Hijos de la mente (16 page)

Read Hijos de la mente Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Hijos de la mente
9.38Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Ves, Val? —dijo Miro—. La Reina Colmena lo sabe… tus recuerdos son tu yo. Si tus recuerdos viven, entonces estás vivo.

—Y un cuerno —dijo Val en voz baja—. ¿Cuál es ese peligro más importante del que habla?

—No existe. Sólo quiere que nos marchemos, pero no me iré. Merece la pena salvar tu vida, Val. Y la de Jane. Y la Reina Colmena sabrá encontrar una forma de hacerlo, si puede hacerse. Si Jane fue el puente entre Ender y la Reina Colmena, ¿entonces por qué no puede ser Ender el puente entre Jane y tú?

‹Si digo que lo intentaré, ¿volveréis a hacer vuestro trabajo?›

Ésa era la pega: Ender había advertido a Miro hacía tiempo que la Reina Colmena contempla sus propias intenciones como actos, igual que sus recuerdos. Pero cuando sus intenciones cambian, entonces la nueva intención es el nuevo hecho, y no recuerda haber pretendido otra cosa. Así, una promesa de la Reina Colmena estaba escrita sobre el agua. Sólo podía mantener las promesas que tenían sentido.

Sin embargo, no había nada mejor.

—Lo intentarás —dijo Miro.

‹Ahora mismo estoy calculando ya cómo podría hacerse. Consultaré con Humano y Raíz y los otros padres-árbol. Consultaré con todas mis hijas. Consultaré con Jane, que piensa que todo esto es una tontería.›

—Pretendes consultar alguna vez conmigo? —preguntó Val.

‹Ya estás diciendo que sí.›

Val suspiró.

—Supongo que sí. En lo más profundo de mi ser, donde soy realmente un viejo a quien no le importa un bledo si esta joven marioneta vive o muere… supongo que a ese nivel, no me importa.

‹Siempre has dicho que sí. Pero tienes miedo. Tienes miedo de perder lo que tienes, de no saber lo que serás.›

—Muy bien —dijo Val—. Y no me digas otra vez esa estúpida mentira de que no te importa morir porque tus hijas tienen tus recuerdos. Claro que te importa morir, y si mantener a Jane con vida puede salvarte, querrás hacerlo.

‹Coged la mano de mi obrera y salid a la luz. Salid entre las estrellas y haced vuestro trabajo. Desde aquí intentaré encontrar un medio de salvar tu vida. La vida de Jane. Todas nuestras vidas.›

Jane estaba enfadada. Miro trató de hablar con ella mientras regresaban a Milagro, a la nave, pero permaneció tan silenciosa como Val, quien apenas quería mirarlo y mucho menos conversar.

—Así que yo soy el malo —dijo Miro—. Ninguna de vosotras hizo nada al respecto, pero como yo soy quien emprende la acción, soy el malo y vosotras las víctimas.

Val sacudió la cabeza y no respondió.

—¡Te estás muriendo! —gritó él por encima del ruido del aire que pasaba junto a ellos, por encima del ruido de los motores—. ¡Jane está a punto de ser ejecutada! ¿No puede alguien al menos hacer un esfuerzo?

Val dijo algo que Miro no oyó.

—¿Qué?

Ella volvió la cabeza en la otra dirección.

—¡Has dicho algo, déjame oírlo!

La voz que le respondió no fue la de Val. Fue Jane quien le habló al oído.

—Dice que no puedes tener las dos cosas.

—¿A qué te refieres con eso de que no puedo tener las dos cosas? —Miro se dirigió a Val como si hubiera repetido lo que acababa de decir.

Val se volvió hacia él.

—Si salvas a Jane, será que ella lo recuerda todo acerca de su vida. No servirá de nada que la metas dentro de mí como una fuente inconsciente de voluntad. Tiene que seguir siendo ella misma para ser restaurada cuando conecten la red ansible de nuevo. Y eso me anularía. Si por el contrario soy yo la que conserva recuerdos y personalidad, ¿qué más da que sea Ender o Jane quien me proporciona la voluntad? No puedes salvarnos a las dos.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Miro.

—;Igual que tú sabes todas esas cosas que dices como si fueran hechos cuando nadie sabe nada al respecto! —gritó Val—.;Estoy razonando! Parece razonable. Es suficiente.

—¿Por qué no es razonable que tengas todos tus recuerdos y los de ella también?

—Entonces me volvería loca, ¿no? Porque recordaría ser una mujer que se creó en una nave espacial, cuyo primer recuerdo real es verte morir y cobrar vida. Y también recordaría tres mil años de vida fuera de este cuerpo, viviendo en el espacio y… ¿qué clase de persona puede albergar recuerdos como ésos? ¿No lo has pensado? ¿Cómo puede un ser humano contener a Jane y todo lo que ella es y recuerda y sabe y puede hacer?

—Jane es muy fuerte —dijo Miro—. Pero claro, no sabe utilizar un cuerpo. No tiene instinto para eso. Nunca lo ha tenido. Tendrá que usar tus recuerdos. Tendrá que dejarte intacta.

—Como si tú lo supieras.

—Lo sé. No sé cómo o por qué, pero lo sé.

—Y yo que creía que los hombres eran los racionales —comentó ella con desdén.

—Nadie es racional —dijo Miro—. Todos actuamos porque estamos convencidos de lo que queremos, y creemos que con las acciones que ejecutamos lo obtendremos. Pero nunca sabemos nada con total seguridad, así que todos nuestros razonamientos son invenciones para justificar lo que íbamos a hacer de todas formas antes de pensar en ninguna razón.

—Jane es racional —respondió Val—. Un motivo más de por qué mi cuerpo no le valdría.

—Jane tampoco es racional. Es igual que nosotros. Igual que la Reina Colmena. Porque está viva. Los ordenadores son racionales. Les suministras datos, llegan sólo a las conclusiones que se derivan de esos datos… pero eso significa que son perpetuamente víctimas indefensas de la información y los programas que les suministramos. Nosotros, los seres vivos inteligentes, no somos esclavos de los datos que recibimos. El entorno nos inunda de información, nuestros genes nos dan ciertos impulsos, pero no siempre actuarios según esa información, no siempre obedecemos nuestros impulsos innatos. Damos saltos. Sabemos lo que no puede saberse y luego nos pasamos la vida tratando de justificar ese conocimiento. Sé que lo que intento hacer es posible.

—Lo que quieres decir es que quieres que sea posible.

—Sí —dijo Miro—. Pero que yo lo quiera no significa que no pueda ser verdad.

—Pero no lo sabes.

—Sé tanto como cualquiera. El conocimiento es sólo una opinión en la que tú confías lo suficiente para actuar. No sé si el sol saldrá mañana. El Pequeño Doctor podría destruir el mundo antes de que me despertara. Un volcán podría surgir del suelo y reducirnos a cenizas. Pero confío en que habrá un mañana, y actúo según esa confianza.

—Bueno, yo no confío en que dejar que Jane reemplace a Ender como mi yo más íntimo permita existir a algo que se me parezca.

—Pero yo sé, sé, que es nuestra única posibilidad. Porque, si no te conseguimos otro aiúa, Ender va a eliminarte, y si no dejamos que Jane consiga otro lugar para su yo físico, también morirá. ¿Tienes un plan mejor?

—No tengo ninguno. Si puede conseguirse que Jane habite de algún modo en mi cuerpo, tendrá que suceder, porque la supervivencia de Jane es importantísima para el futuro de tres especies raman. Así que no te detendré. Pero no pienses ni por un momento que creo que sobreviviré. Te estás engañando a ti mismo porque no puedes soportar enfrentarte al hecho de que tu plan depende de un solo factor: no soy una persona real. No existo, no tengo derecho a existir, y por eso mi cuerpo está disponible. Te dices a ti mismo que me amas y que intentas salvarme, pero conoces a Jane desde hace más tiempo, fue tu amiga más íntima durante tus meses de soledad como lisiado. Comprendo que la ames y sé que harías cualquier cosa por salvar su vida, pero no fingiré lo que tú estás fingiendo. Tu plan es que yo muera y Jane ocupe mi lugar. Puedes llamar a eso amor si quieres, pero yo nunca lo llamaría así.

—Entonces no lo hagas —dijo Miro—. Si piensas que no vas a sobrevivir, no lo hagas.

—Oh, cállate. ¿Cómo te convertiste en un patético romántico? Si estuvieras en mi lugar, ¿no harías discursos sobre lo contento que estás de tener un cuerpo que darle a Jane y sobre cómo merece la pena morir por el bien de humanos, pequeninos y reinas colmena por igual?

—Eso no es cierto —dijo Miro.

—¿Que no harías discursos? Vamos, te conozco bien.

—No —dijo Miro—. Quiero decir que no renunciaría a mi cuerpo. Ni siquiera por salvar al mundo. A la humanidad. Al universo. Ya perdí mi cuerpo una vez. Lo recuperé gracias a un milagro que no comprendo. No voy a renunciar a él sin luchar. ¿Me entiendes? No, porque no tienes instinto de lucha. Ender no te ha dado ninguno. Te ha convertido en una completa altruista, en la mujer perfecta que lo sacrifica todo por el bien de los demás, que construye su identidad a partir de las necesidades de los demás. Bueno, yo no soy así. No me apetece morir. Pretendo vivir. Así es como siente la gente de verdad, Val. No importa lo que digan, todos quieren vivir.

—¿Excepto los suicidas?

—También ellos pretendían vivir —dijo Miro—. El suicidio es un intento desesperado de deshacerse de una agonía insoportable. No es una decisión noble dejar que alguien con más valor siga viviendo en tu lugar.

—La gente toma decisiones como ésa de vez en cuando —dijo Val—. Que decida dar mi vida por la de otra persona no significa que yo no sea una persona real. Eso no significa que yo no tenga instinto de lucha.

Miro detuvo el hovercar, lo dejó posarse sobre el suelo. Estaba al borde del bosque pequenino más cercano a Milagro. Era consciente de que había pequeninos trabajando en el prado que interrumpieron su trabajo para verlos. Pero no le importaba lo que vieran ni lo que pensaran. Cogió a Val por los hombros y con lágrimas corriéndole por las mejillas dijo:

—No quiero que mueras. No quiero que decidas morir.

—Tú lo hiciste —dijo Val.

—Decidí vivir. Decidí saltar al cuerpo donde era posible vivir. ¿No ves que sólo intento hacer que Jane y tú hagáis lo que yo he hecho ya? Durante un momento, allí en la nave, mi antiguo cuerpo y mi cuerpo nuevo estuvieron mirándose mutuamente. Val, recuerdo ambas visiones. ¿Me comprendes? Recuerdo haber mirado este cuerpo y pensar: «Qué hermoso, qué joven, recuerdo cuando ése era yo, que ahora soy esto, ¿quién es esa persona?, ¿por qué no puedo ser esa persona en vez del lisiado que soy ahora mismo?» Pensé eso y recuerdo haberlo pensado; no lo imaginé más tarde, no lo soñé, recuerdo haberlo pensado en ese momento. Pero también recuerdo haber estado allí de pie, mirándome con pena, pensando: «Pobre hombre, pobre hombre roto, ¿como puede soportar vivir cuando recuerda cómo era estar vivo?»; y de repente ese cuerpo se desmoronó, convertido en polvo, en menos que polvo, en sombra, en nada. Recuerdo haberle visto morir. No recuerdo haber muerto porque mi aiúa ya había saltado. Pero recuerdo ambos lados.

—O recuerdas ser tu antiguo yo hasta el salto, y tu nuevo yo después.

—Tal vez —dijo Miro—. Pero no pasó ni un segundo. ¿Cómo puedo recordar tanto de ambos yos en el mismo segundo?. Creo que conservé los recuerdos que había en este cuerpo en la décima de segundo en que mi aiúa controló dos cuerpos. Creo que si Jane salta dentro de ti, conservarás todos tus recuerdos, y también los suyos. Eso es lo que pienso.

—Oh, creía que lo sabías.

—Lo sé. Porque cualquier otra cosa es impensable y por tanto desconocida. La realidad en la que vivo es una realidad en la que tú puedes a salvar a Jane y Jane puede salvarte a ti.

—Quieres decir que tú puedes salvarnos a nosotras.

—Ya he hecho todo lo que puedo. Todo. Estoy agotado. Se lo he pedido a la Reina Colmena. Ella se lo está pensando. Va a intentarlo. Necesitará tu consentimiento y el de Jane. Pero ya no es asunto mío. Sólo soy un observador. Te veré vivir o morir. —La atrajo hacia sí y la abrazó—. Quiero que vivas.

Su cuerpo en sus brazos estaba tenso y frío, y no tardó en soltarla. Se apartó de ella.

—Espera —dijo Val—. Espera a que Jane tenga este cuerpo, entonces haz lo que ella te deje hacer con él. Pero no vuelvas a tocarme, porque no puedo soportar el contacto de un hombre que me quiere muerta.

Las palabras fueron demasiado dolorosas para que él respondiera. Demasiado dolorosas, en realidad, para que las asimilara. Puso en marcha el hovercar, que se alzó un poco en el aire. Lo hizo avanzar y continuaron volando, rodeando el bosque hasta que llegaron al lugar donde los padres-árbol llamados Humano y Raíz marcaban la antigua entrada a Milagro. Miro notaba la presencia de Val tras él, igual que un hombre alcanzado por un rayo nota la cercanía de una línea eléctrica; sin tocarla, se retuerce por el dolor que sabe que conlleva. El daño que él había causado era irreversible. Val se equivocaba, Miro la amaba, no la quería muerta, pero ella vivía en un mundo donde él quería eliminarla y no había forma de reconciliarse. Podían compartir este viaje, podían compartir el próximo viaje a otro sistema solar, pero nunca estarían de nuevo en el mismo mundo, y eso era algo demasiado doloroso para soportarlo; le dolía saberlo, pero el dolor era tan profundo que en aquel momento no podía alcanzarlo ni sentirlo. Estaba allí, sabía que iba a lastimarle durante años, pero no podía tocarlo. No necesitaba examinar sus sentimientos. Los había experimentado antes al perder a Ouanda, cuando su sueño de vivir juntos se hizo imposible. No era capaz de alcanzarlo, ni de remediarlo, ni siquiera era capaz de afligirse por lo que acababa de descubrir que quería y, de nuevo, no podía tener.

—Eres un santo doliente —le dijo Jane al oído.

—Cállate y márchate —subvocalizó Miro.

—Eso es impropio de un hombre que quiere ser mi amante.

—No quiero ser nada —dijo Miro—. Ni siquiera confías en mí lo suficiente para decirme lo que pretendes con nuestra búsqueda

de mundos.

—Tú tampoco me dijiste lo que pretendías cuando fuiste a ver a la Reina Colmena.

—Sabías lo que iba a hacer.

—No, no lo sabía —respondió Jane—. Soy muy lista, mucho más lista que Ender o que tú, no lo olvides nunca… pero sigo sin poder ir más allá que vosotros, criaturas de carne, con vuestros cacareados «saltos intuitivos». Me gusta cómo hacéis una virtud de vuestra desesperada ignorancia. Siempre actuáis irracionalmente porque no tenéis información suficiente para actuar de un modo racional. Pero lamento que me consideres irracional. Nunca lo soy. Nunca.

—Cierto, estoy seguro —dijo Miro en silencio—. Tienes razón en todo. Siempre la tienes. Márchate.

—Ya me he ido.

—No. No hasta que me digas qué sentido tenían en realidad mis viajes y los de Val. La Reina Colmena dijo que los mundos colonizables eran secundarios.

—Tonterías —dijo Jane—. Necesitábamos más de un mundo si queríamos estar seguros de salvar a las dos especies no-humanas. Redundancia.

Other books

The Red Heart of Jade by Marjorie M. Liu
Arrow to the Soul by Lea Griffith
River Town Chronicles by Leighton Hazlehurst
Virtually True by Penenberg, Adam L.
The Unit by Terry DeHart
Moment of Impact by Lisa Mondello
Dead Days (Book 1): Mike by Hartill, Tom
B00D2VJZ4G EBOK by Lewis, Jon E.
Return to Paradise by Pittacus Lore