Read Heliconia - Invierno Online
Authors: Brian W. Aldiss
»Llegará un punto en el que la tecnología habrá avanzado lo bastante como para que la raza busque otras posibilidades. Puede lanzarse al espacio o barrer a sus enemigos con armas nucleares.
—¿Y si no tiene enemigos en el planeta? —preguntó alguien.
—Entonces, los inventa. Como sabemos, la presión competitiva que genera la tecnología hace necesarios a los enemigos. Y he aquí a lo que iba. En ese punto, cuando parece madura para acceder a un nuevo modo de vida, para abandonar su confinamiento planetario, para ingresar en una senda de grandes descubrimientos, esa raza se enfrenta con la terrible y determinante pregunta: ¿Seré capaz de desarrollar las capacidades sociales internacionales que me permitirían mantener controlado mi potencial de agresividad? ¿Podré superarme a mí misma y establecer una duradera tregua con mis enemigos, de modo que podamos deshacemos de todo ese nefasto arsenal de una vez por todas?
»¿ Veis a lo que me refiero? Si la raza responde mal y no llega a aprobar el examen, destruye el planeta y con él se destruye a sí misma, y demuestra que no estaba preparada para atravesar el área vital de cuarentena que el espacio ha instalado en tomo.
»Armagedón no estaba preparado. No aprobó el examen. Y su gente se autodestruyó.
—Pero eso querría decir que nadie, en ninguna parte, está preparado, jamás nos hemos encontrado con otra raza cosmonáutica.
El líder rió:
—No estamos mas que en el umbral de la Tierra, no lo olvides. Nadie vendrá a buscamos a menos que sepa que somos de fiar.
»¿Y lo somos?
En medio de la risotada general, el líder continuó:
—Démosle una oportunidad a Armagedón. Quizá podamos poner el viejo cacharro en marcha sí damos con el botón adecuado.
Nuevas exploraciones permitieron completar la información acerca de aquel mundo. Una de sus características más notables era la existencia de un mar a una latitud bastante alta que, antes del desastre nuclear, sólo se encontraba parcialmente cubierto de hielo. Tras el holocausto, la contaminación atmosférica había enfriado la campana de aire, con lo cual el agua del mar de alta latitud estaba más caliente que el aire que la cubría. Así, el aire era calentado por debajo y la humedad presionaba hacia arriba. De ello habían resultado violentas tormentas a alta latitud, tal vez lo bastante devastadoras en sí mismas como para acabar con los eventuales supervivientes del desastre nuclear. Gran cantidad de nieve caía en el suelo de latitud medía, que en otro tiempo había sido una meseta densamente urbanizada. La ulterior glaciación había sido de tal magnitud que todavía se mantenía.
Los Foráneos decidieron arrojar parte de lo que el líder había llamado nefasto arsenal sobre el helado mar de alta latitud, intentando volver a «poner en marcha el cacharro». Pero la desolación glacial continuó siendo desolación glacial. En Armagedón, el espíritu tutelar local, el gestalt biosférico, había muerto.
Entonces descubrieron que apenas tenían combustible y decidieron regresar a Nueva Tierra y conquistarla. Sus descubrimientos en Armagedón les habían proporcionado una estrategia. Esta consistía en arrojar un único artefacto termonuclear sobre el polo norte del planeta, provocando así fuertes precipitaciones que acabarían por transformar el entorno. El mar se extendería; los zombis locales podrían ayudar, excavando canales. Podría obtenerse más kelp y tal vez se lograse oxigenar la atmósfera un poco más. El plan era prometedor. A los Foráneos, la decisión de ensayar sólo una explosión nuclear más les parecía adecuada.
De manera que subieron a su nave, dejando a Armagedón a merced de sus eones de hielo.
Los habitantes de Nueva Tierra verían hacerse realidad al menos una parte de su único mito. El cielo se resquebrajó y cayó.
¿Qué diferencias vitales se observan entre un caso y otro? ¿Por qué Nueva Tierra nunca pudo recuperarse, mientras que la Tierra volvió a florecer e incluso generó nuevas formas de vida, como los geonautas?
Cuando los terráqueos establecieron su lazo empalico con los gossis de Heliconia, un nuevo factor ingresaba en el universo. Lo supieran o no, los terráqueos estaban actuando como foco de conciencia de toda la biosfera. El lazo empalico no era en modo alguno débil. Era el equivalente psíquico de la gravedad o el magnetismo; tendía un puente entre ambos planetas.
Para decirlo de un modo más sobrecogedor: Caía se estaba comunicando directamente con su vigorosa hermana, la Escrutadora Original.
Se trataba, por supuesto, de una pura especulación. El hombre es incapaz de atisbar en los grandes umwelts que lo rodean. Pero puede enseñar a sus sentidos a rastrear en busca de evidencias. Y todas las evidencias apuntan a que Gata y la Escrutadora Original establecieron contacto a través del puente tendido por su progenie. Tan sólo nos cabe imaginar qué tipo de ondas concéntricas pudo haber causado ese contacto…, a menos que la segunda era glacial y sus propias ondas de remisión nos ofrezcan pruebas palpables de ello.
Podría suponerse entonces que la recuperación de Gaia se vio acelerada por su vivificante encuentro con un espíritu hermano en el vacío próximo.
Ahí estaban los geonautas: serenos, calmos, aparentemente amistosos, algo nuevo. ¿Por qué interpretarlos como un esperpento evolutivo y no como una inspiración nacida de una amistad viva y poderosa…?
En Heliconia, mientras tanto, los augustos procesos estacionales avanzaban sin duda a toda marcha.
En el hemisferio norte el pequeño verano estaba a punto de concluir. Las noches gélidas eran el anuncio de otras noches, más frías aún. En los ventisqueros de la cordillera de Shivenink campeaba ya la helada, y a su ley estaban sujetas las criaturas vivas que se aventuraban por allí.
Era de mañana. Una ululante tormenta de viento, congelado aliento polar, se llevaba las provisiones. El phagor y Uuundaamp estaban acoplando sus asokines. Ya habían transcurrido diecisiete días desde que abandonaran Sharagatt. Nada parecía indicar que los siguieran.
De los tres pasajeros, Shokerandit era el que mejor había aguantado el viaje. Toress Lahl se había hundido en el mutismo. Por las noches, permanecía tumbada en la tienda como si estuviera muerta. Fashnalgid apenas abría la boca, salvo para maldecir. En sus rostros castigados, sus cejas y pestañas emblanquecían de escarcha al minuto de abandonar el refugio y la helada les ennegrecía los pómulos.
El último tramo de senda discurría por encima de los seis mil metros. A la derecha, envuelta en nubes fumantes, se alzaba una sólida montaña de hielo. La visibilidad no iba más allá de unos pocos pasos.
Uuundaamp, con los ojillos alegres en la cara escarchada, se acercó a Shokerandit.
—Hoy suave marcha —gritó—. Colina abajo a través túnel. ¿Tú recuerdas túnel, jefe?
—¿Túnel Noonat? —Costaba verdadero esfuerzo hablar en la ventisca.
—Ahahá, Noonat. Noche hoy llegamos. Tomamos beber, algo comida, occhara, gumtaa.
—Gumtaa. Toress, cansada.
El ondod sacudió la cabeza:
—Pronto ella hace carne junto los asokin. No mucho folicar gumtaa no ya, ¿eh? —rió sin abrir la boca.
Shokerandit intuyó que el hombre tenía algo más que decir. Ambos se volvieron simultáneamente de espaldas a los demás, que estaban asegurando el correaje del trineo. Uuundaamp cruzó los brazos.
—Tu amigo tiene rabo crece en medio cara —dijo con una breve, huidiza mirada de reojo.
—¿Fashnalgid?
—Tu amigo tiene rabo en medio cara. Equipo no aprecia. Equipo da mucho kakool. Hace pasar mal rato. Perdemos a ese sucio en túnel Noonat, ¿ishto?
—¿Ha estado fastidiando a Moub?
—¿Festín dando? No, él mete su prodo adentro Moub la noche última. Folica la saca, ¿ishto? Ella no aprecia. Ella ya llena de 'queños Uuundaamps —rió—. Así que perdemos en túnel, ¿sabes?
—Lo siento, Uuundaamp, lo siento. Loobiss por habérmelo dicho antes, pero no smrtaa en túnel, por favor. Yo hablaré con amigo que está en Noonat. El no más folicar tu Moub.
—Jefe, mejor pierdes ese amigo. Si no, gran kakool, veo yo —rió, lanzó una torva mirada y se golpeó la frente; luego, giró de pronto sobre sus talones.
Los ondods raramente se mostraban enfadados. Pero eran traicioneros, y Shokerandit lo sabía. Uuundaamp continuó mostrándose amistoso; sin al menos una apariencia de amistad, sería imposible pretender viajar. No obstante, el ondod se había rebajado al hablarle a un humano de las penas de su mujer.
Shokerandit había sido invitado a copular con Moub. Era una regla de cortesía ondod y cualquier declinación habría infringido la ley ondod. Las leyes ondod eran sencillas y tajantes; quien las transgredía, debía morir. Si Uuundaamp había decidido perder a Fashnalgid en el túnel, de nada servía que Shokerandit intercediera.
Tanto Toress Lahl como Fashnalgid le dirigieron miradas inquisitorias desde sus enrojecidos ojos. Él no dijo nada, a pesar de la preocupación que sentía. Uuundaamp estaba siempre al acecho y detectaría cualquier intento de Shokerandit por advertir al capitán. Lo cual supondría más kakool.
La hirsuta mole de Bhryeer emergió de la oscuridad, arrastrando penosamente los pies hacia la cola del trineo, Los ojos céreos le centellearon cuando volvió un instante la cabeza para contemplar a los tres humanos. Posó la mirada morosa en Shokerandit. Era imposible interpretar la expresión del phagor.
Se sorbió secamente la mucosidad de la escarchada nariz y gritó por encima del viento:
—Equipo lizzto para partir. Tomar zzitio. Coger muy fuerte.
Harbin Fashnalgid sacó un botellín de las profundidades de su abrigo, introdujo el cuello entre sus descamados labios y tragó. Mientras lo volvía a guardar en su sitio, Shokerandit le dijo:
—Sé prudente, no bebas. Cógete fuerte, corno te han dicho.
—¡Abro Hakmo Astab! —gruñó Fashnalgid. Y con un eructo, le dio la espalda. Toress Lahl dirigió a Shokerandit una mirada suplicante. Él sacudió la cabeza con severidad, diciéndole sin hablar: «No te rindas ahora, muerde con fuerza el rabo de zorro».
Cuando ocuparon su sitio en el trineo, apenas divisaban los bultos de Uuundaamp y Moub, esta última envuelta en su chillona manta. Los perros, en cambio, no se veían. Uuundaamp levantó el largo látigo por encima de su cabeza. Ipsssssisiii. Enseguida, el primer rasguido de los patines metálicos que cortaban la nieve. El lugar en el que habían pasado la noche, marcado por las manchas amarillas de orina humana y animal, se perdió en un instante.
En menos de una hora ya bajaban hacia el túnel de Noonat. Shokerandit sintió que el miedo le atenazaba la garganta. Dejar que un ondod liquidase a un humano amigo, cualquiera que fuese la causa, también equivalía a rebajarse. Su ira se volcó tanto hacia Uuundaamp como hacia Harbin Fashnalgid. Junto a él, Fashnalgid encorvaba miserablemente la espalda. Toda comunicación había desaparecido.
Aumentó la velocidad. Avanzaban quizás a unas cinco millas por hora. Shokerandit mantenía la vista fija en el camino, frunciendo las cejas y arrugando la cara para ver mejor. Pero no había más paisaje que un gris inmutable, aunque en algún lugar, más arriba, podía adivinarse un atisbo de luz. Atrás iban quedando, espectrales y blancos, algunos árboles.
Además de los sonidos habituales, del crepitar del trineo, el silbido del látigo, las flatulencias de los perros, el crujido del hielo, la melodía del viento, otro sonido, leve pero amenazante, empezó a crecer. Era el sonido que el viento arrancaba del túnel de Noonat. Moub contestó con toques de una corneta hecha de cuerno de cabra.
Los ondods prevenían así de su presencia a los equipos que pudieran avanzar en dirección opuesta.
El atisbo de luz cenital cesó bruscamente. Habían entrado en el túnel. El phagor emitió un tosco alarido y aplicó el freno posterior para reducir la velocidad. El látigo de Uuundaamp cambió de sonido cuando éste lo hizo chasquear justo delante del hocico del perro que llevaba su nombre para que redujese a su vez la marcha.
Un viento gélido los golpeó como sí fuese un objeto sólido. Este túnel, excavado en la ladera de la montaña, era un atajo para llegar a la estación de Noonat. El camino principal, por el que transitaban el tráfico pesado o los viajeros de a pie, era algunas millas más largo pero menos peligroso. En el túnel siempre existía el riesgo de que dos trineos se encontrasen de frente, enredándose fatalmente mientras los asokines opuestos se peleaban a muerte y una sangrienta lucha a cuchillo mancillaba la oscuridad. Puesto que el túnel había sido excavado en forma casi cilíndrica, en teoría resultaba posible que dos equipos convergentes se apartasen pared arriba, sin detenerse ni tocarse; sin embargo, era una posibilidad tan remota que la mayoría de conductores solían avanzar a ciegas, aterrados, gritando a viva voz a medida que se deslizaban.
Había nueve millas de túnel. A merced de los desprendimientos de nieve y las violentas rachas de viento, el trineo se bamboleaba de un lado a otro como un barco sin timonel.
Como resultado del intento de Uuundaamp por reducir la velocidad se redoblaron las vibraciones. Fashnalgid maldijo. El conductor y su mujer se colgaron a ambos lados del trineo, clavando sus talones en la nieve para hacer más efectiva la frenada.
Bhryeer se inclinó hacia adelante y le gritó a Fashnalgid:
—Tu botella zze cae abajo.
—¿Mi botella? ¿Dónde?
Cuando Fashnalgid se asomó hacia un lado en busca del punto al que señalaba el phagor, éste le dio un duro golpe en la zona lumbar. Fashnalgid cayó del trineo con un alarido y aterrizó en cuatro patas antes de revolcarse en la nieve. De inmediato, Uuundaamp emitió un chillido agudo y fustigó a los asokines. El phagor quitó el freno trasero. Ayudado por la pendiente, el trineo se disparó hacia adelante.
Fashnalgid se había puesto de pie. Ya empezaba a desaparecer en la penumbra. Echó a correr. Shokerandit le gritó a viva voz que no se detuviera. El viento bramaba, el ondod chillaba, los patines rechinaban. Fashnalgid se estaba acercando. Cuando se puso a la par de la parte trasera del trineo, el rostro desencajado por el esfuerzo, el phagor levantó un brazo para descargarle otro golpe.
Quedar a solas en el largo túnel equivalía a una muerte segura. Otros trineos, surgiendo de la oscuridad, arrollarían al solitario. Era la smrtaa de los ondods.
Gritando al límite de sus fuerzas, Shokerandit desenfundó su revólver y voló de rodillas sobre los fardos hasta la cola del trineo. Entonces, golpeó con la culata el enorme cráneo del phagor.