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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Final (36 page)

BOOK: Hermoso Final
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Como ella misma había dicho, ya me había matado una vez. ¿Qué quedaba entonces?

—Lo único que quiero es llevarme mi página. ¿Acaso crees que quiero quedarme aquí atrapado para siempre, deambulando a través de un laberinto de huesos?

—Nunca conseguirás pasar por encima de Angelus. Antes morirá que dejar que te acerques a
Las
Crónicas Caster
. —Sonrió, retorciendo sus dedos, y yo jadeé de nuevo. Ahora sentía como si tuviera su mano presionando sobre mis pulmones.

—Entonces le mataré. —Me agarré el cuello con ambas manos. Sentía como si mi rostro estuviera ardiendo.

—Los Guardianes ya saben que estás aquí. Enviaron un oficial para guiarte hasta el laberinto. No querían perderse la diversión. —Sarafine se retorció ante la mención de los Guardianes, como si estuviera mirando por encima de su hombro, lo cual ambos sabíamos que era imposible. Un viejo hábito, supongo.

—Aun así, tengo que intentarlo. Es el único modo de volver a casa.

—¿A mi hija? —Sarafine sacudió las cadenas, con aire disgustado—. ¿Es que nunca te rindes?

—No.

—Es como una enfermedad. —Se levantó de su trono, acuclillándose sobre sus talones como una perversa niña prematuramente madura, mientras dejaba caer la mano que me estaba estrangulando. Me desplomé sobre una pila de huesos.

—¿De verdad crees que puedes hacer daño a Angelus?

—Puedo hacer lo que sea si con ello vuelvo con Lena. —Miré directamente a sus ojos ciegos—. Como he dicho, le mataré. Por lo menos a su parte Mortal. Puedo hacerlo.

No sé por qué lo dije de esa forma. Supongo que quería hacérselo saber por si aún existía una pequeña parte de ella que se preocupara por Lena. Una minúscula parte que necesitara escuchar que haría cualquier cosa bajo el sol para encontrar el camino de vuelta a su hija.

Lo que era cierto.

Durante un segundo, Sarafine no se movió.

—En serio te crees eso, ¿no? Es conmovedor. Una pena que tengas que morir de nuevo, Chico Mortal. Realmente me diviertes.

La luz fluyó dentro del foso, como si realmente fuéramos dos gladiadores combatiendo por sus vidas.

—No quiero pelear. No contigo, Sarafine.

Me mostró una sonrisa oscura.

—Verdaderamente no sabes cómo funciona esto, ¿no? El perdedor tiene que enfrentarse a la Oscuridad Eterna. Es así de simple. —Parecía casi aburrida.

—¿Es que hay algo más Oscuro que esto?

—Mucho más.

—Por favor. Sólo necesito volver con Lena. Tu hija. Quiero hacerla feliz. Sé que eso no significa nada para ti, y sé que nunca has querido hacer feliz a nadie más que a ti misma, pero es lo único que deseo.

—Yo también deseo algo. —Retorció la niebla que la rodeaba con sus manos hasta que ésta desapareció dando paso a algo brillante y vivo, una bola de fuego. Me miró directamente, a pesar de que sabía que no podía ver—. Mata a Angelus.

Sarafine empezó a formular un hechizo, pero no pude entender lo que estaba diciendo. El fuego surgió desde la base de su trono, extendiéndose en todas las direcciones y acercándose cada vez más. Las llamas pasaron del naranja al azul y al púrpura mientras incendiaban un hueso tras otro.

Di un paso atrás para alejarme de ella.

Algo iba mal. El fuego estaba creciendo, expandiéndose más rápido de lo que mis piernas podían correr. Y ella no intentaba detener las llamas.

Era ella la que las hacía aumentar.

—¿Qué estás haciendo? —dije—. ¿Estás loca?

Estaba en el mismo centro de las llamas.

—Es una batalla a los muertos. La destrucción absoluta. Sólo uno de nosotros puede sobrevivir. Y por mucho que te odie, odio todavía más a Angelus. —Sarafine alzó los brazos sobre su cabeza y el fuego creció, como si estuviera tirando de las llamas.

—Házselo pagar.

Su capa se incendió, y su cabello empezó a arder.

—¡No puedes renunciar! —grité, aunque no sabía si podría oírme. Ya no alcanzaba a verla.

Me lancé hacia el fuego sin pensar, cayendo sobre ella a través de las llamas. No estaba seguro de poder detenerlo, aunque quisiera. Pero no quería.

Era Sarafine o yo.

Lena o la Oscuridad Eterna.

Pero eso no importaba. No iba a quedarme allí sentado contemplando cómo alguien moría atado como un perro. Aunque fuera Sarafine.

No lo hacía por ella. Lo hacía por mí.

Estiré la mano para buscar los grilletes de sus tobillos, golpeando el hierro con un hueso de la base del trono.

—Tenemos que salir de aquí.

El fuego me rodeaba completamente cuando escuché el alarido. El sonido desgarró el árido suelo, elevándose en el aire por encima del foso. Sonaba como el aullido de un animal salvaje al morir. Durante un segundo, creí ver centellear las lejanas agujas doradas del Gran Custodio mientras me llegaba el sonido de su voz a través de las llamas.

El cuerpo ardiendo de Sarafine se arqueó hacia atrás, retorciéndose de dolor, hasta que empezó a deshacerse en pequeños trozos de piel quemada y hueso. No había nada que yo pudiera hacer a la velocidad que las llamas la consumían. Quise cerrar los ojos o darme la vuelta. Pero pensé que alguien debería ser testigo de sus últimos momentos. Tal vez no quería que muriera sola.

Después de unos minutos que parecieron horas, contemplé cómo los últimos fragmentos de la Caster Oscura de los dos mundos se volatilizaban en fría ceniza blanca.

Era demasiado tarde para salir de allí.

Sentí cómo el fuego trepaba por mis brazos.

Yo sería el siguiente.

Traté de imaginar a Lena por última vez, pero ni siquiera podía pensar. El dolor era insoportable. Sabía que iba a desmayarme. Éste era el final.

Cerré los ojos…

Cuando volví a abrirlos, el foso había desaparecido, y me encontré frente a la silenciosa entrada de un edificio que parecía un castillo.

No había dolor.

Ni Sarafine.

Ni fuego.

Agotado, retiré la ceniza de mis ojos y me desplomé hecho un ovillo a los pies de las puertas de madera. Se había acabado. Ya no había más huesos bajo mis pies, sólo baldosas de mármol.

Traté de concentrarme en las puertas. Me resultaban tan familiares.

Ya había visto todo esto antes. La sensación era aún más familiar que la que tuve cuando vi a Sarafine venir hacia mí.

Sarafine.

¿Dónde estará ahora? ¿Dónde estará su alma?

No quería pensar en ello, así que cerré los ojos y dejé que las lágrimas cayeran. Llorar por ella parecía imposible. Era un monstruo perverso. Nunca nadie sintió pena por ella.

Así que eso no podía ser.

Eso es lo que me dije, hasta que dejé de temblar y pude volver a levantarme.

Los senderos de mi vida volvían a repetirse conmigo, como si el universo me obligara a elegir entre ellos una vez más. Me encontraba delante de una puerta inconfundible entre todas las puertas, entre todos los lugares y tiempos.

No sabía si tendría fuerzas para seguir adelante, pero sabía que no tenía valor para renunciar. Extendí un brazo y toqué la madera tallada de la vieja puerta Caster.

La
Temporis Porta
.

33
El camino del Wayward

R
espiré hondo y dejé que el poder de la
Temporis Porta
fluyera hacía mí. Necesitaba sentir algo más que conmoción. Sin embargo, parecían dos puertas normales de madera, a pesar de que tuvieran más de mil años de antigüedad y estuvieran enmarcadas por inscripciones en niádico, una lengua perdida aún más antigua.

Presioné mis dedos contra la madera. Sentía como si la sangre de Sarafine estuviera en mis manos en este mundo, de la misma forma que mi sangre había estado sobre la suya en el último. Poco importaba que hubiera intentado detenerla.

Se había sacrificado a sí misma para que yo tuviera la oportunidad de llegar hasta el Gran Custodio. Aunque el odio fuera su única motivación, Sarafine me había dado la oportunidad de volver a casa con la gente a la que amaba.

Tenía que seguir adelante. Tal y como había dicho el oficial de las Verjas, sólo había un camino hasta el lugar al que necesitaba ir: el Camino del Guerrero. Tal vez así era como uno se tenía que sentir.

Horrible.

Traté de no pensar en lo otro. En el hecho de que el alma de Sarafine estuviera atrapada en la Oscuridad Eterna. Lo cual era difícil de imaginar.

Di un paso atrás para apartarme de las macizas hojas de madera de la
Temporis Porta
. Era idéntica a la puerta que había encontrado en los Túneles Caster que discurrían por debajo de Gatlin. La misma que me llevó hasta el Custodio Lejano por primera vez. Madera de serbal, tallada con círculos Caster.

Coloqué la palma de mis manos contra la áspera superficie de las hojas.

Como siempre, cedieron ante mí. Yo era el Wayward, y ellas eran el camino. Estas puertas se abrirían para mí en este mundo igual que lo habían hecho en el otro. Me mostrarían el camino.

Empujé con fuerza.

Las puertas se abrieron y accedí al interior.

* * *

Había tantas cosas de las que no era consciente cuando estaba vivo. Tantas cosas que daba por hechas. Mi vida no parecía tan valiosa cuando la tenía.

Pero aquí, había luchado por encima de una montaña de huesos, cruzado un río, penetrado a través de una montaña, suplicado, negociado y canjeado de un mundo al otro, para conseguir llegar hasta estas puertas y esta habitación.

Ahora sólo tenía que encontrar la biblioteca.

Una página en un libro.

Una página en
Las Crónicas Caster
, y podría volver a casa.

La inminencia de aquello pareció arremolinarse en el aire en torno a mí. Ya había experimentado esa sensación una vez con anterioridad, en la Frontera, otra costura entre los mundos. Entonces, al igual que ahora, había sentido el poder chasqueando en el aire, la magia. Estaba en un lugar donde podían suceder cosas increíbles y lo hacían.

Había algunas habitaciones que podían cambiar el mundo.

Mundos.

Ésta era una de ellas, con sus pesados cortinajes y sus polvorientos retratos y la madera oscura y las puertas de serbal. Un lugar donde todas las cosas eran juzgadas y castigadas.

Sarafine me había prometido que Angelus vendría a por mí, que prácticamente había sido él quien me había dejado pasar. Era inútil ocultarse. Seguramente él era la razón por la que fui sentenciado a morir antes de tiempo.

Si había alguna forma de rodearle, una forma de llegar hasta la biblioteca y
Las
Crónicas Caster
, aún no había dado con ella. Sólo confiaba en que acudiría a mí, tal y como me habían venido muchas ideas en el pasado cuando mi futuro estaba en juego.

La única duda era si él aparecería primero.

Decidí arriesgarme e intentar localizar la biblioteca antes de que Angelus me encontrara. De haber funcionado hubiera sido un buen plan. Pero apenas había cruzado la habitación cuando los vi.

Los Guardianes del Consejo —el hombre con el reloj de arena, la mujer albina y Angelus— aparecieron ante de mí.

Sus túnicas caían alrededor de ellos hasta reposar en sus pies, y apenas se movían. Ni siquiera podía distinguir si estaban respirando.

—Puer Mortalis. Is qui, unus, duplex est. Is qui mundo, qui fuit, finem attulit.
—Cuando uno de ellos habló, sus bocas se movieron como si fueran una sola persona, o como si estuvieran gobernadas por un solo cerebro. Casi lo había olvidado.

No dije nada y permanecí inmóvil.

Se miraron entre ellos y hablaron de nuevo.

—Chico Mortal. El Uno Que Son Dos. El Que Aniquiló el Mundo Que Era.

—Diciéndolo así suena un poco escalofriante. —No era latín, pero fue lo mejor que se me ocurrió. No contestaron.

Escuché el murmullo de voces extrañas a mi alrededor y me volví para ver la habitación súbitamente abarrotada de gente desconocida. Busqué los reveladores tatuajes y los ojos dorados de los Caster Oscuros, pero me sentía demasiado desorientado como para registrar nada más allá de las tres figuras con túnica que estaban delante de mí.

—Hijo de Lila Evers Wate, fallecida Guardiana de Gatlin. —El coro de voces atronó en el enorme vestíbulo como si fuera un bramido. Me recordó a la Banda de Principiantes a cargo de la señorita Spider del Jackson High, pero menos desafinado.

—En carne y hueso. —Me encogí de hombros—. O no.

—Has superado el laberinto y derrotado a la Cataclyst. Muchos lo han intentado. Sólo tú has sido… —Hubo un titubeo, una pausa, como si los Guardianes no supieran cómo continuar. Respiré hondo, esperando que dijeran algo como
exterminado—
. Victorioso.

Parecía que les había costado esfuerzo decir la palabra.

—No exactamente. Ella más bien se derrotó a sí misma. —Dirigí a Angelus, que estaba de pie en el centro, una mirada ceñuda. Quería que me viera. Quería que supiera que sabía lo que le había hecho a Sarafine. El modo en que había encadenado al Caster, como a un perro, a un trono de huesos. ¿Qué clase de juego enfermizo era aquél?

Pero Angelus no parpadeó.

Di un paso para acercarme más.

—O supongo que tú la derrotaste, Angelus. Eso fue lo que Sarafine dijo. Que te divertiste torturándola. —Recorrí la habitación con la vista—. ¿Eso es lo que los Guardianes hacen por aquí? Porque ciertamente no es lo que hacen los Guardianes de donde yo vengo. Allá, en casa, son buena gente, que se preocupa por cosas como lo justo y lo injusto, el bien y el mal y todo eso. Como mi madre.

Miré a la multitud detrás de mí.

—Al parecer, todos vosotros estáis un poco desorientados.

Los tres hablaron de nuevo, al unísono.

—Eso no nos incumbe.
Victori spolia sunt
. El botín es para el vencedor. La deuda ha sido pagada.

—Respecto a eso… —Si éste era mi camino de vuelta a Gatlin quería saberlo.

Angelus levantó la mano, silenciándome.

—A cambio has ganado la entrada a este Custodio, el Camino del Guerrero. Mereces ser elogiado.

La multitud guardó silencio, lo cual no me hizo sentir nada elogiado. Si acaso tenía la sensación de estar a punto de ser sentenciado. O tal vez eso era a lo que me había acostumbrado después de ver cómo se hacían las cosas por aquí.

Miré en torno a mí.

—Eso no suena como si realmente lo sintiera.

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