—No puede usted proteger a Vorpatril, teniente —puntualizó Galeni—. Iré por él a continuación.
—¿Qué le hace pensar que Ivan está implicado? —continuó la boca de Miles, ganando tiempo para pensar. No, tendría que haber pensado primero.
Galeni parecía disgustado.
—Seamos serios, Vorkosigan.
Miles tomó aire.
—Todo lo que Ivan hizo, lo hizo siguiendo mis órdenes. La responsabilidad es completamente mía. Si accede usted a que no haya ningún cargo contra él, le pediré que le entregue un informe completo de cómo creó el agujero temporal en la red.
—Eso hará, ¿eh? —los labios de Galeni se torcieron—. ¿Se ha dado cuenta ya de que el teniente Vorpatril está por encima de usted en la cadena de mando?
—No, señor —deglutió Miles—. Esto, er… se me pasó por alto.
—Y a él también, parece.
—Señor, en un principio había planeado ausentarme durante un corto espacio de tiempo, y preparar mi regreso era la menor de mis preocupaciones. Como la situación se prolongó, me quedó claro que tendría que volver al descubierto, pero cuando lo hice eran las dos de la madrugada y él se había tomado un montón de molestias… No quise ser desagradecido…
—Y además —interrumpió Galeni
sotto voce
—, parecía que podría funcionar…
Miles reprimió una sonrisa involuntaria.
—Ivan es parte inocente. Acúseme de lo que quiera, señor.
—Gracias, teniente, por su amable permiso.
Picado, Miles replicó:
—Maldición, señor, ¿qué quería que hiciera? Los dendarii son tan soldados de Barrayar como cualquiera que lleve el uniforme del Emperador, aunque ellos no lo sepan. Están bajo mi mando. No puedo desatender sus necesidades urgentes, ni siquiera para representar el papel del teniente Vorkosigan.
Galeni se meció en su asiento, sus cejas se alzaron.
—¿Representar el papel del teniente Vorkosigan? ¿Quién cree que es usted?
—Yo soy…
Miles guardó silencio, atenazado por una súbita sensación de vértigo, como al caer por un tubo defectuoso. Durante un cegador momento, ni siquiera entendió la pregunta. El silencio se prolongó.
Galeni cruzó las manos sobre la mesa, el ceño fruncido. Su voz se suavizó.
—Ha perdido la pista, ¿no?
—Yo… —Miles abrió las manos, indefenso—. Es mi deber, cuando soy el almirante Naismith, ser el almirante Naismith lo mejor que pueda. No suelo tener que cambiar de uno a otro de esta forma.
Galeni ladeó la cabeza.
—Pero Naismith no es real. Eso mismo ha dicho usted.
—Uh… cierto, señor. Naismith no es real. —Miles tomó aire—. Pero sus deberes sí lo son. Debemos establecer algún acuerdo más racional para que yo pueda cumplirlos.
Galeni no parecía darse cuenta de que, al entrar Miles inadvertidamente en su cadena de mando, la había aumentado no en una persona, sino en cinco mil. Sin embargo, de haber sido consciente del hecho, ¿habría empezado a mediar con los dendarii? Miles apretó la mandíbula, siguiendo el impulso de descartar esta posibilidad en todos los sentidos. Un caluroso arrebato de… ¿celos? lo atravesó. Que Galeni continúe, por favor, Dios, considerando a los dendarii como asunto personal de Miles…
—Mm —Galeni se frotó la frente—. Sí, bien… mientras tanto, cuando llamen los deberes del almirante Naismith, acuda a mí primero, teniente Vorkosigan —suspiró—. Considérese a prueba. Le ordenaría quedar confinado en sus habitaciones, pero el embajador solicitó específicamente su presencia como escolta esta tarde. Pero sea consciente de que podría haber presentado cargos serios contra usted. El de desobedecer una orden directa, por ejemplo.
Yo… soy plenamente consciente de eso, señor. Uh… ¿e Ivan?
—Ya veremos —Galeni sacudió la cabeza, aparentemente reflexionando sobre Ivan. Miles no podía reprochárselo.
—Sí, señor —dijo Miles, decidiendo que había presionado todo lo posible, de momento.
—Puede retirarse.
«Magnífico —pensó Miles sardónicamente, y salió del despacho—. Primero me tomó por un insubordinado. Ahora sólo por un loco. Sea quien sea yo.»
El acontecimiento político-social de la tarde era una recepción con cena para celebrar la visita a la Tierra del Baba de Lairouba. El Baba, jefe de Estado hereditario de su planeta, combinaba deberes políticos y religiosos. Tras completar su peregrinaje a La Meca, había viajado a Londres para participar en las conversaciones sobre derechos de paso por el grupo de planetas del Brazo de Orión Occidental. Tau Ceti era el centro de ese nexo, y Komarr conectaba con él a través de dos rutas: de ahí el interés de Barrayar.
Los deberes de Miles eran los de costumbre. En este caso, se encontró escoltando a una de las cuatro esposas del Baba. No estaba seguro de si clasificarla de matrona aburrida o no: sus brillantes ojos castaños y sus suaves manos de chocolate eran bastante hermosos, pero el resto de su persona estaba envuelto en capas de seda cremosa con bordados de oro que sugerían una pulcritud puntillosa, como un colchón tentador.
No era capaz de calibrar su inteligencia, ya que ella no hablaba inglés, francés, ruso ni griego, en sus dialectos barrayareses ni en ningún otro, y él no hablaba ni lairoubano ni árabe. La caja de aparatitos traductores, por desgracia, había sido entregada a una dirección desconocida al otro lado de Londres, dejando a la mitad de los diplomáticos presentes con la única posibilidad de mirar a sus homólogos y sonreír. Miles y la dama se comunicaban las necesidades básicas mediante mímica (¿sal, señora?) con buena voluntad durante la cena, y él consiguió hacerla reír dos veces. Ojalá hubiese sabido a santo de qué.
Todavía más lamentable: antes de que los discursos de sobremesa pudieran ser cancelados, apareció un lacayo sudoroso con una caja de micros de repuesto. Se sucedieron varios discursos en diversas lenguas para beneficio de la prensa. Las cosas se dispersaron, la dama acolchada fue rescatada de las manos de Miles por otras dos coesposas, y él empezó a cruzar la sala de vuelta a la fiesta del embajador barrayarés. Al rodear una chillona columna de alabastro que sostenía el techo abovedado, se encontró de cara con la periodista de Euronews Network.
—
Mon Dieu
, es el pequeño almirante —dijo ella alegremente—. ¿Qué está haciendo usted aquí?
Ignorando el grito de angustia que resonaba en su cerebro. Miles consiguió manipular sus rasgos para componer una expresión de exquisito y amable vacío.
—¿Perdone usted, señora?
—Almirante Naismith, o… —Ella advirtió su uniforme y los ojos se le iluminaron de interés—. ¿Se trata de algún tipo de operación mercenaria encubierta, almirante?
Pasó un segundo. Miles abrió unos ojos como platos y se llevó una mano crispada al cinturón sin armas.
—Dios mío —se atragantó, con voz de espanto, algo que no le resultó difícil—. ¿Quiere usted decir que han visto al almirante Naismith en la Tierra?
Ella alzó la barbilla y abrió los labios en una sonrisita de incredulidad.
—En su espejo, naturalmente.
¿Tenía las cejas visiblemente chamuscadas? Todavía llevaba la mano derecha vendada. «No es una quemadura, señora —pensó Miles a la desesperada—. Me corté al afeitarme…»
Miles se puso firmes con un fuerte taconazo y le dirigió un saludo formal. Con voz orgullosa, grave y cargada de acento barrayarés, dijo:
—Se confunde usted, señora. Soy lord Miles Vorkosigan de Barrayar. Teniente del servicio imperial. No es que no aspire al rango que menciona, pero es un poquitín prematuro.
Ella sonrió con dulzura.
—¿Se ha recuperado por completo de las quemaduras, señor?
Miles alzó las cejas… No, no tendría que haber llamado la atención sobre ellas.
—¿Naismith se ha quemado? ¿Le ha visto usted? ¿Cuándo? ¿Podemos hablar de esto? El hombre que menciona es del mayor interés para Seguridad Imperial de Barrayar.
Ella lo miró de arriba abajo.
—Eso diría yo, ya que son ustedes iguales.
—Venga, venga aquí.
¿Y cómo iba a salir de ésta? La cogió por el codo y la empujó hacia un rincón privado.
—Claro que somos iguales. El almirante Naismith de los dendarii es mi…
¿Hermano ilegítimo? No, eso no colaría. La luz no se encendió, estalló como una explosión nuclear.
—…mi clon —concluyó Miles tranquilamente.
—¿Qué? —el aplomo de ella se resquebrajó; su atención osciló.
—Mi clon —repitió Miles con voz más firme—. Es una creación extraordinaria. Pensamos, aunque nunca hemos podido confirmarlo, que fue el resultado de una presunta operación encubierta cetagandana que salió mal. Los cetagandanos, sin duda, son capaces de esas proezas médicas. Los resultados de sus experimentos genéticos militares la horrorizarían. —Miles hizo una pausa. Eso último era cierto—. ¿Quién es usted, por cierto?
—Lise Vallerie —ella le mostró su cubo de prensa—. Euronews Network.
El hecho mismo de que estuviera dispuesta a volver a presentarse confirmaba que Miles había escogido el camino adecuado.
—Ah —se apartó un poco de ella—, los servicios de noticias. No me había dado cuenta. Discúlpeme, señora. No debería estar hablando con usted sin permiso de mis superiores.
Hizo un amago de marcharse.
—No, espere… ah… lord Vorkosigan. Oh… no estará usted relacionado con ese Vorkosigan, ¿verdad?
Él alzó la barbilla y trató de parecer severo.
—Mi padre.
—Oh —ella suspiró en tono de comprensión—, eso lo explica todo.
«Eso pensaba», reflexionó Miles, orgulloso.
Hizo unos cuantos intentos de escapar. Ella se aferró a él como una lapa.
—No, por favor… si no me lo dice, sin duda que investigaré por mi cuenta.
—Bueno… —Miles hizo una pausa—. Son datos bastante antiguos, desde nuestro punto de vista. Puedo decirle unas cuantas cosas, supongo, ya que está relacionado personalmente conmigo. Pero no es para hacerlo público. Debe darme su palabra primero.
—La palabra de un lord Vor de Barrayar es sagrada, ¿no? —dijo ella—. Nunca revelo mis fuentes.
—Muy bien —asintió Miles fingiendo tener la impresión de que ella le había hecho una promesa, aunque nada en sus palabras lo indicaba. Acercó un par de sillas y se sentaron lejos de los roboservidores que retiraban los restos del banquete.
Miles se aclaró la garganta, y se lanzó.
—La construcción biológica que se llama a sí mismo almirante Naismith es… quizás el hombre más peligroso de la galaxia. Astuto, resuelto. Los equipos de Seguridad barrayaresa y cetagandana han intentado, en el pasado, asesinarlo. Sin éxito. Ha empezado a construirse una base de poder, con sus dendarii. Aún no sabemos cuáles son sus planes a largo plazo para este ejército privado, excepto que debe de tener alguno.
Vallerie se acercó un dedo a los labios, dubitativa.
—Parecía… bastante agradable cuando hablé con él. Dadas las circunstancias. Un hombre valiente, sin duda.
—Sí, ahí está el genio y la maravilla del hombre —gimió Miles, luego decidió que sería mejor que no se pasara—. Tiene carisma. Sin duda los cetagandanos, si fueron los cetagandanos, pretendían algo extraordinario con él. Es un genio militar, ¿sabe?
—Espere un momento. ¿Es un clon auténtico, dice usted… no sólo una copia exterior? Entonces debe de ser aún más joven que usted.
—Sí. Su crecimiento, su educación, fueron acelerados artificialmente, aparentemente hasta los límites del proceso. ¿Pero dónde lo ha visto usted?
—Aquí, en Londres —respondió ella; iba a añadir algo y se detuvo—. Pero ¿no dice que Barrayar trata de matarlo? —Se apartó un poco de él—. Creo que será mejor que yo deje que lo localicen ustedes mismos.
—Oh, ya no —rió Miles—. Ahora nos limitamos a seguirle la pista. Lo perdimos de vista recientemente, lo que hace que mis servicios de seguridad se pongan extremadamente nerviosos. Claramente fue creado para algún tipo de plan de sustitución cuyo objetivo último era mi padre. Pero hace siete años se volvió un renegado, escapó de sus captores-creadores y empezó a actuar por su cuenta. Nosotros, Barrayar, sabemos demasiadas cosas de él ahora, y él y yo nos hemos diferenciado demasiado para que intente sustituirme a estas alturas.
Ella lo miró.
—Podría hacerlo. De verdad que podría.
—Casi —Miles sonrió, sombrío—. Pero si nos tuviera a ambos en la misma habitación, vería que soy casi dos centímetros más alto. Crecimiento tardío por mi parte. Tratamientos de hormonas…
Debía terminar pronto con aquella invención. Siguió farfullando.
—Los cetagandanos, sin embargo, todavía tratan de matarlo. Hasta ahora, ésa constituye la mejor prueba que tenemos de que es creación suya. Es evidente que sabe demasiado sobre algo. Nos encantaría saber qué.
Le dirigió una sonrisa encantadora, perruna, horriblemente falsa. Ella se apartó un poco más.
Miles cerró los puños, enfadado.
—Lo más ofensivo de ese tipo es su valor. Al menos, debería haber escogido otro nombre, pero ensucia el mío. Tal vez se acostumbró a él cuando se entrenaba para ser yo. Habla con acento betano y usa el apellido de soltera de mi madre, al estilo betano. ¿Y sabe usted por qué?
«Sí, ¿por qué, por qué…?»
Ella sacudió la cabeza, muda, mirándole con involuntaria fascinación.
—¡Porque según la ley betana referida a los clones, sería mi hermano legal, por eso! Intenta conseguir una identidad falsa para sí. No estoy seguro de por qué. Quizá sea la clave de su debilidad. Debe de tener algún punto flaco, alguna grieta en la coraza… además de padecer de locura hereditaria, por supuesto…
Se interrumpió, jadeando levemente. Que ella pensara que se debía a la ira reprimida y no al terror.
El embajador, gracias a Dios, le hacía señas desde el otro lado de la sala. Su grupo se disponía a marcharse.
—Discúlpeme, señora —Miles se puso en pie—. Debo dejarla. Pero, ah… en caso de que encuentre al falso Naismith de nuevo, consideraría un gran favor que contactara usted conmigo en la embajada de Barrayar.
Pourquoi?
, silabearon los labios de ella. Con cuidado, se levantó también. Miles se inclinó sobre su mano, ejecutó un elegante saludo y se marchó.
Tuvo que contenerse para no bajar dando saltitos los escalones del Palais de Londres tras el embajador. Un genio. Un puñetero genio. ¿Por qué no se le había ocurrido aquella tapadera antes? A Illyan, el jefe de Seguridad Imperial, iba a encantarle. Quizás incluso Galeni se alegrara un poco.