Hermoso Final (41 page)

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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Hermoso Final
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¿L? ¿Eres tú?

Ven fuera, Ethan. Estoy esperando.

Escuché la música antes de ver el Cacharro rodar ante mi vista a través de los cristales. Me levanté e hice un gesto de asentimiento a mi padre.

—Me voy un rato con Lena.

—Tómate todo el tiempo que necesites.

—Gracias, papá.

Cuando me giré para salir de la cocina, eché un último vistazo a mi padre, sentado solo en la mesa con el periódico. No podía hacerlo. No podía dejarle así.

Volví a recoger el periódico.

No sé porqué lo cogí. Tal vez sólo quería llevar a Amma conmigo un poco más de tiempo. Tal vez no quería que mi padre se quedara sentado a solas con todos esos sentimientos, atrapado en un estúpido periódico con un mal crucigrama y un peor obituario.

Y entonces se me ocurrió.

Abrí el cajón de Amma y extraje los dos lápices del número 2. Los levanté para enseñárselos a mi padre.

Él sonrió.

—Empezaba con ellos afilados, y luego les sacaba punta.

—Es lo que hubiera querido. Una última vez.

Él se inclinó en su silla hasta alcanzar el cajón y lanzarme una caja de Red Hots.

—Una última vez.

Le di un abrazo.

—Te quiero, papá.

Entonces pasé la mano por el alféizar de las ventanas de la cocina, regando de sal todo el suelo.

—Es hora de dejar entrar a los fantasmas.

* * *

Sólo había bajado la mitad de los escalones del porche cuando Lena me encontró. Saltó a mis brazos, rodeándome con sus delgadas piernas. Se colgó de mí y me agarré a ella como si ninguno de los dos quisiéramos soltarnos nunca.

Había electricidad, mucha electricidad. Pero cuando sus labios encontraron los míos, no hubo más que dulzura y paz. Como cuando vuelves a casa, cuando una casa aún es un refugio y no una tormenta en sí misma.

—Todo era diferente entre nosotros. Ya nada podría separarnos. No sé si se debía al Nuevo Orden, o porque había viajado hasta el final del Más Allá y vuelto. En cualquier caso, ahora podía sostener la mano de Lena sin quemarme la palma.

Su tacto era cálido. Sus dedos suaves. Su beso ahora sólo era un beso. Un beso que poseía todo lo grande y todo lo pequeño que puede tener un beso.

Ya no era una tormenta eléctrica o un fuego. Nada explotaba o se quemaba ni se cortocircuitaba. Lena me pertenecía, igual que yo le pertenecía a ella. Y ahora podíamos estar juntos.

El claxon del Cacharro atronó, y rompimos nuestro beso.

—¡Oye, que es para hoy! —Link asomó su cabeza por la ventanilla—. Se me está poniendo el pelo blanco de estar aquí sentado mirándoos, chicos.

Le sonreí, pero no pude apartarme de ella.

—Te quiero, Lena Duchannes. Siempre te he querido y siempre te querré. —Las palabras eran tan ciertas hoy como lo fueron la primera vez que las pronuncié, en su Decimosexta Luna.

—Yo también te quiero, Ethan Wate. Te quiero desde el primer día que nos conocimos. O antes. —Lena me miró directamente a los ojos, sonriendo.

—Mucho antes. —Sonreí, mirándola intensamente.

—Pero tengo algo que decirte. —Se acercó—. Algo que probablemente debas saber de la chica a la que quieres.

Mi estómago se encogió levemente.

—¿De qué se trata?

—Mi nombre.

—¿Lo dices en serio? —Sabía que los Caster conocían su verdadero nombre después de haberse cristalizado, pero Lena nunca quiso revelarme el suyo, a pesar de las muchas veces que se lo pregunté. Supuse que, cuando fuera el momento adecuado y le apeteciera, me lo diría. Lo que al parecer había llegado.

—¿Aún quieres saberlo? —Sonrió, porque ya sabía la respuesta.

Asentí.

—Es Josephine Duchannes. Josephine, hija de Sarafine. —Su última palabra fue un susurro, pero lo escuché, como si lo hubiera gritado desde lo alto de los tejados.

Apreté su mano.

Su nombre. La última pieza que faltaba del rompecabezas de su familia, y lo único que no se podía encontrar en ningún árbol genealógico.

Todavía no le había hablado a Lena de su madre. Una parte de mí quería creer que Sarafine había entregado su alma para que yo pudiera estar de nuevo con su hija, que su sacrificio era algo más que una simple venganza. Quizá algún día le contaría a Lena lo que su madre había hecho por mí. Lena se merecía saber que Sarafine no era del todo mala.

El claxon del Cacharro sonó de nuevo.

—Vamos, tortolitos. Tenemos que llegar al Dar-ee Keen. Todo el mundo está esperando.

Cogí la otra mano de Lena y tiré de ella para recorrer el césped hasta el Cacharro.

—Tenemos que hacer una parada rápida en el camino.

—¿Está implicado algún Caster Oscuro? ¿Necesito coger la cizalla?

—Sólo vamos a la biblioteca.

Link apoyó su frente contra el volante.

—No he renovado mi carné de la biblioteca desde que tenía diez años. Creo que tengo más posibilidades con los Caster Oscuros.

Me detuve delante de la puerta delantera del coche y miré a Lena. La puerta trasera se abrió por sí sola y ambos nos subimos.

—Eh, tío. ¿Ahora soy vuestro chófer? Vosotros los Caster y los Mortales tenéis una forma muy retorcida de demostrar vuestro aprecio a un amigo. —Link subió la música, como si no quisiera escuchar lo que fuera a decirle.

—Te aprecio mucho. —Le di una buena colleja desde detrás. Ni siquiera pareció notarlo. Estaba hablando con Link, pero miraba a Lena. No podía dejar de mirarla. Era más guapa de lo que recordaba, más guapa y más real.

Enrosqué un mechón de sus cabellos entre mis dedos, y ella apoyó la mejilla en mi mano. Estábamos juntos. Era difícil pensar o ver o incluso hablar sobre nada más. Entonces me sentí mal por estar tan bien cuando aún llevaba el
Barras y Estrellas
en mi bolsillo trasero.

—Espera. Escucha esto. —Link hizo una pausa—. Eso es exactamente lo que necesito para terminar la letra de mi nueva canción. «Chica chupachups. El dolor que provocas es tan dulce que haces que sienta ganas de abalanzarme…».

Lena apoyó su cabeza en mi hombro.

—¿Te he comentado que mi prima ha vuelto a la ciudad?

—Por supuesto que sí. —Sonreí.

Link me guiñó un ojo por el espejo retrovisor. Yo volví a golpearle la cabeza mientras el coche descendía por la calle.

—Creo que vas a ser una estrella del rock —declaré.

—Tengo que ponerme a trabajar en mi maqueta, ¿sabes? Porque en cuanto nos graduemos, me largo directamente a Nueva York, el gran momento…

Link tenía la cabeza tan llena de mierda que podía pasar por un retrete. Igual que en los viejos tiempos. Igual que lo que se suponía que debía ser.

Ésa era toda la prueba que necesitaba.

Realmente estaba en casa.

38
Siete horizontal

—I
d entrando vosotros —dijo Link, poniendo el último tema de los Holy Rollers—. Yo esperaré aquí. Ya tengo suficientes libros con los del colegio.

Lena y yo nos bajamos del Cacharro quedándonos frente a la Biblioteca del Condado de Gatlin. Aquí las reparaciones iban más avanzadas de lo que recordaba. Toda la construcción principal estaba terminada por el exterior, e incluso las amables damas de las Hermanas de la Revolución habían empezado a plantar árboles junto a la puerta.

En cambio, el interior del edificio no estaba tan acabado. Grandes láminas de plástico colgaban en uno de sus lados, y pude ver herramientas y bancos de carpintero en el otro. Sin embargo, tía Marian ya había montado esa zona en particular, lo que no me sorprendió en absoluto. Prefería tener media biblioteca a no tener ninguna.

—¿Tía Marian? —Mi voz retumbó más de lo habitual, y en pocos segundos apareció al final del pasillo sin zapatos pero con calcetines. Pude ver las lágrimas en sus ojos mientras corría para darme un abrazo.

—Todavía no puedo creerlo. —Me abrazó con más fuerza.

—Créeme, lo sé.

Escuché el sonido de unos zapatos de etiqueta contra el suelo aún sin enmoquetar.

—Señor Wate, es un placer verle, hijo. —Macon lucía una enorme sonrisa en la cara. Era la misma que parecía mostrar ahora cada vez que me veía, y que estaba empezando a darme un poco de miedo.

Dio a Lena un apretón y se acercó hasta mí. Tendí mi mano para estrechar la suya, pero él me pasó el brazo alrededor del cuello.

—Yo también me alegro de verle, señor. Hemos venido para hablar con usted y con Marian.

Ella alzó una ceja.

—¡Oh!

Lena estaba retorciendo su collar de amuletos, esperando a que me explicara. Supongo que no quería darle a su tío la noticia de que ahora podíamos hacer todo lo que quisiéramos sin poner mi vida en peligro. Así que hice los honores. Y por muy intrigado que Macon pareciera, estaba absolutamente seguro de que hubiera preferido la época en que mis besos a Lena implicaban el riesgo de recibir una descarga eléctrica.

Marian se volvió hacia Macon perpleja.

—Sorprendente. ¿Qué crees que significa?

Él estaba caminando arriba y abajo frente a las estanterías.

—No estoy muy seguro.

—Sea lo que sea, ¿crees que afectará a otros Caster y Mortales? —Sabía que Lena confiaba en que esto fuera algún tipo de cambio en el Orden de las Cosas. Tal vez alguna gratificación cósmica después de todo por lo que yo había pasado.

—Lo veo muy dudoso, pero ciertamente habrá que estudiarlo. —Miró a Marian.

Ella asintió.

—Por supuesto.

Lena intentó ocultar su decepción, pero su tío la conocía demasiado bien.

—Aunque esto no esté afectando a otros Caster y Mortales, os está afectando a vosotros. El cambio tiene que empezar por algún lado, incluso en el mundo sobrenatural.

Escuché un crujido, y la puerta principal se abrió de golpe.

—¿Doctora Ashcroft?

Miré a Lena. Hubiera reconocido esa voz en cualquier parte. Aparentemente, Macon también la reconoció, porque se ocultó detrás de las estanterías con Lena y conmigo.

—Hola, Martha —saludó Marian, poniendo para la señora Lincoln su mejor voz de bibliotecaria.

—Ese coche que he visto delante es el de Wesley, ¿no? ¿Está aquí dentro?

—Me temo que no.

Link seguramente estaría agazapado en el suelo del Cacharro, escondiéndose de su madre.

—¿Hay algo más que pueda hacer hoy por usted? —preguntó Marian educadamente.

—Lo que puede hacer —se indignó la señora Lincoln— es intentar leer este libro de brujería y explicarme cómo se puede permitir que los niños puedan sacar esto de una biblioteca pública.

No necesitaba mirarlo para saber a qué libro se refería, pero fue superior a mí. Asomé la cabeza por la esquina para ver a la madre de Link agitando en el aire un ejemplar de
Harry Potter y el misterio del príncipe
.

No pude evitar sonreír. Era bueno saber que algunas cosas en Gatlin no cambiarían nunca.

* * *

No saqué el
Barras y Estrellas
durante la comida. Algunos dicen que cuando alguien a quien quieres se muere, se te quita el apetito. No obstante, me había pedido una hamburguesa con doble de pepinillos, doble de patatas, un batido de Oreos con frambuesa, y un
banana
split
bañado en chocolate y extra de nata.

Sentía como si no hubiera comido en semanas. De hecho, no había comido nada en el Más Allá, y mi cuerpo parecía saberlo.

Mientras Lena y yo comíamos, Link y Ridley se dedicaban a bromear por ahí, aunque, para alguien que no los conociera bien, más bien parecían estar regañando.

Ridley sacudió su cabeza.

—¿En serio? ¿El Cacharro? ¿No hemos hablado ya de eso de camino hasta aquí?

—No estaba escuchando. Sólo presto atención a un diez por ciento de lo que dices. —Él la miró por encima del hombro—. El otro noventa por ciento está ocupado observándote mientras lo dices.

—Sí, bueno, tal vez yo esté un cien por cien ocupada mirando hacia otro lado. —Fingió estar harta de él, pero la conocía demasiado para saber que no era así.

Link se limitó a sonreír.

—Para que luego digan que no se usan las matemáticas en la vida real.

Ridley desenvolvió un chupachups rojo con grandes aspavientos, como siempre.

—Si crees que voy a irme a Nueva York contigo en ese cubo oxidado, estás mucho más loco de lo que pensaba, Chico Guapo.

Link acarició su cuello, y Rid le soltó un cachete.

—Vamos, nena. La última vez fue impresionante. Y esta vez no tendremos que dormir en el Cacharro.

Lena alzó una ceja hacia su prima.

—¿Dormiste en un coche?

Rid sacudió su melena rubia y rosa.

—No podía dejar a Encogido solo. Por entonces aún no era un híbrido.

Link se secó sus manos grasientas en su camiseta de Iron Maiden.

—Sabes que me quieres, Rid. Admítelo.

Ridley fingió apartarse de él, pero apenas se movió un centímetro.

—Soy una Siren, por si lo has olvidado. No quiero a nadie.

Link la besó en la mejilla.

—Excepto a mí.

—¿Tenéis sitio para dos más? —John sostenía una bandeja de fritos y patatas fritas en una mano, mientras con la otra tenía rodeada a Liv.

Lena sonrió a Liv y le hizo un hueco.

—Siempre.

Hubo un tiempo en el que no había forma de que las dos permanecieran juntas en la misma habitación. Pero eso parecía ser en otra vida. Supongo que técnicamente para mí lo era.

Liv se acurrucó bajo el brazo de John. Llevaba su camiseta de la tabla periódica y las trenzas rubias marca de la casa.

—Espero que no creas que vamos a compartir esto. —Deslizó el cucurucho de papel lleno de fritos con chile picante delante de ella.

—Yo nunca me interpondría entre los fritos y tú, Olivia. —John se inclinó y le dio un beso rápido.

—Chico listo. —Liv parecía feliz, no como si tratara de parecer feliz, sino feliz de verdad. Y me alegré por los dos.

Charlotte Chase nos llamó desde detrás del mostrador; daba la impresión de que su trabajo de verano se había convertido en un trabajo permanente para después de las clases.

—¿Alguien quiere una porción de tarta de nueces? ¿Recién salida del horno? —Levantó el molde de una tarta de aspecto tristón. No estaba recién salida de ningún horno, ni siquiera del de Sarah Lee.

—No, gracias —contestó Lena.

Link aún seguía mirando el pastel.

—Apuesto a que ni siquiera está a la altura de la peor tarta de nueces de Amma. —También él echaba de menos a Amma. Podía sentirlo. Siempre le estaba regañando por una cosa o por otra, pero quería a Link. Y él lo sabía. Amma le había pasado por alto cosas que a mí nunca me hubiera permitido, lo que hizo que recordara algo.

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