de eso nada! —respondió Hagrid, secándose las lágrimas con los faldones de la camisa—. Las otras arañas no dejan que me acerque por allí desde que murió
Aragog
. ¡Resulta que no me devoraban porque él se lo había prohibido! ¿Te lo puedes creer, Harry?
De haber contestado, Harry habría dicho «sí»; el muchacho recordaba con dolorosa claridad el día en que Ron y él se habían enfrentado a las acromántulas, y no les quedó ninguna duda de que
Aragog
era la única razón que les impedía comerse a Hagrid.
—¡Antes podía pasearme a mis anchas por el Bosque Prohibido! —se lamentó Hagrid meneando la cabeza—. Te aseguro que no fue fácil sacar el cadáver de
Aragog
de allí porque normalmente las acromántulas se comen a sus muertos… Pero yo quería que él tuviera un entierro bonito, una despedida apropiada.
El guardabosques rompió a sollozar de nuevo y Harry volvió a darle palmaditas en el codo, y mientras lo consolaba (puesto que la poción parecía indicar lo que correspondía hacer en cada momento) le dijo:
—Cuando venía hacia aquí me he encontrado con el profesor Slughorn.
—¡Anda! ¿Te ha regañado? —preguntó Hagrid con súbita alarma—. Ya sé que no os dejan salir del castillo por la noche, ha sido culpa mía…
—No, no. Cuando le expliqué lo que ocurría, dijo que le gustaría venir y presentarle sus respetos a
Aragog
. Creo que ha ido a ponerse ropa más adecuada para la ocasión… Y añadió que traería un par de botellas para brindar por la pobre araña…
—¿Ah, sí? —repuso Hagrid, entre asombrado y conmovido—. Qué detalle por su parte… Muy amable, y además no se va a chivar… Horace Slughorn nunca me ha caído muy bien, pero si quiere venir a despedir a
Aragog
… Seguro que a él le habría gustado.