—No se pueden cobrar impuestos a una tierra yerma —murmuró Miles.
—Una vez vi a una niña pequeña… —se detuvo, se mordió los labios, continuó—: Lo que sí constituye una diferencia palpable es que no haya guerra. Yo pretendo, pretendía, crear esa diferencia palpable. Una carrera en el servicio, un retiro honorable, subir hasta ocupar un cargo ministerial… luego pasar a las filas del lado civil, luego…
—¿El virreinato de Komarr? —sugirió Miles.
—Esa pretensión sería un poco megalomaníaca —dijo Galeni—. Un nombramiento en el personal, desde luego —su mirada se apagó de manera visible mientras contemplaba la celda y arrugó los labios en una risa silenciosa, autodespectiva—. Mi padre, por otro lado, quiere venganza. La dominación extranjera de Komarr no es sólo un abuso, sino intrínsecamente maligna por principio. Tratar de convertirla en no extranjera por integración no es un compromiso, es colaboración, capitulación. Los revolucionarios komarreses murieron por mis pecados. Y así una y otra vez. Una y otra vez.
—Entonces, sigue intentando persuadirle para que se pase a su bando.
—Oh, sí. Creo que seguirá hablando hasta que apriete el gatillo.
—No es que le esté pidiendo, um, que sacrifique sus principios ni nada por el estilo, pero la verdad es que no creo que cometiera ningún pecado extra si usted, digamos, suplica por su vida. «El que lucha y huye vive para luchar otro día», y todo eso.
Galeni sacudió la cabeza.
—Precisamente por esa lógica no puedo rendirme. No voy a hacerlo porque no puedo. Si diera marcha atrás, él lo haría también, y se vería obligado a razonar que habría que matarme igual que ahora finge razonar lo contrario. Ya ha sacrificado a mi hermano. En cierto sentido, la muerte de mi madre fue consecuencia de esa pérdida, y de otras que le infligió en nombre de la causa. Supongo que eso hace que todo parezca muy edípico —añadió, en un destello de reflexión—, pero… la angustia de tomar las decisiones difíciles siempre ha atraído su alma romántica.
Miles sacudió la cabeza.
—Admito que conoce usted al hombre mejor que yo. Y sin embargo… bueno, la gente siente fascinación por las elecciones difíciles, y deja de buscar alternativas. La voluntad de ser estúpido es una fuerza muy poderosa…
Esto provocó una risita de Galeni, y una mirada pensativa.
—… pero siempre hay alternativas. Sin duda es más importante ser leal a una persona que a un principio.
Galeni alzó las cejas.
—Supongo que eso no debería sorprenderme, viniendo de un barrayarés. De una sociedad que tradicionalmente se organiza por juramentos internos de lealtad en vez de un marco externo de ley abstracta… ¿es debido a la política de su padre?
Miles se aclaró la garganta.
—A la teología de mi madre, en realidad. Desde dos puntos de partida completamente distintos llegan a esta extraña intersección en sus puntos de vista. La teoría de ella es que los principios vienen y van, pero que las almas humanas son inmortales, y que por tanto hay que decantarse hacia lo importante. Mi madre tiende a ser enormemente lógica. Es betana, ya sabe.
Galeni se adelantó con interés, las manos relajadas sobre las rodillas.
—Me sorprende que su madre haya tenido algo que ver con su educación. La sociedad barrayaresa tiende a ser tan, er, radicalmente patriarcal… Y la condesa Vorkosigan tiene fama de ser la más invisible de las esposas políticas.
—Sí, invisible —reconoció Miles alegremente—, como el aire. Si desapareciera uno apenas se daría cuenta. Hasta la próxima vez en que hubiera que respirar.
Reprimió un arrebato de añoranza de casa y un temor atroz… «si no regreso esta vez…».
Galeni sonrió, amablemente incrédulo.
—Es difícil imaginarse al gran almirante claudicando ante, ah, presiones matrimoniales.
Miles se encogió de hombros.
—Cede ante la lógica. Mi madre es una de las pocas personas que conozco que casi ha conquistado por completo la voluntad de ser estúpido —frunció el ceño, introspectivo—. Su padre es un hombre bastante inteligente, ¿no? Quiero decir, dadas sus premisas. Ha eludido a Seguridad, ha podido preparar al menos unos cuantos planes de acción temporalmente efectivos, tiene seguidores, es sin duda persistente…
—Sí, supongo que sí.
—Mm.
—¿Qué?
—Bueno… hay algo en todo este asunto que me molesta.
—¡Yo diría que mucho!
—No personalmente. Lógicamente. En abstracto. Como plan, hay algo que no encaja desde mi punto de vista. Claro que es un lío: hay que correr riesgos, siempre pasa cuando tienes que convertir un plan en acción. Pero por encima de todo están los problemas prácticos. Algo intrínsecamente retorcido.
—Es atrevido. Pero si tiene éxito, lo conseguirá todo. Si su clon toma el imperio, se plantará en el centro de la estructura de poder barrayaresa. Lo controlará todo. Poder absoluto.
—Chorradas —dijo Miles.
Galeni alzó las cejas.
—El hecho de que el sistema de comprobaciones y equilibrios de Barrayar no esté escrito no significa que no exista. Debe usted saber que el poder del Emperador no consiste más que en la cooperación de los militares, los condes, los ministros, el pueblo en general. A los emperadores que no cumplen su función al gusto de todos estos grupos les suceden cosas terribles. El desmembramiento del loco emperador Yuri no fue hace mucho tiempo. Mi padre estuvo presente en aquella sangrienta ejecución, cuando era niño. ¡Y la gente se pregunta todavía por qué nunca ha intentado tomar el Imperio para sí!
»Así he aquí que tenemos el cuadro de esa imitación mía, pretendiendo hacerse con el trono de un sangriento golpe, y eso seguido por una rápida transferencia de poder y privilegios a Komarr, digamos que incluso con la concesión de su independencia. ¿Resultados?
—Continúe —dijo Galeni, fascinado.
—Los militares se sentirán ofendidos, porque estaré tirando por la borda sus victorias tan duramente conseguidas. Los condes se ofenderán, porque me habré alzado por encima de ellos. Los ministros se ofenderán, porque la pérdida de Komarr como fuente de impuestos y nexo comercial reducirá su poder. El pueblo se ofenderá por todos estos motivos más el hecho de que a sus ojos soy un mutante físicamente sucio según la tradición de Barrayar. El infanticidio por defectos de nacimiento obvios sigue realizándose en secreto en el campo, a pesar de que hace cuatro décadas de su prohibición, ¿lo sabía? Si se le ocurre algo más desagradable que ser desmembrado vivo, bueno, ese pobre clon va de cabeza a ello. Ni siquiera estoy seguro de que yo pudiera asaltar el Imperio y sobrevivir, incluso sin las complicaciones komarresas. Y ese chico sólo tiene… ¿cuántos, diecisiete, dieciocho años? Es un plan estúpido. O…
—¿O?
—O es algún otro plan.
—Mm.
—Además —dijo Miles más despacio—, ¿por qué Ser Galen, que si no he interpretado mal odia a mi padre más que ama a nadie… por qué iba a tomarse todas estas molestias para poner sangre Vorkosigan en el trono imperial de Barrayar? Es una venganza de lo más oscuro. ¿Y cómo, si por algún milagro logra que el muchacho consiga el poder, se propone entonces controlarlo?
—¿Condicionamiento? —sugirió Galeni—. ¿La amenaza de descubrirlo?
—Mm, tal vez.
Llegados a esta situación, Miles guardó silencio. Pasado un buen rato, volvió a hablar.
—Creo que el auténtico plan es mucho más sencillo e inteligente. Pretende soltar al clon en medio de la pugna de poder sólo para crear el caos en Barrayar. Los resultados de esa pugna son irrelevantes. El clon no es más que un peón. Hay prevista una revuelta en Komarr para que coincida con el momento de máximo clamor en Barrayar, cuanto más sangrienta mejor. Debe de tener un aliado en el entramado preparado para intervenir con suficientes fuerzas militares y bloquear la salida del agujero de gusano de Barrayar. Dios, espero que no haya hecho un pacto diabólico con los cetagandanos.
—Intercambiar una ocupación barrayaresa por una cetagandana me parece un movimiento demasiado tonto… sin duda no está tan loco. ¿Pero qué le ocurrirá a su carísimo clon? —dijo Galeni, siguiendo los hilos.
Miles sonrió, maligno.
—A Ser Galen no le importa. Es sólo un medio para lograr un fin —abrió la boca, la cerró, la volvió a abrir—. Excepto que… no paro de oír mentalmente la voz de mi madre. De ahí es de donde saqué ese perfecto acento betano, ¿sabe?, el que uso para el almirante Naismith. La oigo ahora mismo.
—¿Y qué es lo que dice? —las cejas de Galeni se alzaron, divertidas.
—«Miles —dice—, ¿qué has hecho con tu hermano pequeño?»
—¡Pero el clon no lo es! —rió Galeni.
—Al contrario, según la ley betana mi clon es exactamente eso.
—Una locura —Galeni se detuvo—. Su madre no esperaría que cuidara de esa criatura.
—Oh, sí, claro que lo haría —suspiró Miles, sombrío. Un nudo de silencioso pánico se convirtió en un bulto en su pecho. Complejo, demasiado complejo…
—¿Y ésa es la mujer que, según usted, está detrás del hombre que está detrás del Imperio barrayarés? No lo comprendo. El conde Vorkosigan es el más pragmático de los políticos. Mire todo el esquema de integración komarrés.
—Sí —dijo Miles cordialmente—. Mírelo.
Galeni le dirigió una mirada recelosa.
—Personas antes que principios, ¿eh? —dijo lentamente por fin.
—Ajá.
Galeni se sentó cansinamente en su camastro. Poco después, murmuró:
—Mi padre fue siempre un hombre de grandes… principios.
A cada minuto que pasaba las posibilidades de ser rescatados parecían más remotas. Pasado un tiempo, les entregaron otra comida con aspecto de desayuno, lo cual indicaba, si semejante reloj era digno de confianza, que para Miles era el tercer día de encierro. Al parecer el clon no había cometido ningún error inmediato y obvio que revelara su verdadera naturaleza a Ivan o Elli. Y si era capaz de engañar a Ivan y Elli, podría engañar a cualquiera. Miles se estremeció.
Inhaló profundamente, se levantó del camastro y se puso a realizar una serie de ejercicios con intención de expulsar de su cerebro los residuos de la droga. Galeni, hundido esa mañana en una desagradable mezcla de resaca, depresión y furia impotente, se quedó acostado y lo observó sin hacer ningún comentario.
Resoplando, sudoroso y mareado, Miles recorrió la celda para refrescarse. El lugar empezaba a apestar, y eso lo empeoraba. Sin demasiadas esperanzas, entró en el cuarto de baño y trató de atascar el desagüe. Como sospechaba, el mismo sistema sensor que conectaba el agua al pasar la mano la desconectaba antes de que hubiera una inundación. El inodoro funcionaba de la misma forma. Y aunque por algún milagro consiguiera que sus captores abrieran la puerta, Galeni había demostrado las pocas posibilidades que tenían de luchar contra sus aturdidores.
No. Su único punto de contacto con el enemigo se hallaba en el caudal de información que esperaban sacarle. Después de todo, era la única razón por la que seguía con vida. Tal como estaban las cosas, era algo potencialmente muy poderoso. Sabotaje informativo. Si el clon no iba a cometer errores por su cuenta, quizá necesitara un pequeño empujoncito. ¿Pero cómo lo conseguiría Miles, atiborrado de pentarrápida? Podría plantarse en el centro de la celda y hacer confidencias falsas al plafón de la luz, como si hablara con el capitán Galeni, pero no esperaba que se las tomaran en serio.
Estaba sentado en el camastro mirándose los pies helados (se había quitado los calcetines húmedos para ponerlos a secar) cuando se abrió la puerta. Dos guardias con aturdidores. Uno apuntó a Galeni, que lo miró sin moverse. El dedo del guardia permanecía tenso sobre el gatillo; ninguna vacilación por su parte. Hoy no necesitaban a Galeni consciente. El otro hizo un gesto a Miles. Si el capitán iba a ser aturdido instantáneamente, no tenía mucho sentido que Miles atacara unilateralmente a los guardias; suspiró, obedeció y salió al pasillo.
Miles resopló, sorprendido. El clon le esperaba, mirándolo con ojos devoradores.
El álter Miles iba vestido con su uniforme de almirante dendarii. Le sentaba perfectamente, hasta las botas de combate.
Sin perder ni un segundo, el clon ordenó a los guardias que escoltaran a Miles hasta el estudio. Esta vez lo ataron firmemente a una silla en el centro de la habitación. Interesante, Galen no estaba allí.
—Esperad fuera —dijo el clon a los guardias.
Éstos se miraron, se encogieron de hombros y obedecieron llevándose un par de sillas acolchadas para estar cómodos.
El silencio que se hizo al cerrarse la puerta fue profundo. El duplicado caminó lentamente alrededor de Miles a la distancia segura de un metro, como si Miles fuera una serpiente que pudiera golpear de pronto. Se retiró para encararse a él desde un metro y medio de distancia, apoyado en la comuconsola, agitando un pie. Miles reconoció la postura como propia. Nunca volvería a utilizarla sin ser dolorosamente consciente de ello: un pequeño trocito de sí mismo que el clon le había robado. Uno de muchos trocitos diminutos. Se sintió súbitamente perforado, desgastado, harapiento. Y temeroso.
—¿Cómo, ah…? —empezó a decir Miles, y tuvo que detenerse para aclararse la garganta reseca—. ¿Cómo conseguiste escapar de la embajada?
—Acabo de pasar la mañana atendiendo los deberes del almirante Naismith —le dijo el clon. A regañadientes, Miles hizo un gesto con la cabeza—. Tu guardaespaldas creyó que me entregaba a la seguridad de la embajada barrayaresa. Los barrayareses creerán que mi guardia komarrés es un dendarii. Y yo gano un poco de tiempo sin tener que dar explicaciones. Bonito, ¿no?
—Arriesgado —observó Miles—. ¿Qué esperas conseguir que merezca la pena? La pentarrápida no funciona demasiado bien conmigo, ya sabes.
De hecho, Miles advirtió que el hipospray no estaba a la vista. Desaparecido, como Ser Galen. Curioso.
—No importa —el clon hizo un brusco gesto de desdén, otro trocito arrancado de Miles,
twang
—. No me importa si dices la verdad o mientes. Sólo quería oírte hablar. Verte, sólo una vez. Tú, tú, tú… —la voz del clon se redujo a un susurro,
twang
—, cómo he llegado a odiarte.
Miles se aclaró de nuevo la garganta.
—Quisiera señalar que, de hecho, nos conocimos por primera vez hace tres noches. Lo que te hayan hecho, no lo he hecho yo.
—Tú —dijo el clon—, me jodiste sólo con existir. Me duele que respires —se cruzó las manos sobre el pecho—. Sin embargo, eso se curará muy pronto. Pero Galen me prometió una entrevista primero. —Se levantó de la mesa y empezó a caminar; Miles se agitó—. Me lo prometió.