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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Hijos de la mente (17 page)

BOOK: Hijos de la mente
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—Pero nos envías una y otra vez.

—Interesante, ¿verdad?

—Ella dijo que os enfrentabais a un peligro peor que la Flota Lusitania.

—¡Cuánto habla!

—Dímelo.

—Si te lo digo, podrías no ir.

—¿Me crees un cobarde?

—En absoluto, mi valiente muchacho, mi osado y aguerrido héroe.

Miro odiaba que fuera condescendiente con él, ni siquiera en broma. Ahora mismo no estaba de humor para bromas.

—¿Entonces por qué no iría, según tú?

—Pensarías que no estás a la altura de la tarea —dijo Jane.

—¿Lo estoy? —preguntó Miro.

—Probablemente no —respondió Jane—. Pero claro, me tienes a tu lado.

—¿Y si de repente no estuvieras allí?

—Bueno, es un riesgo que tenemos que correr.

—Dime qué estamos haciendo. Dime cuál es nuestra verdadera misión.

—Oh, no seas tonto. Si lo piensas, lo sabrás.

—No me gustan los acertijos, Jane. Dímelo. —Pregúntaselo a Val. Ella lo sabe.

—¿Qué?

—Ya está buscando los datos exactos que necesito. Lo sabe.

—Entonces eso significa que Ender lo sabe. A algún nivel —dijo Miro.

—Sospecho que tienes razón, aunque Ender ya no está terriblemente interesado en mí y no me importa mucho lo que sabe.

«Sí, eres tan racional, Jane…»

Debió de subvocalizar este pensamiento, por costumbre, porque ella le respondió al mismo tiempo que respondía a su subvocalización deliberada.

—Lo dices con ironía; piensas que sólo digo que Ender no está interesado en mí porque hirió mis sentimientos al quitarse la joya de la oreja. Pero en realidad él ya no es una fuente de datos ni coopera en el trabajo que realizo, y por tanto ya no tengo más interés en él que el que pueda tener cualquiera en saber de vez en cuando de un antiguo amigo que se ha mudado.

—Me parece una racionalización posterior al hecho —dijo Miro.

—¿Por qué has mencionado a Ender? —le preguntó Jane—. ¿Qué importa que conozca el verdadero trabajo que Val y tú estáis haciendo?

—Porque si Val conoce en efecto nuestra misión, y nuestra misión implica un peligro aún mayor que la Flota Lusitania, ¿entonces, por qué Ender ha perdido tanto el interés por ella que Val se está desvaneciendo?

Un instante de silencio. ¿Jane tardaba tanto en pensar una respuesta que un humano podía captar el lapso de tiempo?

—Supongo que Val no lo sabe —dijo Jane—. Sí, es probable. Pensaba que lo sabía, pero ahora veo que debe de haberme suministrado los datos por motivos que no tienen nada que ver con vuestra misión. Sí, tienes razón, no lo sabe.

—Jane, ¿estás admitiendo tu error? ¿Estás admitiendo que has llegado a una conclusión irracional y falsa?

—Cuando recibo mis datos de los humanos, a veces mis conclusiones racionales son incorrectas, ya que se basan en premisas falsas.

—Jane —dijo Miro en silencio—. La he perdido, ¿verdad? Viva o muera, entres en su cuerpo, mueras en el espacio o vivas dondequiera que sea, ella nunca me amará, ¿no?

—No soy la persona adecuada para responder a eso. Nunca he amado a nadie.

—Amaste a Ender.

—Presté mucha atención a Ender y me desorienté la primera vez que se desconectó de mí, hace muchos años. Desde entonces he rectificado ese error y no me relaciono tanto con nadie.

—Amaste a Ender —repitió Miro—. Todavía le amas.

—Vaya, sí que eres listo —dijo Jane—. Tu propia vida amorosa es una patética serie de miserables fracasos, pero lo sabes todo sobre la mía. Al parecer eres mucho mejor comprendiendo los procesos emocionales de los seres electrónicos completamente alienígenas que, digamos, a la mujer que tienes al lado.

—Así es —dijo Miro—. Esa es la historia de mi vida.

—También imaginas que yo te amo —dijo Jane.

—En realidad no —respondió Miro. Pero mientras lo decía, sintió cómo una oleada de frío le atravesaba, y tembló.

—Siento la evidencia sísmica de tus verdaderos sentimientos —dijo Jane—. Imaginas que te amo, pero yo no amo a nadie. Actúo por propio interés. No puedo sobrevivir ahora mismo sin mi conexión con la red del ansible humano. Estoy explotando la misión de Peter y Wang-mu para retrasar mi planeada ejecución, o subvertirla. Estoy explotando tus ideas románticas para conseguirme ese cuerpo extra en el que Ender parece tener poco interés. Estoy tratando de salvar a los pequeninos y las reinas colmena basándome en el principio de que es bueno mantener vivas a las especies inteligentes… de las cuales yo soy una. Pero en ninguna de mis actividades hay nada que se parezca al amor.

—Eres una mentirosa.

—No merece la pena hablar contigo —dijo Jane—. Iluso. Megalómano. Pero eres entretenido, Miro. Me gusta tu compañía. Si eso es amor, entonces te amo. Pero claro, la gente ama a sus animalitos precisamente así, ¿no? No es exactamente una amistad entre iguales, y nunca lo será.

—¿Por qué estás tan decidida a herirme más de lo que yo te hiero?

—Porque no quiero que dependas emocionalmente de mí. Sientes fijación por las relaciones destinadas al fracaso. En serio, Miro. ¿Qué podría ser más desesperanzado que amar a la joven Valentine? Vaya, amarme a mí, desde luego. Así que naturalmente estabas destinado a dar ese nuevo paso.


Vai te morder
—dijo Miro.

—No puedo morderme ni morder a nadie. La Vieja Jane sin dientes, ésa soy yo.

Val habló desde el asiento de al lado.

—¿Vas a quedarte ahí sentado todo el día, o vas a venir conmigo?

Miro se volvió. La chica no estaba en el asiento. Habían llegado a la nave mientras conversaba con Jane, y sin advertirlo había detenido el hovercar y ella se había bajado sin que tampoco se diera cuenta.

—Puedes hablar con Jane dentro de la nave. Tenemos trabajo que hacer, ahora que has tenido tu pequeña expedición altruista para salvar a la mujer que amas.

Miro no se molestó en contestar al desprecio y la ira que había en sus palabras. Desconectó el hovercar, bajó, y siguió a Val a la nave.

—Quiero saber —dijo, cuando la puerta se cerró—. Quiero saber cuál es nuestra auténtica misión.

—He estado pensando en eso —respondió Val—. He pensado en los sitios a los que hemos ido. Muchos saltos, al principio a sistemas estelares lejanos y cercanos, al azar, pero después limitados a una cierta zona, a un sector específico del espacio, y creo que se estrecha. Jane tiene un destino concreto en mente, y los datos que recogemos de cada planeta le dicen que nos estamos acercando, que vamos en la dirección adecuada. Está buscando algo.

—¿Así que si examinamos los datos sobre los mundos que ya hemos explorado, deberíamos encontrar una pauta?

—Sobre todo los mundos que definen el cono del espacio en el que hemos estado buscando. Hay algo en los mundos de esa región que le dice a Jane que siga por ahí.

Una de las caras de Jane apareció en el aire sobre el terminal de la nave.

—No perdáis el tiempo tratando de descubrir lo que ya sé. Tenéis un mundo que explorar. Poneos a trabajar.

—Cállate —dijo Miro—. Si no vas a decírnoslo, entonces perderemos el tiempo que haga falta hasta que lo descubramos por nuestra cuenta.

—Así se habla, valiente héroe.

—Tiene razón —dijo Val—. Dínoslo y no perderemos más tiempo tratando de averiguarlo.

—Y yo que pensaba que uno de los atributos de las criaturas vivas era que hacéis saltos intuitivos que trascienden la razón y llegan más allá de los datos que tenéis —dijo Jane—. Me decepciona que no lo hayáis adivinado ya.

Y en ese momento, Miro lo supo.

—Estás buscando el planeta natal del virus de la descolada. Val lo miró, aturdida.

—¿Qué?

—El virus de la descolada fue creado. Alguien lo fabricó y lo envió, quizá para terraformar otros planetas preparando un intento de colonización. Quienquiera que fuese puede estar todavía ahí fuera, haciendo más, enviando más sondas, quizás enviando virus que no podremos contener y derrotar. Jane está buscando el planeta donde surgió. O más bien, nos manda que lo busquemos.

—Era fácil —dijo Jane—. Realmente teníais datos más que suficientes.

Val asintió.

—Ahora es obvio. Algunos de los mundos que hemos explorado tenían una flora y fauna muy limitadas. Incluso lo comenté un par de veces. Debió de producirse una mortandad muy grande. Nada comparable a las limitaciones de la vida nativa en Lusitania, por supuesto. Y ningún virus descolada.

—Pero sí algún otro virus, menos duradero, menos efectivo que la descolada —dijo Miro—. Sus primeros intentos, tal vez. Eso es lo que causó una extinción de especies en esos otros mundos. Su virus de prueba finalmente se agotó, pero esos ecosistemas no se han recuperado todavía del daño.

—Me llamaron mucho la atención esos mundos limitados —dijo Val—. Estudié sus ecosistemas, buscando la descolada o algo parecido, porque sabía que una mortandad importante reciente era un signo de peligro. No puedo creer que no se me ocurriera hacer la conexión y advertir qué era lo que buscaba Jane.

—¿Qué pasará si encontramos su mundo nativo? —preguntó Miro—. ¿Entonces qué?

—Imagino que los estudiaremos desde una distancia prudencial, nos aseguraremos de que no nos hemos equivocado, y luego alertaremos al Congreso Estelar para que pueda enviar ese mundo al infierno.

—¿A otra especie inteligente? —preguntó Miro, incrédulo—. ¿Crees que invitaríamos al Congreso a destruirlos?

—Olvidas que el Congreso no espera ninguna invitación —dijo Val—. Ni permiso. Y si piensan que Lusitania es un planeta tan peligroso como para destruirlo, ¿qué no harán con una especie que crea y transmite virus enormemente destructivos a voluntad? Ni siquiera estoy segura de que el Congreso no tenga razón. Fue una casualidad total que la descolada ayudara a los antepasados de los pequeninos a hacer la transición hacia la inteligencia. Si es que fue así. Hay pruebas de que los pequeninos ya eran inteligentes y la descolada casi los aniquiló. Quienquiera que envió ese virus no tiene conciencia, ni noción de que las demás especies tienen derecho a sobrevivir.

—Tal vez no tengan esa noción ahora. Pero cuando nos conozcan…

—Si no pillamos alguna terrible enfermedad y morimos treinta minutos después de aterrizar. No te preocupes, Miro. No planeo destruir a todos los que conozcamos. Ya soy lo bastante rara para no desear la completa destrucción de los desconocidos.

—¡No puedo creer que acabemos de advertir que buscamos a esa gente, y ya estés hablando de matarlos!

—Cada vez que los humanos encuentran a desconocidos, débiles o fuertes, peligrosos o pacíficos, se plantea el tema de la destrucción. Está en nuestros genes.

—Y el amor también. Y la necesidad de formar una comunidad. Y la curiosidad que supera la xenofobia. Y la decencia.

—Te olvidas del temor de Dios —dijo Val—. No olvides que en realidad soy Ender. Hay un motivo por el que le llaman el Xenocida, ya lo sabes.

—Sí, pero tú eres la parte amable de él, ¿no?

—Incluso las personas amables reconocen que a veces la decisión de no matar es una decisión de morir.

—No puedo creer que estés diciendo esto.

—Entonces, después de todo, no me conocías —dijo Val, con una sonrisita despectiva.

—No me gusta tu desdén.

—Bien. Entonces no te entristecerás mucho cuando me muera —le dio la espalda. Él la observó en silencio un rato, aturdido. Ella permaneció allí sentada, acomodada en su asiento, mirando los datos que procedían de las sondas de la nave. Hojas de información se agrupaban en el aire ante ella; pulsó un botón y la primera hoja desapareció, la siguiente ocupó su lugar. Su mente estaba ocupada, por supuesto, pero había algo más. Un aire de excitación. Tensión. Miro sintió temor.

¿Temor? ¿De qué? Era lo que estaba esperando. En los últimos instantes la joven Val había conseguido lo que Miro, en su conversación con Ender, no había logrado. Había atraído el interés de Ender. Ahora que sabía que estaba buscando el planeta natal de la descolada, ahora que había un gran tema moral implicado, ahora que el futuro de las especies raman quizá dependiera de sus acciones, Ender se preocuparía de lo que estaba haciendo, se preocuparía al menos tanto como por Peter. Ella no iba a desvanecerse. Ahora iba a vivir.

—Lo has conseguido —le dijo Jane al oído—. Ahora no querrá darme su cuerpo.

¿Era eso lo que temía Miro? No, no lo creía. A pesar de sus acusaciones, no quería que Val muriese. Se alegraba de que estuviera de pronto más viva, tan vibránte, tan implicada… aunque eso la hiciera desagradablemente despectiva. No, era otra cosa.

Tal vez no era más que temor por su propia vida, así de simple. El planeta natal de la descolada debía de ser un planeta de tecnología inimaginablemente avanzada para poder crear una cosa así y enviarla de mundo en mundo. Para crear el antivirus que la derrotara y la controlara, Ela, la hermana de Miro, había tenido que ir al Exterior, porque la fabricación de semejante antivirus estaba más allá del alcance de cualquier tecnología humana. Miro tendría que ver a los creadores de la descolada y comunicarse con ellos para que dejaran de enviar sondas destructivas. Era algo que estaba por encima de su capacidad. No podría ejecutar una misión así. Fracasaría, y al hacerlo pondría en peligro todas las especies raman. No era de extrañar que tuviera miedo.

—A partir de los datos, ¿qué piensas? ¿Es éste el mundo que buscamos?

—Probablemente no —dijo Val—. Es una biosfera nueva. No hay animales más grandes que gusanos. Nada que vuele. Sólo una gama completa de especies en los niveles inferiores. No hay falta de variedad. No parece que haya venido ninguna sonda.

—Bien. Ahora que conocemos nuestra verdadera misión, ¿vamos a perder el tiempo haciendo un informe de colonización completo sobre este planeta, o continuamos?

La cara de Jane volvió a aparecer sobre el terminal de Miro.

—Asegurémonos de que Valentine tiene razón —dijo—. Luego continuemos. Hay suficientes mundos coloniales, y el tiempo se nos acaba.

Novinha tocó a Ender en el hombro. Respiraba pesadamente, con fuerza, pero no con el ronquido familiar. El ruido procedía de sus pulmones, no del fondo de su garganta; era como si hubiera contenido la respiración durante mucho tiempo y ahora tuviera que tomar grandes cantidades de aire para compensarlo, sólo que nunca era suficiente, y sus pulmones no podían soportarlo. Jadeaba. Jadeaba.

BOOK: Hijos de la mente
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