Herejía (49 page)

Read Herejía Online

Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Herejía
2.4Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Qué puedo hacer por vosotros? —preguntó Elassel.

—Antes de que comencemos, deberás jurarnos que, en caso de que no decidas ayudarnos, no revelarás nada de lo que Ravenna o yo vamos a decirte.

¿Adónde quería llegar?, se preguntó Elassel, ¿y qué estaba ocurriendo? ¿A qué se debía tanto secreto? ¿Y en qué podría ella ayudarlos? Fuese lo que fuese, sonaba interesante, así que hizo un juramento en nombre de Ranthas.

—Bien —afirmó el conde cuando ella terminó—. Ahora, ¿cuánto sabes de los sucesos de hoy?

—Se produjo un ataque tribal y Cathan fue capturado. Oí que los nativos tienen en su poder la mina, y el paso.

—Las novedades viajan con rapidez —murmuró Ravenna.

—Lo que nadie fuera de esta habitación sabe es que Cathan escapó de la mina, descendiendo a nado con el torrente de la tormenta, y que consiguió llegar aquí.

¡Cathan había escapado, por Ranthas! ¿Descendiendo a nado por el torrente, durante una tormenta? Había más en él de lo que aparentaba. Elassel jamás hubiese imaginado que alguien tan delgado y de aspecto tan frágil pudiese lograr algo semejante.

—Antes de perder el conocimiento (a propósito, ahora se encuentra bien) dijo que podrías ayudarnos en parte de un plan para vencer a los nativos, quienes probablemente estén reuniéndose para atacar la ciudad. Puede haber un traidor entre estas paredes.

—¿Y qué deseáis que haga?

—Ayúdanos a liberar a los nativos capturados por Midian y permíteles cruzar las puertas de la ciudad. Una vez que lo hayas hecho, te garantizo que nadie sabrá jamás quién fue, si es que eso te preocupa.

Elassel se lo pensó por un momento. Si la descubrían se metería en graves problemas, y no quería volver a ser encerrada (ni siquiera considerando que las celdas de penitentes de Midian eran un paraíso comparadas con las de las prisiones de Haleth).Y, además, ella se dedicaba a la música, no era una agente secreta. Pero, al mismo tiempo, ¿por qué no hacerlo? Sería golpear en medio del ojo al lujurioso, hipócrita y bastardo de Midian, y además así conocería a más gente.

—Os ayudaré —afirmó por fin Elassel—. ¿Me acompañará alguien?

—Ravenna estará a cargo y participará además un oceanógrafo llamado Tétricus, que es un viejo amigo de Cathan y que también ha sido convocado. Sin embargo, tú eres la única que conoce el interior del templo y sabe lo que sucede allí. —El conde caminó alrededor del escritorio y se dirigió a la puerta—. Ahora he llamado a mi guardia; Ravenna liderará la acción. ¿Te ha quedado todo claro? Elassel no protestó.

—El capitán de mi guardia llegará en unos pocos minutos para ayudaros y para que podáis reconocerlo cuando lo veáis en el portal de la ciudad. Buena suerte a ambas.

Un instante más tarde el conde había partido y, antes de que Ravenna pudiese pronunciar palabra, se oyeron golpes en la puerta. —Adelante —indicó Ravenna.

Quien llegaba, adivinó Elassel, debía de ser Tétricus. Tenía aproximadamente la misma estatura que Cathan, pero era muy diferente. Mientras que Cathan era esbelto, Tétricus era ancho de hombros y rechoncho. Su cabello era grueso y negro, sus manos enormes y su rostro amplio y de expresión adusta.

—Buenas tardes, Tétricus —dijo Ravenna, y Elassel notó por primera vez que la voz de su compañera era monótona casi por completo, sin variar el tono para reflejar la menor emoción.

Ravenna le presentó a Elassel y le hizo jurar a Tétricus silencio, del mismo modo que poco antes había hecho con Elassel. Las dos parecían tomar su colaboración como un hecho, y Tétricus no dudó en comprometerse a ayudar.

—¿Cómo lo haremos? —indagó él—. ¿Y cuándo?

—Tiene que ser antes de que acabe la tormenta —señaló Ravenna—, pero no tenemos la menor idea de cuándo sucederá tal cosa. Elassel, ¿cómo funciona la guardia dentro del templo y cuándo habrá menos gente despierta?

—Midian mantiene a los prisioneros en las celdas de penitentes, que consisten en un estrecho pasillo con un único acceso de entrada y salida. Guardias armados custodian esa entrada intermitentemente, aunque creo que Midian o alguno de sus secuaces poseen las llaves; pero eso no traerá inconvenientes. A las once de la noche la mayor parte de la gente estará en la cama y, a la medianoche, sólo quedará despierto un centinela haciendo la ronda de guardia. Todo el templo está rodeado por un campo de leños ardientes, pero puedo apagarlo desde dentro cuando nos hayamos encargado del centinela.

—¿A qué distancia están las celdas de penitentes de los dormitorios? —preguntó Tétricus.

—Las celdas se encuentran debajo, en el sótano, al lado de los depósitos. Sólo hay un modo de bajar, partiendo de la antecámara principal.

—Al parecer, sería cuestión de eliminar al centinela y a la guardia armada, y luego abrir las puertas —comentó Tétricus—. Bastante sencillo si empleamos cerbatanas con dardos soporíferos. Las tribus los utilizan, así que hará que las cosas parezcan creíbles, como si hubiese sido un rescate tribal.

—Pero primero debemos entrar en el templo y, cuando hayamos abierto las celdas, tendremos que liberar a todos los prisioneros y hacerlos cruzar la ciudad sin que nadie se despierte. Sería imposible abrir el portal principal sin llamar la atención de alguien y, por el mismo motivo, no podremos cruzarlo al entrar.

—¿Se te ocurre alguna idea, Elassel? —inquirió Ravenna. —Creo que deberíamos trepar el muro —sostuvo ella tras una pausa—. Precisaremos de garfios acolchados para escalar, si es que tenéis.

—Ningún nativo tendría instrumentos semejantes.

—¡Venga! ¡Nadie creerá que hubo nativos dentro de la ciudad! —dijo Elassel con ironía—.Todos pensarán desde el principio que se ha tratado de traidores.

—¿Podemos dejar abiertas las puertas principales antes de partir? —preguntó Tétricus.

—Cierran con un barrote. Debería ser sencillo deslizar la barra a lo largo, pero haría un ruido tremendo.

El plan no le pareció tan sencillo a Elassel un poco más tarde, cuando se agazapó en la oscuridad detrás de una columna esperando que pasase el centinela nocturno. Tenía las piernas acalambradas y ya no estaba segura de poder saltar sobre el sujeto con la rapidez necesaria cuando se presentase el momento. ¿Dónde estaba el centinela, por el amor de Ranthas? Los ojos de Elassel se concentraron en la lámpara que extendía el campo de éter en la pared opuesta, la única luz encendida que había en ese sector del templo. La lámpara y las pinturas en la pared situada algo más atrás eran lo único que podía ver con claridad.

Al fin oyó pasos llegando desde el pasillo. Sacó entonces de su morral algunos pequeños dardos con cuidado, para evitar que la punta tocase cualquier punto de su piel, y los colocó en la cerbatana. Recordaba haber utilizado una con anterioridad, pero el capitán de la guardia les había dado a los tres una rápida lección, advirtiéndoles que el disparo no debía efectuarse a una distancia mayor de unos pocos metros.

Elassel se llevó la cerbatana a los labios y apuntó a donde estaría sin duda la cintura del centinela (el blanco más sencillo de un cuerpo). Entonces esperó. Un instante después el centinela apareció rodeando el borde de la columna, una figura adusta, de baja estatura, con desaliñados pantalones y chaleco, que sostenía en una mano una linterna apagada. En el segundo previo a efectuar el disparo, Elassel se preguntó si el dardo lograría atravesar las capas de gruesas ropas.

Su preocupación fue en vano. Al segundo de soplar, el centinela lanzó una sorda maldición y se dio un manotazo en el costado. Miró a su alrededor, miró en dirección a Elassel y comenzó a avanzar hacia ella. Elassel se echó hacia atrás, aterrada, incluso pese a que llevaba el rostro cubierto casi por completo y estaba en la oscuridad.

Entonces, mientras recorría los pocos metros que lo separaban de ella, las piernas del centinela cedieron y se desplomó en el suelo con una expresión de confusión.

Después de eso, quitarle las llaves del cinto y abrirse paso hacia la garita del jardín que guardaba los controles del campo de éter era casi un juego de niños. Los controles estaban cerrados con llave detrás de un panel protector, pero ella dedujo cuál de las cinco o seis llaves de la cadena que le había quitado al centinela era la que abriría el panel. Una vez abierto, empujó la fría y brillante palanca que había del otro lado, concentrándose en desactivar el campo de éter. Por fortuna, nadie había ideado aún un método para asegurar las palancas de éter. Cualquiera podía utilizarlas.

El apagado gimoteo del éter dejó de oírse. El campo había sido desconectado.

Elassel volvió a salir al jardín a tiempo para ver a Tétricus escalar la parte superior del muro y saltar para reunirse en el patio con Ravenna.

—Buen trabajo —susurró Tétricus. Ravenna no dijo nada.

—Por aquí —indicó Elassel, que, mientras iba a gachas por el oscurecido portal interior en dirección a la antecámara, descubrió que estaba disfrutando mucho de la aventura. El foso negro de la escalera se iluminaba levemente hacia su izquierda y al fondo podía percibirse un ligero resplandor.

—¿Listos? —preguntó Ravenna, y los otros dos asintieron. Entonces sacó del morral que llevaba en la cintura una pequeña pelota de juguete hecha con un material blando y la hizo rodar escalera abajo.

En seguida apareció uno de los guardias y se acercó al sitio donde había caído la pelota, junto a una pared. Elassel y Tétricus lanzaron sus dardos antes de que el hombre se perdiera de vista. Elassel oyó un quejido de sorpresa y dolor y, un par de pasos más adelante, oyó cómo también el guardia se desplomaba contra el suelo.

El pasillo se había oscurecido y ahora sólo se escuchaba el apagado sonido de una respiración profunda. Ravenna le hizo una indicación a Tétricus, que se acercó a la celda más próxima y habló en un susurro a través de los barrotes.

No hubo ninguna respuesta y, durante unos segundos largos Y agonizantes, Elassel se dejó llevar por el pánico y, se preguntó por qué no responderían. Luego uno de los nativos, con evidente des confianza en los ojos, apareció junto a la puerta y preguntó qué sucedía, en voz demasiado alta.

—¡Shhhhh! —lo interrumpió Tétricus—. Hemos venido a rescataros.

—¿Rescatarnos? —preguntó el mercader con ojos legañosos—. ¿Y por qué?

—Somos enemigos del sacerdote que os ha capturado, y vuestra tribu está esperando. ¿Podrías ayudarme a despertar a tus compañeros y acompañarme sigilosamente? Tenemos que haceros cruzar los portales o no habrá modo de sacaros.

—Esperad un segundo.

El hombre desapareció en el interior de la celda y Elassel escuchó cómo varias voces discutían entre sí. Luego el mercader reapareció.

—Sí. Os acompañaremos —afirmó.

Elassel comenzó a trabajar en las cerraduras, derramando ácido de un frasco que había traído y, poco más tarde, ocho mercaderes bárbaros con rostros asombrados los seguían por el pasillo. Casi habían alcanzado el patio cuando se cruzaron con alguien. Una figura emergió de uno de los pasillos laterales y Tétricus disparó uno de sus dardos. Hubo un grito y Elassel reconoció la voz de su madrastra. La joven intentó regresar, pero Tétricus se interpuso en su camino.

—¿Qué haces?

—¡Es mi madrastra! —explicó Elassel con frenesí.—¡Se pondrá bien! ¡Ahora corre!

Condujeron a los nativos hacia el jardín, y Tétricus y Ravenna descorrieron el barrote de la puerta. Como Elassel había predicho, al deslizarlo hacia atrás se produjo un chirrido como el de un animal herido.

Todo lo que Elassel recordaba a partir de ese momento era una confusa huida bajo la lluvia a través de calles inundadas y gritos partiendo del templo detrás de ellos. Alguien había dejado el portal entre los barrios oportunamente abierto, pero no vieron a nadie hasta que llegaron al portal que abría el paso al barrio nuevo. Empujada por el viento, Elassel se tambaleó hasta ponerse a cobijo y en el intento estuvo a punto de chocar contra uno de los muros, pero alguien interpuso su brazo para evitarlo. Entonces ella elevó la mirada y reconoció el curtido rostro del capitán de la guardia.

=Podo saldrá bien —le dijo—. Tengo las cosas bajo control.

En ese preciso instante se produjo una explosión en algún sitio por encima de ella y, poco después, la ciudad se cubrió de un misterioso brillo azul cuando estallaron dos bengalas.

Alguien más se acercó y ayudó a Elassel a llegar hasta al puesto de guardia del portal. Oyó cascos de caballos y luego vio los desgreñados ponis de los bárbaros reunidos fuera y cargados de bienes.

—Decidles a vuestros jefes —oyó que decía el capitán de la guardia— que...

Los guardias cobijaron a Elassel y a sus dos compañeros dentro del puesto de guardia, al abrigo de la lluvia, y los condujeron escalera arriba para secarse junto al hogar encendido. Por la ventana, Elassel pudo ver cómo los mercaderes avanzaban siguiendo el curso del río y apiñados para protegerse de la tormenta. Un momento más tarde, al parecer como señal de advertencia, dos bengalas de leña ardiente explotaron sobre la misma franja del bosque en la que esperaban los ejércitos tribales. Luego, en respuesta, vio estallar una llamarada encima del valle, una ráfaga luminosa que fue apagada casi de inmediato por la lluvia.

—¡Lo lograron! —exclamó con satisfacción el capitán de la guardia—. ¡Los últimos estallidos provinieron de la mina!

De modo que también Palatina había completado con éxito su parte del plan. Eso le serviría a Midian de lección.

CAPITULO XXIV

Desperté en mi propia habitación, con la luz del sol filtrándose a través de las cortinas. Había demasiadas mantas en la cama y estaba sudado a causa del extremo calor. Entreabrí los ojos y eché un vistazo al reloj de éter de la pared de enfrente; el círculo tenía encendida una fracción superior a la mitad. Es decir, que eran las seis de la mañana y había salido el sol.

¿Pero de qué día? Recordaba haberme desvanecido en la cama de Ravenna, haberle transmitido a mi padre el mensaje de Palatina y nada más. Era casi seguro que no podían haber pasado sólo diez horas desde entonces. Pero de ese modo el tiempo transcurrido debía de ser de alrededor de dos días, y en ese caso habría estado dormido durante un período insospechadamente largo. Fuera o no así, sentía tanta hambre como si llevase muchas horas sin probar bocado.

El sueño postraumático podía explicarlo; sabía que una de las mejores maneras dé curar a alguien era someterlo a una larga cura de sueño.

Other books

Belonging by Umi Sinha
Rescue Me by Rachel Gibson
Paradise Falls by Ruth Ryan Langan
High-Powered, Hot-Blooded by Susan Mallery
The Boy with No Boots by Sheila Jeffries
Wystan by Allison Merritt
The Legend of Safehaven by R. A. Comunale