Avanzaron marcando el paso y subieron la rampa. Elli se quedó atrás, observando la actuación con interés.
El guardia de la entrada saludó por acto reflejo mientras el asombro se extendía por su cara.
—¡Capitán Galeni! ¡Ha vuelto! Y, er… —miró a Miles, abrió y cerró la boca—, usted. Señor.
Galeni le devolvió el saludo sin ganas.
—Llame al teniente Vorpatril y dígale que se presente aquí. A Vorpatril solamente.
—Sí, señor.
El guardia de la embajada habló a través de su comunicador de muñeca, sin apartar los ojos de ellos. No paraba de mirar de reojo a Miles, con expresión sorprendida.
—Er… me alegro de que haya vuelto, capitán.
—Yo también, cabo.
Al cabo de un instante, Ivan salió de un tubo elevador y se acercó corriendo por el vestíbulo de mármol.
—Dios mío, señor, ¿dónde ha estado? —exclamó, agarrando a Galeni por los hombros. Recordó comportarse un poco tarde, y saludó.
—Mi ausencia no ha sido voluntaria, se lo aseguro.
Galeni se tiró del lóbulo de una oreja, parpadeando, y se pasó la mano por la barba de días, un poco conmovido por el entusiasmo de Ivan.
—Lo explicaré con detalle, más tarde. Ahora mismo… ¿teniente Vorkosigan? Quizá sea el momento de sorprender a su, er, otro pariente.
Ivan miró a Miles.
—¿Te dejaron salir, entonces? —miró con más atención y se puso blanco—. Miles…
Miles le enseñó los dientes y se apartó del hipnotizado cabo.
—Todo quedará explicado cuando arrestemos al otro yo. ¿Dónde estoy, por cierto?
Ivan arrugó los labios, cada vez más preocupado.
—Miles… ¿intentas jugar con mi cabeza? No tiene demasiada gracia…
—Nada de juegos. Y no tiene ninguna gracia. El individuo que ha estado durmiendo en tu cuarto los últimos cuatro días… no era yo. He estado alojado con el capitán Galeni, aquí presente. Un grupo revolucionario komarrés trató de colocarte un doble, Ivan. El cretino es mi clon, de verdad. ¡No me digas que no has notado nada!
—Bueno… —dijo Ivan. El alivio, y un creciente embarazo, empezaron a nublar sus rasgos—. Hiciste algo, um, poco propio de ti, estos dos últimos días.
Elli asintió dubitativa; comprendía muy bien el azoramiento de Ivan.
—¿Qué? —inquirió Miles.
—Bueno… te he visto maniático. Y te he visto depresivo. Pero nunca te había visto… bueno, neutral.
—Eso me pasa por preguntar. ¿Y sin embargo nunca sospechaste nada? ¿Tan bueno era?
—¡Oh, sospeché algo la primera noche!
—¿Y qué? —chilló Miles. Tenía ganas de tirarse de los pelos.
—Y decidí que no podía ser. Después de todo, tú mismo te inventaste esta historia del clon hace unos cuantos días.
—Pues ahora demostraré mi sorprendente presciencia. ¿Dónde está?
—Bueno, por eso me ha sorprendido tanto verte.
Galeni se había cruzado de brazos y tenía una mano en la frente. Miles no pudo leer sus labios, aunque se movían ligeramente… contando hasta diez, tal vez.
—¿Por qué, Ivan? —dijo Galeni, y esperó.
—Dios mío, no se habrá marchado ya a Barrayar, ¿verdad? —dijo Miles impaciente—. Tenemos que detenerlo…
—No, no —contestó Ivan—. Han sido los locales. Por eso tenemos aquí este lío.
—¿Dónde está? —rugió Miles, agarrando la chaqueta verde del uniforme de Ivan con la mano buena.
—¡Cálmate, eso es lo que estoy intentando decirte! —Ivan contempló los blancos nudillos del puño de su primo—. Sí, eres tú, desde luego. La policía local ha venido aquí hace un par de horas y te ha arrestado… lo arrestó a él… lo que sea. Bueno, no exactamente, pero tenían una orden de detención prohibiéndote dejar esta jurisdicción legal. Ibas a marcharte esta noche. Traían una orden judicial para interrogarte ante el fiscal municipal y asegurarse de que había pruebas suficientes para presentar cargos formales.
—¿Cargos de
qué
, qué estás farfullando, Ivan?
—Bueno, pues ahí está el lío. Tuvieron una especie de cortocircuito en sus cerebros sobre las embajadas… vinieron y te arrestaron, teniente Vorkosigan, por sospecha de conspiración para cometer asesinato. Como remate, se sospecha que contrataste a esos dos matones que intentaron asesinar al almirante Naismith en el espaciopuerto la semana pasada.
Miles dio una patada en el suelo.
—Ah. Ah. ¡Ah!
—El embajador está presentando protestas por todas partes. Naturalmente, no podíamos decirles por qué están equivocados.
Miles agarró a Quinn por el codo.
—No te dejes llevar por el pánico.
—No me dejo llevar por nada —observó Quinn—. Estoy viendo cómo tú te dejas llevar por el pánico. Es mucho más divertido.
Miles se frotó la frente.
—Bien. Bien. Empecemos por asumir que no todo está perdido. Supongamos que el chico no se ha dejado llevar por el… que no se ha venido abajo. Todavía. Supongamos que le ha dado la vena aristocrática y los mira a todos con desdén sin decir palabra. Lo haría bien, si es así como supone que actuamos los Vor. Pequeño capullo. Supongamos que está resistiendo.
—Supuesto —concedió Ivan—. ¿Y qué?
—Si nos apresuramos, conseguiremos salvar…
—¿Tu reputación? —dijo Ivan.
—¿A su… hermano? —aventuró Galeni.
—¿Nuestros culos? —dijo Elli.
—Al almirante Naismith —terminó de decir Miles—. Ahora quien corre peligro es él. —La mirada de Miles se encontró con la de Elli; las cejas de la comandante se alzaron preocupadas—. La palabra clave es «tapadera». Tanto si se destapa… como si, sólo posiblemente, se asegura de modo permanente.
Se volvió hacia Galeni.
—Nosotros dos tenemos que lavarnos. Reúnase conmigo aquí dentro de quince minutos. Ivan, trae un bocadillo. Dos bocadillos. Te llevaremos como fuerza bruta —Ivan venía muy bien para esas cosas—. Elli, tú conduces.
—¿Conducir adónde?
—A los juzgados. Vamos al rescate del pobre e incomprendido teniente Vorkosigan. Regresará con nosotros la mar de agradecido, lo quiera o no. Ivan, será mejor que lleves un hipospray con dos centímetros cúbicos de tolizona, además de esos bocadillos.
—Espera, Miles —dijo Ivan—. Si el embajador no consiguió sacarlo de allí, ¿cómo esperas que lo hagamos nosotros?
Miles sonrió.
—Nosotros no. El almirante Naismith.
Los juzgados municipales de Londres eran un gran edificio negro de cristal de unos dos siglos de antigüedad. Ejemplos de arquitectura similar brotaban de vez en cuando en un distrito compuesto por estilos aún más antiguos, resto de los bombardeos e incendios del Quinto Disturbio Civil. La renovación urbana allí no llegaba hasta después de un desastre. Londres estaba abarrotado, era un rompecabezas de épocas yuxtapuestas, y los londinenses se aferraban obstinadamente a los pedazos de su pasado; había incluso un comité para salvar los espantosos restos de finales del siglo XX. Miles se preguntó si Vorbarr Sultana, actualmente en franco proceso de expansión, tendría aquel aspecto al cabo de mil años, o si aniquilaría su historia en la prisa por modernizarse.
Miles se detuvo en el vestíbulo para ajustarse el uniforme de almirante dendarii.
—¿Se me ve respetable? —le preguntó a Quinn.
—La barba te hace parecer, um…
Miles se la había recortado apresuradamente.
—¿Distinguido? ¿Mayor?
—Desaliñado.
—Ja.
Los cuatro cogieron el tubo elevador hasta la planta noventa y siete.
—Sala W —les indicó el panel de recepción después de que accedieran a sus archivos—. Cubículo 19.
El cubículo 19 resultó contener un terminal asegurado de Euronet JusticeComp y un ser humano vivo, un joven serio.
—Ah, investigador Reed —le sonrió cálidamente Elli cuando entraron—. Volvemos a vernos.
Una breve mirada sirvió para comprobar que el investigador Reed estaba solo. Miles aclaró un retortijón de pánico en su garganta.
—El investigador Reed se encarga de ese desagradable incidente en el espaciopuerto, señor —explicó Elli, confundiendo su tos con una solicitud de explicaciones y adoptando un tono profesional—. Investigador Reed, el almirante Naismith. Tuvimos una larga charla en mi último viaje aquí.
—Ya veo —dijo Miles. Mantuvo una expresión amable y neutral.
Reed lo miraba de arriba abajo.
—Increíble. ¡Así que es usted de verdad el clon de Vorkosigan!
—Prefiero considerarlo mi hermano gemelo apartado. Por lo común, procuramos mantenernos lo más lejos posible el uno del otro. Así que ha hablado usted con él.
—Un poco. No me ha parecido muy cooperativo —Reed miraba con incertidumbre a Miles y a Elli y a los dos barrayareses uniformados—. Cerrado. Bastante desagradable, más bien.
—Sí, lo imagino. Le estaba usted pisando un callo. Es bastante sensible en lo que a mí respecta. Prefiere que no le recuerden mi embarazosa existencia.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Rivalidad de hermanos —improvisó Miles—. He llegado más lejos que él en la carrera militar. Se lo toma como un reproche, un desmérito de sus propios logros tan perfectamente razonables…
«Dios mío, que alguien me saque de este lío.» La mirada de Reed se volvía penetrante.
—Al grano, por favor, almirante Naismith —gruñó el capitán Galeni.
«Gracias.»
—Cierto. Investigador Reed, no pretenderé que Vorkosigan y yo seamos amigos, ¿pero de dónde sacaron esa curiosa idea de que fue él quien trató de orquestar mi muerte?
—Su caso no ha sido fácil. Los dos presuntos asesinos —Reed miró a Elli—, eran un callejón sin salida. Así que seguimos otra pista.
—No sería la de Lise Vallerie, ¿verdad? Me temo que soy culpable de haberla desviado un poco del camino. Tengo un curioso sentido del humor, me temo. Es un defecto…
—… que todos debemos soportar —murmuró Elli.
—Consideré interesantes las sugerencias de Vallerie, no concluyentes —dijo Reed—. En casos pasados he descubierto que es una investigadora cuidadosa por propio derecho, que no se deja detener por ciertas reglas de orden que entorpecen, digamos, mi trabajo. Y resulta muy valiosa a la hora de transmitir asuntos de interés.
—¿Qué está investigando ahora? —inquirió Miles.
Reed le dirigió una mirada neutra.
—La clonación ilegal. Tal vez pueda usted darle algunas indicaciones.
—Ah… me temo que mis experiencias llevan unas dos décadas pasadas de moda para sus objetivos.
—Bueno, no se puede tener todo. En este caso la pista fue bastante objetiva. Se vio a un coche aéreo salir del espaciopuerto a la hora del atentado; pasó ilegalmente a través de un control de tráfico. Lo seguimos hasta la embajada barrayaresa.
«El sargento Barth.» Galeni parecía a punto de escupir; Ivan adoptó esa expresión agradable y ligeramente bobalicona que en el pasado había descubierto tan útil para evadir cualquier acusación de responsabilidad.
—Oh, eso —dijo Miles tranquilamente—. Fue simplemente la tediosa vigilancia que Barrayar me hace. Con toda sinceridad, la embajada de la que yo sospecharía es la cetagandana. Recientes operaciones dendarii en su zona de influencia, muy lejos de su jurisdicción, les molestaron enormemente. Pero no es una acusación que pueda demostrar, y por eso me contenté con dejar el trabajo a su gente.
—Ah, el famoso rescate de Dagoola. He oído hablar de ello. Un motivo de peso.
—De bastante más peso que la vieja historia que le conté a Lise Vallerie. ¿Resuelve eso los contratiempos?
—¿Y obtiene usted algo a cambio por este caritativo servicio a la embajada de Barrayar, almirante?
—¿Mi buena acción del día? No, tiene usted razón. Ya le he advertido sobre mi sentido del humor. Digamos que mi recompensa es suficiente.
—Nada que pudiera ser considerado como obstrucción a la justicia, espero —Reed alzó las cejas.
—Yo soy la víctima, ¿recuerda? —Miles se mordió la lengua—. Mi recompensa no tiene nada que ver con el código penal de Londres, se lo aseguro. Mientras tanto, ¿puedo pedirle que entregue al pobre teniente Vorkosigan a la custodia, digamos, de su oficial al mando, el capitán Galeni, aquí presente?
La cara de Reed era un retrato de la suspicacia, se había redoblado su desconfianza. «¿Qué ocurre, maldición? —se preguntó Miles—. Se supone que le estoy haciendo la rosca…»
Reed alzó las manos, se echó atrás e inclinó la cabeza.
—El teniente Vorkosigan se ha marchado con un hombre que se presentó como capitán Galeni hace una hora.
—Aaah… —dijo Miles—. ¿Un hombre mayor vestido de civil? ¿Pelo gris, grueso?
—Sí.
Miles tomó aire, sonriendo fijamente.
—Gracias, investigador Reed. No le haremos perder más su valioso tiempo.
De vuelta en el vestíbulo, Ivan dijo:
—¿Y ahora qué?
—Creo que es hora de regresar a la embajada. Y de enviar un informe completo al cuartel general —dijo el capitán Galeni.
«La urgencia por confesar, ¿eh?»
—No, no, nunca envíe informes en el ínterin —dijo Miles—. Sólo informes finales. Los informes en el ínterin tienden a desencadenar órdenes. Y entonces hay que obedecerlas o perder energías y un tiempo valiosísimo en evitarlas, en vez de resolver el problema.
—Una interesante filosofía de mando. Debo recordarla. ¿La comparte usted, comandante Quinn?
—Oh, sí.
—Los mercenarios dendarii deben de ser una organización
fascinante
con la que trabajar.
—Así lo creo —dijo Quinn sonriendo.
Regresaron de todas formas a la embajada: Galeni decidido a poner en marcha a su personal para que emprendiera una investigación a fondo sobre el oficial correo, ahora altamente sospechoso; Miles para ponerse un uniforme barrayarés y dejar que el médico le atendiera bien la mano. Si quedaba un momento libre en su vida después de que se solucionara aquel lío, reflexionó Miles, quizá sería mejor que se tomara algún tiempo para que sustituyeran por sintéticos los huesos y articulaciones de sus brazos y manos, no sólo los de las piernas. Operarse las piernas había resultado doloroso y tedioso, pero demorar la operación de los brazos no iba a mejorar nada. Y desde luego no podía pretender que todavía iba a seguir creciendo.
Algo alicaído por estos pensamientos, salió de la clínica de la embajada y bajó al subnivel de seguridad. Encontró a Galeni sentado solo ante su comuconsola tras haber cursado un hervidero de órdenes que enviaron a sus subordinados en todas direcciones. Las luces del despacho eran tenues. Galeni tenía los pies apoyados en la mesa, y Miles pensó que habría preferido sostener en la mano una botella de alguna fuerte bebida alcohólica antes que el lápiz óptico al que no paraba de dar vueltas y más vueltas.