Miles alzó la mano derecha (sufrió un espasmo en el hombro izquierdo cuando trató de levantar el otro brazo) y se tocó con torpeza la nuca. Retiró la mano, roja y húmeda. Una herida en el cuero cabelludo; sangraba como un cerdo, pero no era peligrosa. Otro uniforme limpio echado a perder.
—Es molesto llevar armas grandes en el metro, Elli —intervino Miles amablemente—, y no podríamos haberlas hecho pasar a través de la seguridad del espaciopuerto.
Se detuvo y miró los restos humeantes del camión flotante.
—Ni siquiera ellos pudieron pasarlas, parece. Fueran quienes fuesen.
Hizo un gesto significativo al segundo dendarii, que, siguiendo la insinuación, se acercó a investigar.
—¡Vámonos, señor! —instó Barth de nuevo—. Está usted herido. La policía llegará pronto. No debe mezclarse en esto.
El teniente lord Vorkosigan no tenía que mezclarse en aquello, quería decir, y tenía toda la razón.
—Dios, sí, sargento. Váyase. Dé un rodeo para regresar a la embajada. No deje que nadie le siga.
—Pero señor…
—Mi propia gente… que acaba de demostrar su efectividad, creo, se encargará de la seguridad ahora. Váyase.
—El capitán Galeni se servirá mi cabeza en un plato si…
—Sargento, Simon Illyan tendrá la mía en un plato si se descubre mi tapadera. Es una orden. ¡Váyase!
El temido jefe de Seguridad Imperial era un nombre a tener en cuenta. Abatido y preocupado, Barth permitió que Miles lo acompañara al coche aéreo. Miles suspiró aliviado cuando se marchó. Galeni lo encerraría para siempre en el sótano si regresaba ahora.
El guardia dendarii regresó, sombrío y un poco verde, tras inspeccionar los restos del camión flotante.
—Dos hombres, señor —informó—. Creo que eran varones, y había al menos dos, a juzgar por el número de, um, partes que quedan.
Miles miró a Elli y suspiró.
—No queda nada para interrogar, ¿eh?
Ella se encogió de hombros, expresando disculpas poco sinceras.
—Oh, estás sangrando… —se puso a atenderlo, inquieta.
Maldición. Si hubiera quedado algo que interrogar, Miles habría estado dispuesto a subirlo a la lanzadera y despegar, con permiso o sin permiso, para continuar su investigación en la enfermería de la
Triumph
sin las restricciones legales que sin duda plantearían las autoridades locales. La policía de Londres difícilmente podría estar más insatisfecha con él de todas formas. Por tal como se desarrollaban las cosas, pronto tendría que tratar con ella. Vehículos de bomberos y de mantenimiento del espaciopuerto convergían hacia el lugar donde se encontraban.
La policía de Londres empleaba a unos sesenta mil individuos: un ejército mucho más grande, aunque bastante peor equipado, que el suyo propio. Tal vez lograra lanzarlos contra los cetagandanos, o contra quien demonios estuviera detrás de aquello.
—¿Quiénes eran esos tipos? —preguntó el guardia dendarii, mirando en la dirección por la que se había marchado el coche aéreo.
—No importa —dijo Miles—. No han estado aquí, usted no los ha visto nunca.
—Sí, señor.
Amaba a los dendarii: nunca discutían con él. Se sometió a los primeros auxilios de Elli y empezó a preparar mentalmente su historia para la policía. Sin duda, la policía y él iban a cansarse mutuamente antes de que su estancia en la Tierra terminara.
Antes incluso de que el equipo del laboratorio forense llegara a la pista, Miles se volvió y se encontró con Lise Vallerie a su lado. Tendría que haberla esperado. Como lord Vorkosigan había decidido rechazarla, el almirante Naismith desplegó ahora sus encantos, esforzándose por recordar cuál de sus personalidades le había contado qué cosas.
—Almirante Naismith. ¡Desde luego, los problemas parecen seguirle! —empezó a decir ella.
—Éstos sí —dijo amablemente, sonriéndole con toda la calma que pudo dadas las circunstancias. El encargado del holovid estaba grabando en otra parte: ella trataba de preparar algo más que una entrevista en el lugar de los hechos.
—¿Quiénes eran esos hombres?
—Muy buena pregunta, ahora en el terreno de la policía londinense. Mi teoría personal es que eran cetagandanos en busca de venganza por ciertas operaciones dendarii dirigidas, ah, no contra ellos, sino en apoyo de una de sus víctimas. Pero será mejor que no cite eso. No hay pruebas. Podrían demandarla por difamación o algo por el estilo.
—No si es una cita. ¿No cree que fueran barrayareses?
—¡Barrayareses! ¿Qué sabe usted de Barrayar? —Miles dejó que la sorpresa se convirtiera en diversión.
—He estado investigando en su pasado —sonrió ella.
—¿Preguntando a los barrayareses? Confío en que no crea todo lo que dicen de mí.
—No lo hice. Ellos creen que fue creado usted por los cetagandanos. He estado buscando una confirmación independiente; tengo mis propias fuentes privadas. Encontré a un inmigrante que trabajaba en un laboratorio de clonación. Por desgracia su memoria fallaba, no recordaba los detalles: lo desprogramaron a la fuerza cuando lo despidieron. Pero lo que podía recordar era sorprendente. La Flota de Mercenarios Libre Dendarii está registrada oficialmente en Jackson's Whole, ¿no?
—Por conveniencia legal, solamente. No existe ninguna otra conexión, si es eso lo que está preguntando. Se ha aplicado, ¿eh?
Miles volvió la cabeza. Elli Quinn gesticulaba vigorosamente a un capitán junto a un vehículo de tierra de la policía.
—Naturalmente —dijo Vallerie—. Me gustaría, con su colaboración, realizar un reportaje en profundidad sobre ustedes. Creo que sería enormemente interesante para nuestros espectadores.
—Ah… Los dendarii no buscan publicidad. Más bien al contrario. Eso podría poner en peligro nuestras operaciones y agentes.
—Sobre usted personalmente, entonces. Nada de actualidad. Cómo se metió en esto, quién lo clonó y por qué… ya sé a partir de quién. Sus primeros recuerdos. Tengo entendido que se sometió a crecimiento acelerado y entrenamiento hipnótico. ¿Cómo fue? Ese tipo de cosas.
—Fue desagradable —dijo él secamente. El ofrecimiento del reportaje en profundidad era una idea tentadora, en efecto, si se obviaba el hecho de que Galeni lo haría despellejar e Illyan haría que lo disecaran y lo volvieran a montar. Y le caía bien Vallerie. Estaba muy bien dejar que circularan unas cuantas ficciones útiles a través de ella, pero una asociación demasiado íntima con él ahora por ahora… miró al equipo de la policía forense que llegaba y hurgaba entre los restos del camión flotante… sí, asociarse con él podía ser malo para su salud.
—Tengo una idea mejor. ¿Por qué no destapa el negocio de clonaciones civiles ilegales?
—Ya se ha hecho.
—Sin embargo, las prácticas continúan. Por lo visto no se ha hecho suficiente.
Ella no parecía muy entusiasmada.
—Si trabaja en estrecha cooperación conmigo, almirante Naismith, tendrá crédito en el reportaje. Si no… bueno, será noticia. Juego limpio.
Él sacudió la cabeza, reluctante.
—Lo siento. Es cosa suya.
La escena que se desarrollaba junto al vehículo de la policía llamó su atención.
—Discúlpeme —dijo, distraído. Ella se encogió de hombros y fue a reunirse con su cámara mientras Miles se marchaba.
La policía iba a llevarse a Elli.
—No te preocupes, Miles. Me han arrestado otras veces —trató de tranquilizarlo—. No es gran cosa.
—La comandante Quinn es mi guardaespaldas personal —Miles dirigió sus protestas al capitán de policía— y estaba de servicio. Es evidente. Aún lo está. ¡La necesito!
—Miles, cálmate —le susurró Elli—, o acabarán llevándote a ti también.
—¡A mí! ¡Soy la maldita víctima! Son esos dos payasos que trataron de aplastarme quienes tendrían que ser arrestados.
—Bueno, van a llevárselos también en cuanto los forenses terminen de llenar las bolsas. No puedes esperar que las autoridades acepten nuestra palabra en todo. Comprobarán los hechos, corroborarán nuestra historia y me soltarán —le dirigió una sonrisa al capitán, que se derritió visiblemente—. Los policías son humanos.
—¿No te dijo nunca tu madre que no te subieras a un coche con desconocidos? —murmuró Miles. Pero ella tenía razón. Si creaba mucho alboroto, a los policías se les podría ocurrir ordenar que su lanzadera fuera retenida en tierra o algo peor. Se preguntó si los dendarii recuperarían alguna vez el lanzacohetes, requisado ahora como arma asesina. Se preguntó si arrestar a su principal guardaespaldas era el primer paso de un retorcido plan contra él. Se preguntó si la cirujana de su flota dispondría de alguna droga psicoactiva para tratar la paranoia galopante. Si así era, probablemente resultara alérgico a ella. Apretó los dientes e inspiró profundamente para tranquilizarse.
Una minilanzadera dendarii de dos plazas rodaba por la pista. ¿Qué era aquello? Miles miró su crono de muñeca para descubrir que casi había perdido cinco horas de su precioso permiso de veinticuatro tonteando allí, en el espaciopuerto. Al enterarse de qué hora era, supo quién había llegado y maldijo frustrado entre dientes. Elli aprovechó la nueva distracción para poner en movimiento al capitán de policía y dedicó a Miles un saludo tranquilizador a guisa de despedida. La periodista, gracias a Dios, se había ido a entrevistar a las autoridades del espaciopuerto.
La teniente Bone, atildada, elegante y sorprendente con su mejor uniforme de terciopelo gris, salió de la lanzadera y se acercó a los hombres que quedaban al pie de la rampa de la otra lanzadera mayor.
—Almirante Naismith, señor. ¿Está preparado para nuestra cita…? Oh, cielos…
Él le dirigió una sonrisa de oreja a oreja, consciente de que llevaba la cara sucia y magullada, el pelo revuelto y pegajoso por la sangre seca, el cuello empapado de sangre, la chaqueta manchada y las rodilleras de los pantalones rotas.
—¿Le compraría una fortaleza ambulante a este hombre?
—No saldrá bien —suspiró ella—. El banco con el que tratamos es muy conservador.
—¿No tienen sentido del humor?
—No cuando hay dinero de por medio.
—Bien.
Se abstuvo de gastar más bromas. Estaban demasiado cerca del ataque de nervios. Iba a pasarse las manos por el pelo, pero gimió y cambió el gesto a un suave roce alrededor de la venda temporal.
—Todos mis uniformes de repuesto se encuentran en órbita… y no estoy demasiado dispuesto a deambular por Londres sin Quinn a mi espalda. Ahora no, por lo menos. Y necesito que la cirujana me vea este hombro, hay algo que no va bien… —una terrible agonía para ser más precisos—, y tengo algunas nuevas y serias dudas sobre adónde fue a parar nuestra transferencia de crédito.
—¿Cómo? —dijo ella, atenta al punto esencial.
—Dudas desagradables que necesito comprobar. Muy bien —suspiró, rindiéndose a lo inevitable—, cancele nuestra cita con el banco por hoy. Prepare otra para mañana, si puede.
—Sí, señor —ella saludó y se marchó.
—Ah —la llamó Miles—, no necesita mencionar por qué me ha sido imposible acudir a la cita, ¿eh?
Una esquina de su boca se torció hacia arriba.
—Ni se me ocurriría —le aseguró fervientemente.
De vuelta a la órbita a bordo de la
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, una visita a la cirujana de la flota reveló una fina grieta en el omóplato izquierdo de Miles, un diagnóstico que no le sorprendió en absoluto. La cirujana lo trató con electroestim y le metió el brazo izquierdo en un inmovilizador plástico excesivamente molesto. Miles protestó hasta que la mujer amenazó con meter todo su cuerpo en otro. Salió de la enfermería en cuanto ella terminó de curarle la herida de la nuca, antes de que se dejara seducir por las obvias ventajas médicas de la idea.
Después de lavarse, Miles localizó a la capitana Elena Bothari-Jesek, miembro, junto con su marido e ingeniero de la flota el comodoro Baz Jesek, del triunvirato que conocía su verdadera identidad. De hecho, Elena sabía tanto sobre Miles como él mismo. Era hija de su difunto guardaespaldas, habían crecido juntos. Se había convertido en oficial de los dendarii a las órdenes de Miles cuando éste los creó o se los encontró vagando o comoquiera que uno quisiera describir los caóticos comienzos de toda aquella larguísima y complicada operación encubierta. Lejos de ser oficial sólo de nombre, se había ganado el puesto a base de sudor y agallas y feroz estudio. Su concentración era intensa y su fidelidad absoluta. Miles estaba tan orgulloso de ella como si la hubiera creado personalmente. Sus otros sentimientos hacia ella no eran de la incumbencia de nadie.
Cuando entraba en la sala de recreo, Elena le dirigió un gesto que estaba a medio camino entre el saludo militar y el amistoso, y le ofreció una sombría sonrisa. Miles le devolvió un movimiento de cabeza y se sentó a su mesa.
—Hola, Elena. Tengo una misión de seguridad para ti.
Su cuerpo largo y flexible se adelantó, los ojos oscuros iluminados por la curiosidad. Un corto casquete de pelo negro y suave enmarcaba su rostro; piel pálida, rasgos no hermosos pero sí elegantes, esculpidos como los de un sabueso. Miles se miró las manos, las cruzó sobre la mesa para no distraerse en los sutiles planos de aquel rostro. Todavía. Siempre.
—Ah… —Miles miró en derredor y atisbó a un par de interesados técnicos en una mesa cercana—. Lo siento, amigos, es privado.
Un gesto con el pulgar y sonrieron; captaron la insinuación, recogieron su café y se largaron.
—¿Qué tipo de misión de seguridad? —preguntó ella, mordiendo su bocadillo.
—Esto hay que sellarlo por ambos extremos, tanto desde el punto de vista de los dendarii como del de la embajada barrayaresa en la Tierra. Sobre todo desde la embajada. Un trabajo de correo. Quiero que consigas un billete en el transporte comercial más rápido disponible a Tau Ceti y lleves un mensaje del teniente Vorkosigan al cuartel general de Seguridad Imperial del Sector y a la embajada que hay allí. Mi oficial al mando barrayarés aquí, en la Tierra, no sabe que te envío, y me gustaría mantenerlo así.
—No me siento… ansiosa por tratar con la estructura de mando barrayaresa —dijo ella suavemente tras un instante. Se miró las manos.
—Lo sé. Pero como esto está relacionado con mis dos identidades, tenéis que ser tú, Baz o Elli Quinn. La policía de Londres ha detenido a Elli, y no puedo enviar a tu marido; algún idiota confundido de Tau Ceti podría tratar de arrestarlo.
Elena dejó de mirarse las manos.