Hermanos de armas (25 page)

Read Hermanos de armas Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Hermanos de armas
10.94Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Megalómano engreído. Ni siquiera eres capaz de protegerte a ti mismo —impulsivamente, abofeteó a Miles sobre las magulladuras del día anterior—, ¿puedes?

Dio un paso atrás, sorprendido por la fuerza de su propio experimento, e inconscientemente se llevó la mano a la boca. Los labios sangrantes de Miles revelaron una sonrisa, y el clon bajó rápidamente la mano dolorida.

«Bien. Nunca habías golpeado de verdad a un hombre. Ni matado tampoco, seguro. Oh, pequeño virgen, sí que te espera una desfloración sangrienta.»

—¿Eres capaz? —insistió el clon.

«¡Bah! Toma mi verdad por mentiras, cuando pretendía que tomara mis mentiras por verdad… vaya saboteador estoy hecho. ¿Por qué me siento obligado a decirle la verdad?

»Porque es mi hermano y le hemos fallado. No fuimos capaces de descubrirlo antes, no fuimos capaces de preparar un rescate…»

—¿Soñaste alguna vez con ser rescatado? —preguntó Miles de pronto—. ¿Después de descubrir quién eras… o incluso antes? ¿Qué tipo de infancia tuviste, por cierto? Se piensa que los huérfanos sueñan con padres principescos, cabalgando al rescate… en tu caso, podría haber sido cierto.

El clon hizo una mueca de amargo desdén.

—Difícilmente. Siempre conocí la situación. Supe lo que era desde el principio. Verás, los clones de Jackson's Whole son entregados a padres adoptivos pagados para que los críen hasta la madurez. Los clones criados en depósitos tienden a tener desagradables problemas de salud: son propensos a infecciones, a un mal funcionamiento cardiovascular… la gente que paga para que le trasplanten el cerebro espera despertar en un cuerpo sano.

»Tuve una especie de hermano adoptivo una vez… un poco mayor que yo —el clon hizo una pausa, inspiró profundamente—. Se crió conmigo. Pero no se educó a mi lado. Le enseñé a leer, un poco… Poco antes de que los komarreses vinieran por mí, la gente del laboratorio se lo llevó.

»Por pura casualidad, lo vi después. Me habían enviado a recoger un encargo en el espaciopuerto, aunque se suponía que no iría a la ciudad. Lo vi al otro lado de la pista, entrando en el vestíbulo de pasajeros de primera clase. Corrí hacia él. Sólo que ya no era él. Era un horrible viejo rico sentado en su cabeza. Su guardaespaldas me empujó…

El clon se volvió y miró a Miles con odio.

—Oh, conocía la situación. Pero una vez, una vez, sólo esta vez, un clon de Jackson's Whole le va a dar la vuelta. En vez de que tú canibalices mi vida, yo tendré la tuya.

—¿Entonces dónde estará tu vida? —preguntó Miles, a la desesperada—. Enterrado en una imitación de Miles, ¿dónde estará entonces Mark? ¿Estás seguro de que en mi tumba estaré sólo yo?

El clon dio un respingo.

—Cuando sea emperador de Barrayar —dijo entre dientes—, nadie podrá alcanzarme. El poder es seguridad.

—Déjame que te diga una cosa. No hay ninguna seguridad. Sólo estados diversos de riesgo. Y fracaso.

¿Y por qué dejaba que su antigua soledad de hijo único lo traicionara, a estas alturas? ¿Había algo tras aquellos familiares ojos grises que le miraban con tanta fiereza? ¿Qué trampa lo atraparía? Comienzos, el clon comprendía claramente los comienzos. Era en los finales donde carecía de experiencia…

—Siempre supe —dijo Miles en voz baja; el clon se acercó— por qué mis padres nunca tuvieron otro hijo. Aparte del daño a los tejidos producido por el gas soltoxin. Pero podrían haber tenido otro hijo, con la tecnología entonces disponible en la Colonia Beta. Mi padre siempre puso la excusa de que no se atrevía a dejar Barrayar, pero mi madre podría haber tomado su muestra genética y marchado sola.

»El motivo era yo. Estas deformidades. Si hubiera existido un hijo completo, habría habido una horrible presión social para que me desheredaran y lo pusieran en mi lugar como heredero. ¿Crees que exagero el horror que sienten en Barrayar por las mutaciones? Mi propio abuelo trató de zanjar el asunto eliminándome en la cuna, cuando era niño, después de haber perdido la discusión sobre el aborto. El sargento Bothari… tuve un guardaespaldas desde que nací, que medía unos dos metros, no se atrevió a apuntar con su arma al gran general. Así que el sargento lo agarró y lo alzó sobre su cabeza, pidiéndole disculpas… estaban en el balcón de un segundo piso, hasta que el general Piotr pidió, con la misma educación, que lo soltara. Después de eso, llegaron a un acuerdo. Mi abuelo me contó esta historia, mucho más tarde; el sargento no hablaba mucho.

»Más tarde, mi abuelo me enseñó a cabalgar. Y me dio esa daga que llevas prendida en la camisa. Y me legó la mitad de sus tierras, la mayoría de las cuales aún brillan en la oscuridad por culpa de las armas nucleares cetagandanas. Y se colocó detrás de mí en un centenar de situaciones sociales tormentosas, peculiarmente barrayaresas, y no me dejó escapar, hasta que me vi forzado a aprender a manejarme en ellas o morir. Lo consideraba la muerte.

»Mis padres, por otro lado, fueron tan amables y cuidadosos… su absoluta falta de sugerencias hablaba más fuerte que los gritos. Me sobreprotegían incluso cuando me dejaban que arriesgara los huesos en cada deporte, en la carrera militar… porque me dejaron superar a mis hermanos antes de que nacieran. No fuera a ser que pensara, por un momento, que no era lo bastante bueno para complacerlos…

Miles guardó bruscamente silencio. Luego, añadió:

—Tal vez eres afortunado por no tener una familia. Después de todo, sólo te vuelven loco.

«¿Y cómo voy a rescatar a este hermano que nunca he tenido? Por no mencionar sobrevivir, escapar, desbaratar el plan komarrés, rescatar al capitán Galeni de su padre, salvar al Emperador y a mi padre de ser asesinados e impedir que los mercenarios dendarii sean metidos en una máquina de picar carne…

»No. Si puedo salvar a mi hermano, todo lo demás vendrá detrás. Eso es. Aquí, ahora, es el lugar donde empujar, donde luchar, antes de que se desenfunde la primera arma. Rompe el primer eslabón y toda la cadena se suelta.»

—Sé exactamente lo que soy —dijo el clon—. No me tomes por tonto.

—Eres lo que haces. Elige otra vez y cambia.

El clon vaciló, mirando directamente a Miles a los ojos casi por primera vez.

—¿Qué garantía ibas a darme en la que yo pudiera confiar?

—¿Mi palabra como Vorkosigan?

—¡Bah!

Miles consideró seriamente aquel problema desde el punto de vista del clon… de Mark.

—Toda tu vida hasta ahora ha estado centrada en la traición, a un nivel u otro. Como no has tenido ninguna experiencia con la confianza, naturalmente, no puedes juzgar con ella. Supongamos que tú me dices en qué garantía estarías dispuesto a creer.

El clon abrió la boca, la cerró, y permaneció en silencio, ruborizándose levemente.

Miles casi sonrió.

—Ves el pequeño dilema, ¿eh? —dijo suavemente—. ¿El fallo lógico? El hombre que asume que todo es mentira está al menos tan equivocado como el que asume que todo es verdad. Si no te complace ninguna garantía, tal vez el fallo no esté en la garantía, sino en ti. Y tú eres el único que puede hacer algo al respecto.

—¿Qué puedo hacer? —murmuró el clon.

Por un instante, la angustia aleteó en sus ojos.

—Inténtalo —jadeó Miles.

El clon permaneció inmóvil. Miles tembló. Estaba tan cerca, tan cerca… casi lo tenía.

La puerta se abrió de golpe. Galen, hecho una furia, entró flanqueado por los sorprendidos guardias komarreses.

—¡Maldición, el momento…! —susurró el clon. Se enderezó, culpable, elevando la barbilla.

«¡Maldito momento!», gritó Miles mentalmente. De haber tenido unos minutos más…

—¿Qué demonios te crees que estás haciendo? —exigió saber Galen, la voz pastosa por la furia, como un trineo sobre grava.

—Mejorando mis posibilidades de sobrevivir más allá de los cinco primeros minutos después de que ponga los pies en Barrayar, confío —dijo el clon fríamente—. Necesitas que sobreviva un poco, incluso para servir a tus propósitos, ¿no?

—¡Te dije que era demasiado peligroso! —Galen estaba casi gritando, pero sólo casi—. Tengo la experiencia de toda una vida combatiendo a los Vorkosigan. Son los propagandistas más insidiosos que puedas imaginar, capaces de recubrir su egoísta codicia con pseudopatriotismo. Y éste está sacado del mismo molde. Sus mentiras te engañarán, te atraparán… es un bastardo sutil y nunca aparta los ojos del objetivo principal.

—Pero su elección de mentiras ha sido muy interesante. —El clon se movió como un caballo nervioso, pateando la alfombra, medio desafiante, medio conciliador—. Me has hecho estudiar cómo se mueve, cómo habla, cómo escribe. Pero nunca he tenido realmente claro cómo piensa.

—¿Y ahora? —rezongó Galen peligrosamente.

El clon se encogió de hombros.

—Está chiflado. Me parece que se cree de verdad su propia propaganda.

—La pregunta es, ¿te la crees tú?

«¿Te la crees, te la crees?», pensó Miles frenético.

—Por supuesto que no —el clon hizo una mueca, alzó la barbilla,
twang
.

Galen volvió la cabeza hacia Miles y dirigió una mirada a los guardias.

—Cogedlo y encerradlo.

Los siguió con cautela mientras desataban a Miles y lo llevaban fuera. Miles vio que su clon, detrás de Galen, miraba al suelo, todavía rozando con el pie la alfombra.

—¡Te llamas Mark! —le gritó mientras la puerta se cerraba—. ¡Mark!

Galen apretó los dientes y descargó sobre Miles un sincero, devastador y anticientífico puñetazo. Miles, sujeto por los guardias, no logró esquivarlo, pero sí apartarse lo suficiente para que el puño de Galen no le destrozara la mandíbula. Por fortuna, Galen retiró la mano, recuperando una fina corteza de control, y no volvió a golpearlo.

—¿Era para mí, o para él? —inquirió Miles con dulzura a través de una creciente burbuja de dolor.

—Encerradlo —gruñó Galen a los guardias—, y no lo dejéis salir hasta que yo, personalmente, os lo ordene.

Se dio la vuelta y regresó a su estudio.

«Dos a dos —pensó Miles mientras los guardias lo llevaban por el tubo elevador hasta el siguiente nivel—. O al menos dos a uno y medio. Las probabilidades nunca serán mejores, y el margen de tiempo sólo va a empeorar.»

Cuando la puerta de la celda se abrió, Miles vio a Galeni dormido en su camastro: el único desesperado plan de un hombre para eludir el dolor. Se había pasado casi toda la noche recorriendo en silencio la celda, inquieto hasta el frenesí… el sueño que se le había escapado había sido capturado ahora. Maravilloso. Ahora, justo cuando Miles lo necesitaba de pie y a punto de saltar como un resorte.

«Inténtalo de todas formas.»

—¡Galeni! —aulló Miles—. ¡Ahora, Galeni! ¡Vamos!

Simultáneamente, se abalanzó contra el guardia más cercano y aplicó una tenaza capaz de paralizar los nervios sobre la mano que sujetaba el aturdidor. La articulación de uno de los dedos de Miles chasqueó, pero hizo caer el aturdidor y lo alejó de una patada hacia Galeni, que saltaba desconcertado de su camastro como un cerdo de la charca. A pesar de estar semiconsciente, actuó de manera rápida y precisa; se abalanzó hacia el aturdidor, lo cogió y, rodando por el suelo, se apartó de la línea de fuego de la puerta.

Un guardia pasó un brazo por el cuello de Miles, lo levantó del suelo y le dio la vuelta para encararlo al otro. El pequeño rectángulo gris de la boca del arma del segundo guardia estaba tan cerca que Miles casi tuvo que ponerse bizco para enfocarlo. Cuando el dedo del komarrés se tensó sobre el gatillo, el zumbido del aturdidor se fragmentó y la cabeza de Miles pareció explotar en una cascada de dolor y luces de colores.

11

Despertó en una cama de hospital, un entorno desagradable pero familiar. En la distancia, a través de la ventana, las torres de Vorbarr Sultana, la capital de Barrayar, brillaban extrañamente verdes en la oscuridad. MilImp, entonces, el Hospital Militar Imperial. La habitación no estaba decorada con el mismo estilo severo que había conocido de niño, cuando entraba y salía tan a menudo de laboratorios clínicos y operaciones para luego someterse a dolorosas terapias que consideraba MilImp su casa fuera de casa.

Entró un doctor. Tenía aproximadamente sesenta años: pelo gris corto, rostro pálido y arrugado, el cuerpo abotargado por la edad. DR. GALEN decía su placa. Los hiposprays resonaban en sus bolsillos. Copulando y reproduciéndose, tal vez. Miles siempre se había preguntado de dónde venían los hiposprays.

—Ah, está usted despierto —dijo el doctor alegremente—. No intentará escapar de nosotros otra vez, ¿no?

—¿Escapar? —estaba atado con tubos y cables sensores, sondas y correas de control. No parecía que fuera a ir a ninguna parte.

—Catatonia. La tierra del nunca jamás. Gagá. En resumen, loco. Supongo que es la única manera de escapar, ¿no? La sangre lo dirá.

A Miles le pareció oír el susurro de los glóbulos rojos en sus oídos, confiándose miles de secretos militares unos a otros, sacudiéndose ebrios en una danza campestre con moléculas de pentarrápida que agitaban sus grupos hidróxilos como enaguas. Parpadeó para espantar la imagen.

Galen rebuscó en el bolsillo; entonces su rostro cambió.

—¡Oh! —sacó la mano, sacudió un hipospray y se chupó el pulgar ensangrentado—. ¡El pequeño hijo de puta me ha mordido!

Miró hacia abajo, donde el joven hipospray se tambaleaba inseguro sobre sus patitas de metal, y lo aplastó con el pie. Murió con un chirrido diminuto.

—Este tipo de fallo mental no es inusitado en un criocadáver revivido, por supuesto. Lo superará usted —le aseguró Galen.

—¿Estuve muerto?

—Muerto en el acto, en la Tierra. Se pasó un año en suspensión criogénica.

Extrañamente, Miles recordaba esa parte. Tendido en un ataúd de vidrio como una princesa de cuento de hadas bajo un cruel hechizo, mientras unas siluetas se asomaban silenciosas y espectrales a los paneles de escarcha.

—¿Y usted me revivió?

—Oh, no. Salió mal. El peor caso de quemaduras por congelamiento que se haya visto.

—Oh. —Miles hizo una pausa, aturdido, y añadió con tenue vocecita—: ¿Sigo muerto entonces? ¿Podré tener caballos en mi funeral, como el abuelo?

—No, no, no, por supuesto que no —el doctor Galen rió como una gallina clueca—. Usted no se puede morir, sus padres nunca lo permitirían. Trasplantamos su cerebro a un cuerpo de repuesto. Afortunadamente, había uno disponible. De segunda mano, pero apenas usado. Enhorabuena, es usted virgen otra vez. ¿No fue previsor por mi parte tener a su clon ya preparado?

Other books

Marrying Mr. Right by Cathy Tully
Fashion Faux Paw by Judi McCoy
The Silver Sword by Ian Serraillier
Surrender to Love by J. C. Valentine
Stop This Man! by Peter Rabe
Kentucky Confidential by Paula Graves