Hijos de la mente (12 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Hijos de la mente
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—Ese Aimaina Hikari, entonces. ¿Qué es?

—Algunos lo llaman el filósofo Yamato. Todos los necesarios de Viento Divino son, naturalmente, japoneses, y la influencia de la filosofía ha aumentado entre los nipones, tanto en sus mundos nativos como dondequiera que haya una población substancial. Así que aunque Hikari no sea un necesario, se le honra como el custodio del alma japonesa.

—Si él les dice que es antijaponés destruir Lusitania…

—Pero no lo hará. No fácilmente, al menos. Su primer trabajo, con el que se ganó la reputación de filósofo Yamato, incluía la idea de que los japoneses nacieron como marionetas rebeldes. La primera en tirar de las cuerdas fue la cultura china. Pero Hikari dice que Japón aprendió todo lo malo del intento de invasión china… que una gran tormenta, llamada por cierto
kamikaze
, que significa Viento Divino, malogró. Puedes estar segura de que todos en este mundo, al menos, recuerdan esa antigua historia. Pues bien, Japón se aisló, y al principio se negó a tratar con los europeos cuando llegaron. Pero luego una flota americana abrió por la fuerza Japón al comercio exterior, y entonces los japoneses se dispusieron a recuperar el tiempo perdido. La Restauración Meiji los llevó a tratar de industrializarse y occidentalizarse… y una vez más, según dice Hikari, unas nuevas cuerdas hicieron bailar la marioneta. Sólo que una vez más, aprendieron la mala lección. Como los europeos de esa época eran imperialistas que se repartían África y Asia, Japón decidió que quería un trozo del pastel imperial. Allí estaba China, la antigua maestra de títeres. Así que hubo una invasión…

—Nos enseñaron esa invasión en Sendero —dijo Wang-mu.

—Me sorprende que enseñen historia más reciente que la invasión mongola —dijo Peter.

—Los japoneses fueron detenidos finalmente cuando los americanos lanzaron las primeras armas nucleares sobre dos ciudades niponas.

—El equivalente, en aquellos tiempos, del Pequeño Doctor. El arma invencible, definitiva. Los japoneses no tardaron en considerar esas armas nucleares como una especie de emblema de orgullo: fuimos el primer pueblo atacado con armas nucleares. Se convirtió en una especie de agravio permanente, lo que en realidad no era mala cosa, porque en parte les dio ímpetu para fundar y poblar muchas colonias, para no ser nunca más una nación-isla indefensa. Pero entonces llega Aimaina Hikari y dice… Por cierto, el nombre lo eligió él mismo; es el seudónimo que utilizó para firmar su primer libro. Significa Luz Ambigua.

—Qué gnómico —dijo Wang-mu.

Peter hizo una mueca.

—Oh, díselo a él, se pondrá muy orgulloso. Bueno pues, en su primer libro dice que los japoneses aprendieron la lección. Aquellas bombas nucleares cortaron las cuerdas. Japón quedó completamente humillado. El orgulloso gobierno antiguo fue destruido, el emperador se convirtió en una simple figura, la democracia llegó a Japón, y luego la prosperidad y el poder.

—¿Las bombas fueron entonces una bendición? —le preguntó Wang-mu, dubitativa.

—No, no, en absoluto. Piensa que la prosperidad de Japón destruyó el alma del pueblo. Adoptaron a su destructor como padre. Se convirtieron en el hijo bastardo de América, que cobró vida por las bombas americanas. Marionetas otra vez.

—¿Entonces qué tiene eso que ver con los necesarios?

—Japón fue bombardeado, dice Hikari, precisamente porque los japoneses ya eran demasiado europeos. Trataron a China como los europeos trataron a América, con egoísmo y brutalidad. Pero los antepasados japoneses no pudieron soportar ver a sus hijos convertirse en tales bestias. Así, igual que los dioses de Japón enviaron un Viento Divino para detener a la flota china, enviaron también las bombas americanas para impedir que Japón se convirtiera en un estado imperialista como los europeos. La respuesta nipona tendría que haber sido soportar la ocupación americana y luego, cuando acabara, regresar a la pureza japonesa, ser otra vez castos e íntegros. El título de su libro fue
No es demasiado tarde
.

—Y apuesto a que los necesarios utilizan el bombardeo americano de Japón como otro ejemplo de golpear con fuerza y velocidad máximas.

—Ningún japonés se habría atrevido a ver con buenos ojos el bombardeo americano, hasta que Hikari hizo posible entenderlo no como un modo de sojuzgar Japón, sino como el intento de los dioses para redimir al pueblo.

—¿Así que estás diciendo que los necesarios lo respetan tanto que, si cambiara de opinión, ellos también cambiarían… pero que no lo hará porque cree que el bombardeo de Japón fue un don divino?

—Esperemos que cambie de opinión —dijo Peter—, o nuestro viaje será un fracaso. El problema es que no hay ninguna posibilidad de que esté abierto a que lo convenzamos. Y Jane no ha sabido deducir a partir de sus escritos qué o quién podría influenciarlo. Tenemos que hablar con él para averiguar adónde ir a continuación… para poder cambiar la opinión de los otros.

—Es realmente complicado, ¿no?

—Por eso no creía que mereciera la pena explicártelo. ¿Qué vas a hacer exactamente con esta información? ¿Entrar en una discusión sobre la sutileza de la historia con un filósofo analítico de primera fila como Hikari?

—Voy a escuchar —dijo Wang-mu.

—Eso es lo que ibas a hacer antes —dijo Peter.

—Pero ahora sabré a quién escucho.

—Jane piensa que es un error que te ponga al corriente, porque ahora interpretarás todo lo que diga Hikari a la luz de lo que Jane y yo sabemos ya.

—Dile a Jane que las únicas personas que valoran la pureza de la ignorancia son aquellas que se benefician del monopolio del conocimiento.

Peter se echó a reír.

—Epigramas otra vez —dijo—. Se supone que tienes que decir…

—No me digas cómo ser gnómica otra vez —contestó Wang-mu. Se levantó del suelo. Ahora su cabeza estaba por encima de la de Peter—. Tú eres el gnomo. Y en cuanto a que yo soy mántica… recuerda que la mantis se come a su pareja.

—No soy tu pareja —dijo Peter—, y mántico se refiere a una filosofía que procede de la visión, la inspiración o la intuición en vez de hacerlo de la erudición y la razón.

—Si no eres mi pareja, deja de tratarme como a una esposa.

Peter se quedó perplejo, luego desvió la mirada.

—¿Estaba haciendo eso?

—En Sendero, el marido da por hecho que su esposa es tonta y le enseña incluso las cosas que ya sabe. En Sendero, la esposa tiene que fingir, cuando le enseña algo a su marido, que sólo le está recordando cosas que él le enseñó mucho antes.

—Bueno, soy un patán insensible, ¿verdad?

—Por favor, recuerda —dijo Wang-mu—, que cuando nos reunamos con ese Aimaina Hikari, él y yo tenemos una base de conocimiento que tú nunca tendrás.

—¿Y cuál es?

—La vida.

Ella vio el dolor en su rostro y de inmediato lamentó habérselo causado. Pero fue un reflejo condicionado: la habían entrenado desde la infancia para lamentar las ofensas que causaba, no importaba cuán merecidas fueran.

—Ufff —dijo Peter, como si su dolor fuera fingido.

Wang-mu no demostró ninguna piedad: ya no era una servidora.

—Te enorgulleces de saber más que yo, pero todo cuanto sabes Ender lo ha puesto en tu cabeza o Jane te lo susurra al oído. Yo no tengo a ninguna Jane, no tuve a ningún Ender. Todo lo que sé, lo aprendí con mi esfuerzo. Sobreviví. Así que, por favor, no me trates con desprecio otra vez. Si soy de algún valor para esta expedición, será porque sé todo lo que tú sabes… porque todo lo que tú sabes se me puede enseñar, pero lo que yo sé, tú nunca lo podrás aprender.

Las bromas se acabaron. Peter tenía la cara encendida de furia.

—Cómo… quién…

—Cómo me atrevo —dijo Wang-mu, haciéndose eco de la frase que supuso había iniciado Peter—. Quién me creo que soy.

—No he dicho eso —dijo Peter en voz baja, dándose la vuelta.

—No sé estar en mi lugar, ¿verdad? —preguntó ella—. Han Fei-tzu me habló de Peter Wiggin. El original, no la copia. De cómo hizo que su hermana Valentine tomara parte en su conspiración para obtener la hegemonía en la Tierra. De cómo la hizo escribir todo el material de Demóstenes, demagogia provocadora, mientras que él escribía todo el material de Locke, las ideas analíticas y elevadas. Pero la demagogia barata procedía de él.

—Igual que las ideas elevadas —dijo Peter.

—Exactamente —respondió Wang-mu—. Lo que nunca procedió de él, lo que sólo procedió de Valentine, fue algo que él nunca vio ni valoró. Un alma humana.

—¿Han Fei-tzu dijo eso?

—Sí.

—Entonces es un asno. Porque Peter tenía un alma tan humana como la de Valentine. —Dio un paso hacia ella, ceñudo—. Yo soy quien no tiene alma, Wang-mu.

Por un momento ella le tuvo miedo. ¿Cómo saber qué violencia había sido creada dentro de él? ¿Qué oscura ira del aiúa de Ender podía expresarse a través de este substituto que había creado? Pero Peter no descargó ningún golpe. Tal vez no era necesario.

Aimaina Hikari salió en persona a la puerta principal de su jardín para recibirlos. Iba vestido con sencillez, y alrededor del cuello lucía el camafeo que llevaban todos los japoneses tradicionalistas de Viento Divino: un diminuto estuche que contenía cenizas de todos sus dignos antepasados. Peter ya le había explicado a Wang-mu que, cuando un hombre como Hikari moría, una pizca de las cenizas de su camafeo se añadía a una parte de sus propias cenizas y se entregaba a los hijos o a los nietos para que la llevaran. Así que, toda su antigua familia colgaba de su cuello, caminara o durmiera, y constituía el regalo más precioso que podía legar a la posteridad. Era una costumbre que Wang-mu, sin antepasados dignos de mención, encontró a la vez atractiva e inquietante.

Hikari saludó a Wang-mu con una inclinación de cabeza, pero tendió la mano a Peter para que se la estrechara. Peter lo hizo con una leve muestra de sorpresa.

—Oh, me llaman custodio del espíritu Yamato —dijo Hikari con una sonrisa—, pero eso no significa que deba ser rudo y obligar a los europeos a comportarse como los japoneses. Ver a un europeo inclinarse es tan doloroso como ver a un cerdo bailar ballet. Mientras Hikari los conducía a través del jardín hasta su tradicional casa de paredes de papel, Peter y Wang-mu se miraron y sonrieron. Establecieron así una tregua muda entre ellos, pues ambos captaron de inmediato que Hikari iba a ser un oponente formidable, y necesitaban ser aliados si querían aprender algo de él.

—Una filósofa y un físico —dijo Hikari—. Investigué sobre ustedes cuando me enviaron una nota solicitando una cita. He recibido antes visitas de filósofos, y de físicos, y también de europeos y de chinos, pero lo que realmente me intriga de ustedes dos es por qué están juntos.

—Ella me encontró sexualmente irresistible —dijo Peter—, y no puedo quitármela de encima. —Entonces mostró su más encantadora sonrisa.

Para placer de Wang-mu, la ironía occidental de Peter dejó a Hikari impasible y serio; notó que el cuello de Peter empezaba a enrojecer.

Era su turno… hacer de gnomo en serio.

—El cerdo chapotea en el barro, pero se calienta en la piedra soleada.

Hikari se volvió hacia ella, tan impasible como antes.

—Escribiré esas palabras en mi corazón —dijo.

Wang-mu se preguntó si Peter comprendía que acababa de ser víctima de la ironía oriental de Hikari.

—Hemos venido a aprender de usted —dijo Peter.

—Entonces debo darles de comer y despedirlos decepcionados —dijo Hikari—. No tengo nada que enseñar a un físico o a una filósofa. Si no tuviera hijos, no tendría a nadie a quien enseñar, pues sólo ellos saben menos que yo.

—No, no —dijo Peter—. Es usted un hombre sabio. El custodio del espíritu Yamato.

—Ya he dicho que es así como me llaman. Pero el espíritu Yamato es demasiado grande para ser contenido en un receptáculo tan pequeño como mi alma. Y sin embargo el espíritu Yamato es demasiado pequeño para ser digno de la atención de las poderosas almas de los chinos y los europeos. Ustedes son los maestros, como China y Europa han sido siempre los maestros de Japón.

Wang-mu no conocía bien a Peter, pero sí lo suficiente para ver que ahora estaba confuso, sin saber cómo continuar. En su vida de vagabundeo, Ender había visitado varias culturas orientales e incluso, según Han Fei-tzu, hablaba coreano; lo que significaba que quizá Ender fuera capaz de tratar con la humildad ritualizada de un hombre como Hikari… sobre todo ya que obviamente estaba utilizando esa humildad en tono de burla. Pero lo que Ender sabía y lo que había dado a su identidad-Peter eran dos cosas distintas. Esta conversación sería cosa de ella, y comprendió que la mejor forma de jugar con Hikari era negarse a dejarle controlar la situación.

—Muy bien —dijo—. Le enseñaremos. Pues cuando le mostremos nuestra ignorancia, verá dónde nos hace más falta su sabiduría.

Hikari miró a Peter un instante. Luego dio una palmada. Una criada apareció en la puerta.

—Té —dijo.

Wang-mu se incorporó inmediatamente de un salto. Sólo cuando se encontraba ya de pie se dio cuenta de lo que iba a hacer. Había oído muchas veces en el pasado aquella orden perentoria de traer el té, pero no fue un reflejo ciego lo que la hizo levantarse; más bien fue la intuición de que la única forma de derrotar a Hikari en su propio terreno era seguirle el juego: sería más humilde que él.

—He sido sirvienta toda mi vida —dijo Wang-mu sinceramente—, pero siempre torpe. —Eso no era tan sincero—. ¿Puedo ir con su criada y aprender de ella? Puede que no sea lo bastante sabia para aprender las ideas de un gran filósofo, pero quizá pueda aprender de la criada que es digna de traer el té a Aimaina Hikari.

Pudo ver por la vacilación de Hikari que éste sabía que había matado su triunfo. Pero el hombre era hábil. Inmediatamente, se puso en pie.

—Ya me ha dado usted una gran lección —dijo—. Ahora iremos y veremos cómo Kenji prepara el té. Si va a ser su maestra, Si Wang-mu, también debe ser la mía. ¿Pues cómo podría soportar saber que alguien de mi casa sabe algo que yo todavía no he aprendido?

Wang-mu tuvo que admirar sus recursos. Una vez más se había colocado a sí mismo por debajo de ella.

¡Pobre Kenji, la criada! Wang-mu vio que era una mujer diestra y bien enseñada, pero la ponía nerviosa tener a esas tres personas, sobre todo a su amo, observándola preparar el té. Así que Wang-mu inmediatamente intervino y «ayudó»… cometiendo deliberadamente un error. De inmediato Kenji se encontró en su elemento, y recuperó la confianza.

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