Hijos de la mente (15 page)

Read Hijos de la mente Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Hijos de la mente
6.49Mb size Format: txt, pdf, ePub

Perfecta sencillez… pensaba que lo había conseguido. Pero en cambio he sido un portador de la mala suerte.

Permaneció sentado en el jardín durante una hora, dibujando caracteres sencillos en la fina gravilla del sendero, borrándolos y volviendo a escribir. Por fin regresó al cobertizo y tecleó en el ordenador el mensaje que había estado componiendo:

Ender el Xenocida era un niño y no sabía que la guerra era real; sin embargo, decidió destruir un planeta habitado en su juego. Yo soy un adulto y he sabido siempre que el juego era real; pero no sabía que era uno de los jugadores. ¿Es mi culpa mayor o menor que la del Xenocida si otro mundo es destruido y otra especie raman aniquilada? ¿Qué ha sido de mi camino hacia la sencillez?

Su amigo no sabría mucho de las circunstancias que rodeaban esta declaración; pero no necesitaría más. Consideraría la pregunta. Buscaría una respuesta. Un momento después, un ansible del planeta Pacífica recibió este mensaje. Por el camino, fue leído por la entidad que cabalgaba todos los hilos de la red ansible. Sin embargo, para Jane el mensaje no importaba tanto como la dirección a la que iba dirigido. Ahora Peter y Wang-mu sabrían adónde ir para dar el siguiente paso en su misión.

5. NADIE ES RACIONAL

«A menudo mi padre me decía

que tenemos sirvientes y máquinas

para que nuestra voluntad sea ejecutada

más allá del alcance de nuestros brazos.

Las máquinas son más potentes que los sirvientes

y más obedientes y menos rebeldes,

pero las máquinas no tienen juicio

y no nos reprenderán

cuando nuestra voluntad sea estúpida,

y no nos desobedecerán

cuando nuestra voluntad sea maligna.

En las épocas y lugares en que la gente desprecia a los

dioses quienes más necesitan sirvientes tienen máquinas,

o eligen sirvientes que se comporten como máquinas.

Creo que así continuará

hasta que los dioses dejen de reírse.»

de Los susurros divinos de Han Qin jao

El hovercar flotaba sobre los campos de amaranto atendidos por los insectores bajo el sol de Lusitania. En la distancia, las nubes se alzaban ya; columnas de cúmulos se apiñaban aunque todavía no era mediodía.

—¿Por qué no vamos a la nave? —preguntó Val.

Miro sacudió la cabeza.

—Hemos encontrado mundos suficientes —dijo.

—¿Lo dice Jane?

—Jane está impaciente conmigo hoy; eso nos deja igualados.

Val lo miró fijamente.

—Imaginad entonces mi impaciencia. Ni siquiera os habéis molestado en preguntarme qué quiero hacer. ¿Tan poco importante soy?

Él la miró.

—Tú eres la que se está muriendo —dijo—. Intenté hablar con Ender, pero no conseguí nada.

—¿Cuándo te he pedido ayuda? ¿Y qué estás haciendo ahora exactamente para ayudarme?

—Voy a ver a la Reina Colmena.

—Bien podrías decirme que vas a ver a la reina de las hadas.

—Tu problema, Val, es que dependes por completo de la voluntad de Ender. Si él pierde el interés por ti, se acabó. Bueno, yo voy a averiguar cómo podemos conseguirte una voluntad propia.

Val se echó a reír y desvió la mirada.

—Eres tan romántico, Miro… Pero no piensas demasiado las cosas.

—Las pienso muy bien —dijo Miro—. Me paso todo el tiempo pensando. Es actuar según lo que pienso lo que resulta difícil. ¿Qué pensamientos debo ejecutar, y cuáles debo ignorar?

—Actúa siguiendo el pensamiento de conducir sin estrellarnos —dijo Val.

Miro viró para evitar una nave espacial en construcción.

—Sigue fabricando más, aunque ya tenemos suficientes —dijo.

—Tal vez sabe que, cuando Jane muera, el vuelo estelar se nos acabará. Así que cuantas más naves tengamos, más podemos conseguir antes de que muera.

—¿Quién sabe cómo piensa la Reina Colmena? —dijo Miro—. Promete, pero luego no puede decir si sus predicciones se harán realidad.

—¿Entonces por qué vamos a verla?

—Las reinas colmena hicieron un puente una vez, un puente viviente que les permitiera enlazar sus mentes con la de Ender Wiggin cuando era solamente un niño, y su más peligroso enemigo. Convocaron un aiúa de la oscuridad y lo colocaron en un lugar entre las estrellas. Fue un ser que tenía parte de la naturaleza de las reinas colmena, pero también de la naturaleza de los seres humanos, concretamente de Ender Wiggin, al menos como ellas lo entendían. Una vez terminado… cuando Ender las mató a todas menos a la que habían creado para esperarle en la crisálida, el puente permaneció vivo entre las débiles conexiones ansible de la humanidad, almacenando su memoria en las pequeñas y frágiles redes informáticas del primer mundo humano y sus escasas avanzadillas. A medida que las redes fueron creciendo, también lo hizo ese puente, ese ser que recurría a Ender Wiggin para cobrar vida y personalidad.

—Jane —dijo Val.

—Sí, es Jane. Lo que voy a tratar de aprender, Val, es cómo introducir dentro de ti el aiúa de Jane.

—Entonces seré Jane, no yo misma.

Miro golpeó con el puño la barra de dirección del hovercar. El aparato se tambaleó, pero luego se enderezó de forma automática.

—¿Crees que no lo he pensado? ¡Pero ahora no eres tú misma tampoco! Eres Ender… eres el sueño de Ender o su necesidad o algo por el estilo.

—No siento como Ender. Siento como yo.

—Muy bien. Tienes tus recuerdos. Las sensaciones de tu propio cuerpo. Tus propias experiencias. Pero nada de eso se perderá. Nadie es consciente de su voluntad subyacente. Nunca notarás la diferencia.

Ella se echó a reír.

—Oh, ¿ahora eres el experto en lo que va a suceder con algo que nunca se ha hecho antes?

—Sí —dijo Miro—. Alguien tiene que decidir qué hacer. Alguien tiene que decidir qué hacer, y luego actuar en consecuencia.

—¿Y si te digo que no quiero que lo hagas?

—¿Quieres morir?

—Me parece que eres tú el que intenta matarme —dijo Val—. Oh, para ser justos, quieres cometer el crimen menor de arrancarme mi yo más profundo y sustituirlo por el de otro ser.

—Ahora estás muriendo. El yo que tienes no te quiere.

—Miro, iré contigo a ver a la Reina Colmena porque me parece una experiencia interesante. Pero no voy a dejar que me mates para salvarme la vida.

—Muy bien, ya que representas el lado completamente altruista de la naturaleza de Ender, déjame expresarlo de otra forma. Si el aiúa de Jane puede ser colocado en tu cuerpo, entonces ella no morirá. Y si no muere, entonces tal vez cuando hayan desconectado los enlaces informáticos en los que vive y con los que está unida confiando en que así muera, tal vez pueda conectarse de nuevo con ellos y tal vez el vuelo espacial instantáneo no tenga que terminar. Así que si mueres, lo harás por salvar, no sólo a Jane, sino el poder y la libertad de extendernos más que nunca. No sólo nosotros, sino los pequeninos y las reinas colmena también.

Val guardó silencio.

Miro contempló la ruta que tenían por delante. La cueva de la Reina Colmena se acercaba por la izquierda; estaba en un terraplén junto a un arroyo. Ya había ido allí una vez, con su antiguo cuerpo. Conocía el camino. Por supuesto, Ender le acompañaba entonces, y por eso pudo comunicarse con la Reina Colmena: ella era capaz de hablar con Ender, y como los que le amaban y seguían estaban enlazados filóticamente con él, oían los ecos de su conversación. ¿Pero no formaba Val parte de Ender? ¿Y no estaba él relacionado más estrechamente con ella ahora que antes con Ender? Necesitaba a Val para que hablara con la Reina Colmena; necesitaba hablar con la Reina Colmena para que Val no fuera eliminada como su antiguo cuerpo dañado.

Bajaron del hovercar y, naturalmente, la Reina Colmena los estaba esperando; una sola obrera aguardaba en la boca de la cueva. Cogió a Val de la mano y los guió sin decir nada en la oscuridad; Miro se aferraba a la pared, Val iba agarrada a la extraña criatura. Miro estaba tan asustado como la otra vez, pero Val parecía completamente serena.

¿O era que no le preocupaba? Su yo más profundo era Ender, y a Ender no le importaba realmente lo que fuera a sucederle: esto la volvía intrépida; la desconectaba de la supervivencia. Lo único que le preocupaba era mantener su conexión con Ender, la única cosa que la mataría si se rompía. A ella le parecía que Miro intentaba aniquilarla; pero Miro sabía que su plan era el único modo de salvar al menos una parte de ella. Su cuerpo. Su memoria. Sus costumbres, sus maneras, todos los aspectos de ella que Miro conocía se conservarían. Cada parte de Val de la que ella misma era consciente o recordaba estaría presente. Por lo que respectaba a Miro, significaba que su vida estaba salvada. Y cuando el cambio estuviera hecho, si podía conseguirse, Val le daría las gracias.

Y Jane también.

Y todo el mundo.

‹La diferencia entre Ender y tú —dijo una voz en su mente, un murmullo grave por debajo del nivel de audición—, es que cuando Ender piensa en un plan para salvar a los demás, se arriesga él solo.›

—Eso es mentira —le dijo Miro a la Reina Colmena—. Mató a Humano, ¿no? Fue a Humano a quien arriesgó.

Humano era ahora uno de los padres-árbol que crecían junto a la verja de la aldea de Milagro. Ender lo había matado lentamente, para que pudiera echar raíces en el suelo y pasar a la tercera vida con todos sus recuerdos intactos.

—Supongo que Humano no murió en sentido estricto —dijo Miro—. Pero Plantador sí, y Ender lo permitió. ¿Y cuántas reinas colmena murieron en la batalla final entre tu pueblo y Ender? No me digas que Ender paga su precio. Sólo se encarga de que ese precio se pague, no importa el medio que se utilice.

La respuesta de la Reina Colmena fue inmediata.

‹No quiero que me busquéis. Permaneced en la oscuridad.›

—Tú tampoco quieres que Jane muera.

—No me gusta su voz en mi interior —dijo Val en voz baja.

—Sigue caminando. Continúa.

—No puedo —dijo Val—. La obrera… me ha soltado la mano.

—¿Quieres decir que estamos atrapados aquí?

La respuesta de Val fue el silencio. Permanecieron cogidos de la mano en la oscuridad, sin atreverse a dar un paso en ninguna direccion.

‹No puedo hacer lo que quieres que haga.›

—La otra vez que estuve aquí —dijo Miro—, nos contaste que todas las reinas colmena tejieron una telaraña para atrapar a Ender, sólo que no pudieron; tendieron entonces un puente. Sacaron un aiúa del Exterior y crearon un puente que usaron para hablar con Ender a través de su mente, a través de la guerra de ficción que libró jugando en los ordenadores de la Escuela de Batalla. Lo hicisteis una vez… trajisteis un aiúa del Exterior. ¿Por qué no podéis encontrar el mismo aiúa y ponerlo en otra parte? ¿Enlazarlo con otra cosa?

‹El puente era parte de nosotras mismas. Parte de nosotras. Recurrimos a ese aiúa como recurrimos a los aiúas para crear nuevas reinas colmena. Esto es algo completamente diferente. Ese antiguo puente es ahora un yo pleno, no un ser vagabundo, hambriento y desesperado por conectar.›

—Lo único que estás diciendo es que es algo nuevo. Algo que no sabéis hacer. No que no pueda hacerse.

‹Ella no quiere que lo hagas. No podemos hacerlo si ella no quiere que suceda.›

—Así que puedes detenerme —le murmuró Miro a Val.

—No está hablando de mí —respondió Val.

‹Jane no quiere robar el cuerpo de nadie.›

—Es de Ender. Tiene otros dos. Éste es uno de repuesto. Él ni siquiera lo quiere.

‹No podemos. No queremos. Marchaos.›

—No podemos irnos en la oscuridad.

Miro sintió que Val se soltaba de su mano.

—¡No! —exclamó—. ¡No te sueltes!

‹¿Qué haces?›

Miro supo que la pregunta no iba dirigida a él.

‹¿Adónde vas? La oscuridad es peligrosa.›

Miro oyó la voz de Val… sorprendentemente lejana. Debía de estar moviéndose rápidamente en la negrura.

—Si Jane y vosotras estáis tan preocupadas por salvar mi vida —dijo—, entonces dadnos a Miro y a mí un guía. De lo contrario, ¿a quién le importa si me caigo en algún pozo y me rompo el cuello? A Ender no. Ni a mí. Ni a Miro, desde luego.

—¡Deja de moverte! —gritó Miro—. ¡Quédate quieta, Val!

—Quédate quieto tú —le respondió ella—. ¡Tú eres el que tiene una vida que merece la pena ser salvada!

De repente Miro sintió una mano que tanteaba en su búsqueda. No, una zarpa. Agarró el antebrazo de una obrera que le guió en la oscuridad, hasta no muy lejos. Luego doblaron una esquina y el ambiento se iluminó un tanto, doblaron otra y pudieron ver. Otra, otra, y se encontraron en una cámara iluminada por la luz que entraba por un túnel que conducía a la superficie. Val estaba ya allí, sentada en el suelo ante la Reina Colmena.

La otra vez que Miro la había visto estaba poniendo huevos… huevos que se convertirían en nuevas reinas colmena; un proceso brutal, cruel y sensual. Ahora, sin embargo, estaba sentada simplemente en la tierra húmeda del túnel, comiendo lo que un montón de obreras le traían. Platos de barro llenos de una mezcla de amaranto y agua. De vez en cuando, fruta. De vez en cuando, carne. Sin interrupción, obrera tras obrera. Miro nunca había visto a nadie comer tanto, ni imaginado que nadie fuese capaz de hacerlo.

‹¿Cómo crees que pongo mis huevos?›

—Nunca detendremos la flota sin el vuelo estelar —dijo Miro—. Están a punto de matar a Jane, en cualquier momento. Cortarán la red ansible y morirá. ¿Y luego qué? ¿Para qué valdrán vuestras naves entonces? La Flota Lusitania vendrá y destruirá este mundo.

‹Hay infinitos peligros en el universo. Tú no debes preocuparte por ése.›

—Me preocupo por todo. Es asunto mío. Además, he terminado mi trabajo. Ya hay mundos suficientes. Más mundos de los que podremos colonizar. Lo que necesitamos son más naves y más tiempo, no más destinos.

‹¿Estás loco? ¿Crees que Jane y yo os enviamos lejos por nada? Ya no estáis buscando mundos que colonizar.›

—¿De veras? ¿Cuándo se decidió ese cambio de misión?

‹Los mundos colonizables son sólo secundarios. Sólo un producto residual.›

—¿Entonces por qué nos hemos estado matando Val y yo todas estas semanas? Y eso es literal en el caso de Val… el trabajo es tan aburrido que a Ender no le interesa, y por eso se está desvaneciendo.

‹Un peligro peor que la flota. Ya la hemos derrotado. Ya la hemos dispersado. ¿Qué importa si yo muero? Mis hijas tienen todos mis recuerdos.›

Other books

The Paradise Will by Elizabeth Hanbury
The Book of Fire by Marjorie B. Kellogg
Silent Witness by Collin Wilcox
Chinatown Beat by Henry Chang
If Love Were Enough by Quill, Suzanne
Simon's Lady by Julie Tetel Andresen
Radiant Days by Elizabeth Hand
Fruit of the Golden Vine by Sophia French